La mansión que había adquirido hacía
algo más de un año el vampiro Lestat, la cual reformó por completo
para que fuera habitable, poseía salones que prácticamente estaban
abarrotados a cualquier hora del día, o noche, mientras el servicio
corría de un lado a otro ofreciendo pequeños canapés. Sin embargo,
había un lugar que se conservaba cerrado igual que un museo. Allí
había recuerdos muy preciados que se habían recogido por la
Talamasca, los cuales eran básicamente de Nicolas, y que terminaron
siendo cedidos. Talbot había contribuido a ello. Él deseaba que
parte de aquellos bienes volvieran a sus legítimos dueños.
Viejas cortinas del teatro de los
vampiros decoraban un hermoso escenario y un viejo violín, uno que
había poseído Nicolas en sus inicios, se hallaba recostado sobre
una pequeña mesa en el escenario. Había cuadros pintados por
Marius, los cuales había ofrecido con gentil nobleza a Lestat para
que decorara aquel lugar lleno de fantasmas e inmortales. También se
podía ver el aporte de distintos objetos por parte de Lestat, Armand
o Louis respecto al arte, la música y la Ópera. Viejos libretos de
ópera, billetes para el teatro, algún disco de vinilo que colgaba
de la pared, un vitrola en perfecto estado de conservación en un
rincón de la sala y documentos donde se podía leer algunos
manuscritos.
La música sonaba incesantemente, como
si fuera un lamento. Aquella noche el papel pintado parecía
desgarrarse por el dolor de la melodía. Una melodía llena de ira,
sufrimiento y recuerdos. El violín permanecía en su lugar sin que
nada ni nadie lo tocara. Pero aquella música sonaba y sonaba. Nadie
se percataba de ello, pues estaban demasiado inmersos en sus
conversaciones, observaciones y puntualizaciones sobre la música, el
estilo que poseía la vivienda, los inmortales que se paseaban entre
ellos y también las viejas leyendas de New Orleans sobre mansiones
como ésta que se encontraban malditas, como era el caso de Blackwood
Farm.
Aquella habitación olía intensamente
a madera y carne quemada. Desde hacía algunas noches Nicolas se
presentaba con aquel extraño aroma que podía llegar a ser
nauseabundo. La música no cesaba mientras aparecía lentamente en el
escenario, frente a un público inexistente, como si tocara el violín
aunque no poseía manos.
-Solsticio de verano en plena nevada.
Las brujas en la hoguera bailando están y el demonio no llega. Las
flores de fuego se alzan en primavera. La noche aguarda con mirada
perversa. ¿Y la luna? No, la luna no está- su voz se diseminaba por
toda la habitación como si fuera un murmullo de la fiesta que estaba
teniendo lugar tras las enormes puertas de la sala.
Lestat había creado un mundo mágico
donde cada salón poseía una imagen única sacada de historias como
el Morador de las Tinieblas de Lovecraft, La máscara de la Muerte
Roja de Poe, Drácula o el Moderno Prometeo. También existían
algunas reseñas clásicas a películas como la Momia, Sabrina de
Embrujada y La Familia Adams. Sin duda no había escatimado dinero en
detalles. Las máscaras que regalaba en la puerta eran extremadamente
bellas, aunque no dejaban ser de cartón con imitaciones de piedra.
El fantasma se encontraba inquieto y
molesto. Deseaba encontrar solución al sufrimiento que tanto le
retorcía. Por ello decidió dar un paseo por la mansión espantando
a varios mortales y provocando la ira de un par de vampiros. Sin
embargo, al entrar en la biblioteca lo halló sentado en la mesa, con
la mirada dura y el rostro reflexivo por sus doradas cejas fruncidas.
No era otro que el demonio contemplando la chimenea que lamía los
muros, destruía los troncos y los convertía en ceniza.
Memnoch tenía un aspecto imponente e
importante. Sin duda un demonio extraño completamente real.
Recordaba vagamente como Lestat, cuando sólo era un chiquillo mimado
y de ojos grises, le decía que un día el demonio caminó sobre las
ascuas ardientes que habían consumido a las brujas y que juró
venganza. Aquello no le asustó, aunque su compañero siempre lo
contó con voz algo trémula y con una curiosidad sobrehumana. El
destino tenía preparadas las cartas y ambos terminarían juntos en
la cama y divididos por las llamas.
-Acabo de recordar el trato-susurró
algo eufórico-¡Yo soy tu violinista! ¡Soy el violinista del
diablo!-exclamó aproximándose a la mesa para traspasarla-Tienes que
devolver mi cuerpo.
-Sí, lo recuerdo-la voz de barítono
hizo presencia como un trueno.
-¿Me lo darás?-sonrió
enloquecido-¡Me lo darás!-gritó a su alrededor moviéndose en una
suave nebulosa-¡Dámelo! ¡Dámelo!
Memnoch necesitaba realizar la
nicromancia con aquel ser que se movía enfervorecido. Sus ojos no se
habían apartado de las llamas completamente pensativo y frío ante
la algarabía que parecía hacer vibrar al fantasma. Aquel espectro
realmente quería volver a la vida.
-Sí-habló mientras se levantaba del
asiento para caminar por la habitación con las manos tras la espalda
hasta mirar el fuego.
El fuego había consumido todo el
cuerpo de Nicolas, salvo sus manos. A pesar de haberlas recuperado
jamás logró volver a fundirlas con su cuerpo. Armand recogió las
manos que quedaron cerca del fuego y las conservó como un recuerdo
macabro. Nadie lo sabía, salvo él y Nicolas. Las manos estaban
guardadas en una caja de metal y al parecer no se pudrían gracias a
la sangre, aunque estaban algo resecas y se notaban excesivamente los
nudillos. Ese pequeño gran tesoro debía usarlo para sus trucos.
-La caja está bajo una de las tablas
de su cama. Es una caja hermosa de hierro forjado con ciertos
relieves en lo que creo que es plata. Dentro, en un saco de
terciopelo azul en tono aguamarina, se encuentra mis manos como si
fueran reliquias de un santo-comentó mirando sus manos, las cuales
siempre eran mucho más transparentes que su cuerpo.
Su único nexo con la realidad siempre
fue la música, ya que con ella se expresaba. Su mundo se había
convertido en partituras, obras de teatro, violín y sangre. Al
faltar sus manos falló todo en lo que creía y terminó cayendo en
la locura más perversa. Ya estaba trastornado, pero perder ambas
extremidades le hizo sentirse hundido.
Memnoch hizo aparecer entre sus manos,
algo grandes pero terriblemente hermosas, aquella caja. Parecía no
haber pasado por ella, pero su cerradura ya no abría como antes.
Armand a veces contemplaba ensimismado aquellas uñas y la cicatriz
que había en ambas. Nicolas gimió de dolor al recordar aquel
momento y sus ojos fantasmagóricos parecieron hundirse.
-Te recuerdo que obtendrás poseerás
poderes ilimitados, serás un demonio y no un vampiro común gracias
a mi poder, sin embargo me tendrás que obedecer. Soy tu superior y
como superior tendrás que arrodillarte ante mí si así lo pido. Si
no me obedeces tal y como te hice de nuevo de carne y hueso, igual
que ahora, convertiré tus manos en huesos y después te arrancaré
el poder que te hace tangible- aquello era una amenaza. Sin duda
alguna estaba cubriéndose sus espaldas.
Nicolas era peligroso. Un ser que podía
traer complicaciones a sus planes si éste se excedía. Sin embargo,
Memnoch sabía como atemorizar al amante que una vez tuvo el vampiro
con el cual tenía cierta obsesión.
-Sí, lo entiendo-dijo jadeando por la
emoción-¿Cómo será?
-Igual que el anterior, pero si me
permites necesito espacio para desenvolver mi poder-se mostraba frío
como si aquello fuera un mero trámite.
Habían hecho aquel pacto hacía algún
tiempo y se lo debía. Realmente Nicolas era el violinista del
diablo. Un diablo que no tendría escrúpulos para conseguir sus
objetivos. Poseía sus propios planes, los cuales no había contado a
nadie y los hundía en su corazón. Contar las cosas que uno desea
hacer sólo provoca que otros quieran evitarlas.
Dio un par de pasos hacia atrás e hizo
girar su brazo alrededor de su cuerpo. Una estrella de cinco puntas
apareció marcada en el suelo junto a un idioma que era imposible de
descifrar. Era la lengua que usaban los demonios y los ángeles que
una vez fueron seguidores de Dios. Los símbolos que fueron surgiendo
hablaban de la vida, la muerte y un nuevo renacer. Poseía en el
centro el dibujo de una especie de rosa de los vientos extraña. El
ser humano siempre quiso crear algo similar en sus rituales donde
conjuraban al demonio y sacrificaban animales. Sin embargo, aquello
en ocasiones no era más que un show que ni ellos mismos creían.
Dejó las manos fuera de la bolsa
colocadas sobre la marca y se retiró. Los símbolos desaparecieron y
se convirtió en un círculo de hondas. Unas ondas que hacían vibrar
las tablas, las luces se iban y venían, el fuego de la chimenea
aumentó de tamaño para luego apagarse quedando todo a oscuras. Un
grito terrible sacudió la mansión y varios libros cayeron de la
estanterías cuando eso pasó. En la fiesta también hubo gritos
aterrorizados por lo que ocurría. El aspecto de Memnoch no difería,
salvo por las enormes alas que surgieron de sus espaldas con un
plumaje espeso que se alzaba hasta las molduras del techo y la
hermosa lámpara de lágrimas. Eran alas blancas, como si aún fuera
un ángel bendito por el creador. Parecía un pequeño temblor que
hacía mecer los cimientos de la mansión. Sin embargo, cuando se
detuvo todo volvió a la normalidad, salvo Nicolas.
Ante Memnoch había un hombre desnudo y
esbelto, con el cuerpo algo marcado y unos brazos fuertes. Tenía las
manos más hermosas y delicadas que las de una mujer. El cabello le
caía más allá de los hombros, de forma ondulada aunque ordenada, y
sus cejas eran hermosas como perfectas. Tenía unas enormes pestañas
aquel rostro y unos ojos café tan intensos que parecían hablar
enmudeciendo cualquier sonido. Sus labios eran gruesos, pero
proporcionados, y tenían una sonrisa envidiable. Su miembro estaba
al descubierto, igual que sus pezones color tostado, si bien Nicolas
no parecía sentir pudor ante los ojos fríos y serios del demonio.
-Recuerda- su tono era oscuro y
dominante-Ahora eres un demonio. Tu poder es cuantioso, pero me
obedecerás. Podrás escuchar mi voz marcando las órdenes. En el
momento que no las cumplas volverás al limbo y ésta vez no
regresarás.
-Sí, es mi última oportunidad-dijo
notando el calor agradable del fuego de la chimenea en sus espaldas.
-Ahora márchate.
Nicolas sabía que su presencia sobraba
en ese momento. Memnoch tenía un aspecto imponente y le hubiese
gustado tocar sus alas para comprobar cuan reales eran. Incluso
pedirle que le tendiera una pluma como recuerdo. Sin embargo, sabía
que no debía tentar a su suerte.
-Sí, jefe-respondió girándose sobre
sí mismo para encaminarse hacia las robustas puertas de madera.
Las puertas se abrieron cuando sus pies
prácticamente habían llegado a tocar la baldosa más cercana a
éstas. No tuvo que tocarlas, sino que con su poderosa mente las
abrió dejando que todos vieran su cuerpo desnudo. Muchos se
sonrojaron, pero la mayoría quedó confusa ante aquella visión. Él
sólo se echó a reír mientras se dirigía al auditorio para recoger
su violín tocar aquella noche en agradecimiento a Memnoch. Un violín
viejo que pronto quedaría como reliquia y buscaría otro mucho
mejor.
Lestat quedó atónito y cayó de
espaldas al sillón mientras algunos mortales, e inmortales, se
aproximaban a él. Necesitaba hablar con Rowan sobre lo ocurrido,
pero no quería perturbarla. Aquello traería horribles consecuencias
en su vida. Nicolas había vuelto y parecía dispuesto a quedarse.
Nada sería lo mismo desde esa noche de
Halloween en la cual el Jardín Salvaje de Lestat volvía a tener a
un nuevo enemigo que le perseguiría.
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