Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 31 de octubre de 2013

El pacto

La mansión que había adquirido hacía algo más de un año el vampiro Lestat, la cual reformó por completo para que fuera habitable, poseía salones que prácticamente estaban abarrotados a cualquier hora del día, o noche, mientras el servicio corría de un lado a otro ofreciendo pequeños canapés. Sin embargo, había un lugar que se conservaba cerrado igual que un museo. Allí había recuerdos muy preciados que se habían recogido por la Talamasca, los cuales eran básicamente de Nicolas, y que terminaron siendo cedidos. Talbot había contribuido a ello. Él deseaba que parte de aquellos bienes volvieran a sus legítimos dueños.

Viejas cortinas del teatro de los vampiros decoraban un hermoso escenario y un viejo violín, uno que había poseído Nicolas en sus inicios, se hallaba recostado sobre una pequeña mesa en el escenario. Había cuadros pintados por Marius, los cuales había ofrecido con gentil nobleza a Lestat para que decorara aquel lugar lleno de fantasmas e inmortales. También se podía ver el aporte de distintos objetos por parte de Lestat, Armand o Louis respecto al arte, la música y la Ópera. Viejos libretos de ópera, billetes para el teatro, algún disco de vinilo que colgaba de la pared, un vitrola en perfecto estado de conservación en un rincón de la sala y documentos donde se podía leer algunos manuscritos.

La música sonaba incesantemente, como si fuera un lamento. Aquella noche el papel pintado parecía desgarrarse por el dolor de la melodía. Una melodía llena de ira, sufrimiento y recuerdos. El violín permanecía en su lugar sin que nada ni nadie lo tocara. Pero aquella música sonaba y sonaba. Nadie se percataba de ello, pues estaban demasiado inmersos en sus conversaciones, observaciones y puntualizaciones sobre la música, el estilo que poseía la vivienda, los inmortales que se paseaban entre ellos y también las viejas leyendas de New Orleans sobre mansiones como ésta que se encontraban malditas, como era el caso de Blackwood Farm.

Aquella habitación olía intensamente a madera y carne quemada. Desde hacía algunas noches Nicolas se presentaba con aquel extraño aroma que podía llegar a ser nauseabundo. La música no cesaba mientras aparecía lentamente en el escenario, frente a un público inexistente, como si tocara el violín aunque no poseía manos.

-Solsticio de verano en plena nevada. Las brujas en la hoguera bailando están y el demonio no llega. Las flores de fuego se alzan en primavera. La noche aguarda con mirada perversa. ¿Y la luna? No, la luna no está- su voz se diseminaba por toda la habitación como si fuera un murmullo de la fiesta que estaba teniendo lugar tras las enormes puertas de la sala.

Lestat había creado un mundo mágico donde cada salón poseía una imagen única sacada de historias como el Morador de las Tinieblas de Lovecraft, La máscara de la Muerte Roja de Poe, Drácula o el Moderno Prometeo. También existían algunas reseñas clásicas a películas como la Momia, Sabrina de Embrujada y La Familia Adams. Sin duda no había escatimado dinero en detalles. Las máscaras que regalaba en la puerta eran extremadamente bellas, aunque no dejaban ser de cartón con imitaciones de piedra.

El fantasma se encontraba inquieto y molesto. Deseaba encontrar solución al sufrimiento que tanto le retorcía. Por ello decidió dar un paseo por la mansión espantando a varios mortales y provocando la ira de un par de vampiros. Sin embargo, al entrar en la biblioteca lo halló sentado en la mesa, con la mirada dura y el rostro reflexivo por sus doradas cejas fruncidas. No era otro que el demonio contemplando la chimenea que lamía los muros, destruía los troncos y los convertía en ceniza.

Memnoch tenía un aspecto imponente e importante. Sin duda un demonio extraño completamente real. Recordaba vagamente como Lestat, cuando sólo era un chiquillo mimado y de ojos grises, le decía que un día el demonio caminó sobre las ascuas ardientes que habían consumido a las brujas y que juró venganza. Aquello no le asustó, aunque su compañero siempre lo contó con voz algo trémula y con una curiosidad sobrehumana. El destino tenía preparadas las cartas y ambos terminarían juntos en la cama y divididos por las llamas.

-Acabo de recordar el trato-susurró algo eufórico-¡Yo soy tu violinista! ¡Soy el violinista del diablo!-exclamó aproximándose a la mesa para traspasarla-Tienes que devolver mi cuerpo.

-Sí, lo recuerdo-la voz de barítono hizo presencia como un trueno.

-¿Me lo darás?-sonrió enloquecido-¡Me lo darás!-gritó a su alrededor moviéndose en una suave nebulosa-¡Dámelo! ¡Dámelo!

Memnoch necesitaba realizar la nicromancia con aquel ser que se movía enfervorecido. Sus ojos no se habían apartado de las llamas completamente pensativo y frío ante la algarabía que parecía hacer vibrar al fantasma. Aquel espectro realmente quería volver a la vida.

-Sí-habló mientras se levantaba del asiento para caminar por la habitación con las manos tras la espalda hasta mirar el fuego.

El fuego había consumido todo el cuerpo de Nicolas, salvo sus manos. A pesar de haberlas recuperado jamás logró volver a fundirlas con su cuerpo. Armand recogió las manos que quedaron cerca del fuego y las conservó como un recuerdo macabro. Nadie lo sabía, salvo él y Nicolas. Las manos estaban guardadas en una caja de metal y al parecer no se pudrían gracias a la sangre, aunque estaban algo resecas y se notaban excesivamente los nudillos. Ese pequeño gran tesoro debía usarlo para sus trucos.

-La caja está bajo una de las tablas de su cama. Es una caja hermosa de hierro forjado con ciertos relieves en lo que creo que es plata. Dentro, en un saco de terciopelo azul en tono aguamarina, se encuentra mis manos como si fueran reliquias de un santo-comentó mirando sus manos, las cuales siempre eran mucho más transparentes que su cuerpo.

Su único nexo con la realidad siempre fue la música, ya que con ella se expresaba. Su mundo se había convertido en partituras, obras de teatro, violín y sangre. Al faltar sus manos falló todo en lo que creía y terminó cayendo en la locura más perversa. Ya estaba trastornado, pero perder ambas extremidades le hizo sentirse hundido.

Memnoch hizo aparecer entre sus manos, algo grandes pero terriblemente hermosas, aquella caja. Parecía no haber pasado por ella, pero su cerradura ya no abría como antes. Armand a veces contemplaba ensimismado aquellas uñas y la cicatriz que había en ambas. Nicolas gimió de dolor al recordar aquel momento y sus ojos fantasmagóricos parecieron hundirse.

-Te recuerdo que obtendrás poseerás poderes ilimitados, serás un demonio y no un vampiro común gracias a mi poder, sin embargo me tendrás que obedecer. Soy tu superior y como superior tendrás que arrodillarte ante mí si así lo pido. Si no me obedeces tal y como te hice de nuevo de carne y hueso, igual que ahora, convertiré tus manos en huesos y después te arrancaré el poder que te hace tangible- aquello era una amenaza. Sin duda alguna estaba cubriéndose sus espaldas.

Nicolas era peligroso. Un ser que podía traer complicaciones a sus planes si éste se excedía. Sin embargo, Memnoch sabía como atemorizar al amante que una vez tuvo el vampiro con el cual tenía cierta obsesión.

-Sí, lo entiendo-dijo jadeando por la emoción-¿Cómo será?

-Igual que el anterior, pero si me permites necesito espacio para desenvolver mi poder-se mostraba frío como si aquello fuera un mero trámite.

Habían hecho aquel pacto hacía algún tiempo y se lo debía. Realmente Nicolas era el violinista del diablo. Un diablo que no tendría escrúpulos para conseguir sus objetivos. Poseía sus propios planes, los cuales no había contado a nadie y los hundía en su corazón. Contar las cosas que uno desea hacer sólo provoca que otros quieran evitarlas.

Dio un par de pasos hacia atrás e hizo girar su brazo alrededor de su cuerpo. Una estrella de cinco puntas apareció marcada en el suelo junto a un idioma que era imposible de descifrar. Era la lengua que usaban los demonios y los ángeles que una vez fueron seguidores de Dios. Los símbolos que fueron surgiendo hablaban de la vida, la muerte y un nuevo renacer. Poseía en el centro el dibujo de una especie de rosa de los vientos extraña. El ser humano siempre quiso crear algo similar en sus rituales donde conjuraban al demonio y sacrificaban animales. Sin embargo, aquello en ocasiones no era más que un show que ni ellos mismos creían.

Dejó las manos fuera de la bolsa colocadas sobre la marca y se retiró. Los símbolos desaparecieron y se convirtió en un círculo de hondas. Unas ondas que hacían vibrar las tablas, las luces se iban y venían, el fuego de la chimenea aumentó de tamaño para luego apagarse quedando todo a oscuras. Un grito terrible sacudió la mansión y varios libros cayeron de la estanterías cuando eso pasó. En la fiesta también hubo gritos aterrorizados por lo que ocurría. El aspecto de Memnoch no difería, salvo por las enormes alas que surgieron de sus espaldas con un plumaje espeso que se alzaba hasta las molduras del techo y la hermosa lámpara de lágrimas. Eran alas blancas, como si aún fuera un ángel bendito por el creador. Parecía un pequeño temblor que hacía mecer los cimientos de la mansión. Sin embargo, cuando se detuvo todo volvió a la normalidad, salvo Nicolas.

Ante Memnoch había un hombre desnudo y esbelto, con el cuerpo algo marcado y unos brazos fuertes. Tenía las manos más hermosas y delicadas que las de una mujer. El cabello le caía más allá de los hombros, de forma ondulada aunque ordenada, y sus cejas eran hermosas como perfectas. Tenía unas enormes pestañas aquel rostro y unos ojos café tan intensos que parecían hablar enmudeciendo cualquier sonido. Sus labios eran gruesos, pero proporcionados, y tenían una sonrisa envidiable. Su miembro estaba al descubierto, igual que sus pezones color tostado, si bien Nicolas no parecía sentir pudor ante los ojos fríos y serios del demonio.

-Recuerda- su tono era oscuro y dominante-Ahora eres un demonio. Tu poder es cuantioso, pero me obedecerás. Podrás escuchar mi voz marcando las órdenes. En el momento que no las cumplas volverás al limbo y ésta vez no regresarás.

-Sí, es mi última oportunidad-dijo notando el calor agradable del fuego de la chimenea en sus espaldas.

-Ahora márchate.

Nicolas sabía que su presencia sobraba en ese momento. Memnoch tenía un aspecto imponente y le hubiese gustado tocar sus alas para comprobar cuan reales eran. Incluso pedirle que le tendiera una pluma como recuerdo. Sin embargo, sabía que no debía tentar a su suerte.

-Sí, jefe-respondió girándose sobre sí mismo para encaminarse hacia las robustas puertas de madera.

Las puertas se abrieron cuando sus pies prácticamente habían llegado a tocar la baldosa más cercana a éstas. No tuvo que tocarlas, sino que con su poderosa mente las abrió dejando que todos vieran su cuerpo desnudo. Muchos se sonrojaron, pero la mayoría quedó confusa ante aquella visión. Él sólo se echó a reír mientras se dirigía al auditorio para recoger su violín tocar aquella noche en agradecimiento a Memnoch. Un violín viejo que pronto quedaría como reliquia y buscaría otro mucho mejor.

Lestat quedó atónito y cayó de espaldas al sillón mientras algunos mortales, e inmortales, se aproximaban a él. Necesitaba hablar con Rowan sobre lo ocurrido, pero no quería perturbarla. Aquello traería horribles consecuencias en su vida. Nicolas había vuelto y parecía dispuesto a quedarse.


Nada sería lo mismo desde esa noche de Halloween en la cual el Jardín Salvaje de Lestat volvía a tener a un nuevo enemigo que le perseguiría.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt