Tía Queen
Recuerdo la primera vez que la vi. Era
igual que Grace Kelly caminando en sus inolvidables películas. Creo
que de haber sido heterosexual me hubiese arrojado a sus pies para
besarlos. Quedé cautivado por su sonrisa tan vital, el descenso de
sus pestañas y esos ojos vivos llenos de ilusiones que parecían un
retrato a otro mundo. Quedé sobrecogido y nervioso sin saber los
temas que teníamos pendiente. Teníamos amigos comunes, nos habíamos
conocido por teléfono y carta pero jamás imaginé que fuese tan
despampanante para su edad.
Igual que un chiquillo que corre hacia
sus sueños agarré sus manos, completamente nervioso, y reí a
carcajadas junto a ella. Nos habíamos quedado sin habla. Nuestras
miradas decían todo y recordaba su rubrica elegante, firme y
desafiante. Ella siempre leía mis ensayos con avidez y me ayudó a
publicar varios trabajos. Solía decir que era un joven admirable,
sin embargo yo ya era un hombre adulto y para nada me sentía joven.
Las canas ya estaban apareciendo, las arrugas y las ojeras que ya no
eran como antes.
Ese primer día hablamos de mil cosas,
entre ellas sobre su sobrino nieto Tarquin. Ella decía que era un
niño maravilloso, sano y muy educado aunque algo distraído y que
poseía un amigo imaginario. Ese niño se convertiría tiempo después
en mi mejor alumno. Un muchacho despierto y lleno de amor hacia la
literatura, el cine y la música. A decir verdad, pudo haberse
instruido en cualquier materia cercana al arte porque era un joven
talentoso y con sensibilidad.
Los viajes con ella se volvieron
intensos, pronto estábamos en Madrid que al día siguiente
brindábamos en Roma. Reíamos ante las locuras que se nos ocurría y
vivimos varios años muy intensos. Fue una lástima que su estado de
salud se desmejorara tanto por culpa de su avanzada edad. Temía que
alguien me viese como su amante, pues para mí era como una hermana
mayor y poseía una admiración terrible hacia ella.
Nunca conocí a una mujer como ella,
pues su vitalidad agotaba a otros.
Mis mejores recuerdos son en compañía
de Tarquin, el pequeño Tommy y ella. El arte se volvía vivo, la
música se sentía incluso en la comida y bebíamos champaña cada
noche mientras el pequeño dormía agotado. Creo que con ella aprendí
a vivir, soñar, amar y desear todo. Porque a su lado todo parecía
fácil y sencillo.
En su entierro me derrumbé, pero a
solas en una esquina donde nadie viera como me hundía en el dolor.
Ella siempre estuvo ahí y en ese momento el vacío que dejó lo
sentí frío. Sabía bien que sentía amor por Tarquin y ella me dijo
que lo cuidara, que no lo dejara jamás solo y que vigilara que fuese
feliz. No tenía que pedirme aquello en ese viaje tan largo, pero lo
hizo, y yo lo acepté pensando que era tan sólo un juego.
Estoy seguro que hubiese vivido más de
cien años si aquel fantasma no la hubiese agredido, quizás por
miedo de ser separado de su hermano. Ella podía haber sido inmortal,
no por la mordedura de un vampiro sino por su energía. Sin embargo,
creo que finalmente lo ha sido porque no hay nadie que no recuerde la
sonrisa de Tía Quenn.
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