-Ven a mis brazos.
Su gélida voz no auguraba para mí
nada bueno, sus brazos extendidos hacia mí como los de una madre y
sus brazaletes de oro, diamantes y gemas brillaban en la oscuridad
como luciérnagas ciegas. La expresión de su rostro era el de una
diosa que te invita a rezarla, hincar tu rodilla en el suelo y rogar
porque te nombre su ángel y no su enemigo. Me aproximé a ella como
quien se aproxima a una muerte segura, mi nerviosismo aumentó cuando
ella cerró sus brazos letales estrechándome contra sus pechos.
Sentí sus manos frías como el mármol,
duras como hierros y de uñas afiladas como cuchillas acariciar mis
cabellos hundiéndose en éstos. Cada bucle fue tocado mientras el
ritmo de la vida parecía detenerse. Reconozco que la paz llegó a
mí, pero también el nerviosismo de lo desconocido.
Cuando quise percatarme estaba
alzándome en los cielos rumbo a un templo. La diosa me había
bendecido con su amor, el cual no era puro ni atento. Ella me quería
para transmitir sus mandatos. Hay personas que nacen para ser líderes
y otros son líderes forzando al resto. Necesitaba mi carisma, amor y
pasión exacerbada por los misterios de éste extraño mundo que nos
encerraba en la eternidad, y que aún me encierra.
Un baño de sangre digno de una Diosa
sedienta, eso fue lo que obtuvo, mientras el vampiro que congregaba a
tantos, de aspecto árabe, corría para sobrevivir pero fue alcanzado
por la poderosa mente de la Reina. Vísceras, cabezas explotando,
chillidos, armas alzadas, brazos mutilados y pies ligeros corriendo
por las escaleras de aquel templo que parecía excavado en la propia
montaña.
-Ven conmigo.
Aturdido accedí y el miedo se apoderó
de mí. Me había convertido en “El Príncipe de los Cielos” y
ella en mi líder. Yo sería el brazo ejecutor de su locura y
mientras, mis verdaderos seres amados por los cuales me preocupaba,
se reunían intentando encontrar una solución. Una nueva asamblea se
formaba y Marius era rescatado del hielo por Pandora y su mayor
enemigo, Santino.
Aquellos días fueron los peores de mi
vida hasta el momento. Sentí un terror inmenso y un amor vacío que
quería admirarse como bello, puro y fiel. Yo no era un peón, yo era
el Príncipe...
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