Mardi Gras, comienzo del pecado... es la tercera parte que ustedes esperaban. ¡Al fin se desvela todo! Ahora sabrán porque las cosas son como son en estos momentos.
Lestat de Lioncourt
Londres siempre había
sido un refugio para mí. Gran Bretaña era mi país natal y Londres
la ciudad donde se desarrolló gran parte de mi vida. Los viejos
barrios, sus peculiares trazados perfectos, la belleza nocturna que
en ocasiones se envuelve en una suave llovizna y neblina, son parte
de mi alma y por lo tanto me encuentro allí como si fuera parte del
paisaje urbano y cosmopolita.
Cuando llegué a los,
afortunados y canosos, sesenta años decidí que sería mi casa y que
sólo la abandonaría por algún misterio. Sabía que era dejar atrás
una forma de vida basada en numerosos viajes, los cuales francamente
me dejaron sabores amargos en más de una ocasión, y que quizás me
perdería encuentros emocionantes. No obstante no pude cumplir mi
capricho y cuando debía cumplir ochenta años, que es una cifra
increíblemente alta, me encontraba con el cuerpo de un joven al que
aún me costaba aceptar como mi reflejo.
La ciudad presentaba un
aspecto impecable, aunque sentía que ya no era mi refugio. Sin
embargo mi regreso me llenó de esperanza. Quería aprender
nuevamente que era la soledad. Había estado conviviendo con
vampiros, brujas y espectros. En aquel momento iniciaba un
peregrinaje liberador. Durante diez años viví en varios barrios de
Londres y visité algunos países en cortas estancias. Mantuve cierta
distancia de mis viejos amigos y aún más de Talamasca. Creo que
deseaba romper cualquier cadena con el pasado.
Aaron, Merrick y otros
tantos ya no estaban ni volverían a estar. El futuro era incierto y
me molestaba pensar que no conseguiría siquiera una pizca de la
felicidad que tuve. Porque realmente fui feliz dedicando en cuerpo y
alma a los misterios que rodeaban mi vida. Encontraba placer
inclusive al archivar un viejo caso; pues cuando abría mis viejos
documentos y observaba mis pensamientos plasmados allí, de forma
pulcra y con una caligrafía detallada, me sentía realizado.
Durante unos diez años
estuve alejado de mis viejos compañeros. En ocasiones ellos
intentaban ponerse en contacto conmigo, pero yo había decidido
alejarme. Había tomado mi decisión y merecía que fuese respetada.
Sin embargo una noche todo cambiaría. Llegó una carta lacrada a mi
pequeño apartamento en el barrio londinense de Merton.
Al tomar la carta entre
mis manos, y pasar mis dedos por el rugoso papel y lacre, supe su
contenido podría hacer que meditara el estar lejos de New Orleans y
los vampiros que había dejado allí aguardando mi regreso. Lestat
era terriblemente obstinado y sabía que debía ser obra suya. Por lo
tanto me acomodé en el sillón frente a la chimenea encendida, abrí
el sobre y leí la elegante letra de mi viejo amigo desbordarse en el
papel.
“Querido David:
Me gustaría que vinieras
a la fiesta de Carnaval. He decidido abrir mi vivienda a numerosos
mortales, aunque desconozco si sabías de ello o no, y en esta
ocasión he decidido dedicarme por completo a una fiesta que me trae
agradables recuerdos.
¡David es Carnaval!
¡Carnaval en New Orleans! No puedes faltar a una cita así. Hace
algunos años Louis, tú y yo disfrutamos de unas maravillosas noches
en Río y deseo que se repita. Por favor, quizás logramos que él
deje de estar tan perturbado. He intentado por activa y por pasiva
ayudarlo, pero es imposible. Incluso dejé de ver a mi hermosa
Rowan... te juro que no sé de ella desde hace años.
Por favor te lo ruego
David. Sé que has tomado tu decisión y no quieres hacerlo, pero soy
tu amigo y te necesito.
Con amor y respeto,
Lestat de Lioncourt”
La dirección estaba en
una pequeña tarjeta que poseía las formas de máscara de carnaval.
En ella estaba el nombre de la vivienda “Maison Savage Garden”
cerca de la zona de los pantanos, donde se hallaba la vivienda de
Tarquin Blackwood.
La propiedad Blackwood
Farm la conocía por los comentarios y detalles que había dado
Tarquin en su biografía, así como las diversas descripciones que
acapararon el último libro de Lestat. Durante algunos años sólo
hubo silencio por su parte. Muchos portales pensaron que realmente se
había destruido tras el amor apasionado que tuvo por Rowan. Sin
embargo él estaba vivo y había decidido tener una nueva vivienda,
mucho más amplia que las anteriores, para llenarla de mortales.
Aquello era una locura.
Tiré la carta a las
llamas de la chimenea y observé como se consumía. Recordé con lujo
de detalles la última noche en aquella ciudad, la cual tenía tantos
misterios como habitantes en sus calles, y un escalofrío recorrió
mi columna vertebral sintiendo una especie de escalofrío. La
invitación permanecía en mis manos como si fuera un oscuro
presagio.
—Si regresas quedarás
atrapado nuevamente en aquel lugar—me dije deseando llorar.
El cuerpo de Merrick
consumido en el fuego. Su hermoso rostro convertido en un deforme
amasijo de carne y huesos. Sus ojos verdes sin vida, perdidos para
siempre en el cielo nocturno, mientras Lestat rezaba por su alma.
Podía ver a la perfección aquel horrible cementerio de almas
podridas, huesos ya limpios de su carne y lápidas sin inscripción
alguna, a espalda de ambos.
Oak Heaven se encontraba
a varios kilómetros de Blackwood Farm y Maison Savage Garden. La
quietud de su jardín, los vetustos árboles danzando suavemente con
la apacible vista, y el crujir de la madera bajo los pies desnudos de
Merrick. Aquella bruja me había robado la calma y arrancado por
completo mi corazón. Quedé seducido ante su limpia mirada cargada
de miedos y preguntas. Desde el primer momento quise besar sus
tiernos labios y arrancar de su vida el dolor. Era un hombre adulto y
ella prácticamente una niña.
Me moví por la
habitación buscando mi cubo metálico, me acerqué a la chimenea y
saqué los troncos más gruesos para los restantes dejarlos
separados. Pronto quedó consumido y por lo tanto extinto. Mis ojos
no se apartaban de las cenizas mientras recordaba cada frase de
aquella carta.
—Debo afrontar mis
propios demonios—me dije apartándome para marcharme a descansar.
Tardé en llegar una
semana. Podía haber pedido que llevasen mi documentación gracias a
un servicio de mensajería privada, pero teniendo en cuenta que era
suelo de la Talamasca dudaba sobre la confidencialidad y la seguridad
que estos me pudiesen aportar. Conocía bien sus métodos porque
había sido parte de la organización y uno de sus máximos
dirigentes. Los Ancianos no escatimarían medidas y yo por mi parte
impondría las mías. Si querían aproximarse a mí sería bajo mis
reglas.
Las últimas horas antes
de llegar a la impresionante propiedad de Lestat, la cual se hallaba
prácticamente a las afueras, las usé para saciar mi apetito. Sabía
que estaría rodeado de numerosos mortales y era necesario poder
contener mis instintos. Aún era demasiado joven para contener mis
deseos y rogaba no caer en la tentación.
Las calles de la ciudad
se antojaban agradables, extremadamente festivas, y llenas de
bisutería. El Martes de Carnaval se había extendido como una
llamarada contagiosa de felicidad y orgullo. Muchos árboles se
encontraron cubiertos de las cuentas de plástico importadas de
países asiáticos, todas muy coloridas y de distintos tamaños. El
suelo tenía una lámina de confeti y envoltorios que tardarían días
en recoger, las risas se hacían estridentes y la música era cada
vez más alegre.
Mi traje era demasiado
sobrio para aquella explosión de color, pero la noche me ocultaba a
la perfección dándome un aspecto elegante y distinguido. La camisa
de algodón blanca, la larga bufanda gris entorno a mi cuello, mis
zapatos de cuero italianos, traje negro de corte clásico como la
corbata y un sombrero. Caminaba por las aceras como cualquier turista
inquieto. Sin embargo no buscaba la diversión sino una víctima que
mereciese la pena.
Encontré a un grupo de
mujeres muy atractivas y terminé arrancándole la vida a dos de
ellas. Eran hermosas pero su belleza era pura maldad. Su alma estaba
contaminada con una serie de robos con asesinatos y vandalismo. Jamás
mataba a un inocente o un condenado que pudiera reformarse. Sin
embargo ellas eran un trofeo para mí.
Tomé un taxi en la Calle
Amelia, donde se encontraba una de las mansiones que pertenecían a
los Mayfair, observé los viejos bares abiertos aún y las cafeterías
ofreciendo café a pesar de la hora. Había hoteles nuevos que nunca
había visto y los antiguos negocios de tabaco, juegos de azar o
simplemente las tiendas de ropa que anunciaban la nueva temporada de
moda. Letreros de neón, carteles llamativos y cierta soledad
embriagando los minutos en aquel pequeño vehículo.
Al llegar a la dirección
de la tarjeta pagué en efectivo, dejé que el taxi se fuera
perdiéndose en la distancia y observé el tumulto que alborotaba
cada centímetro de la propiedad. La verja estaba abierta y el camino
daba a una enorme fuente, la cual representaba el nacimiento de
Venus, y al fondo había una vivienda de mármol con unas columnas
escandalosamente perfectas. Era una mansión gigantesca, pero aún
era mayor el territorio que ocupaba el jardín. Había numerosas
hileras de árboles de todo tipo, plantas que florecían en invierno
y arbustos que surgían de entre el césped bien cuidado. Mojo se
encontraba correteando de un lugar a otro, pero supe que no podía
ser el mismo perro. Aún así el animal era idéntico y parecía
gozar de buena salud.
—¡David!—escuché su
escandalosa voz aproximarse hasta mí.
Vestía como aquel joven
rebelde que siempre sería. Descubrí en él un aspecto mucho más
relajado que cuando me marché, aunque pude ver en sus ojos que no
era feliz. Carecía de ese brillo que una vez me entusiasmó e
incluso enamoró.
—Buenas noches amigo
mío—dije aceptando que él me estrechara contra su cuerpo y se
echara a reír—. ¿Cómo has estado?
—¡Demonios! ¡Creí
que no vendrías!—se apartó de mí tomándome de los brazos,
mirándome de arriba hacia abajo y riendo con grandes carcajadas.
—He venido porque creo
que ya era tiempo de regresar, instalarme nuevamente aquí si tienes
un lugar para mí y quedarme algunos años. No sé si volveré a
Londres o viajaré a Brasil, pero de momento quiero estar
aquí—respondí tomándolo del rostro para verlo bien.
Esos ojos estaban
hundidos en cierta melancolía que intentaba ocultar. Quizás el no
ver a Rowan lo había arrastrado a la melancolía pese a su espíritu
de superación. La sensibilidad que poseía era semejante a su
estupidez e ingenio.
Sin duda alguna él se
percató de mi observación y apartó mis manos, las tomó entre las
suyas y las apretó con cariño. Apreciaba que él estuviera
esperándome, pues había regresado por él y por Louis. La presencia
de nuestro compañero, el amante eterno de Lestat, se sentía dentro
de la vivienda. No obstante no era el único vampiro que allí se
encontraba. Había una reunión impresionante de compañeros y
hermanos. También sentí una presencia peculiar, la cual me hizo dar
un paso hacia atrás y mirar a Lestat fijamente a los ojos.
—¿Percibes esa
alteración en el ambiente?—pregunté en un murmullo apartándolo
para caminar hacia la vivienda. Dentro podía sentirse con mayor
facilidad aquel ser danzando entre los que allí se hallaban.
Por un momento sopesé la
posibilidad que fuese Julien. Había tenido algunos encuentros con el
fantasma tras el regreso de Lestat, pero no era él. Era alguien
distinto. El odio que emanaba era poderoso y concentrado por el paso
de los siglos. Parecía querer destrozar todo cuando podía y el
murmullo de un violín que no podía ser tocado por un humano, pues
era imposible, me alertó.
Lestat jamás me había
hablado de un fantasma que le rondara que pudiera tener ese talento,
pues se hacía oír en ocasiones por encima de las risas y la
estruendosa música que había contratado. Los muros se desgarraban
con su rabia y miseria. Sentí que el peligro se hallaba entre los
ladrillos, columnas y hermosa decoración que allí se hallaba.
—¿Qué?—dijo
ensanchando su sonrisa.
—Tu vivienda tiene un
espectro—susurré inclinándome hacia él cuando se aproximó a mí.
Iba vestido con unos
tejanos desgastados, con cadenas y tachuelas. La chaqueta de cuero la
conocía bien, pues era la misma que usaba cuando viajaba en su vieja
motocicleta, y las gafas violetas que coronaban su rubia melena
leonina le daban un aspecto alocado. Realmente parecía un
adolescente enfervorecido gastando el dinero que le ofrecían sus
padres y destrozando el jardín.
—¡Tonterías!—exclamó—.
Me llevó diez años construirla. No ha vivido nadie allí salvo mis
huéspedes y yo.
Se colocó tras mi
espalda y me tomó de los hombros para que contemplara de cerca la
vivienda. Nos hallábamos cerca de la fuente, el murmullo de ésta
era agradable, y podía ver como algunos jóvenes salían al jardín
para respirar aire fresco y encender unos cigarrillos. Dentro la
fiesta continuaba entre máscaras, disfraces y brindis. La música
era de una banda de la ciudad y por supuesto tocaban rock.
—Deseo presentarte a
Mona—susurró en mi oído antes de tirar de mí y hacerme entrar en
la vivienda.
Allí el lujo era aún
más evidente. La mansión había sido construida como una replica a
las viviendas de First Street, las cuales tenían más de doscientos
años, y poseía unas molduras en el techo que eran exquisitas, los
marcos de las puertas y las puertas mismas eran de madera noble. El
suelo, el cual estaba recién pulido, era de mármol. La escalera
subía en forma de caracol hacia las diversas plantas. Quedé
fascinado. Realmente fueron diez años bien invertidos.
Los muebles eran
renacentistas y poseían un claro toque vanguardista. Las pinturas
que embellecían los muros eran coloristas y llenas de vida. Lestat
era un gran desconocedor del arte, pero sin duda alguna poseía un
gusto inigualable. Algunos eran reproducciones tan precisas, hasta
llegar a causar cierto terror, que podía asegurar que provenían del
pincel de Marius.
La casa estallaba en
color y aromas. Agradecí haber tomado sangre, pues los jóvenes
mortales correteaban, bailaban o conversaban sin temor o pudor
alguno. Entre ellos se encontraban los monstruos que tanto admiraban.
Pude reconocer a Marius sentado en un diván observando una revista
sobre las nuevas tendencias artísticas y Armand estaba a su lado con
el rostro perdido en la nada, posiblemente meditando sobre el
despilfarro absurdo que estaba observando.
Lestat me tomó por el
brazo, muy cerca del codo, y me condujo al centro de un gran salón.
Allí la actuación tenía lugar con temas que provocaban que todos
bailaran, jadearan al cantante y explotaran en un sinfín de
carcajadas. Bajo los disfraces estaban los admiradores mortales de mi
buen amigo, el cual estaba tan fascinado como ellos, pero entre los
jóvenes se hallaba una criatura de asombrosa belleza.
Juro que jamás he visto
a una mujer tan hermosa. Ni siquiera Merrick podría haberse
comparado con ella. El cabello era rojo intenso, como la propia
sangre, y poseía unos enormes ojos de color esmeralda. Tenía las
mejillas algo marcadas, sus labios eran gruesos y sensuales, su nariz
perfecta en proporción con su rostro y numerosas pecas salpicando su
cutis. El cabello caía por sus hombros suelto, rozaba sus cejas
perfectamente delineadas y su pequeña espalda. Llevaba un vestido
blanco, extremadamente diminuto, que mostraba sus hermosas y largas
piernas así como un prominente escote.
Era la chica que había
visto hacía algunos años. No estaba confundido. Era ella. Sin
embargo no me pareció tan asombrosa quizás porque lloraba
terriblemente, mi dolor era intenso y sólo quería estar solo. Pero
era ella. Tan hermosa y delicada como si fuera una rosa recién
nacida entre las nieves de un inmenso jardín. Sí, era ella.
—Mona...—murmuré
agitado.
Me quité rápidamente el
sombrero y lo dejé entre mis manos. Percibía de ella la
extraordinaria fuerza que desconocía, esa misma que me hizo
concentrarme en el interior de la vivienda. Si bien el murmullo del
fantasma me desconcertó unos segundos, pero regresé a ella. Era
hermosa, atractiva y sobre todo parecía divertirse por como se movía
olvidando el decoro.
—Mona, por favor—dijo
en un murmullo exasperado.
—¿Sí?—se giró
ofreciéndome una mejor vista de su cuerpo, pues quedó quieta frente
a nosotros y mis ojos se movieron por toda su figura. No tenía más
de dieciocho años y era toda una adolescente bien formada—Dime
Jefe.
—Él es David Talbot—la
sonrisa de Lestat no se borraba en absoluto. Parecía completamente
fascinado por presentar a sus dos últimos hijos—. Es mi viejo
amigo de la orden.
—El amigo de Aaron...
—alzó las cejas y sonrió de forma seductora.
—Así es—respondí
inclinándome suavemente para estirar mi brazo derecho hacia ella,
dejando el izquierdo flexionado hacia el pecho sosteniendo mi
sombrero, pues quería ofrecerle un apretón de manos.
—Os dejo—anunció
nuestro creador—. Necesito encontrar a Louis antes que terminemos
en problemas.
Ella me observaba sin
tapujos y prácticamente me sentí desnudo. Sus caderas se movían al
son de la música haciéndome sentir hipnotizado. Colocó sus manos
sobre mis hombros y sonrió iniciando en mí un deseo que intenté
controlar. Sin embargo en mis ojos se veía la fascinación que ella
ejercía en mí.
—Lo lamento pero soy
pésimo bailando este tipo de música—intenté excusarme para poder
escabullirme, sin embargo ella comenzó a reír acercándose más a
mí.
Sus cabellos olían a
flores y frutas. Era un aroma que no sabía identificar, pero era
agradable. Noté que llevaba unos vertiginosos zapatos de tacón y
aún así se alzó de puntillas un poco más, apoyándose en mis
hombros, para susurrar en mi oído derecho un par de palabras que me
provocaron cierta inquietud.
—¿Podemos hablar en
privado? Lestat habla tanto de ti...—murmuró con una sonrisa
pintada en sus labios. Una de esas sonrisas felinas que enloquecería
a cualquier hombre. No sabía como tomar aquella sonrisa, pero la
respondí rápidamente con la mía—... que me causas una curiosidad
malsana.
Tomó mis manos entre las
suyas. Eran diminutas, de dedos largos y suaves. Sus uñas no
necesitaban estar esmaltadas, como las de otras mujeres que yo había
conocido, porque ella era un vampiro y tenía esa perfección larga y
puntiaguda como si se hiciese siempre la manicura. Las miré entre
las mías, mucho más grandes y toscas, acariciando el dorso de su
mano, mirando la palma de estás y recordando como le dije a Merrick
que la línea de mis manos pertenecían a otro. No vería nada en
ellas que pudiese hablar de mi futuro. Pero ¿y en las de Mona? ¿Qué
había en las manos de Mona? Es más ¿qué había en su mente? ¿Qué
planeaba? Lo desconocía y por lo tanto era un misterio que me
atraía.
—Ven conmigo—dijo
casi sin mover los labios.
La seguí. Juro que
habría ido al fin del mundo si ella lo hubiese propuesto. Creo que
aún hoy, a pesar de todo lo que hemos vivido, lo haría. Iría donde
ella quisiera. No me importaba si íbamos al infierno y caíamos en
medio de un mar en llamas. Lo único que yo deseaba era estrechar su
cuerpo, pequeño y delicado, entre mis brazos haciéndole sentir los
botones de mi chaqueta y mis manos deslizándose por su espalda
desnuda. Juro que quedé asombrado. Jamás vi una mujer tan hermosa
como ella. Hermosa y peligrosa. Yo sabía que era un peligro y aún
así la seguí.
Dejé atrás mi sospecha
de aquel fantasma que parecía estar rondando la casa. No era Julien,
sino alguien más. Pero eso en ese momento no me interesaba. Lo único
que me importaba era ella. Ella caminando frente a mí, llevándome
hacia la escalera y dejando atrás la fiesta.
En el segundo piso
tropecé con Louis. Vestía una levita y pantalones negro, chaleco y
pañuelo color champán y camisa blanca. Las botas que llevaba
parecían sucias, pero eso no me interesó en ese momento. Estaba
perdido en la silueta curvilínea de Mona.
—Buenas noches,
David—los sensuales labios de Louis se arquearon en una sonrisa
maliciosa. Llevaba en sus manos varios ejemplares incunables que
Lestat siempre apreciaba. Eran de Shakespeare y los había conseguido
en una subasta.
—Buenas noches,
Louis—respondí observando como se precipitaba hacia el final de la
escalera.
Pero dejé de mirar a mi
viejo amigo, con el cual compartí noches apasionantes, para
dedicarme por completo a ella. Su piel era blanca y casi
transparente. Sus ojos me miraban cuando giraba su rostro para ver mi
expresión. Mis manos tenían atrapada su mano izquierda y su diestra
se paseaba por el pasamanos. Quise abrazarla allí mismo y besar sus
labios como un quinceañero. Sin embargo me contuve y pensé que era
una mujer prometida, posiblemente ya casada, con Tarquin Blackwood.
La biblioteca se abrió
ante nosotros, aunque no era la del piso inferior sino un pequeño
despacho atestado de libros algo desordenados. Supe que era el lugar
que Lestat me había destinado. Estaba cubierto de cajas que
pertenecían a mis archivos, mi vieja máquina de escribir que
conservaba por nostalgia, mi portátil y una máquina de fax que
posiblemente usaría en más de una ocasión. Si bien no he usado
mucho el despacho, pues me agrada mucho más la biblioteca inferior.
Aún así agradecí que Lestat dejase algunos libros que yo admiraba
y quería. Era como si me diese una cálida bienvenida con todo
aquello que una vez amé en vida.
En la mesa estaba mi
vieja tarjeta enmarcada. Reí cuando la vi apartándome de ella para
acariciar el marco, el cristal y finalmente alzarlo para mostrárselo
con una leve sonrisa. Ella caminaba por la habitación haciendo sonar
sus tacones a un ritmo sensual. Era erótica y yo perdía los
estribos intentando concentrarme en las maravillas de aquella
habitación. ¡Ni siquiera el suelo era de mármol! Había levantado
un suelo de madera para mí.
—Así que estos son tus
archivos—dijo con media sonrisa.
—No sabía donde los
había dejado Lestat. Llegué hace unas horas y envié mi equipaje a
la dirección que él me proporcionó—respondí notando como se
acercaba a mi máquina y tocaba las teclas con elegancia—. La
conservo porque en ella escribí por primera vez de Lestat. Aún no
lo conocía en persona y sólo archivaba los documentos que me hacían
llegar de él.
—Vaya...
—He escrito de muchos
vampiros y fantasmas. Fantasmas como oncle Julien—ella se giró por
completo para verme a los ojos y se echó a reír—. Me encanta su
personalidad aunque a Lestat le provoca ciertos escalofríos—me
encogí de hombros y me giré hacia la caja que ya estaba abierta—.
Aquí hay una carpeta precisamente de tu familia. Tal vez Lestat la
abrió buscando los archivos sobre New Orleans.
La caja tenía “Archivos
New Orleans siglo XVIII / XIX” que contenía historias de vampiros,
brujas, fantasmas y fenómenos sin explicar pro la ciencia. Muchos de
ellos los había redactado con sumo cuidado junto con Aaron. Me
provocó cierta chispa de nostalgia tomar la carpeta y obsequiársela.
—Aaron no mostró todos
los archivos. Algunos los tenía yo—ella abrió sus ojos un poco
más, como si le sorprendiera aquello.
De inmediato le tendí la
carpeta y ella comenzó a leerlos con entusiasmo medido. Parecía no
querer parecer ansiosa. Sin embargo conocía su impulsividad por
medio de Lestat. Me contó como se metió en líos para leer la
historia familiar. Ella ahora no tenía límites. Yo podía enseñarle
muchas cosas si lo deseaba.
—Siempre hay algo que
se escapa, pero siempre hay un hombre de la orden que lo recoge—ella
rió con mi frase y me miró mientras se sentaba en el diván que
había allí.
Sólo una mesa, una
silla, varias estanterías repletas y un diván algo polvoriento que
no se había terminado de acomodar. A solas ella y yo. Su escote se
hizo más llamativo y yo dejé mi sombrero sobre el escritorio.
Tendría que pedirle a Lestat un perchero para dejar mi abrigo y
sombreros. Pero eso no era lo que me importaba en esos momentos.
Tenía miedo de cometer una estupidez rozando su rostro con la punta
de mis dedos, buscando su mentón para que me mirara y besarla.
Quería besarla. Sin duda alguna quería besarla. Me sorprendí a mí
mismo con ese sucio deseo.
¿No amaba ya a Merrick?
Ella había muerto y era en parte mi culpa. Nunca debí dejarla a
solas con Louis. Jamás me perdonaría el haber permitido que se
fuera con Lestat. Era mi culpa. Yo la introduje en mi pequeño mundo
y la hice caer en las garras de la desesperación. Sentía como si
todo el dolor de Louis, ese que tanto portaba en su pecho, se lo
hubiese quedado Merrick y esta hubiese decidido quemarlos junto a
ella.
—Es interesante...
—dijo cerrando la carpeta para levantarse y dejarla en la mesa.
Al girarse nos miramos
unos segundos. Sentí que sus ojos me hacían arder. Eran llamas lo
que sentía en mi pecho. Unas llamas que me impulsaron a besar su
boca, tomándola con desesperación por la cintura y ofreciéndole
toda la lujuria que contenía. Ella había entreabierto sus labios
como si hubiese querido suspirar, pero yo había evitado ese suspiro
con un beso cargado de deseo.
—Mona... —balbuceé
intentando pedir disculpas cuando aparté mi boca de la suya, pero
mis manos seguían en su cintura subiéndose sutilmente por sus
costados—. Lo siento...
—David deja de ser un
caballero y muéstrame que tan hombre eres—la atrapé entre mis
brazos estrechándola contra mí.
Ella retrocedió tirando
de mi corbata para sentarnos en el diván y comenzar a desnudarnos.
Su mano derecha acariciaba la tela de mi pantalón, justo en el
cierre de la cremallera, y mis dedos de la mía se hundían entre sus
muslos, acariciando su clítoris al echar a un lado el pequeño tanga
que llevaba. Jadeó al notar mis precipitadas caricias y me miró con
unos ojos tan seductores que perdí el juicio.
Tiró de mi labio
inferior para luego sonreír, como lo haría el pecado con cuerpo de
mujer. Ambos nos desnudábamos ayudándonos ante el deseo. Logró
quitarme la corbata y parte de mi ropa, salvo mi camisa que tan sólo
quedó abierta, mis pantalones quedaron bajados igual que mi ropa
interior. Ella perdió su ropa íntima y quedó con el vestido
remangado. Ambos nos arrojamos al suelo entre abrazos y besos. Sus
manos acariciaban mi torso como si quisiera dibujar los músculos que
se marcaban en mi torso. Mis piernas abrían las suyas y mis dedos
acariciaban sus caderas, pero eran mis labios los que más juego
daban. Rápidamente tenía uno de sus pezones en mi boca, cubriendo
todo el aro rosado que poseía, y mirándola a los ojos. Esos ojos
que me perturbaban al ser tan verdes como los de Merrick pero sin
tanto dolor, con mucha más pasión y algo de veneno que ya corroía
mis entrañas.
Mi lengua viajaba por sus
pezones, mis labios rozaban el pliegue cálido de sus pechos y su
ombligo. Ella tenía lo que siempre había soñado. Se convirtió en
una chispa que encendía un fuego tan ardiente que no me permitía
pensar con claridad. Ya no pensaba volver a enamorarme, pero lo
estaba haciendo a marchas forzadas. Sin duda estaba cayendo en sus
juegos y ella lo sabía. Sus pequeñas manos acariciaban mis cabellos
y tiraba de mis mechones con cierta violencia. Podía ver como
temblaba y apreciar el deseo desbordarse en su mirada.
Lamía su vientre plano y
bajo sus cosquillas. Quería hacerla mujer y niña a la vez. Una niña
que aprendiera de mi tacto áspero y mi boca decidida. Pero también
necesitaba penetrarla con toda la violencia y deseo que puede poseer
un hombre en un acto apasionado como aquel. Me satisfacía verla
retorcerse.
—David... —suspiró
con sus labios temblorosos mientras sus piernas se abrían como si
fueran las alas de una mariposa, obsequiándome una visión mágica
de su cuerpo cubierto de ríos sanguinolentos y diminutos, que no
dudé en acariciar con la punta de mis dedos y mi lengua.
Lamí sus muslos e
introduje mi lengua en ella. Su vestido ya estaba fuera, aunque no sé
en que momento se lo había quitado, y de vez en cuando subía por su
cuerpo para besar su vientre. Estaba siendo complaciente, quería ver
como se retorcía bajo mis caricias y como ella me las devolvía con
otras más apremiantes.
—Hazlo, David—dijo en
un murmullo solapado por un gemido.
Sí, lo hice. Lo hice
como quería. Abrí sus piernas y entré en ella. Sus piernas
temblequearon y su espalda se levantó del suelo. Quedó de punteras,
con los hombros pegados al suelo y la cadera levantada mientras la
rodeaba con el brazo derecho, pegándola a mí, y el izquierdo se
estiraba sobre el suelo de madera. Mi zurda quedó abierta cerca de
la cascada de cabellos rojos de Mona, revueltos y llenos de un aroma
distinto mezclado con el de su perfume a frutas.
—Mona...
—Ese delicioso ardor...
—jadeó mordisqueándose los labios con los ojos cerrados.
No dudé en empezar a
penetrarla. Primero suave, pero ella pedía a gritos que lo hiciese
de forma decidida. Me sentía torpe tras años sin estar con una
mujer. Mi última relación sexual fue con Louis antes de volver a
ver a Merrick. Con ella no tuve nada salvo besos y caricias. Me
sentía desentrenado y a la vez tan urgido que no me importaba
hacerlo del todo mal. Pero ella gemía y gemía buscando como
aferrarse a mí, arañándome y clavando sus uñas en mi espalda.
Traspasó la tela de mi camisa, rompiéndola en jirones y
arrugándola.
Ella llegó al orgasmo
moviendo sus caderas decidida, desesperada, con las piernas
enroscadas en mis caderas y permitiendo que bombeara con fuerza. Por
mi parte lo hice justo en el momento que Lestat abría la puerta.
—David has visto a...
—lo miré y él me miró mientras Mona se ocultaba en mi pecho—
Louis...
—Lestat... —la
expresión de ambos era de profunda sorpresa, pero él la cambió por
rabia.
Creo que pude ver ciertos
celos, aunque no estoy seguro, y una rabia increíble. Abrió la
puerta por completo y agitó sus puños en el aire intentando
encontrar las palabras pertinentes. A la vez nosotros nos
levantábamos para vestirnos.
—¡Tú lo has seducido!
¡Lo has hecho! ¡Maldita sea! ¡David! ¡David, ella tiene pareja!
¡Está prometida! ¡Maldita sea! ¡Cómo me hacéis esto a mí!
¡Cómo me hacéis esto a mí!—gritaba caminando de un lado a otro.
—¡No te importa!—gritó
ella.
—Ella no me ha
seducido—dije alto y claro.
Ambos me miraron. Ella
sin sorpresa alguna y él completamente enfurecido. Sabía que
deseaba golpearme, pero no lo hizo.
—¡Sólo juega
contigo!—respondió.
—Es un juego de ambos y
no tienes que decir nada—contesté intentando abrazarla para
protegerla, pero se dirigió rápida a la puerta con el traje mal
colocado, pues aún se abajaba la falda cuando salió de la
habitación.
—¡Mona!—dije
abrochándome el pantalón e intentando acomodar mi camisa.
—¡Déjala! ¡Quédate
ahí! ¡Ya has hecho suficiente!—Lestat había tomado mi papel y yo
el suyo.
Era él quien se metía
en líos y corría tras las mujeres mientras yo, como siempre, solía
intentar aplacar sus bajos instintos. Sin embargo no era sólo bajo
instinto lo que sentía. Quería abrazarla contra mí y decirle
cuanto la amaba.
Me había enamorado como
un niño. Creo que jamás amé así. Ni siquiera amé tan rápidamente
a Merrick. Quizás estaba tan hundido y desesperado que acepté sus
caricias como una bendición. La soledad había hecho estragos en mí
y ella la había borrado de un plumazo. Quise correr aún más
rápido, pero Lestat me alcanzó en el jardín cuando estaba a punto
de rodearla y jurarle amor eterno. Iba a jurarle amor eterno a una
mujer que a penas había conocido esa noche, aunque una vez chocamos
por cosa del destino.
—¡Mona!—grité antes
de observar a lo lejos unas llamaradas.
—¡Arde! ¡Arde!—gritaba
Louis frente a un bidón de lata que tenía unas llamas inmensas.
Olía a papel quemado y gasolina.
—¡Louis!—Lestat dejó
de prestarnos atención, pero ella se marchaba aunque se giró para
ver el espectáculo—. Mon dieu! Mon dieu! Mon cher ¿qué has
hecho? ¡Qué has hecho maldito loco!
—¡Ya que no me dejas
matar a esa maldita furcia te quemo otras cosas! ¡Cosas que también
amas! ¡Cosas que amas más que a mí! ¡Tú ya no me amas! ¡No! ¡Te
he visto! ¡He visto como la besabas! ¡Lo he visto! ¡Hueles aún a
ella!
Louis rugía y destilaba
furia. Era una furia incontrolable. Era seguro que terminaría
desquiciado haciéndole daño. Ambos se hacían daño. En el fondo se
amaban, pero era una relación fracasada. No quedaba ni siquiera las
ruinas de ese amor que tanto se profesaban. Yo había visto amor en
los ojos de Louis mientras él estaba en la capilla. Vi como Louis
acariciaba sus cabellos y rompía a llorar mientras Gabrielle lo
miraba todo con aire frío, aunque igualmente perturbada por el
estado de su hijo. Todos a su alrededor como si fuera realmente un
santo. Yo lo había visto. Ese amor en Louis permanecía pero oculto
debajo de capas de odio, rencor, dolor y sufrimiento. Estaba loco.
Había terminado de explotar en él el último cartucho de dinamita
que fue el odio de Claudia hacia él, cosa que jamás se esperó. Que
odiara a Lestat era comprensible ¿pero a él? ¡Aquello lo destrozó!
Y Lestat se había refugiado en otros brazos, buscado nuevas
aventuras, y él quedó atrás. Louis siempre quedaba atrás. Era
quien quedaba siempre en el lugar del crimen con los ojos llenos de
lágrimas, los labios temblorosos y las manos esperando tocar la ropa
de quien quería y a la vez maldecía. Pero Lestat ya no estaba para
esas labores, aunque lo intentara cuidar por los recuerdos que él
representaba. Aquellos buenos años, los momentos en los cuales
fueron realmente felices y no sólo una mala copia de aquello que
llaman felicidad. La paz ya no llegaría, aunque creo que jamás
estuvo para ellos.
Mona observaba todo cerca
de la cancela mientras reía a carcajadas, pero no eran las únicas
que se oían. No muy lejos estaba Armand, subido como una gárgola a
un árbol, y bajo éste se encontraba Marius, el cual se había
cambiado las prendas sobrias por otras más acordes a la fiesta,
tomando de la mano a Benji. El joven vampiro Benji, el cual debía
tener unos veinticinco años, si no más, pero que no aparentaba más
de catorce. Marius se veía impresionante con su túnica roja y
blanca, con bordes dorados, y laurel en la cabeza. Podía tener ese
capricho pues era carnaval y por lo tanto no iba a ser tomado por un
loco. Armand vestía de celeste, con un jersey de cuello de tortuga,
y con unos pantalones tejanos gruesos que ocultaban parcialmente sus
deportivas, también azules. Benji vestía de blanco por completo,
con un traje chaqueta muy elegante y una pajarita.
—¡Estás loco! ¡Ella
no ha estado en la fiesta!—Lestat negaba lo evidente, pues a lo
lejos se podía distinguir a Rowan.
Ella vestía de forma
sencilla, aunque quizás con cierto aire clásico como si fuese
sacada de otra época, con una máscara de terciopelo negro, pero
sabía que era ella. La misma mujer que se largaba de allí a toda
prisa. Si había acudido así vestida era para poder ver a Lestat sin
compromiso alguno, sin ser vista y señalada. Sin embargo sus ropas
eran sobrias y estaban cubiertas por una capa con capucha negra. A
penas se veía su vestido color uva y sus cabellos rubios, los cuales
habían crecido algunos centímetros. Posiblemente fue invitada por
Lestat, como ruego para verse sin compromiso alguno, y habían
terminado besándose siendo vistos por Louis que tomó una drástica
decisión.
—¡He visto a tu
maldita bruja! ¡Tan maldita como la furcia que creaste! ¡Todas
pasan por tu cama y tú te crees que no me doy cuenta! ¡Pero un día
saldrás ardiendo! ¡Si no eres para mí no eres para nadie!—la voz
de Louis cada vez se alzaba más, igual que el fuego, y se comportaba
como un maldito loco.
—¡Tú ya no me amas!
¡Eres un maldito cínico! ¡Te estoy cuidando y mira como me
tratas!—le espetó con furia.
—¡Lestat! ¿Otra vez
jugando a los bomberos?—preguntó Armand sin parar de reírse. Se
desternillaba al ver aquello. Marius simplemente suspiraba intentando
no mirar el espectáculo. No muy lejos se hallaba Mael con ropas algo
celtas, pero con una chaqueta de cuero abrigándolo bien mientras
observaba todo con cierta fascinación y estupor.
—¡Cállate,
Armand!—gritó Lestat a su viejo compañero.
Entonces busqué con la
mirada a Mona, pero ya no estaba. Una limusina se alejaba de la
vivienda. Ella se había divertido con aquel último show. Lestat
intentaba abrazar a Louis para sosegarlo y apagar el fuego, aunque ya
era imposible que pudiera salvar algo, el resto en la fiesta miraba
con fascinación la disputa y yo no sabía si correr tras el
vehículo.
—Mona... ¡Mona!—grité
con lágrimas en los ojos.
Reconozco que al día
siguiente fui a espiarla, del mismo modo que los siguientes. Ella me
sentía y se alejaba rápidamente. Pero una noche, en la vivienda de
la calle Amelia donde siempre había vivido, la encontré llorando
sentada en una enorme cama de matrimonio. En la chimenea había un
traje de novia que se consumía y su expresión era terriblemente
triste. Parecía una muñequita a punto de romperse. Quise secar sus
lágrimas y tomé una loca decisión. Dejé de espiarla por la
ventana para meterme en la casa, acercarme a ella y secar sus
lágrimas.
Ella lejos de apartarme
me abrazó, hundió su rostro en mi torso y empezó a llorar. Me
confesó entonces, entre lágrimas y temblores, que Tarquin la había
dejado por orden de Petronia. Petronia no veía bien su relación
porque pensaba que Mona no era lo suficientemente buena, honesta y
leal para él. Aquel “caballerito” era el ojito derecho de su
creadora, aunque él no lo apreciaba de ese modo. Mona sollozaba
recordando cuanto lo amaba y yo empecé a llorar hablando de Merrick.
Una semana después de
nuestro primer encuentro sexual, aquel que tuve en la vivienda de
Lestat donde aún permanezco, tuvimos de nuevo sexo. Un sexo más
apasionado que me llenó de culpabilidad. Me había aprovechado de su
dolor y ésta vez de forma consciente. Era un canalla. Un maldito
canalla. Sin embargo amanecí a su lado y dejé que la noche llegara
de nuevo. Le juré amor eterno, ella lo aceptó aunque sabía que
nunca me amaría como a Tarquin. En realidad siento que jamás me amó
y que sólo se sentía satisfecha por no encontrarse sola. No lo sé.
Quiero conservar la esperanza que lo nuestro, aunque duró tan sólo
seis meses, fue perfecto. Tan perfecto que aún hoy deseo recordar
mis momentos torpes al intentar hablarle de mis sentimientos, pues no
soy un hombre de palabras pero sí de hechos.
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