Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 31 de enero de 2014

Placer en Río

Bonsoir mes amis

Hoy les traigo una memoria de David junto a mí. Os aseguro que os dejará sin palabras. 

Lestat de Lioncourt



¿Alguna vez se han detenido a observar los acontecimientos que ocurren en sus vidas? Por mínimos que parezcan en un momento dado es posible que en un futuro, lejano o no, sean de vital importancia. La sensación de caminar bajo el sol en un día de verano en un país tropical, lejos de la humedad profunda que podía sentirse en Londres. Mis viejos recuerdos se acumulaban en algún rincón de mi alma, aunque no puedo apostar cuanto de mí queda actualmente, y explotan como bombas de relojería que me hacen soñar con el pasado, sea desagradable o de vibrantes colores. Sin embargo, la vida mortal ha quedado atrás para mí y cualquier sentimiento o sensación se intensifica con notoriedad.

Mis primeros recuerdos como inmortal se sitúan en un mundo que conocí cuando era joven, alocado y posiblemente con el corazón lleno de esperanzas. Sí, he dicho mundo. Brasil no se puede considerar tan sólo un país dentro de un continente. Para mí es un mundo intenso de sabores, aromas y color. La primera vez que estuve allí sentía que debía aprender sobre cualquier cosa, por insignificante y estúpida que pudiese parecer.

Cuando era tan sólo un niño tuve que superar ciertos miedos y comprender que algunas cosas tan sólo podría verlas yo, así como otros que tuviesen otorgados semejantes dones. Aún así, ni siquiera cuando era un muchacho rebelde que fumaba con ansiedad cigarrillos para taimarse, reconozco que a pesar de todo esa punzada de miedo ante lo desconocido jamás se ha ido. Siempre me ha resultado una sensación atractiva y con el paso de los años, o mejor dicho las décadas, se ha convertido en una poderosa droga. Esos miedos no son otra cosa que mis poderes sobrenaturales. Detesto la palabra brujo o hechicero y prefiero la palabra potentado. Soy un potentado, un prodigio de la naturaleza, como lo son muchas personas en este mundo que intentan evitar por completo la verdad. No obstante para mí la verdad es demasiado poderosa y me atrae como si tuviera un imán.

Viajé a Brasil después de formar parte de los novicios de la Orden de la cual fui director. Talamasca era sin duda un mundo emocionante, concentrado entre los paredes de la biblioteca y que se expandía, como si fueran raíces de un árbol centenario, hacia los distintos destinos a los cuales teníamos que viajar. Decidí que Brasil sería el mejor lugar para mejorar mis conocimientos y hundirme en una nueva fe.

Cierta noche, leyendo en la biblioteca, encontré libros sobre los rituales afrobrasileños y decidí que debía rogar que me dejasen investigar, comprender, aceptar y usar estos en beneficio de la orden. Quería conocer que encerraban las diversas palabras que llenaban aquellos gruesos tomos. Aceptaron que viajara aunque me pidieron informes semanales.

Aprendí a ser un sacerdote del Candomblé y dominé su poder siendo un hombre distinto. La Orden me observaba como un joven sumergido en sus estudios y también llenos de deseos. Era el único que aceptaba ir a las selvas para indagar sobre tribus perdidas, sumergirme en viejos templos o simplemente marchaba para capturar algún espécimen nuevo. Según sé algunos me veían como un hombre mitad erudito mitad salvaje, pero eran muchos los novicios que determinaron que debían aprender con la experiencia y no sólo con lo que un libro podía contarte. Aunque yo mismo he escrito algún que otro libro sobre mis memorias, los cuales están celosamente guardados en una de las bibliotecas que posee la sede de Londres.

Así que cuando viajé a Brasil, junto a Lestat y Louis, sentí que mi corazón daba un vuelco. Observar y sentir sus calles con su ritmo habitual y el colorido que lo envolvía todo, pues estaban en Carnaval, quise llorar. Deseé llorar. Jamás habría pensado que podría volver a Brasil y menos como lo hice en aquellos momentos. La inmortalidad me tentaba, pero era ya un anciano y deseaba que mi alma al fin descansara. Por ello, ir a Brasil y observar la noche con mis nuevos ojos y fuerzas fue demasiado intenso para mí.

La primera noche permanecimos los tres juntos contemplando los desfiles desde el balcón del hotel. Sin embargo, la segunda noche Louis desapareció alegando que necesitaba cazar en soledad. Él ansiaba quedar a solas contra el mundo, observar la despampanante ciudad que se abría a nosotros con sus intensos misterios y finalmente sentir el calor sofocante en medio de la ingente masa que se movía intentando divertirse hasta el cansancio. Lestat, por el contrario, no deseaba estar solo y quería que lo llevase a recorrer viejos lugares en los cuales el mundo parecía someterse a los encantos de la magia y el poder. Con respecto a mí no sabía que deseaba.

—¿En qué piensas?—preguntó rompiendo el silencio que existía entre ambos desde hacía varios minutos.

Lestat había decidido arrasar algunas tiendas la noche anterior. La ropa colorista y vistosa de Brasil había ido a caer en sus manos. Sin embargo, tan sólo llevaba unos pantalones de vestir de lino blanco, un cinturón de cuero negro con gran hebilla plateada y un colgante de oro blanco en forma de cruz. Eran algunas cosas que él había comprado y que pese a su precio para él eran meras “chucherías”. Su pelo caía alborotado sobre sus hombros desnudos mientras intentaba decidirse entre las camisas de diversos tonos que tenía frente a él. Y aún le faltaba elegir los zapatos, lo cual tardaría al menos una media hora más.

Habíamos viajado sin maletas y en vuelo nocturno. Resultó algo complejo, pero finalmente lo logramos. La habitación del hotel era agradable y él había pedido flores a varias floristerías de la ciudad. Buscaba el aroma peculiar de New Orleans inclusive en un mundo distinto. Aquellas blancas habitaciones de elegantes, pero sencillos, muebles le molestaba. Él era ostentoso y decidió cubrir esa ostentación en lo recargado con múltiples jarrones y macetas.

Él posiblemente estaba meditando sobre cualquier cosa superficial, banal y estúpida. Pero yo no podía abandonar mis viejos recuerdos y mis nuevas reflexiones. Me encontraba apoyado en la barandilla de aquel enorme balcón, mirando el discurrir del tráfico y la diversión que penetraba hasta la estancia. Llevaba una camisa blanca abierta y remangada hasta los codos, unos pantalones tejanos y los pies desnudos.

—David—susurró dejando a un lado la ropa y el espejo que tanto amaba.

Escuché sus pasos por las baldosas negras de la habitación, un suelo que parecía un espejo a pesar de ser de un color tan oscuro como el ébano, y se aproximó a mí rodeándome con sus brazos por debajo de mis axilas. Pude sentir sus rizos acariciar mis hombros y como su torso se pegaba al mío. Su piel era más suave aunque con el ligero tono tostado de la mía.

Era la primera vez que me abrazaba de esa forma desde que ambos éramos iguales. Mi cuerpo era joven y había sufrido un brusco cambio. Ya no era tan frágil como el cascarón de un huevo, sino un ser poderoso con una nueva visión de su entorno. Sin duda había vuelto el David cazador, el David depredador, el aventurero y el ser cuyas vivencias le abocaban a un destino desconcertante.

—¿Por qué no me hablas?—preguntó deslizando sus manos por mi torso hasta mi vientre. Pude notar como acariciaba cada uno de mis músculos intentando calmar su preocupación, así como su terrible curiosidad, mientras apoyaba su frente contra mi espalda.

—¿Por qué?—dije mirando hacia el dibujo difuso de la ciudad, lleno de luz y color, con la luna llena al fondo.

—Porque te amo. Porque no pude evitarlo. Porque soy caprichoso. Porque el mundo es terrible si tú no estás. Porque he aprendido a conservar tus silencios y tus pausas al hablar, creando una cadencia maravillosa y con un acento inglés sumamente cautivador. Porque al ver que podía perder quise ganar. Porque no soy más que un idiota incapaz de contenerme. Por muchas razones y por ninguna—dijo lo último en un murmullo e hizo una breve pausa—. Puedes elegir la que más te guste, David—mi mano derecha acarició las suyas mientras deseaba apartarlo, golpearlo, huir de allí y perderme en las selvas igual que había hecho su madre y que posiblemente seguía haciendo en aquellos momentos.

—¿Y cuál es la más sincera?—aquella confusión era todo y nada.

—Todas lo son—respondió apartándose para quedar a mi derecha observando la luna con una sonrisa ciertamente canalla, aunque elegante y hermosa.

—¿Cómo puedes decir que me amas?—intenté preguntar sin perder la calma, pero realmente estaba a punto de caer en la locura—. Me has transformado a la fuerza.

—Lo hice por amor—reprochó frunciendo el ceño mientras giraba su rostro hacia mí.

—Amor egoísta—dije sin reprimir un tono cargado de disgusto.

—No sé amar de otra forma—se encogió de hombros y me tomó de la mano tirando de mí para quedar pegado a él, frente a frente, mientras pasaba sus brazos sobre mis hombros y me miraba con aquellos ojos con tonalidades azules y violetas. Tenía una mirada hermosa, diferente y sugestiva—. No pidas que te ame distinto porque es imposible—se colocó de puntillas y besó mi boca con aquellos labios húmedos y grandes—. Te amo. No dudes que te amo.

Cuando noté su lengua no dudé en abrazarlo contra mí. Había deseado a Lestat desde la primera vez que lo vi con aquellas curiosas ropas de rockero, el pelo suelto y la mirada intensa. Todos en la Orden sabíamos que había un vampiro narrando su vida, que era él y era cierto. Las memorias de Louis, las cuales tenía en varios idiomas, eran tan reales como ellos dos. Besaba con deseo y él lo hacía con furia. Posiblemente, quería dejar claro que me amaba y deseaba que permaneciera a su lado sin reproches ni palabras crueles.

Mis manos acariciaron sus cabellos, atreviéndome por primera vez a tocarlos y sentir que realmente eran sedosos. Siempre imaginé que serían suaves, pero jamás tan agradables. Era como tocar hilos de oro o los propios rayos del sol. Sus brazos me apretaban más contra él y yo me inclinaba para poder romper la barrera de la estatura. Mis manos se pegaron a sus nalgas, las cuales apreté con fuerza mientras notaba como ambos íbamos sintiendo una terrible excitación.

—David, vayamos dentro—su voz se escuchó con un acento francés cautivador. Sabía que lo hacía para seducirme aunque no me importaba en lo más mínimo. Me dejaría guiar, amar y seducir hasta que él quisiera.

Lestat me recordaba por momentos a Andrew. Aquella belleza y fortaleza, sus ojos claros y cejas rubias perfectas. Quizás eso fue lo que más me atraía de él. Pensé en mi viejo amante, mucho más joven que yo, y que murió acompañado por Yuri Stefano, quien se convirtió en un hombre apasionado y de suma inteligencia. Sentí una oleada de dolor que se disipó de golpe. La mano izquierda de Lestat demostró ser tan rebelde como él mismo. Rápidamente sentí como acariciaba allí mismo mi entrepierna.

—Lestat—miré hacia los restantes balcones colmados de personas de todo tipo y sentí pudor.

—Hay algo que debes saber—sus labios tenían una sonrisa atractiva que me atormentaba con unos deseos terribles—. Eres inmortal y lo que piensen sobre ti tiene escasa relevancia si no compromete a tu vida.

—Lestat estamos rodeados de ojos—intenté apartar su mano, pero cuando apretó suavemente me hizo jadear. Cualquier pensamiento racional murió tan rápido como vino.

—Tierra de sexo y diversión, David—se pegó a mí mordisqueando mi cuello y mi oreja derecha. Una sensación eléctrica me hizo temblar.

—Y misterios—mi voz sonó quebrada mientras él reía como un maldito diablo.

La mano de Lestat dejó de apretar y se movió en círculos perfectos, para luego ir hacia el cinturón y ayudarse con la otra para abrirlo. Di entonces un par de pasos hacia atrás y me apoyé con ambas manos a la barandilla de espaldas a ésta. Jadeé al notar su habilidad para abrirme el pantalón y meter su mano dentro de los calzoncillos. Pude sentir sus dedos acariciar el vello público rizado y negro que tenía, como bajaba hacia la base y lentamente tocaba cada porción de mi miembro. Me endurecía por segundos mientras su boca seguía dejándome besos en el cuello, bajando hasta mis clavículas y buscando mi torso.

Debido al calor que allí hacía, un calor sofocante, ni siquiera me había abrochado la camisa cuando me aproximé al balcón para recordar el ambiente festivo de las calles. Él aprovechó eso de forma que su boca viajaba por mi torso, mordía mis pezones y lamía mis músculos, mientras yo tan sólo intentaba no romper la barandilla al apretarla entre mis dedos.

El ritmo y movimiento de muñeca de Lestat era demoledor. Podía escuchar la samba estallar con sus diversos tambores, el sonido de los pies al ritmo y el griterío intenso. Los aplausos y las bromas de los balcones colindantes también eran audibles. Era demasiado. Sentía que estaba justo en mitad del carnaval dejándome masturbar por un íncubo.

Busqué su boca para besarlo tomándolo del rostro y atraiéndolo hacia mí. Mis dedos acariciaban sus pómulos marcados, la comisura de su boca y su mentón algo picudo. Era el rostro de un ángel al servicio de los infiernos más lujuriosos que jamás había podido saborear. Notaba como mis defensas se bajaban al mismo ritmo que mis piernas se abrían y mis caderas se movían. Parecía bailar aquel frenético baile pero realmente sólo me estaba dejando masturbar por él, el príncipe malcriado.

—Lestat, Lestat...

Cerré los ojos en un momento en el cual ya no pude soportarlo más. Mi rostro estaba perlado de sudor, mis nuevos cabellos oscuros caían alborotados sobre la frente y mis manos se resbalaban. No quería aferrarme fuerte porque sabía que doblaría aquel hierro y nos precipitaríamos ambos sobre el público de la gran avenida.

—Hazlo David—dijo en un gruñido—. ¡Hazlo, demonios!

Eyaculé manchando su mano y mi ropa interior. El gemido sonó como un suave gruñido de algún animal. Mis piernas temblaron y quise caer de bruces. Era mi primera vez en tantos años y la primera vez con aquel cuerpo. Me sentí vulnerable y Lestat lo sabía.

—Vamos dentro, David—murmuró exprimiendo mi miembro antes de sacar la mano y llevarla mis labios—. Dentro te demostraré cuanto placer te tengo reservado.

No recuerdo como logré desplazarme hacia la habitación. Los tres habíamos decidido compartir un apartamento en uno de los hoteles de lujo, muy cerca del recorrido de las carrozas y donde nos atendían como reyes. Tenía dos habitaciones: una con una cama mediana y otra enorme donde podíamos dormir perfectamente los tres. El balcón era de la habitación de la cama de mayor tamaño que estaba destinada para Louis y él; pero allí estábamos ambos dirigiéndonos a tener sexo en ella.

Me dejé recostar en la cama mientras él caía sobre mí. Sus besos eran intensos y cargados de sangre. Él me ofrecía de nuevo ese sabor tan único que él poseía, pues ninguna víctima humana me había ofrecido sabor similar ni recuerdos tan profundos. Reaccioné cuando rozó su entrepierna, aún cubierta por la tela del pantalón, contra la mía. Rápidamente ambos empezamos a desnudarnos dejando la ropa regada por la habitación. Ambos teníamos una lucha a muerte con nuestros pantalones, pero una vez finalizada pude notar sus intenciones. Abrió mis piernas e intentó hundirse dentro de mí, sin embargo me opuse.

—No, así no—dije sofocado mientras él intentaba doblegarme—. No.

Por unos largos segundos se quedó mirándome y después se quedó de rodillas. Con cuidado me incorporé acariciando su rostro, mordiendo sus labios y ayudándolo a tumbarse en la cama. Rápidamente me senté sobre su pelvis y con cuidado introduje su miembro, el cual estaba completamente erecto, dentro de mí.

Sus manos se colocaron sobre mi torso oprimiendo mis pectorales. Sentí sus uñas clavarse, sus palmas apoyarse y como un delicioso calambre me recorría toda la columna. Al tenerlo dentro de mí recordé cuantas veces me había provocado y no había caído. Mi mundo se desmoronaba lentamente y finalmente se abría paso la noche. La confusión, el erotismo y el placer ya me habían hecho naufragar dentro del deseo y sin conflicto moral alguno.

Miré a Lestat, allí tumbado bajo mi cuerpo y sintiendo el movimiento hipnótico de mis caderas, como si fuera una de mis víctimas. Sin embargo, la belleza que desprendía provocó que cerrara los ojos para retenerla. Quería retener su expresión de placer. Aquellos labios suavemente abiertos emitiendo suaves gemidos y palabras sueltas en francés, sus pómulos algo sonrosados y sus ojos intensos clavándose en mí. Necesitaba cumplir aquella fantasía del modo que siempre lo había imaginado. No permitiría a Lestat doblegarme a pesar que era mucho más fuerte que yo.

En un principio el ritmo fue suave, pero acabó creciendo. Cada vez fue más intenso, más necesitado, más desesperado y ardiente. Mis gemidos se convirtieron en parte de las canciones que podían escucharse de fondo y mis movimientos parecían unirse a la samba. Bailaba sobre él, le hacía sentir mi peso y él deslizaba sus manos hasta mis caderas para ayudarme a moverme con mayor libertad. Sentí un par de nalgadas, como me apretaba el trasero y por supuesto la forma de guiarme para que fuera todo perfecto. Encontré rápidamente aquel punto en el cual podía alcanzar las estrellas con la punta de los dedos, si eso fuese posible.

Llegué a mi segundo orgasmo antes que él lo hiciera. Creo que estaba nervioso y desesperado porque jamás había imaginado que cedería de aquella. Me había rendido a los infiernos que él me ofrecía encarecidamente. Sin embargo, él no lo hizo aunque estaba a punto de hacerlo. Por ende seguí moviéndome apretando toda su extensión en mi interior, pero cuando sentí que llegaba me apartó y arrojó al suelo. Sin previo aviso me introdujo su glande entre los labios y me agarró la cabeza, para luego de una estocada entrar en mi boca y acabar.


Descubrí entonces que amaba a Lestat y no podía seguir molesto con él. Ni siquiera era capaz de golpearlo por todo lo que había hecho. Guardé silencio algunos minutos en aquel suelo negro, tan negro como mi incierto futuro, y medité. Louis no debía saber que había ocurrido y por lo tanto me incorporé para darme una ducha. Lestat ya estaba disfrutando de una, alejando el olor a sexo de su cuerpo, y en ese momento supe que por mucho que me amara a mí jamás lo haría de la misma forma que a Louis.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt