Este escrito va dedicado a un pequeño grupo de personas, tres en concreto, que me han apoyado desde hace meses en mi proyecto: El Jardín Salvaje.
En primer lugar a Quinn, por su esfuerzo para hacerme sentir mejor en aquellos tristes días y presentarme a dos personas excepcionales. Sé que en estos momentos lucha por sacar la cabeza estudiando neurocirugía, aunque más bien creo que es por no perderla más que otra cosa.
En segundo lugar a mi pareja, porque ella me coloca una sonrisa radiante en mi rostro cada día. Sus buenos días y noches ocupan los momentos más felices en estos momentos. Ella me hace feliz y me siento dichoso. Una persona que comparte mis inquietudes y muchos de mis gustos, alguien que al fin puedo escuchar y que me escuche sin sentir que no hay nada más que hablar.
En tercer lugar a Louis, por su esfuerzo en intentar comprenderme y por aceptar mis órdenes a la hora de editar, ya que puedo ser quisquilloso.
Estas personas son la columna vertebral de nuestra página, aunque hay más compañeros y compañeras. Aman la historia de Claudia, por triste y dolorosa que sea, y también al personaje. Por ello hoy les dedico este texto que acabo de realizar. En honor a Claudia, Anne Rice y a mis compañeros... "Ella es nuestra hija"
Ella es nuestra hija
Te recuerdo con los cabellos
enmarañados por la fiebre, pequeños churretes por tus mejillas
hundidas por el hambre y tus labios, esos pequeños labios pálidos,
que parecían pedir a gritos la vida. Tan pequeña, tierna y cubierta
de dolores mientras yo te observaba a la luz del candil de la
enfermera.
-¿Es ella? La pequeña que busca ¿es
ella? ¿Es su hija?-preguntó aproximando más aquella tenue luz.
-Sí, es mi pequeña hija- dije tomando
sus manitas diminutas entre las mías- Mi hermosa Claudia.
-La encontramos aturdida y con fiebres
que no bajan, no sabemos si resistirá ¿desea dejarla aquí o
llevarla a un médico de confianza?-dijo con voz tierna aunque
rasposa.
La mujer había visto a cientos de
personas morir en los últimos años, entre ellos decenas de niños,
pero aquella hermosa criatura que tú eras de cabello desaliñado la
conmovías. Tan hermosa incluso a punto de morir. Sin mediar palabra
te tomé contra mi pecho y besé tu frente preguntándome porqué lo
hacía. Pero ni siquiera lo sé ahora. ¿Tal vez me enamoré de tu
belleza y fragilidad? Eras inocente, tan sólo una niña, y Louis te
necesitaba.
Caminé por las calles cubiertas del
lodo por la lluvia, miseria y lágrimas. El cielo precipitaba las
últimas gotas de la tormenta mientras me aproximaba al cochero. No
iba a llevarte así, como un hombre lleva a una novia hacia el lecho
conyugal, por medio de las calles más transitadas de New Orleans.
-¿Dónde va con esa pequeña,
señor?-preguntó el hombre asombrado.
-La llevo a casa, su madre la necesita
y ella necesita sus medicinas-susurré con una gentil sonrisa, aunque
mis ojos mostraban tristeza.
¿Y si no lo lograba? ¿Y si morías?
Había cometido una locura. Te había arrancado de las húmedas
sábanas donde ibas a morir para llevarte a otro mundo, uno que
quizás te convertía en un monstruo como yo y como él. Pero ¿no
son también los monstruos hijos de Dios? Y por eso mismo lo hice.
Porque yo era un hijo de Dios y deseaba ser igual que mi padre.
Quería crear a mi propia Eva, una Eva diminuta que correría por los
jardines salvajes que yo le ofrecería.
¡Ah! ¡Pero lo más sorprendente fue
la cara de Louis! ¡Cómo gritaba! ¡Decía que me había vuelto
loco! ¡Se negaba a ser tu madre! ¡Él se negaba! ¡Pero mira como
luego cepillaba tus cabellos mientras yo contaba historias
increíbles! Mi dulce y diabólica muñeca, ¿cuándo tu manita dejó
de estar atada a la mía? ¿En qué momento creciste? ¿Y cuándo
surgió el odio en tu pequeño y terco corazón?
Aún te recuerdo, mi hija... mi
Claudia.
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