Continuación de las anteriores memorias ¿las recuerdan? ¡Sí! Es la segunda parte ¿quieren saber más? Aquí tienen.
Lestat de Lioncourt
Recuerdos, discusiones y
desconocidos.
¿Cuántos años habían
pasado? ¿Diez? Parecía que habían trascurrido milenios desde la
última vez que la vi. Vestía un vestido simple de algodón blanco,
el cabello recogido y una expresión serena mientras leía uno de mis
viejos diarios. Parecía ensimismada en las páginas que había
garabateado con mis experiencias en el campo de lo parapsicología.
Si bien no hacía ni diez meses. Ella se había ido después de
discutir conmigo. No quería que se fuera con Lestat pues pensé que
era demasiado peligroso. Después del problema que tuvimos con
Claudia jugar con un fantasma que adoraba la sangre, que la
necesitaba de esa forma, era sin duda exponerse demasiado cuando aún
no controlaba sus poderes. Además, fue un terrible error que Louis
la transformara. Un terrible error.
—¡Iré contigo o sin
ti!—bramó como una fiera mirándome igual que una pantera.
—¡Te lo prohíbo!—dije
levantándome del sillón para ir hacia ella.
—¡Quédate ahí,
David! ¡Quédate si valoras tu vida!—su expresión no era sosegada
en absoluto y sus cabellos se habían desparramado por su espalda.
Caía en cascada de rizos aquella mata espesa y suave, muy gruesa y
brillante, que era su melena.
—¡Merrick no puedes
irte!—quise agarrarla del brazo, para detenerla, pero ella se giró
mirándome con una expresión terrible.
—Lestat me necesita ¿a
caso negarías la ayuda a un buen amigo?—preguntó acercándose a
mí con aquella expresión de furia contenida, como si quisiera
estallar una tormenta y ella lograra disipar las nubes, aunque de
forma momentánea, con su sola presencia.
—¡No es Lestat! ¡Es
ese chico!—exclamé.
—¡Pero él me lo ha
pedido!—respondió girándose para hacer sonar sus fuertes y
decididas pisadas hacia la puerta, la cual terminó sonando con un
golpe seco.
—¡Merrick!—grité
aunque ya no podía escucharme.
Louis se encontraba
detrás con expresión fría y enigmática, la misma que permanecía
en su rostro desde aquel fatídico día. Vestía una camisa blanca
impoluta y un jersey de lana abierto en el mismo color verde de sus
ojos. Tenía la mirada petrificada en la puerta y parecía querer
decir algo, pero se abstuvo. Sus pisadas sonaron lentas y poseían
una elegancia atemporal única. Sus pies desnudos parecían de mármol
perfectamente tallado. Los pantalones que llevaba le quedaban largos,
pues eran de Lestat.
—¿Deseas
salir?—pregunté en tono conciliador pese a mi nerviosismo.
—No volverá—dijo
secamente enviando un proyectil a mi corazón.
Ambos teníamos la
sensación que aquella mujer la cual caminaba, furiosa y farfullando,
en dirección al barrio francés no regresaría. Era terrible para mí
aceptar algo como aquello. Ella se había llevado parte de mi vida
consigo, cientos de recuerdos que se amontonaban en mi memoria y
numerosas fotografías borrosas que ya había aceptado no recuperar.
Merrick ya no era una niña a la cual educar, vigilar y contener.
Ella era toda una mujer con una fuerza envidiable y una poderosa
belleza. Retenerla fue imposible como imposible es aún hoy en día
aceptar que no podré estrecharla contra mi cuerpo, despejar su
rostro de los mechones de su cabello que cubrían aquel rostro
idílico de labios sensuales y besar mil veces su cuello hasta sentir
un agradable desvanecimiento.
Diez meses y aún
recordaba como ella se había ido de mi vida. Tal vez por como se
había marchado, porque no vi su cuerpo y porque tenía que aceptarlo
a regañadientes, era imposible tirar sus vestidos que ya nadie se
ponía y acaparaban espacio en los armarios.
—Saldré—escuché
decir aquella noche a Louis.
—¿Dónde?—dije
sorprendido porque él deseara marcharse.
Louis ya no era el mismo.
No era el mismo. Por mucho que él dijera que así era yo veía una
máscara cínica que se colocaba cada día. Había cometido errores
terribles por amor y convicciones que no merecían su atención.
—No te
interesa—respondió con tono frío mientras se acomodaba sus
cabellos. Los mechones caían sobre sus hombros justo antes que los
atara, con una coleta baja, dándole unos rasgos más duros pero
seductores. Sus ojos verdes me escrutaron como si fuera un insecto y
luego sonrió con crueldad.
—¿Volverás?—temía
que no lo hiciera. Temía que se marchara y no regresara. Lestat me
había pedido que lo llevara a San Francisco, pero tuvimos que
volver. Louis se dedicaba a recorrer las calles como un alma en pena.
Yo sabía que no podía dejarlo ir así como así.
—Ya sabes que sí—dijo
girándose hacia el perchero para tomar su larga bufanda de lana en
color negro.
—Está bien—masculló
como si no lo recordara y creo que no lo hacía.
Habíamos hablado durante
más de una semana sobre el regreso. Él parecía estar sumido en sus
propios pensamientos en aquellos días. Se sentaba en un elegante
sillón, estiraba sus piernas cruzando estas por sus tobillos y
echaba sus manos tras la nuca. Sus ojos reverberaban como si fueran
llamaradas. Entre sus manos siempre había un libro y en ocasiones
una revista. Su porte elegante se transformaba en el de un demonio
seductor, el cual me miraba sin vacilación alguna y soltaba sus
frases crueles, terriblemente cínicas y sarcásticas.
Sin embargo él estuvo de
acuerdo en regresar. Era por el bien de Lestat. En ocasiones cuando
hablaba de él veía un pequeño brillo en sus ojos, pero rápidamente
se apagaba como si tuviese miedo de saber que en su corazón aún lo
amaba y sabía amarlo como únicamente él podía.
—¿Para qué hemos
vuelto de San Francisco?
—Por si Lestat nos
llegara a necesitar—dije acercándome a él para que no se
marchara.
—Él sólo necesita a
sus malditas furcias y sobre todo a esa maldita bruja con bata de
médico—se apartó de mí de inmediato evitando que posara mis
manos en sus hombros. Esas frases eran recurrentes en él.
Admito que fue terrible
para él descubrir que Lestat tenía un nuevo amor, el cual ardía en
su pecho como si fueran terribles llamaradas. Regresó a la casa
colonial que compartíamos, lo hizo con una sonrisa en sus labios
aunque la tristeza lo asolaba. Miró a Louis y éste empezó a
golpearlo sin mediar palabra. No necesitaba leer la mente para ver en
su amante, compañero y padre la expresión de un hombre rotundamente
enamorado.
“Tú nunca me has
amado. Ahora lo sé. ¡Sé que no me amas! ¡Cabrón!” fue la
última frase que le regaló. A partir de ese momento se sumió en
silencio. Ni siquiera hablaba conmigo en presencia de Lestat y éste
decidió marcharse.
—Louis...
—Bien sabes que es
cierto—se aproximó a mí tocándome con sus manos frías. Permití
que sus largos dedos me acariciaran como si comenzara a dibujar en mi
rostro nuevas facciones.
—No deberías hablar
así—murmuré como un pequeño regaño—. Él te ama.
—¡Oh! ¡Se nota
tanto!—exclamó alejándose hacia la puerta—. ¡Fíjate hoy me
trajo flores pero las incendié y se las tiré a la cara!
—¡Louis deja de ser
tan cínico!—bramé controlándome a duras penas. Mis manos
quedaron cerradas en puño y él sonreía esperando que lo golpeara.
Pero no iba a golpear a Louis. No era nadie para golpearlo.
—¿Soy cínico? ¿Soy
cruel?—inclinó suavemente hacia el lado izquierdo su cabeza
dándole una expresión meditabunda.
—En ocasiones tú...
—No me interesa tu
opinión—tomó el pomo de la puerta y tiró de esta mientras se
giraba dándome la espalda.
—Louis...
—¡No me
interesa!—gritó soltando el pomo, volteándose y caminando hacia
mí—. ¡No me interesa! ¡Diablos! ¡No me interesa! ¡No me
importa!—ni siquiera él podía creer esas palabras, pero con
aquella expresión de demonio ensombreciendo sus facciones cualquiera
le creería—. ¡Si ese desgraciado se muere que lo haga de una
maldita vez! ¡Igual que Merrick! ¡Igual que Claudia! ¡Así nos
sucederá a todos tarde o temprano!
—Estás
histérico—susurré casi sin aliento.
—Y tú eres un idiota
que aguarda que regrese esa fulana de ojos bonitos—dijo en
referencia a Merrick, la mujer que tanto habíamos amado ambos y que
incluso era su hija de sangre—. Dime ¿tenías sexo con ella
consentido o aguardabas a que terminara ebria en tus brazos?
—¡Louis, por
favor!—exclamé conmocionado y molesto.
Había amado a Louis
desesperadamente. Me convertí en siervo de su soledad. Buscaba
compadecer su alma cuando esta se estremecía y él buscaba mis
brazos, los mismos que estaban siempre abiertos, mientras le decía
que Lestat se recuperaría. Aquellas lágrimas sanguinolentas que él
derramaba contra mi chaqueta se habían convertido en dagas
terribles.
—Te gustan jovencitas
de pechos cálidos ¿verdad? ¡Y cuanto más ebrias mejor!—sus ojos
verdes eran dos bolas de lava que derramaban sobre mí todo su
veneno.
—¿Por qué me dices
esto?—estaba a punto de desmoronarme y él parecía no querer
siquiera verlo.
—Porque estoy harto de
tu presencia y harto de ser el estúpido que aguarda el regreso del
Príncipe Malcriado—respondió en un tono más calmado, pero seguía
estando molesto y yo podía verlo con claridad en sus facciones, sus
ojos y también en la forma de apretar la mandíbula.
—Es nuestro
amigo—recurría a la amistad que nos unía a él, el amor que aún
teníamos por aquel estúpido que siempre terminaba metido en
problemas y por sus intrépidas historias que terminaba narrando como
si fueran el guión de dignas películas de Hollywood.
—Corrección, David—sus
cejas se alzaron y luego curvaron peligrosamente. El ceño de Louis
se frunció y luego sonrió con algo de desdén—. Él es tu amigo,
pero no es mi amigo—se acomodó bien la chaqueta y abrió
finalmente la puerta.
—Tu amante—susurré
esperando que lo escuchara.
—Ya no,
afortunadamente—sonrió amargamente y se aproximó a mí dejando la
puerta abierta, como si no importara que nos vieran desde la calle y
escucharan la terrible discusión.
Sus pasos eran medidos y
su elegancia tan perfecta que no parecía real. Sus manos se apoyaron
nuevamente en mi rostro, tomándome por debajo de la mandíbula, para
luego posar suavemente sus labios sobre los míos. Tenía una belleza
mágica que me torturaba. ¿Amar a Louis? Lo hacía. Siempre había
amado su belleza y la inteligencia que su mente contenía.
—Eras mucho más
agradable cuando tu amor era apasionado y sincero. Ahora soy un
animal que cuidas por compasión—masculló finalmente para irse.
Pude haberlo retenido
pero no quise. Decidí que debía salir solo sin mi molesta
presencia. Me quedé en la vivienda observando los cuadros que Lestat
había adquirido y también aquellos que eligió Louis. Todos y cada
uno contaban una historia interesante más allá del lienzo. El papel
pintado de las paredes era sobrio y muy elegante, los muebles
parecían sacados de la época de la Revolución Francesa. El mundo
de Louis y Lestat, el mismo que yo había leído años atrás, me
rodeaba aplastándome como si fuera una pesada losa.
Retomé mis indagaciones.
Pues a pesar de haber dejado la orden, tras fingir que realmente
estaba muerto, seguía estudiando los numerosos casos que llegaban a
mis oídos. La mesa estaba llena de carpetas con anotaciones y
fotografías, cintas de cassette con numerosas grabaciones de
conversaciones con diversos testigos de los casos que se acumulaban y
un portátil. El portátil siempre estaba encendido en las noches,
tecleaba rápidamente cada pensamiento o simplemente pasaba los
archivos a copias online en distintos servidores. Es un trabajo arduo
que aún realizo. Me siento satisfecho de llevar ordenados mis casos,
las peculiares sensaciones que me transmiten y la solución a los
distintos enigmas planteados.
No obstante el timbre
sonó. La criatura que estaba tras la puerta no era conocida para mí,
pero sí era un vampiro. Podía sentir su enorme energía explotar en
todas direcciones. Desconocía que quería y como se había atrevido
a llamar. Sin embargo pensé que posiblemente buscaba a Lestat, ya
que era por muchos conocidos el lugar que tenía como residencia
ocasional.
Al abrir la puerta la vi.
Era una joven de escasa estatura, rostro salpicado por cientos de
pequeñas pecas, labios sensuales y extremadamente voluptuosa. Me
miró con sus enormes ojos verdes y supe que era Mona. Sí, no podía
ser otra. Mona Mayfair, descendiente de Julien como lo era Merrick.
Si bien estaba tan cansado, dolido y harto de todo que a penas la
miraba.
—¿Y Lestat?—preguntó
frotándose las manos.
—En Blackwood Farm—le
indiqué apoyado en la puerta.
—No está—dijo
visiblemente nerviosa—. Ayer discutimos... le dije que se fuera...
hoy amanecí con mi cama llena de flores. ¡No ha sido Tarquin! Él
me ha jurado que no ha sido él. ¿Cómo puedo decirle que he
discutido con Lestat y lo he echado? Y...
—¿Desea pasar y tomar
asiento?—dije indicándole el interior de la vivienda con mi brazo
derecho, extendiéndolo hacia la cálida y agradable sala de mis
espaldas.
—¡No!—gritó
rompiendo a llorar—. Tarquin está molesto porque sabe que le
oculto algo. Él sabe que lo oculto. ¡Y ese idiota se ha ido! Tiene
que afrontar lo que hicimos.
—Joven—me dirigí a
ella de la forma más diplomática posible, pues no sabía si debía
tenderle un pañuelo y abrazarla o simplemente permitir que se
esforzara por liberarse mediante aquel llanto—. Si lo desea puede
dejarme algún teléfono o dirección por si él se pone en contacto
conmigo. También puedo ofrecerle de nuevo mi invitación.
—¡No!—dijo mirándome
a los ojos una vez más con rabia—. ¡Dígale que mejor se mantenga
callado y al margen! Ya no me importa. Había venido a solucionar las
cosas y como siempre él no está para escucharme. ¡No!
Intenté hablar otra vez,
pero ella se marchó. Lestat apareció semanas más tarde y regresó
al lado de Louis. Olvidé darle aquel recado tan extraño porque él
parecía haber vuelto a ser el mismo, olvidándose del pantano y el
santuario que había en él. Todo estaba en su lugar, pero el
comportamiento de Louis era insufrible. Tan insufrible que después
de una dura discusión de ambos decidí abandonarlos y encontrar
refugio en Londres, mi adorado y pluvioso Londres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario