Aun recuerdo como besaba sus labios
dentro de aquel estrecho ataúd. Hacía tan sólo unas horas que lo
había hecho al fin mío. Durante semanas lo había perseguido como
si fuese una sombra o tan sólo el eco de sus pasos. Siempre ebrio,
ensimismado en su dolor y sin pensar que el mundo puede llegar a ser
más doloroso para otros, cargado de oscuridad y maldiciéndose sin
cesar. Tenía una belleza maldita y unos ojos demasiado hermosos para
perderse tan sólo en la bebida.
Me sentía como si fuese Dios mismo. Ni
siquiera con Nicolás tuve esa sensación, tampoco con mi madre. Era
como si hubiese hecho mi mejor obra. Creo que sentí lo que muchos
artistas sienten cuando terminan su mejor cuadro, igual que un
escritor que finaliza la novela que ha querido escribir toda su vida
o como esos muchachos que al fin son mirados por la mujer que tanto
codician. Sí, me sentí tocado por un ángel y a la vez era uno de
ellos, o porque no, y como he dicho, Dios mismo.
Sus cabellos eran pura seda entre mis
dedos y se deslizaban entre éstos como si quisiesen huir de mí.
Hacía como media hora que había caído náufrago de sus
ensoñaciones. Sus manos cerradas en puño arrugaban mi chaqueta y
camisa, pero no me importaba. Quise llorar en ese momento porque
tanta belleza me hería. Me recordaba irremediablemente a Nicolas,
pero a la vez tenía un aire nuevo que me daba esperanzas.
Quise despertarlo con mis propios
labios y comencé a besar su rostro como una madre enloquecida.
Rozaba sus mejillas, su frente, su boca y luego su cuello. Me
entretenía con caricias por su cintura, sus costados y sus cabellos.
Me volvía loco ese aroma que rezumaba a muerte y vida. Era Louis, mi
Louis, el hombre y el vampiro. Sus ojos verdes tenían un resplandor
distinto y cuando los abriera en el nuevo atardecer sentiría un
orgasmo demasiado intenso. Yo le había dado la vida y nada ni nadie
se la podría quitar, al menos así lo veía en esos momentos y como
si fuese un estúpido lo creí.
-Te amo y sé que tú me amarás más
que a nada en éste mundo- dije completamente convencido. Porque
sabía que los polos opuestos se atraen, que la aventura comenzaba y
podíamos tener una fascinación mutua intensa. Quería mostrarle la
belleza de la noche y hacer que se rindiera ante ella... lo veía
todo muy sencillo en aquellos minutos antes de caer en el descanso de
la mañana.
Saboreé el triunfo que me fue
arrebatado cuando en la siguiente noche parecía descontento. Se
alejaba de mí mientras hablaba de fiestas a las que acudir, lugares
que conocer y que conocí, o las ropas más hermosas que jamás había
lucido. Él se sumía en un silencio incómodo que sólo rompía con
breves monosílabos. Me alejé de él porque él lo pedía y cuando
lo hacía pedía mi compañía, por eso comprendí que cuanto peor le
tratase más me necesitaría. Él me ama a su modo y yo le amo al
mío.
Hoy es más frío y más duro. Siento
que no es el mismo y me culpo de no haber estado a su lado. De haber
estado junto a él jamás se habría expuesto al sol. Siento que si
ahora ha cambiado es por mi culpa. Debía retenerlo de alguna forma
la última vez que discutimos, por eso llevo siempre la cruz a
cuestas y me resulta difícil amarlo tan intensamente. Temo dañar
aún más lo que ya he destruido una vez. Siento que si me acerco
demasiado y le doy todo lo que quiere se cansará, caerá de nuevo en
un oscuro torbellino y me quedaré sin nada. Hago como si no me
importara, sigo con mis fiestas y mis conquistas, e incluso he
encontrado un nuevo amor. Sin embargo, cuando lo veo caigo a sus pies
rogando que sea el Louis de aquella primera noche, mi Louis que vivió
conmigo ochenta años y el vampiro que vino una noche buscándome
antes de mi primer y único concierto como estrella del rock.
1 comentario:
Hola, hace tiempo no pasaba por el Blogger, y el leer este relato de Lestat me animó bastante. Fíjate que deberías publicar algunos de tus relatos en la página de Wattpad, ya que -al menos para mí- sería grato tener tus escritos en un ebook en el móvil.
Sigue así, que me encantaría leer más en el futuro
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