Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 1 de mayo de 2013

Carta al recuerdo


Tía Queen



Recuerdo la primera vez que la vi. Era igual que Grace Kelly caminando en sus inolvidables películas. Creo que de haber sido heterosexual me hubiese arrojado a sus pies para besarlos. Quedé cautivado por su sonrisa tan vital, el descenso de sus pestañas y esos ojos vivos llenos de ilusiones que parecían un retrato a otro mundo. Quedé sobrecogido y nervioso sin saber los temas que teníamos pendiente. Teníamos amigos comunes, nos habíamos conocido por teléfono y carta pero jamás imaginé que fuese tan despampanante para su edad.

Igual que un chiquillo que corre hacia sus sueños agarré sus manos, completamente nervioso, y reí a carcajadas junto a ella. Nos habíamos quedado sin habla. Nuestras miradas decían todo y recordaba su rubrica elegante, firme y desafiante. Ella siempre leía mis ensayos con avidez y me ayudó a publicar varios trabajos. Solía decir que era un joven admirable, sin embargo yo ya era un hombre adulto y para nada me sentía joven. Las canas ya estaban apareciendo, las arrugas y las ojeras que ya no eran como antes.

Ese primer día hablamos de mil cosas, entre ellas sobre su sobrino nieto Tarquin. Ella decía que era un niño maravilloso, sano y muy educado aunque algo distraído y que poseía un amigo imaginario. Ese niño se convertiría tiempo después en mi mejor alumno. Un muchacho despierto y lleno de amor hacia la literatura, el cine y la música. A decir verdad, pudo haberse instruido en cualquier materia cercana al arte porque era un joven talentoso y con sensibilidad.

Los viajes con ella se volvieron intensos, pronto estábamos en Madrid que al día siguiente brindábamos en Roma. Reíamos ante las locuras que se nos ocurría y vivimos varios años muy intensos. Fue una lástima que su estado de salud se desmejorara tanto por culpa de su avanzada edad. Temía que alguien me viese como su amante, pues para mí era como una hermana mayor y poseía una admiración terrible hacia ella.

Nunca conocí a una mujer como ella, pues su vitalidad agotaba a otros.

Mis mejores recuerdos son en compañía de Tarquin, el pequeño Tommy y ella. El arte se volvía vivo, la música se sentía incluso en la comida y bebíamos champaña cada noche mientras el pequeño dormía agotado. Creo que con ella aprendí a vivir, soñar, amar y desear todo. Porque a su lado todo parecía fácil y sencillo.

En su entierro me derrumbé, pero a solas en una esquina donde nadie viera como me hundía en el dolor. Ella siempre estuvo ahí y en ese momento el vacío que dejó lo sentí frío. Sabía bien que sentía amor por Tarquin y ella me dijo que lo cuidara, que no lo dejara jamás solo y que vigilara que fuese feliz. No tenía que pedirme aquello en ese viaje tan largo, pero lo hizo, y yo lo acepté pensando que era tan sólo un juego.

Estoy seguro que hubiese vivido más de cien años si aquel fantasma no la hubiese agredido, quizás por miedo de ser separado de su hermano. Ella podía haber sido inmortal, no por la mordedura de un vampiro sino por su energía. Sin embargo, creo que finalmente lo ha sido porque no hay nadie que no recuerde la sonrisa de Tía Quenn.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt