Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 26 de febrero de 2014

Recuerdos, discusiones y desconocidos.

Continuación de las anteriores memorias ¿las recuerdan? ¡Sí! Es la segunda parte ¿quieren saber más? Aquí tienen. 

Lestat de Lioncourt

Recuerdos, discusiones y desconocidos.

¿Cuántos años habían pasado? ¿Diez? Parecía que habían trascurrido milenios desde la última vez que la vi. Vestía un vestido simple de algodón blanco, el cabello recogido y una expresión serena mientras leía uno de mis viejos diarios. Parecía ensimismada en las páginas que había garabateado con mis experiencias en el campo de lo parapsicología. Si bien no hacía ni diez meses. Ella se había ido después de discutir conmigo. No quería que se fuera con Lestat pues pensé que era demasiado peligroso. Después del problema que tuvimos con Claudia jugar con un fantasma que adoraba la sangre, que la necesitaba de esa forma, era sin duda exponerse demasiado cuando aún no controlaba sus poderes. Además, fue un terrible error que Louis la transformara. Un terrible error.

—¡Iré contigo o sin ti!—bramó como una fiera mirándome igual que una pantera.

—¡Te lo prohíbo!—dije levantándome del sillón para ir hacia ella.

—¡Quédate ahí, David! ¡Quédate si valoras tu vida!—su expresión no era sosegada en absoluto y sus cabellos se habían desparramado por su espalda. Caía en cascada de rizos aquella mata espesa y suave, muy gruesa y brillante, que era su melena.

—¡Merrick no puedes irte!—quise agarrarla del brazo, para detenerla, pero ella se giró mirándome con una expresión terrible.

—Lestat me necesita ¿a caso negarías la ayuda a un buen amigo?—preguntó acercándose a mí con aquella expresión de furia contenida, como si quisiera estallar una tormenta y ella lograra disipar las nubes, aunque de forma momentánea, con su sola presencia.

—¡No es Lestat! ¡Es ese chico!—exclamé.

—¡Pero él me lo ha pedido!—respondió girándose para hacer sonar sus fuertes y decididas pisadas hacia la puerta, la cual terminó sonando con un golpe seco.

—¡Merrick!—grité aunque ya no podía escucharme.

Louis se encontraba detrás con expresión fría y enigmática, la misma que permanecía en su rostro desde aquel fatídico día. Vestía una camisa blanca impoluta y un jersey de lana abierto en el mismo color verde de sus ojos. Tenía la mirada petrificada en la puerta y parecía querer decir algo, pero se abstuvo. Sus pisadas sonaron lentas y poseían una elegancia atemporal única. Sus pies desnudos parecían de mármol perfectamente tallado. Los pantalones que llevaba le quedaban largos, pues eran de Lestat.

—¿Deseas salir?—pregunté en tono conciliador pese a mi nerviosismo.

—No volverá—dijo secamente enviando un proyectil a mi corazón.

Ambos teníamos la sensación que aquella mujer la cual caminaba, furiosa y farfullando, en dirección al barrio francés no regresaría. Era terrible para mí aceptar algo como aquello. Ella se había llevado parte de mi vida consigo, cientos de recuerdos que se amontonaban en mi memoria y numerosas fotografías borrosas que ya había aceptado no recuperar. Merrick ya no era una niña a la cual educar, vigilar y contener. Ella era toda una mujer con una fuerza envidiable y una poderosa belleza. Retenerla fue imposible como imposible es aún hoy en día aceptar que no podré estrecharla contra mi cuerpo, despejar su rostro de los mechones de su cabello que cubrían aquel rostro idílico de labios sensuales y besar mil veces su cuello hasta sentir un agradable desvanecimiento.

Diez meses y aún recordaba como ella se había ido de mi vida. Tal vez por como se había marchado, porque no vi su cuerpo y porque tenía que aceptarlo a regañadientes, era imposible tirar sus vestidos que ya nadie se ponía y acaparaban espacio en los armarios.

—Saldré—escuché decir aquella noche a Louis.

—¿Dónde?—dije sorprendido porque él deseara marcharse.

Louis ya no era el mismo. No era el mismo. Por mucho que él dijera que así era yo veía una máscara cínica que se colocaba cada día. Había cometido errores terribles por amor y convicciones que no merecían su atención.

—No te interesa—respondió con tono frío mientras se acomodaba sus cabellos. Los mechones caían sobre sus hombros justo antes que los atara, con una coleta baja, dándole unos rasgos más duros pero seductores. Sus ojos verdes me escrutaron como si fuera un insecto y luego sonrió con crueldad.

—¿Volverás?—temía que no lo hiciera. Temía que se marchara y no regresara. Lestat me había pedido que lo llevara a San Francisco, pero tuvimos que volver. Louis se dedicaba a recorrer las calles como un alma en pena. Yo sabía que no podía dejarlo ir así como así.

—Ya sabes que sí—dijo girándose hacia el perchero para tomar su larga bufanda de lana en color negro.

—Está bien—masculló como si no lo recordara y creo que no lo hacía.

Habíamos hablado durante más de una semana sobre el regreso. Él parecía estar sumido en sus propios pensamientos en aquellos días. Se sentaba en un elegante sillón, estiraba sus piernas cruzando estas por sus tobillos y echaba sus manos tras la nuca. Sus ojos reverberaban como si fueran llamaradas. Entre sus manos siempre había un libro y en ocasiones una revista. Su porte elegante se transformaba en el de un demonio seductor, el cual me miraba sin vacilación alguna y soltaba sus frases crueles, terriblemente cínicas y sarcásticas.

Sin embargo él estuvo de acuerdo en regresar. Era por el bien de Lestat. En ocasiones cuando hablaba de él veía un pequeño brillo en sus ojos, pero rápidamente se apagaba como si tuviese miedo de saber que en su corazón aún lo amaba y sabía amarlo como únicamente él podía.

—¿Para qué hemos vuelto de San Francisco?

—Por si Lestat nos llegara a necesitar—dije acercándome a él para que no se marchara.

—Él sólo necesita a sus malditas furcias y sobre todo a esa maldita bruja con bata de médico—se apartó de mí de inmediato evitando que posara mis manos en sus hombros. Esas frases eran recurrentes en él.

Admito que fue terrible para él descubrir que Lestat tenía un nuevo amor, el cual ardía en su pecho como si fueran terribles llamaradas. Regresó a la casa colonial que compartíamos, lo hizo con una sonrisa en sus labios aunque la tristeza lo asolaba. Miró a Louis y éste empezó a golpearlo sin mediar palabra. No necesitaba leer la mente para ver en su amante, compañero y padre la expresión de un hombre rotundamente enamorado.

“Tú nunca me has amado. Ahora lo sé. ¡Sé que no me amas! ¡Cabrón!” fue la última frase que le regaló. A partir de ese momento se sumió en silencio. Ni siquiera hablaba conmigo en presencia de Lestat y éste decidió marcharse.

—Louis...

—Bien sabes que es cierto—se aproximó a mí tocándome con sus manos frías. Permití que sus largos dedos me acariciaran como si comenzara a dibujar en mi rostro nuevas facciones.

—No deberías hablar así—murmuré como un pequeño regaño—. Él te ama.

—¡Oh! ¡Se nota tanto!—exclamó alejándose hacia la puerta—. ¡Fíjate hoy me trajo flores pero las incendié y se las tiré a la cara!

—¡Louis deja de ser tan cínico!—bramé controlándome a duras penas. Mis manos quedaron cerradas en puño y él sonreía esperando que lo golpeara. Pero no iba a golpear a Louis. No era nadie para golpearlo.

—¿Soy cínico? ¿Soy cruel?—inclinó suavemente hacia el lado izquierdo su cabeza dándole una expresión meditabunda.

—En ocasiones tú...

—No me interesa tu opinión—tomó el pomo de la puerta y tiró de esta mientras se giraba dándome la espalda.

—Louis...

—¡No me interesa!—gritó soltando el pomo, volteándose y caminando hacia mí—. ¡No me interesa! ¡Diablos! ¡No me interesa! ¡No me importa!—ni siquiera él podía creer esas palabras, pero con aquella expresión de demonio ensombreciendo sus facciones cualquiera le creería—. ¡Si ese desgraciado se muere que lo haga de una maldita vez! ¡Igual que Merrick! ¡Igual que Claudia! ¡Así nos sucederá a todos tarde o temprano!

—Estás histérico—susurré casi sin aliento.

—Y tú eres un idiota que aguarda que regrese esa fulana de ojos bonitos—dijo en referencia a Merrick, la mujer que tanto habíamos amado ambos y que incluso era su hija de sangre—. Dime ¿tenías sexo con ella consentido o aguardabas a que terminara ebria en tus brazos?

—¡Louis, por favor!—exclamé conmocionado y molesto.

Había amado a Louis desesperadamente. Me convertí en siervo de su soledad. Buscaba compadecer su alma cuando esta se estremecía y él buscaba mis brazos, los mismos que estaban siempre abiertos, mientras le decía que Lestat se recuperaría. Aquellas lágrimas sanguinolentas que él derramaba contra mi chaqueta se habían convertido en dagas terribles.

—Te gustan jovencitas de pechos cálidos ¿verdad? ¡Y cuanto más ebrias mejor!—sus ojos verdes eran dos bolas de lava que derramaban sobre mí todo su veneno.

—¿Por qué me dices esto?—estaba a punto de desmoronarme y él parecía no querer siquiera verlo.

—Porque estoy harto de tu presencia y harto de ser el estúpido que aguarda el regreso del Príncipe Malcriado—respondió en un tono más calmado, pero seguía estando molesto y yo podía verlo con claridad en sus facciones, sus ojos y también en la forma de apretar la mandíbula.

—Es nuestro amigo—recurría a la amistad que nos unía a él, el amor que aún teníamos por aquel estúpido que siempre terminaba metido en problemas y por sus intrépidas historias que terminaba narrando como si fueran el guión de dignas películas de Hollywood.

—Corrección, David—sus cejas se alzaron y luego curvaron peligrosamente. El ceño de Louis se frunció y luego sonrió con algo de desdén—. Él es tu amigo, pero no es mi amigo—se acomodó bien la chaqueta y abrió finalmente la puerta.

—Tu amante—susurré esperando que lo escuchara.

—Ya no, afortunadamente—sonrió amargamente y se aproximó a mí dejando la puerta abierta, como si no importara que nos vieran desde la calle y escucharan la terrible discusión.

Sus pasos eran medidos y su elegancia tan perfecta que no parecía real. Sus manos se apoyaron nuevamente en mi rostro, tomándome por debajo de la mandíbula, para luego posar suavemente sus labios sobre los míos. Tenía una belleza mágica que me torturaba. ¿Amar a Louis? Lo hacía. Siempre había amado su belleza y la inteligencia que su mente contenía.

—Eras mucho más agradable cuando tu amor era apasionado y sincero. Ahora soy un animal que cuidas por compasión—masculló finalmente para irse.

Pude haberlo retenido pero no quise. Decidí que debía salir solo sin mi molesta presencia. Me quedé en la vivienda observando los cuadros que Lestat había adquirido y también aquellos que eligió Louis. Todos y cada uno contaban una historia interesante más allá del lienzo. El papel pintado de las paredes era sobrio y muy elegante, los muebles parecían sacados de la época de la Revolución Francesa. El mundo de Louis y Lestat, el mismo que yo había leído años atrás, me rodeaba aplastándome como si fuera una pesada losa.

Retomé mis indagaciones. Pues a pesar de haber dejado la orden, tras fingir que realmente estaba muerto, seguía estudiando los numerosos casos que llegaban a mis oídos. La mesa estaba llena de carpetas con anotaciones y fotografías, cintas de cassette con numerosas grabaciones de conversaciones con diversos testigos de los casos que se acumulaban y un portátil. El portátil siempre estaba encendido en las noches, tecleaba rápidamente cada pensamiento o simplemente pasaba los archivos a copias online en distintos servidores. Es un trabajo arduo que aún realizo. Me siento satisfecho de llevar ordenados mis casos, las peculiares sensaciones que me transmiten y la solución a los distintos enigmas planteados.

No obstante el timbre sonó. La criatura que estaba tras la puerta no era conocida para mí, pero sí era un vampiro. Podía sentir su enorme energía explotar en todas direcciones. Desconocía que quería y como se había atrevido a llamar. Sin embargo pensé que posiblemente buscaba a Lestat, ya que era por muchos conocidos el lugar que tenía como residencia ocasional.

Al abrir la puerta la vi. Era una joven de escasa estatura, rostro salpicado por cientos de pequeñas pecas, labios sensuales y extremadamente voluptuosa. Me miró con sus enormes ojos verdes y supe que era Mona. Sí, no podía ser otra. Mona Mayfair, descendiente de Julien como lo era Merrick. Si bien estaba tan cansado, dolido y harto de todo que a penas la miraba.

—¿Y Lestat?—preguntó frotándose las manos.

—En Blackwood Farm—le indiqué apoyado en la puerta.

—No está—dijo visiblemente nerviosa—. Ayer discutimos... le dije que se fuera... hoy amanecí con mi cama llena de flores. ¡No ha sido Tarquin! Él me ha jurado que no ha sido él. ¿Cómo puedo decirle que he discutido con Lestat y lo he echado? Y...

—¿Desea pasar y tomar asiento?—dije indicándole el interior de la vivienda con mi brazo derecho, extendiéndolo hacia la cálida y agradable sala de mis espaldas.

—¡No!—gritó rompiendo a llorar—. Tarquin está molesto porque sabe que le oculto algo. Él sabe que lo oculto. ¡Y ese idiota se ha ido! Tiene que afrontar lo que hicimos.

—Joven—me dirigí a ella de la forma más diplomática posible, pues no sabía si debía tenderle un pañuelo y abrazarla o simplemente permitir que se esforzara por liberarse mediante aquel llanto—. Si lo desea puede dejarme algún teléfono o dirección por si él se pone en contacto conmigo. También puedo ofrecerle de nuevo mi invitación.

—¡No!—dijo mirándome a los ojos una vez más con rabia—. ¡Dígale que mejor se mantenga callado y al margen! Ya no me importa. Había venido a solucionar las cosas y como siempre él no está para escucharme. ¡No!

Intenté hablar otra vez, pero ella se marchó. Lestat apareció semanas más tarde y regresó al lado de Louis. Olvidé darle aquel recado tan extraño porque él parecía haber vuelto a ser el mismo, olvidándose del pantano y el santuario que había en él. Todo estaba en su lugar, pero el comportamiento de Louis era insufrible. Tan insufrible que después de una dura discusión de ambos decidí abandonarlos y encontrar refugio en Londres, mi adorado y pluvioso Londres.



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Lestat de Lioncourt