Bonsoir mes amis
Hoy les traigo una memoria de David junto a mí. Os aseguro que os dejará sin palabras.
Lestat de Lioncourt
¿Alguna vez se han detenido a observar
los acontecimientos que ocurren en sus vidas? Por mínimos que
parezcan en un momento dado es posible que en un futuro, lejano o no,
sean de vital importancia. La sensación de caminar bajo el sol en un
día de verano en un país tropical, lejos de la humedad profunda que
podía sentirse en Londres. Mis viejos recuerdos se acumulaban en
algún rincón de mi alma, aunque no puedo apostar cuanto de mí
queda actualmente, y explotan como bombas de relojería que me hacen
soñar con el pasado, sea desagradable o de vibrantes colores. Sin
embargo, la vida mortal ha quedado atrás para mí y cualquier
sentimiento o sensación se intensifica con notoriedad.
Mis primeros recuerdos como inmortal se
sitúan en un mundo que conocí cuando era joven, alocado y
posiblemente con el corazón lleno de esperanzas. Sí, he dicho
mundo. Brasil no se puede considerar tan sólo un país dentro de un
continente. Para mí es un mundo intenso de sabores, aromas y color.
La primera vez que estuve allí sentía que debía aprender sobre
cualquier cosa, por insignificante y estúpida que pudiese parecer.
Cuando era tan sólo un niño tuve que
superar ciertos miedos y comprender que algunas cosas tan sólo
podría verlas yo, así como otros que tuviesen otorgados semejantes
dones. Aún así, ni siquiera cuando era un muchacho rebelde que
fumaba con ansiedad cigarrillos para taimarse, reconozco que a pesar
de todo esa punzada de miedo ante lo desconocido jamás se ha ido.
Siempre me ha resultado una sensación atractiva y con el paso de los
años, o mejor dicho las décadas, se ha convertido en una poderosa
droga. Esos miedos no son otra cosa que mis poderes sobrenaturales.
Detesto la palabra brujo o hechicero y prefiero la palabra potentado.
Soy un potentado, un prodigio de la naturaleza, como lo son muchas
personas en este mundo que intentan evitar por completo la verdad. No
obstante para mí la verdad es demasiado poderosa y me atrae como si
tuviera un imán.
Viajé a Brasil después de formar
parte de los novicios de la Orden de la cual fui director. Talamasca
era sin duda un mundo emocionante, concentrado entre los paredes de
la biblioteca y que se expandía, como si fueran raíces de un árbol
centenario, hacia los distintos destinos a los cuales teníamos que
viajar. Decidí que Brasil sería el mejor lugar para mejorar mis
conocimientos y hundirme en una nueva fe.
Cierta noche, leyendo en la biblioteca,
encontré libros sobre los rituales afrobrasileños y decidí que
debía rogar que me dejasen investigar, comprender, aceptar y usar
estos en beneficio de la orden. Quería conocer que encerraban las
diversas palabras que llenaban aquellos gruesos tomos. Aceptaron que
viajara aunque me pidieron informes semanales.
Aprendí a ser un sacerdote del
Candomblé y dominé su poder siendo un hombre distinto. La Orden me
observaba como un joven sumergido en sus estudios y también llenos
de deseos. Era el único que aceptaba ir a las selvas para indagar
sobre tribus perdidas, sumergirme en viejos templos o simplemente
marchaba para capturar algún espécimen nuevo. Según sé algunos me
veían como un hombre mitad erudito mitad salvaje, pero eran muchos
los novicios que determinaron que debían aprender con la experiencia
y no sólo con lo que un libro podía contarte. Aunque yo mismo he
escrito algún que otro libro sobre mis memorias, los cuales están
celosamente guardados en una de las bibliotecas que posee la sede de
Londres.
Así que cuando viajé a Brasil, junto
a Lestat y Louis, sentí que mi corazón daba un vuelco. Observar y
sentir sus calles con su ritmo habitual y el colorido que lo envolvía
todo, pues estaban en Carnaval, quise llorar. Deseé llorar. Jamás
habría pensado que podría volver a Brasil y menos como lo hice en
aquellos momentos. La inmortalidad me tentaba, pero era ya un anciano
y deseaba que mi alma al fin descansara. Por ello, ir a Brasil y
observar la noche con mis nuevos ojos y fuerzas fue demasiado intenso
para mí.
La primera noche permanecimos los tres
juntos contemplando los desfiles desde el balcón del hotel. Sin
embargo, la segunda noche Louis desapareció alegando que necesitaba
cazar en soledad. Él ansiaba quedar a solas contra el mundo,
observar la despampanante ciudad que se abría a nosotros con sus
intensos misterios y finalmente sentir el calor sofocante en medio de
la ingente masa que se movía intentando divertirse hasta el
cansancio. Lestat, por el contrario, no deseaba estar solo y quería
que lo llevase a recorrer viejos lugares en los cuales el mundo
parecía someterse a los encantos de la magia y el poder. Con
respecto a mí no sabía que deseaba.
—¿En qué piensas?—preguntó
rompiendo el silencio que existía entre ambos desde hacía varios
minutos.
Lestat había decidido arrasar algunas
tiendas la noche anterior. La ropa colorista y vistosa de Brasil
había ido a caer en sus manos. Sin embargo, tan sólo llevaba unos
pantalones de vestir de lino blanco, un cinturón de cuero negro con
gran hebilla plateada y un colgante de oro blanco en forma de cruz.
Eran algunas cosas que él había comprado y que pese a su precio
para él eran meras “chucherías”. Su pelo caía alborotado sobre
sus hombros desnudos mientras intentaba decidirse entre las camisas
de diversos tonos que tenía frente a él. Y aún le faltaba elegir
los zapatos, lo cual tardaría al menos una media hora más.
Habíamos viajado sin maletas y en
vuelo nocturno. Resultó algo complejo, pero finalmente lo logramos.
La habitación del hotel era agradable y él había pedido flores a
varias floristerías de la ciudad. Buscaba el aroma peculiar de New
Orleans inclusive en un mundo distinto. Aquellas blancas habitaciones
de elegantes, pero sencillos, muebles le molestaba. Él era ostentoso
y decidió cubrir esa ostentación en lo recargado con múltiples
jarrones y macetas.
Él posiblemente estaba meditando sobre
cualquier cosa superficial, banal y estúpida. Pero yo no podía
abandonar mis viejos recuerdos y mis nuevas reflexiones. Me
encontraba apoyado en la barandilla de aquel enorme balcón, mirando
el discurrir del tráfico y la diversión que penetraba hasta la
estancia. Llevaba una camisa blanca abierta y remangada hasta los
codos, unos pantalones tejanos y los pies desnudos.
—David—susurró dejando a un lado
la ropa y el espejo que tanto amaba.
Escuché sus pasos por las baldosas
negras de la habitación, un suelo que parecía un espejo a pesar de
ser de un color tan oscuro como el ébano, y se aproximó a mí
rodeándome con sus brazos por debajo de mis axilas. Pude sentir sus
rizos acariciar mis hombros y como su torso se pegaba al mío. Su
piel era más suave aunque con el ligero tono tostado de la mía.
Era la primera vez que me abrazaba de
esa forma desde que ambos éramos iguales. Mi cuerpo era joven y
había sufrido un brusco cambio. Ya no era tan frágil como el
cascarón de un huevo, sino un ser poderoso con una nueva visión de
su entorno. Sin duda había vuelto el David cazador, el David
depredador, el aventurero y el ser cuyas vivencias le abocaban a un
destino desconcertante.
—¿Por qué no me hablas?—preguntó
deslizando sus manos por mi torso hasta mi vientre. Pude notar como
acariciaba cada uno de mis músculos intentando calmar su
preocupación, así como su terrible curiosidad, mientras apoyaba su
frente contra mi espalda.
—¿Por qué?—dije mirando hacia el
dibujo difuso de la ciudad, lleno de luz y color, con la luna llena
al fondo.
—Porque te amo. Porque no pude
evitarlo. Porque soy caprichoso. Porque el mundo es terrible si tú
no estás. Porque he aprendido a conservar tus silencios y tus pausas
al hablar, creando una cadencia maravillosa y con un acento inglés
sumamente cautivador. Porque al ver que podía perder quise ganar.
Porque no soy más que un idiota incapaz de contenerme. Por muchas
razones y por ninguna—dijo lo último en un murmullo e hizo una
breve pausa—. Puedes elegir la que más te guste, David—mi mano
derecha acarició las suyas mientras deseaba apartarlo, golpearlo,
huir de allí y perderme en las selvas igual que había hecho su
madre y que posiblemente seguía haciendo en aquellos momentos.
—¿Y cuál es la más
sincera?—aquella confusión era todo y nada.
—Todas lo son—respondió
apartándose para quedar a mi derecha observando la luna con una
sonrisa ciertamente canalla, aunque elegante y hermosa.
—¿Cómo puedes decir que me
amas?—intenté preguntar sin perder la calma, pero realmente estaba
a punto de caer en la locura—. Me has transformado a la fuerza.
—Lo hice por amor—reprochó
frunciendo el ceño mientras giraba su rostro hacia mí.
—Amor egoísta—dije sin reprimir un
tono cargado de disgusto.
—No sé amar de otra forma—se
encogió de hombros y me tomó de la mano tirando de mí para quedar
pegado a él, frente a frente, mientras pasaba sus brazos sobre mis
hombros y me miraba con aquellos ojos con tonalidades azules y
violetas. Tenía una mirada hermosa, diferente y sugestiva—. No
pidas que te ame distinto porque es imposible—se colocó de
puntillas y besó mi boca con aquellos labios húmedos y grandes—.
Te amo. No dudes que te amo.
Cuando noté su lengua no dudé en
abrazarlo contra mí. Había deseado a Lestat desde la primera vez
que lo vi con aquellas curiosas ropas de rockero, el pelo suelto y la
mirada intensa. Todos en la Orden sabíamos que había un vampiro
narrando su vida, que era él y era cierto. Las memorias de Louis,
las cuales tenía en varios idiomas, eran tan reales como ellos dos.
Besaba con deseo y él lo hacía con furia. Posiblemente, quería
dejar claro que me amaba y deseaba que permaneciera a su lado sin
reproches ni palabras crueles.
Mis manos acariciaron sus cabellos,
atreviéndome por primera vez a tocarlos y sentir que realmente eran
sedosos. Siempre imaginé que serían suaves, pero jamás tan
agradables. Era como tocar hilos de oro o los propios rayos del sol.
Sus brazos me apretaban más contra él y yo me inclinaba para poder
romper la barrera de la estatura. Mis manos se pegaron a sus nalgas,
las cuales apreté con fuerza mientras notaba como ambos íbamos
sintiendo una terrible excitación.
—David, vayamos dentro—su voz se
escuchó con un acento francés cautivador. Sabía que lo hacía para
seducirme aunque no me importaba en lo más mínimo. Me dejaría
guiar, amar y seducir hasta que él quisiera.
Lestat me recordaba por momentos a
Andrew. Aquella belleza y fortaleza, sus ojos claros y cejas rubias
perfectas. Quizás eso fue lo que más me atraía de él. Pensé en
mi viejo amante, mucho más joven que yo, y que murió acompañado
por Yuri Stefano, quien se convirtió en un hombre apasionado y de
suma inteligencia. Sentí una oleada de dolor que se disipó de
golpe. La mano izquierda de Lestat demostró ser tan rebelde como él
mismo. Rápidamente sentí como acariciaba allí mismo mi
entrepierna.
—Lestat—miré hacia los restantes
balcones colmados de personas de todo tipo y sentí pudor.
—Hay algo que debes saber—sus
labios tenían una sonrisa atractiva que me atormentaba con unos
deseos terribles—. Eres inmortal y lo que piensen sobre ti tiene
escasa relevancia si no compromete a tu vida.
—Lestat estamos rodeados de
ojos—intenté apartar su mano, pero cuando apretó suavemente me
hizo jadear. Cualquier pensamiento racional murió tan rápido como
vino.
—Tierra de sexo y diversión,
David—se pegó a mí mordisqueando mi cuello y mi oreja derecha.
Una sensación eléctrica me hizo temblar.
—Y misterios—mi voz sonó quebrada
mientras él reía como un maldito diablo.
La mano de Lestat dejó de apretar y se
movió en círculos perfectos, para luego ir hacia el cinturón y
ayudarse con la otra para abrirlo. Di entonces un par de pasos hacia
atrás y me apoyé con ambas manos a la barandilla de espaldas a
ésta. Jadeé al notar su habilidad para abrirme el pantalón y meter
su mano dentro de los calzoncillos. Pude sentir sus dedos acariciar
el vello público rizado y negro que tenía, como bajaba hacia la
base y lentamente tocaba cada porción de mi miembro. Me endurecía
por segundos mientras su boca seguía dejándome besos en el cuello,
bajando hasta mis clavículas y buscando mi torso.
Debido al calor que allí hacía, un
calor sofocante, ni siquiera me había abrochado la camisa cuando me
aproximé al balcón para recordar el ambiente festivo de las calles.
Él aprovechó eso de forma que su boca viajaba por mi torso, mordía
mis pezones y lamía mis músculos, mientras yo tan sólo intentaba
no romper la barandilla al apretarla entre mis dedos.
El ritmo y movimiento de muñeca de
Lestat era demoledor. Podía escuchar la samba estallar con sus
diversos tambores, el sonido de los pies al ritmo y el griterío
intenso. Los aplausos y las bromas de los balcones colindantes
también eran audibles. Era demasiado. Sentía que estaba justo en
mitad del carnaval dejándome masturbar por un íncubo.
Busqué su boca para besarlo tomándolo
del rostro y atraiéndolo hacia mí. Mis dedos acariciaban sus
pómulos marcados, la comisura de su boca y su mentón algo picudo.
Era el rostro de un ángel al servicio de los infiernos más
lujuriosos que jamás había podido saborear. Notaba como mis
defensas se bajaban al mismo ritmo que mis piernas se abrían y mis
caderas se movían. Parecía bailar aquel frenético baile pero
realmente sólo me estaba dejando masturbar por él, el príncipe
malcriado.
—Lestat, Lestat...
Cerré los ojos en un momento en el
cual ya no pude soportarlo más. Mi rostro estaba perlado de sudor,
mis nuevos cabellos oscuros caían alborotados sobre la frente y mis
manos se resbalaban. No quería aferrarme fuerte porque sabía que
doblaría aquel hierro y nos precipitaríamos ambos sobre el público
de la gran avenida.
—Hazlo David—dijo en un gruñido—.
¡Hazlo, demonios!
Eyaculé manchando su mano y mi ropa
interior. El gemido sonó como un suave gruñido de algún animal.
Mis piernas temblaron y quise caer de bruces. Era mi primera vez en
tantos años y la primera vez con aquel cuerpo. Me sentí vulnerable
y Lestat lo sabía.
—Vamos dentro, David—murmuró
exprimiendo mi miembro antes de sacar la mano y llevarla mis
labios—. Dentro te demostraré cuanto placer te tengo reservado.
No recuerdo como logré desplazarme
hacia la habitación. Los tres habíamos decidido compartir un
apartamento en uno de los hoteles de lujo, muy cerca del recorrido de
las carrozas y donde nos atendían como reyes. Tenía dos
habitaciones: una con una cama mediana y otra enorme donde podíamos
dormir perfectamente los tres. El balcón era de la habitación de la
cama de mayor tamaño que estaba destinada para Louis y él; pero
allí estábamos ambos dirigiéndonos a tener sexo en ella.
Me dejé recostar en la cama mientras
él caía sobre mí. Sus besos eran intensos y cargados de sangre. Él
me ofrecía de nuevo ese sabor tan único que él poseía, pues
ninguna víctima humana me había ofrecido sabor similar ni recuerdos
tan profundos. Reaccioné cuando rozó su entrepierna, aún cubierta
por la tela del pantalón, contra la mía. Rápidamente ambos
empezamos a desnudarnos dejando la ropa regada por la habitación.
Ambos teníamos una lucha a muerte con nuestros pantalones, pero una
vez finalizada pude notar sus intenciones. Abrió mis piernas e
intentó hundirse dentro de mí, sin embargo me opuse.
—No, así no—dije sofocado mientras
él intentaba doblegarme—. No.
Por unos largos segundos se quedó
mirándome y después se quedó de rodillas. Con cuidado me incorporé
acariciando su rostro, mordiendo sus labios y ayudándolo a tumbarse
en la cama. Rápidamente me senté sobre su pelvis y con cuidado
introduje su miembro, el cual estaba completamente erecto, dentro de
mí.
Sus manos se colocaron sobre mi torso
oprimiendo mis pectorales. Sentí sus uñas clavarse, sus palmas
apoyarse y como un delicioso calambre me recorría toda la columna.
Al tenerlo dentro de mí recordé cuantas veces me había provocado y
no había caído. Mi mundo se desmoronaba lentamente y finalmente se
abría paso la noche. La confusión, el erotismo y el placer ya me
habían hecho naufragar dentro del deseo y sin conflicto moral
alguno.
Miré a Lestat, allí tumbado bajo mi
cuerpo y sintiendo el movimiento hipnótico de mis caderas, como si
fuera una de mis víctimas. Sin embargo, la belleza que desprendía
provocó que cerrara los ojos para retenerla. Quería retener su
expresión de placer. Aquellos labios suavemente abiertos emitiendo
suaves gemidos y palabras sueltas en francés, sus pómulos algo
sonrosados y sus ojos intensos clavándose en mí. Necesitaba cumplir
aquella fantasía del modo que siempre lo había imaginado. No
permitiría a Lestat doblegarme a pesar que era mucho más fuerte que
yo.
En un principio el ritmo fue suave,
pero acabó creciendo. Cada vez fue más intenso, más necesitado,
más desesperado y ardiente. Mis gemidos se convirtieron en parte de
las canciones que podían escucharse de fondo y mis movimientos
parecían unirse a la samba. Bailaba sobre él, le hacía sentir mi
peso y él deslizaba sus manos hasta mis caderas para ayudarme a
moverme con mayor libertad. Sentí un par de nalgadas, como me
apretaba el trasero y por supuesto la forma de guiarme para que fuera
todo perfecto. Encontré rápidamente aquel punto en el cual podía
alcanzar las estrellas con la punta de los dedos, si eso fuese
posible.
Llegué a mi segundo orgasmo antes que
él lo hiciera. Creo que estaba nervioso y desesperado porque jamás
había imaginado que cedería de aquella. Me había rendido a los
infiernos que él me ofrecía encarecidamente. Sin embargo, él no lo
hizo aunque estaba a punto de hacerlo. Por ende seguí moviéndome
apretando toda su extensión en mi interior, pero cuando sentí que
llegaba me apartó y arrojó al suelo. Sin previo aviso me introdujo
su glande entre los labios y me agarró la cabeza, para luego de una
estocada entrar en mi boca y acabar.
Descubrí entonces que amaba a Lestat y
no podía seguir molesto con él. Ni siquiera era capaz de golpearlo
por todo lo que había hecho. Guardé silencio algunos minutos en
aquel suelo negro, tan negro como mi incierto futuro, y medité.
Louis no debía saber que había ocurrido y por lo tanto me incorporé
para darme una ducha. Lestat ya estaba disfrutando de una, alejando
el olor a sexo de su cuerpo, y en ese momento supe que por mucho que
me amara a mí jamás lo haría de la misma forma que a Louis.
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