Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 27 de febrero de 2014

Mardi Gras, comienzo del pecado

Mardi Gras, comienzo del pecado... es la tercera parte que ustedes esperaban. ¡Al fin se desvela todo! Ahora sabrán porque las cosas son como son en estos momentos. 

Lestat de Lioncourt




Londres siempre había sido un refugio para mí. Gran Bretaña era mi país natal y Londres la ciudad donde se desarrolló gran parte de mi vida. Los viejos barrios, sus peculiares trazados perfectos, la belleza nocturna que en ocasiones se envuelve en una suave llovizna y neblina, son parte de mi alma y por lo tanto me encuentro allí como si fuera parte del paisaje urbano y cosmopolita.

Cuando llegué a los, afortunados y canosos, sesenta años decidí que sería mi casa y que sólo la abandonaría por algún misterio. Sabía que era dejar atrás una forma de vida basada en numerosos viajes, los cuales francamente me dejaron sabores amargos en más de una ocasión, y que quizás me perdería encuentros emocionantes. No obstante no pude cumplir mi capricho y cuando debía cumplir ochenta años, que es una cifra increíblemente alta, me encontraba con el cuerpo de un joven al que aún me costaba aceptar como mi reflejo.

La ciudad presentaba un aspecto impecable, aunque sentía que ya no era mi refugio. Sin embargo mi regreso me llenó de esperanza. Quería aprender nuevamente que era la soledad. Había estado conviviendo con vampiros, brujas y espectros. En aquel momento iniciaba un peregrinaje liberador. Durante diez años viví en varios barrios de Londres y visité algunos países en cortas estancias. Mantuve cierta distancia de mis viejos amigos y aún más de Talamasca. Creo que deseaba romper cualquier cadena con el pasado.

Aaron, Merrick y otros tantos ya no estaban ni volverían a estar. El futuro era incierto y me molestaba pensar que no conseguiría siquiera una pizca de la felicidad que tuve. Porque realmente fui feliz dedicando en cuerpo y alma a los misterios que rodeaban mi vida. Encontraba placer inclusive al archivar un viejo caso; pues cuando abría mis viejos documentos y observaba mis pensamientos plasmados allí, de forma pulcra y con una caligrafía detallada, me sentía realizado.

Durante unos diez años estuve alejado de mis viejos compañeros. En ocasiones ellos intentaban ponerse en contacto conmigo, pero yo había decidido alejarme. Había tomado mi decisión y merecía que fuese respetada. Sin embargo una noche todo cambiaría. Llegó una carta lacrada a mi pequeño apartamento en el barrio londinense de Merton.

Al tomar la carta entre mis manos, y pasar mis dedos por el rugoso papel y lacre, supe su contenido podría hacer que meditara el estar lejos de New Orleans y los vampiros que había dejado allí aguardando mi regreso. Lestat era terriblemente obstinado y sabía que debía ser obra suya. Por lo tanto me acomodé en el sillón frente a la chimenea encendida, abrí el sobre y leí la elegante letra de mi viejo amigo desbordarse en el papel.

“Querido David:

Me gustaría que vinieras a la fiesta de Carnaval. He decidido abrir mi vivienda a numerosos mortales, aunque desconozco si sabías de ello o no, y en esta ocasión he decidido dedicarme por completo a una fiesta que me trae agradables recuerdos.

¡David es Carnaval! ¡Carnaval en New Orleans! No puedes faltar a una cita así. Hace algunos años Louis, tú y yo disfrutamos de unas maravillosas noches en Río y deseo que se repita. Por favor, quizás logramos que él deje de estar tan perturbado. He intentado por activa y por pasiva ayudarlo, pero es imposible. Incluso dejé de ver a mi hermosa Rowan... te juro que no sé de ella desde hace años.

Por favor te lo ruego David. Sé que has tomado tu decisión y no quieres hacerlo, pero soy tu amigo y te necesito.

Con amor y respeto,
Lestat de Lioncourt”

La dirección estaba en una pequeña tarjeta que poseía las formas de máscara de carnaval. En ella estaba el nombre de la vivienda “Maison Savage Garden” cerca de la zona de los pantanos, donde se hallaba la vivienda de Tarquin Blackwood.

La propiedad Blackwood Farm la conocía por los comentarios y detalles que había dado Tarquin en su biografía, así como las diversas descripciones que acapararon el último libro de Lestat. Durante algunos años sólo hubo silencio por su parte. Muchos portales pensaron que realmente se había destruido tras el amor apasionado que tuvo por Rowan. Sin embargo él estaba vivo y había decidido tener una nueva vivienda, mucho más amplia que las anteriores, para llenarla de mortales. Aquello era una locura.

Tiré la carta a las llamas de la chimenea y observé como se consumía. Recordé con lujo de detalles la última noche en aquella ciudad, la cual tenía tantos misterios como habitantes en sus calles, y un escalofrío recorrió mi columna vertebral sintiendo una especie de escalofrío. La invitación permanecía en mis manos como si fuera un oscuro presagio.

—Si regresas quedarás atrapado nuevamente en aquel lugar—me dije deseando llorar.

El cuerpo de Merrick consumido en el fuego. Su hermoso rostro convertido en un deforme amasijo de carne y huesos. Sus ojos verdes sin vida, perdidos para siempre en el cielo nocturno, mientras Lestat rezaba por su alma. Podía ver a la perfección aquel horrible cementerio de almas podridas, huesos ya limpios de su carne y lápidas sin inscripción alguna, a espalda de ambos.

Oak Heaven se encontraba a varios kilómetros de Blackwood Farm y Maison Savage Garden. La quietud de su jardín, los vetustos árboles danzando suavemente con la apacible vista, y el crujir de la madera bajo los pies desnudos de Merrick. Aquella bruja me había robado la calma y arrancado por completo mi corazón. Quedé seducido ante su limpia mirada cargada de miedos y preguntas. Desde el primer momento quise besar sus tiernos labios y arrancar de su vida el dolor. Era un hombre adulto y ella prácticamente una niña.

Me moví por la habitación buscando mi cubo metálico, me acerqué a la chimenea y saqué los troncos más gruesos para los restantes dejarlos separados. Pronto quedó consumido y por lo tanto extinto. Mis ojos no se apartaban de las cenizas mientras recordaba cada frase de aquella carta.

—Debo afrontar mis propios demonios—me dije apartándome para marcharme a descansar.

Tardé en llegar una semana. Podía haber pedido que llevasen mi documentación gracias a un servicio de mensajería privada, pero teniendo en cuenta que era suelo de la Talamasca dudaba sobre la confidencialidad y la seguridad que estos me pudiesen aportar. Conocía bien sus métodos porque había sido parte de la organización y uno de sus máximos dirigentes. Los Ancianos no escatimarían medidas y yo por mi parte impondría las mías. Si querían aproximarse a mí sería bajo mis reglas.

Las últimas horas antes de llegar a la impresionante propiedad de Lestat, la cual se hallaba prácticamente a las afueras, las usé para saciar mi apetito. Sabía que estaría rodeado de numerosos mortales y era necesario poder contener mis instintos. Aún era demasiado joven para contener mis deseos y rogaba no caer en la tentación.

Las calles de la ciudad se antojaban agradables, extremadamente festivas, y llenas de bisutería. El Martes de Carnaval se había extendido como una llamarada contagiosa de felicidad y orgullo. Muchos árboles se encontraron cubiertos de las cuentas de plástico importadas de países asiáticos, todas muy coloridas y de distintos tamaños. El suelo tenía una lámina de confeti y envoltorios que tardarían días en recoger, las risas se hacían estridentes y la música era cada vez más alegre.

Mi traje era demasiado sobrio para aquella explosión de color, pero la noche me ocultaba a la perfección dándome un aspecto elegante y distinguido. La camisa de algodón blanca, la larga bufanda gris entorno a mi cuello, mis zapatos de cuero italianos, traje negro de corte clásico como la corbata y un sombrero. Caminaba por las aceras como cualquier turista inquieto. Sin embargo no buscaba la diversión sino una víctima que mereciese la pena.

Encontré a un grupo de mujeres muy atractivas y terminé arrancándole la vida a dos de ellas. Eran hermosas pero su belleza era pura maldad. Su alma estaba contaminada con una serie de robos con asesinatos y vandalismo. Jamás mataba a un inocente o un condenado que pudiera reformarse. Sin embargo ellas eran un trofeo para mí.

Tomé un taxi en la Calle Amelia, donde se encontraba una de las mansiones que pertenecían a los Mayfair, observé los viejos bares abiertos aún y las cafeterías ofreciendo café a pesar de la hora. Había hoteles nuevos que nunca había visto y los antiguos negocios de tabaco, juegos de azar o simplemente las tiendas de ropa que anunciaban la nueva temporada de moda. Letreros de neón, carteles llamativos y cierta soledad embriagando los minutos en aquel pequeño vehículo.

Al llegar a la dirección de la tarjeta pagué en efectivo, dejé que el taxi se fuera perdiéndose en la distancia y observé el tumulto que alborotaba cada centímetro de la propiedad. La verja estaba abierta y el camino daba a una enorme fuente, la cual representaba el nacimiento de Venus, y al fondo había una vivienda de mármol con unas columnas escandalosamente perfectas. Era una mansión gigantesca, pero aún era mayor el territorio que ocupaba el jardín. Había numerosas hileras de árboles de todo tipo, plantas que florecían en invierno y arbustos que surgían de entre el césped bien cuidado. Mojo se encontraba correteando de un lugar a otro, pero supe que no podía ser el mismo perro. Aún así el animal era idéntico y parecía gozar de buena salud.

—¡David!—escuché su escandalosa voz aproximarse hasta mí.

Vestía como aquel joven rebelde que siempre sería. Descubrí en él un aspecto mucho más relajado que cuando me marché, aunque pude ver en sus ojos que no era feliz. Carecía de ese brillo que una vez me entusiasmó e incluso enamoró.

—Buenas noches amigo mío—dije aceptando que él me estrechara contra su cuerpo y se echara a reír—. ¿Cómo has estado?

—¡Demonios! ¡Creí que no vendrías!—se apartó de mí tomándome de los brazos, mirándome de arriba hacia abajo y riendo con grandes carcajadas.

—He venido porque creo que ya era tiempo de regresar, instalarme nuevamente aquí si tienes un lugar para mí y quedarme algunos años. No sé si volveré a Londres o viajaré a Brasil, pero de momento quiero estar aquí—respondí tomándolo del rostro para verlo bien.

Esos ojos estaban hundidos en cierta melancolía que intentaba ocultar. Quizás el no ver a Rowan lo había arrastrado a la melancolía pese a su espíritu de superación. La sensibilidad que poseía era semejante a su estupidez e ingenio.

Sin duda alguna él se percató de mi observación y apartó mis manos, las tomó entre las suyas y las apretó con cariño. Apreciaba que él estuviera esperándome, pues había regresado por él y por Louis. La presencia de nuestro compañero, el amante eterno de Lestat, se sentía dentro de la vivienda. No obstante no era el único vampiro que allí se encontraba. Había una reunión impresionante de compañeros y hermanos. También sentí una presencia peculiar, la cual me hizo dar un paso hacia atrás y mirar a Lestat fijamente a los ojos.

—¿Percibes esa alteración en el ambiente?—pregunté en un murmullo apartándolo para caminar hacia la vivienda. Dentro podía sentirse con mayor facilidad aquel ser danzando entre los que allí se hallaban.

Por un momento sopesé la posibilidad que fuese Julien. Había tenido algunos encuentros con el fantasma tras el regreso de Lestat, pero no era él. Era alguien distinto. El odio que emanaba era poderoso y concentrado por el paso de los siglos. Parecía querer destrozar todo cuando podía y el murmullo de un violín que no podía ser tocado por un humano, pues era imposible, me alertó.

Lestat jamás me había hablado de un fantasma que le rondara que pudiera tener ese talento, pues se hacía oír en ocasiones por encima de las risas y la estruendosa música que había contratado. Los muros se desgarraban con su rabia y miseria. Sentí que el peligro se hallaba entre los ladrillos, columnas y hermosa decoración que allí se hallaba.

—¿Qué?—dijo ensanchando su sonrisa.

—Tu vivienda tiene un espectro—susurré inclinándome hacia él cuando se aproximó a mí.

Iba vestido con unos tejanos desgastados, con cadenas y tachuelas. La chaqueta de cuero la conocía bien, pues era la misma que usaba cuando viajaba en su vieja motocicleta, y las gafas violetas que coronaban su rubia melena leonina le daban un aspecto alocado. Realmente parecía un adolescente enfervorecido gastando el dinero que le ofrecían sus padres y destrozando el jardín.

—¡Tonterías!—exclamó—. Me llevó diez años construirla. No ha vivido nadie allí salvo mis huéspedes y yo.

Se colocó tras mi espalda y me tomó de los hombros para que contemplara de cerca la vivienda. Nos hallábamos cerca de la fuente, el murmullo de ésta era agradable, y podía ver como algunos jóvenes salían al jardín para respirar aire fresco y encender unos cigarrillos. Dentro la fiesta continuaba entre máscaras, disfraces y brindis. La música era de una banda de la ciudad y por supuesto tocaban rock.

—Deseo presentarte a Mona—susurró en mi oído antes de tirar de mí y hacerme entrar en la vivienda.

Allí el lujo era aún más evidente. La mansión había sido construida como una replica a las viviendas de First Street, las cuales tenían más de doscientos años, y poseía unas molduras en el techo que eran exquisitas, los marcos de las puertas y las puertas mismas eran de madera noble. El suelo, el cual estaba recién pulido, era de mármol. La escalera subía en forma de caracol hacia las diversas plantas. Quedé fascinado. Realmente fueron diez años bien invertidos.

Los muebles eran renacentistas y poseían un claro toque vanguardista. Las pinturas que embellecían los muros eran coloristas y llenas de vida. Lestat era un gran desconocedor del arte, pero sin duda alguna poseía un gusto inigualable. Algunos eran reproducciones tan precisas, hasta llegar a causar cierto terror, que podía asegurar que provenían del pincel de Marius.

La casa estallaba en color y aromas. Agradecí haber tomado sangre, pues los jóvenes mortales correteaban, bailaban o conversaban sin temor o pudor alguno. Entre ellos se encontraban los monstruos que tanto admiraban. Pude reconocer a Marius sentado en un diván observando una revista sobre las nuevas tendencias artísticas y Armand estaba a su lado con el rostro perdido en la nada, posiblemente meditando sobre el despilfarro absurdo que estaba observando.

Lestat me tomó por el brazo, muy cerca del codo, y me condujo al centro de un gran salón. Allí la actuación tenía lugar con temas que provocaban que todos bailaran, jadearan al cantante y explotaran en un sinfín de carcajadas. Bajo los disfraces estaban los admiradores mortales de mi buen amigo, el cual estaba tan fascinado como ellos, pero entre los jóvenes se hallaba una criatura de asombrosa belleza.

Juro que jamás he visto a una mujer tan hermosa. Ni siquiera Merrick podría haberse comparado con ella. El cabello era rojo intenso, como la propia sangre, y poseía unos enormes ojos de color esmeralda. Tenía las mejillas algo marcadas, sus labios eran gruesos y sensuales, su nariz perfecta en proporción con su rostro y numerosas pecas salpicando su cutis. El cabello caía por sus hombros suelto, rozaba sus cejas perfectamente delineadas y su pequeña espalda. Llevaba un vestido blanco, extremadamente diminuto, que mostraba sus hermosas y largas piernas así como un prominente escote.

Era la chica que había visto hacía algunos años. No estaba confundido. Era ella. Sin embargo no me pareció tan asombrosa quizás porque lloraba terriblemente, mi dolor era intenso y sólo quería estar solo. Pero era ella. Tan hermosa y delicada como si fuera una rosa recién nacida entre las nieves de un inmenso jardín. Sí, era ella.

—Mona...—murmuré agitado.

Me quité rápidamente el sombrero y lo dejé entre mis manos. Percibía de ella la extraordinaria fuerza que desconocía, esa misma que me hizo concentrarme en el interior de la vivienda. Si bien el murmullo del fantasma me desconcertó unos segundos, pero regresé a ella. Era hermosa, atractiva y sobre todo parecía divertirse por como se movía olvidando el decoro.

—Mona, por favor—dijo en un murmullo exasperado.

—¿Sí?—se giró ofreciéndome una mejor vista de su cuerpo, pues quedó quieta frente a nosotros y mis ojos se movieron por toda su figura. No tenía más de dieciocho años y era toda una adolescente bien formada—Dime Jefe.

—Él es David Talbot—la sonrisa de Lestat no se borraba en absoluto. Parecía completamente fascinado por presentar a sus dos últimos hijos—. Es mi viejo amigo de la orden.

—El amigo de Aaron... —alzó las cejas y sonrió de forma seductora.

—Así es—respondí inclinándome suavemente para estirar mi brazo derecho hacia ella, dejando el izquierdo flexionado hacia el pecho sosteniendo mi sombrero, pues quería ofrecerle un apretón de manos.

—Os dejo—anunció nuestro creador—. Necesito encontrar a Louis antes que terminemos en problemas.

Ella me observaba sin tapujos y prácticamente me sentí desnudo. Sus caderas se movían al son de la música haciéndome sentir hipnotizado. Colocó sus manos sobre mis hombros y sonrió iniciando en mí un deseo que intenté controlar. Sin embargo en mis ojos se veía la fascinación que ella ejercía en mí.

—Lo lamento pero soy pésimo bailando este tipo de música—intenté excusarme para poder escabullirme, sin embargo ella comenzó a reír acercándose más a mí.

Sus cabellos olían a flores y frutas. Era un aroma que no sabía identificar, pero era agradable. Noté que llevaba unos vertiginosos zapatos de tacón y aún así se alzó de puntillas un poco más, apoyándose en mis hombros, para susurrar en mi oído derecho un par de palabras que me provocaron cierta inquietud.

—¿Podemos hablar en privado? Lestat habla tanto de ti...—murmuró con una sonrisa pintada en sus labios. Una de esas sonrisas felinas que enloquecería a cualquier hombre. No sabía como tomar aquella sonrisa, pero la respondí rápidamente con la mía—... que me causas una curiosidad malsana.

Tomó mis manos entre las suyas. Eran diminutas, de dedos largos y suaves. Sus uñas no necesitaban estar esmaltadas, como las de otras mujeres que yo había conocido, porque ella era un vampiro y tenía esa perfección larga y puntiaguda como si se hiciese siempre la manicura. Las miré entre las mías, mucho más grandes y toscas, acariciando el dorso de su mano, mirando la palma de estás y recordando como le dije a Merrick que la línea de mis manos pertenecían a otro. No vería nada en ellas que pudiese hablar de mi futuro. Pero ¿y en las de Mona? ¿Qué había en las manos de Mona? Es más ¿qué había en su mente? ¿Qué planeaba? Lo desconocía y por lo tanto era un misterio que me atraía.

—Ven conmigo—dijo casi sin mover los labios.

La seguí. Juro que habría ido al fin del mundo si ella lo hubiese propuesto. Creo que aún hoy, a pesar de todo lo que hemos vivido, lo haría. Iría donde ella quisiera. No me importaba si íbamos al infierno y caíamos en medio de un mar en llamas. Lo único que yo deseaba era estrechar su cuerpo, pequeño y delicado, entre mis brazos haciéndole sentir los botones de mi chaqueta y mis manos deslizándose por su espalda desnuda. Juro que quedé asombrado. Jamás vi una mujer tan hermosa como ella. Hermosa y peligrosa. Yo sabía que era un peligro y aún así la seguí.

Dejé atrás mi sospecha de aquel fantasma que parecía estar rondando la casa. No era Julien, sino alguien más. Pero eso en ese momento no me interesaba. Lo único que me importaba era ella. Ella caminando frente a mí, llevándome hacia la escalera y dejando atrás la fiesta.

En el segundo piso tropecé con Louis. Vestía una levita y pantalones negro, chaleco y pañuelo color champán y camisa blanca. Las botas que llevaba parecían sucias, pero eso no me interesó en ese momento. Estaba perdido en la silueta curvilínea de Mona.

—Buenas noches, David—los sensuales labios de Louis se arquearon en una sonrisa maliciosa. Llevaba en sus manos varios ejemplares incunables que Lestat siempre apreciaba. Eran de Shakespeare y los había conseguido en una subasta.

—Buenas noches, Louis—respondí observando como se precipitaba hacia el final de la escalera.

Pero dejé de mirar a mi viejo amigo, con el cual compartí noches apasionantes, para dedicarme por completo a ella. Su piel era blanca y casi transparente. Sus ojos me miraban cuando giraba su rostro para ver mi expresión. Mis manos tenían atrapada su mano izquierda y su diestra se paseaba por el pasamanos. Quise abrazarla allí mismo y besar sus labios como un quinceañero. Sin embargo me contuve y pensé que era una mujer prometida, posiblemente ya casada, con Tarquin Blackwood.

La biblioteca se abrió ante nosotros, aunque no era la del piso inferior sino un pequeño despacho atestado de libros algo desordenados. Supe que era el lugar que Lestat me había destinado. Estaba cubierto de cajas que pertenecían a mis archivos, mi vieja máquina de escribir que conservaba por nostalgia, mi portátil y una máquina de fax que posiblemente usaría en más de una ocasión. Si bien no he usado mucho el despacho, pues me agrada mucho más la biblioteca inferior. Aún así agradecí que Lestat dejase algunos libros que yo admiraba y quería. Era como si me diese una cálida bienvenida con todo aquello que una vez amé en vida.

En la mesa estaba mi vieja tarjeta enmarcada. Reí cuando la vi apartándome de ella para acariciar el marco, el cristal y finalmente alzarlo para mostrárselo con una leve sonrisa. Ella caminaba por la habitación haciendo sonar sus tacones a un ritmo sensual. Era erótica y yo perdía los estribos intentando concentrarme en las maravillas de aquella habitación. ¡Ni siquiera el suelo era de mármol! Había levantado un suelo de madera para mí.

—Así que estos son tus archivos—dijo con media sonrisa.

—No sabía donde los había dejado Lestat. Llegué hace unas horas y envié mi equipaje a la dirección que él me proporcionó—respondí notando como se acercaba a mi máquina y tocaba las teclas con elegancia—. La conservo porque en ella escribí por primera vez de Lestat. Aún no lo conocía en persona y sólo archivaba los documentos que me hacían llegar de él.

—Vaya...

—He escrito de muchos vampiros y fantasmas. Fantasmas como oncle Julien—ella se giró por completo para verme a los ojos y se echó a reír—. Me encanta su personalidad aunque a Lestat le provoca ciertos escalofríos—me encogí de hombros y me giré hacia la caja que ya estaba abierta—. Aquí hay una carpeta precisamente de tu familia. Tal vez Lestat la abrió buscando los archivos sobre New Orleans.

La caja tenía “Archivos New Orleans siglo XVIII / XIX” que contenía historias de vampiros, brujas, fantasmas y fenómenos sin explicar pro la ciencia. Muchos de ellos los había redactado con sumo cuidado junto con Aaron. Me provocó cierta chispa de nostalgia tomar la carpeta y obsequiársela.

—Aaron no mostró todos los archivos. Algunos los tenía yo—ella abrió sus ojos un poco más, como si le sorprendiera aquello.

De inmediato le tendí la carpeta y ella comenzó a leerlos con entusiasmo medido. Parecía no querer parecer ansiosa. Sin embargo conocía su impulsividad por medio de Lestat. Me contó como se metió en líos para leer la historia familiar. Ella ahora no tenía límites. Yo podía enseñarle muchas cosas si lo deseaba.

—Siempre hay algo que se escapa, pero siempre hay un hombre de la orden que lo recoge—ella rió con mi frase y me miró mientras se sentaba en el diván que había allí.

Sólo una mesa, una silla, varias estanterías repletas y un diván algo polvoriento que no se había terminado de acomodar. A solas ella y yo. Su escote se hizo más llamativo y yo dejé mi sombrero sobre el escritorio. Tendría que pedirle a Lestat un perchero para dejar mi abrigo y sombreros. Pero eso no era lo que me importaba en esos momentos. Tenía miedo de cometer una estupidez rozando su rostro con la punta de mis dedos, buscando su mentón para que me mirara y besarla. Quería besarla. Sin duda alguna quería besarla. Me sorprendí a mí mismo con ese sucio deseo.

¿No amaba ya a Merrick? Ella había muerto y era en parte mi culpa. Nunca debí dejarla a solas con Louis. Jamás me perdonaría el haber permitido que se fuera con Lestat. Era mi culpa. Yo la introduje en mi pequeño mundo y la hice caer en las garras de la desesperación. Sentía como si todo el dolor de Louis, ese que tanto portaba en su pecho, se lo hubiese quedado Merrick y esta hubiese decidido quemarlos junto a ella.

—Es interesante... —dijo cerrando la carpeta para levantarse y dejarla en la mesa.

Al girarse nos miramos unos segundos. Sentí que sus ojos me hacían arder. Eran llamas lo que sentía en mi pecho. Unas llamas que me impulsaron a besar su boca, tomándola con desesperación por la cintura y ofreciéndole toda la lujuria que contenía. Ella había entreabierto sus labios como si hubiese querido suspirar, pero yo había evitado ese suspiro con un beso cargado de deseo.

—Mona... —balbuceé intentando pedir disculpas cuando aparté mi boca de la suya, pero mis manos seguían en su cintura subiéndose sutilmente por sus costados—. Lo siento...

—David deja de ser un caballero y muéstrame que tan hombre eres—la atrapé entre mis brazos estrechándola contra mí.

Ella retrocedió tirando de mi corbata para sentarnos en el diván y comenzar a desnudarnos. Su mano derecha acariciaba la tela de mi pantalón, justo en el cierre de la cremallera, y mis dedos de la mía se hundían entre sus muslos, acariciando su clítoris al echar a un lado el pequeño tanga que llevaba. Jadeó al notar mis precipitadas caricias y me miró con unos ojos tan seductores que perdí el juicio.

Tiró de mi labio inferior para luego sonreír, como lo haría el pecado con cuerpo de mujer. Ambos nos desnudábamos ayudándonos ante el deseo. Logró quitarme la corbata y parte de mi ropa, salvo mi camisa que tan sólo quedó abierta, mis pantalones quedaron bajados igual que mi ropa interior. Ella perdió su ropa íntima y quedó con el vestido remangado. Ambos nos arrojamos al suelo entre abrazos y besos. Sus manos acariciaban mi torso como si quisiera dibujar los músculos que se marcaban en mi torso. Mis piernas abrían las suyas y mis dedos acariciaban sus caderas, pero eran mis labios los que más juego daban. Rápidamente tenía uno de sus pezones en mi boca, cubriendo todo el aro rosado que poseía, y mirándola a los ojos. Esos ojos que me perturbaban al ser tan verdes como los de Merrick pero sin tanto dolor, con mucha más pasión y algo de veneno que ya corroía mis entrañas.

Mi lengua viajaba por sus pezones, mis labios rozaban el pliegue cálido de sus pechos y su ombligo. Ella tenía lo que siempre había soñado. Se convirtió en una chispa que encendía un fuego tan ardiente que no me permitía pensar con claridad. Ya no pensaba volver a enamorarme, pero lo estaba haciendo a marchas forzadas. Sin duda estaba cayendo en sus juegos y ella lo sabía. Sus pequeñas manos acariciaban mis cabellos y tiraba de mis mechones con cierta violencia. Podía ver como temblaba y apreciar el deseo desbordarse en su mirada.

Lamía su vientre plano y bajo sus cosquillas. Quería hacerla mujer y niña a la vez. Una niña que aprendiera de mi tacto áspero y mi boca decidida. Pero también necesitaba penetrarla con toda la violencia y deseo que puede poseer un hombre en un acto apasionado como aquel. Me satisfacía verla retorcerse.

—David... —suspiró con sus labios temblorosos mientras sus piernas se abrían como si fueran las alas de una mariposa, obsequiándome una visión mágica de su cuerpo cubierto de ríos sanguinolentos y diminutos, que no dudé en acariciar con la punta de mis dedos y mi lengua.

Lamí sus muslos e introduje mi lengua en ella. Su vestido ya estaba fuera, aunque no sé en que momento se lo había quitado, y de vez en cuando subía por su cuerpo para besar su vientre. Estaba siendo complaciente, quería ver como se retorcía bajo mis caricias y como ella me las devolvía con otras más apremiantes.

—Hazlo, David—dijo en un murmullo solapado por un gemido.

Sí, lo hice. Lo hice como quería. Abrí sus piernas y entré en ella. Sus piernas temblequearon y su espalda se levantó del suelo. Quedó de punteras, con los hombros pegados al suelo y la cadera levantada mientras la rodeaba con el brazo derecho, pegándola a mí, y el izquierdo se estiraba sobre el suelo de madera. Mi zurda quedó abierta cerca de la cascada de cabellos rojos de Mona, revueltos y llenos de un aroma distinto mezclado con el de su perfume a frutas.

—Mona...

—Ese delicioso ardor... —jadeó mordisqueándose los labios con los ojos cerrados.

No dudé en empezar a penetrarla. Primero suave, pero ella pedía a gritos que lo hiciese de forma decidida. Me sentía torpe tras años sin estar con una mujer. Mi última relación sexual fue con Louis antes de volver a ver a Merrick. Con ella no tuve nada salvo besos y caricias. Me sentía desentrenado y a la vez tan urgido que no me importaba hacerlo del todo mal. Pero ella gemía y gemía buscando como aferrarse a mí, arañándome y clavando sus uñas en mi espalda. Traspasó la tela de mi camisa, rompiéndola en jirones y arrugándola.

Ella llegó al orgasmo moviendo sus caderas decidida, desesperada, con las piernas enroscadas en mis caderas y permitiendo que bombeara con fuerza. Por mi parte lo hice justo en el momento que Lestat abría la puerta.

—David has visto a... —lo miré y él me miró mientras Mona se ocultaba en mi pecho— Louis...

—Lestat... —la expresión de ambos era de profunda sorpresa, pero él la cambió por rabia.

Creo que pude ver ciertos celos, aunque no estoy seguro, y una rabia increíble. Abrió la puerta por completo y agitó sus puños en el aire intentando encontrar las palabras pertinentes. A la vez nosotros nos levantábamos para vestirnos.

—¡Tú lo has seducido! ¡Lo has hecho! ¡Maldita sea! ¡David! ¡David, ella tiene pareja! ¡Está prometida! ¡Maldita sea! ¡Cómo me hacéis esto a mí! ¡Cómo me hacéis esto a mí!—gritaba caminando de un lado a otro.

—¡No te importa!—gritó ella.

—Ella no me ha seducido—dije alto y claro.

Ambos me miraron. Ella sin sorpresa alguna y él completamente enfurecido. Sabía que deseaba golpearme, pero no lo hizo.

—¡Sólo juega contigo!—respondió.

—Es un juego de ambos y no tienes que decir nada—contesté intentando abrazarla para protegerla, pero se dirigió rápida a la puerta con el traje mal colocado, pues aún se abajaba la falda cuando salió de la habitación.

—¡Mona!—dije abrochándome el pantalón e intentando acomodar mi camisa.

—¡Déjala! ¡Quédate ahí! ¡Ya has hecho suficiente!—Lestat había tomado mi papel y yo el suyo.

Era él quien se metía en líos y corría tras las mujeres mientras yo, como siempre, solía intentar aplacar sus bajos instintos. Sin embargo no era sólo bajo instinto lo que sentía. Quería abrazarla contra mí y decirle cuanto la amaba.

Me había enamorado como un niño. Creo que jamás amé así. Ni siquiera amé tan rápidamente a Merrick. Quizás estaba tan hundido y desesperado que acepté sus caricias como una bendición. La soledad había hecho estragos en mí y ella la había borrado de un plumazo. Quise correr aún más rápido, pero Lestat me alcanzó en el jardín cuando estaba a punto de rodearla y jurarle amor eterno. Iba a jurarle amor eterno a una mujer que a penas había conocido esa noche, aunque una vez chocamos por cosa del destino.

—¡Mona!—grité antes de observar a lo lejos unas llamaradas.

—¡Arde! ¡Arde!—gritaba Louis frente a un bidón de lata que tenía unas llamas inmensas. Olía a papel quemado y gasolina.

—¡Louis!—Lestat dejó de prestarnos atención, pero ella se marchaba aunque se giró para ver el espectáculo—. Mon dieu! Mon dieu! Mon cher ¿qué has hecho? ¡Qué has hecho maldito loco!

—¡Ya que no me dejas matar a esa maldita furcia te quemo otras cosas! ¡Cosas que también amas! ¡Cosas que amas más que a mí! ¡Tú ya no me amas! ¡No! ¡Te he visto! ¡He visto como la besabas! ¡Lo he visto! ¡Hueles aún a ella!

Louis rugía y destilaba furia. Era una furia incontrolable. Era seguro que terminaría desquiciado haciéndole daño. Ambos se hacían daño. En el fondo se amaban, pero era una relación fracasada. No quedaba ni siquiera las ruinas de ese amor que tanto se profesaban. Yo había visto amor en los ojos de Louis mientras él estaba en la capilla. Vi como Louis acariciaba sus cabellos y rompía a llorar mientras Gabrielle lo miraba todo con aire frío, aunque igualmente perturbada por el estado de su hijo. Todos a su alrededor como si fuera realmente un santo. Yo lo había visto. Ese amor en Louis permanecía pero oculto debajo de capas de odio, rencor, dolor y sufrimiento. Estaba loco. Había terminado de explotar en él el último cartucho de dinamita que fue el odio de Claudia hacia él, cosa que jamás se esperó. Que odiara a Lestat era comprensible ¿pero a él? ¡Aquello lo destrozó! Y Lestat se había refugiado en otros brazos, buscado nuevas aventuras, y él quedó atrás. Louis siempre quedaba atrás. Era quien quedaba siempre en el lugar del crimen con los ojos llenos de lágrimas, los labios temblorosos y las manos esperando tocar la ropa de quien quería y a la vez maldecía. Pero Lestat ya no estaba para esas labores, aunque lo intentara cuidar por los recuerdos que él representaba. Aquellos buenos años, los momentos en los cuales fueron realmente felices y no sólo una mala copia de aquello que llaman felicidad. La paz ya no llegaría, aunque creo que jamás estuvo para ellos.

Mona observaba todo cerca de la cancela mientras reía a carcajadas, pero no eran las únicas que se oían. No muy lejos estaba Armand, subido como una gárgola a un árbol, y bajo éste se encontraba Marius, el cual se había cambiado las prendas sobrias por otras más acordes a la fiesta, tomando de la mano a Benji. El joven vampiro Benji, el cual debía tener unos veinticinco años, si no más, pero que no aparentaba más de catorce. Marius se veía impresionante con su túnica roja y blanca, con bordes dorados, y laurel en la cabeza. Podía tener ese capricho pues era carnaval y por lo tanto no iba a ser tomado por un loco. Armand vestía de celeste, con un jersey de cuello de tortuga, y con unos pantalones tejanos gruesos que ocultaban parcialmente sus deportivas, también azules. Benji vestía de blanco por completo, con un traje chaqueta muy elegante y una pajarita.

—¡Estás loco! ¡Ella no ha estado en la fiesta!—Lestat negaba lo evidente, pues a lo lejos se podía distinguir a Rowan.

Ella vestía de forma sencilla, aunque quizás con cierto aire clásico como si fuese sacada de otra época, con una máscara de terciopelo negro, pero sabía que era ella. La misma mujer que se largaba de allí a toda prisa. Si había acudido así vestida era para poder ver a Lestat sin compromiso alguno, sin ser vista y señalada. Sin embargo sus ropas eran sobrias y estaban cubiertas por una capa con capucha negra. A penas se veía su vestido color uva y sus cabellos rubios, los cuales habían crecido algunos centímetros. Posiblemente fue invitada por Lestat, como ruego para verse sin compromiso alguno, y habían terminado besándose siendo vistos por Louis que tomó una drástica decisión.

—¡He visto a tu maldita bruja! ¡Tan maldita como la furcia que creaste! ¡Todas pasan por tu cama y tú te crees que no me doy cuenta! ¡Pero un día saldrás ardiendo! ¡Si no eres para mí no eres para nadie!—la voz de Louis cada vez se alzaba más, igual que el fuego, y se comportaba como un maldito loco.

—¡Tú ya no me amas! ¡Eres un maldito cínico! ¡Te estoy cuidando y mira como me tratas!—le espetó con furia.

—¡Lestat! ¿Otra vez jugando a los bomberos?—preguntó Armand sin parar de reírse. Se desternillaba al ver aquello. Marius simplemente suspiraba intentando no mirar el espectáculo. No muy lejos se hallaba Mael con ropas algo celtas, pero con una chaqueta de cuero abrigándolo bien mientras observaba todo con cierta fascinación y estupor.

—¡Cállate, Armand!—gritó Lestat a su viejo compañero.

Entonces busqué con la mirada a Mona, pero ya no estaba. Una limusina se alejaba de la vivienda. Ella se había divertido con aquel último show. Lestat intentaba abrazar a Louis para sosegarlo y apagar el fuego, aunque ya era imposible que pudiera salvar algo, el resto en la fiesta miraba con fascinación la disputa y yo no sabía si correr tras el vehículo.

—Mona... ¡Mona!—grité con lágrimas en los ojos.

Reconozco que al día siguiente fui a espiarla, del mismo modo que los siguientes. Ella me sentía y se alejaba rápidamente. Pero una noche, en la vivienda de la calle Amelia donde siempre había vivido, la encontré llorando sentada en una enorme cama de matrimonio. En la chimenea había un traje de novia que se consumía y su expresión era terriblemente triste. Parecía una muñequita a punto de romperse. Quise secar sus lágrimas y tomé una loca decisión. Dejé de espiarla por la ventana para meterme en la casa, acercarme a ella y secar sus lágrimas.

Ella lejos de apartarme me abrazó, hundió su rostro en mi torso y empezó a llorar. Me confesó entonces, entre lágrimas y temblores, que Tarquin la había dejado por orden de Petronia. Petronia no veía bien su relación porque pensaba que Mona no era lo suficientemente buena, honesta y leal para él. Aquel “caballerito” era el ojito derecho de su creadora, aunque él no lo apreciaba de ese modo. Mona sollozaba recordando cuanto lo amaba y yo empecé a llorar hablando de Merrick.


Una semana después de nuestro primer encuentro sexual, aquel que tuve en la vivienda de Lestat donde aún permanezco, tuvimos de nuevo sexo. Un sexo más apasionado que me llenó de culpabilidad. Me había aprovechado de su dolor y ésta vez de forma consciente. Era un canalla. Un maldito canalla. Sin embargo amanecí a su lado y dejé que la noche llegara de nuevo. Le juré amor eterno, ella lo aceptó aunque sabía que nunca me amaría como a Tarquin. En realidad siento que jamás me amó y que sólo se sentía satisfecha por no encontrarse sola. No lo sé. Quiero conservar la esperanza que lo nuestro, aunque duró tan sólo seis meses, fue perfecto. Tan perfecto que aún hoy deseo recordar mis momentos torpes al intentar hablarle de mis sentimientos, pues no soy un hombre de palabras pero sí de hechos.  

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Lestat de Lioncourt