El misterio del templo es un pequeño escrito protagonizado por David, por lo cual es una de sus memorias.
Lestat de Lioncourt
La lluvia caía por doquier y a penas
veía más allá de mis narices. Mis piernas estaban cansadas y el
sol había estado pegando durante horas en la mañana hasta que las
nubes, oscuras y terribles, se aproximaron densificándose y
descargando toda su furia. La maleza era cada vez más tupida, el
sonido de las gotas golpeando nuestro equipaje, el riachuelo cercano
y los charcos era mágico. Necesitábamos proveernos de algunas
frutas de árboles que conocía bien y montar el campamento, pero aún
no era el momento porque podía ser peligroso el lugar que estábamos
pisando.
—Señor Talbot el lugar elegido para
el campamento está a dos horas de camino—explicó uno de los guías
que me seguía con varios rifles y algo de munición en varios sacos.
—¿Qué quiere decirme con
eso?—pregunté sin tan siquiera mirarle.
—Que deberíamos descansar—dijo con
dificultad intentando que no se le cayera el equipaje debido a lo
impracticable del camino—. Cerca de aquí hay una gruta.
—El río viene crecido y por lo tanto
peligroso. Seguiremos caminando—dije acomodándome la mochila
mientras observaba el cielo. No podíamos detenernos. No era el
momento.
—Mi compañero tiene razón, señor
Talbot—explicó el segundo de mis guías, el cual estaba a varios
pasos por delante de nosotros con otro rifle y una pesada maleta.
—Soy yo quien os paga así que no
quiero discusiones.
Ambos se miraron y se encogieron de
hombros. Sabía el motivo por el cual no querían moverse por aquel
lugar. Allí había malas vibraciones, como ellos decían, y temían
que algo nos atacara. Algo invisible, poderoso y cruel. Desde el
inicio me hicieron pagar el doble que lo acostumbrado para ese tipo
de distancias e incursiones, pero no me importó. Ellos habían
cobrado ya la mitad y la mitad tendrían a mi regreso sano y salvo.
Había dejado constancia en la orden que estaría fuera al menos diez
días en busca de unas ruinas.
La lluvia se convirtió en tormenta y
la tormenta empezó a agitar los árboles violentamente. Mis botas se
hundían en la tierra que ya no absorbía más agua, a penas podíamos
ver más de unos pasos y entonces ese ruido. Un ruido tremendo y
ensordecedor como el rugido de un animal herido, pero mucho peor y
más prolongado. Mis guías echaron a correr hacia el lado contrario
y gritaban que habíamos ofendido al dios de aquel lugar.
—¡Vuelvan aquí!—grité sumamente
molesto antes de percatarme que habíamos llegado.
No faltaban dos horas sino un par de
minutos. Era el miedo lo que les había hecho mentirme. Ante mí
había unas pequeñas piedras que poseían inscripciones casi
borrosas. A lo lejos, como a cien metros, un templo y del templo
surgía aquel sonido extraño.
—¡Venga usted con nosotros!—escuché
cuando ya estaban lo suficientemente lejos—¡Morirá!
No dejé que nada ni nadie me dijera
jamás que tenía que hacer. Tenía treinta años y un cuerpo
robusto. No me achantaría por un misterio. La orden me tenía en
alta estima y me sentía cualificado para aceptar cualquier reto.
—¡Nos volvemos al otro campamento
con los demás!—había otro guía, el cual nos esperaba en el
centro de un pequeño valle a unos diez kilómetros—¡Estaremos
esperándole dos días por si sobrevive!
Casi no podía andar, pero me impulsé
y corrí hacia dentro dejando la mochila atrás. Sólo llevé mi
rifle y las municiones junto con una linterna. A penas podía ver
bien debido a la densa oscuridad, pero pude apreciar un par de
esculturas dentro del templo. Había pequeñas lámparas que no se
habían encendido en siglos y todo estaba muy sucio. Sin embargo lo
más espeluznante era la fila de esqueletos que allí se hallaban
amontonados algunos, en posiciones terribles, con las cabezas
desprendidas de lo que era ya prácticamente huesos. Unos llevaban
ropa más modernas y otros ni siquiera tenían ya tela alguna que
hubiese sobrevivido en tan húmedo y lúgubre templo.
No reconocí las esculturas. Recuerdo
haberme quedado allí parado iluminándolas durante más de cinco
minutos. Sentía el aire denso. Podía sentir las almas a mi
alrededor. Sí, podía incluso escuchar sus gritos de terror. Todas y
cada una danzaban rogándome auxilio y hablándome del terrible mal
que allí nos rodeaba en la oscuridad. Sin embargo no veía nada. No
podía apreciar nada. Entonces, como si hubiese venido a mi petición,
unos terribles ojos rojos aparecieron por detrás de aquellas
esculturas gritando de aquel modo.
Con decisión quise saber que era,
aunque muriera, y lo iluminé. Era un ser dantesco. Juro que jamás
he visto algo tan horrible. Tenía piel escamosa, el rostro era como
el de un gorila pero tenía un morro similar al de un caimán y esa
lengua que sacaba no era otra cosa que símbolo de ser un lagarto.
Caminé un par de pasos hacia atrás notando como una de las
calaveras crujía bajo mi peso y entonces eché a correr.
Aquella cosa se movió buscándome o
buscando mi linterna. Corrí sintiendo su aliento cerca y cuando
logré llegar al punto donde fui abandonado surgió. ¿Qué hice?
Disparé. Era su vida o la mía. Aquel ser cayó herido,
desangrándose bajo la lluvia. Decidí que debía volver al
campamento y traerlos para poder llevarme al animal, o al menos
restos de este para analizarlo, pero cuando logré llegar al
campamento nadie me creyó y menos cuando regresamos y de aquel
animal ya no quedaba nada, ni siquiera sus huellas.
Hace décadas de aquel encuentro y aún
me perturba. Tenía algo de pelo, garras, una lengua similar a una
serpiente y un cuerpo parecido a un gorila pero con el rostro de un
enorme caimán. No sé que era y quiero averiguarlo. Mis colegas de
la orden sí me creyeron, pero sin más datos no he podido hacer
nada.
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