Bonsoir mes amis
¡Hoy les traemos un especial! Dedicado a la autora de cierto dibujo que publicaremos en la página y a Shizuka Midori por el genial retrato de mi persona, bueno de Tom Cruise como mi persona, que nos hizo a todos como colaboración. Gracias a ambas por su participación.
También a Luis Villa Chavez por sacarnos unas risas ayer con su dibujo a paint.
¡Gracias por colaborar! Esperamos más participación.
¡Os quiero a todos!
Lestat de Lioncourt
Un pacto
Había leído las orgullosas crónicas
de Louis. Su historia narrada punto por punto sin perder detalle
alguno. Sus ojos color esmeralda habían brotado lágrimas, las
cuales eran como perlas granates, por sus hermosas mejillas. Dolor y
más dolor. Siempre ese dolor. Recuerdo que habíamos compartido
historia, conversaciones y disputas. Él y yo nos soportábamos
porque la soledad era demasiado terrible. No queríamos vivir solos.
Yo deseaba que me amara y jamás lo hizo, el encanto duró durante
algunos años y finalmente nos separamos. Él tomó un camino y yo
tomé otro.
En ese camino él conoció a Molloy. El
joven periodista incrédulo, intrépido y desquiciado por conseguir
una crónica para su periódico de cuarta. Pero él consiguió un
libro que después vendió con un seudónimo. Pude comprobar que se
extendieron como un virus letal por todo el mundo. Ciencia ficción
de calidad para los humanos, esperanza y vergüenza para muchos
vampiros y para mí simplemente la misma historia de siempre.
Recuerdo la primera noche en la cual
aceptamos conversar más allá de los simples duelos mentales que nos
ofrecíamos. Molloy y yo estuvimos sentados durante dos horas en un
café. Él me miraba con cierto miedo y curiosidad. Sus enormes gafas
brillaban bajo la tenue luz de la sala. Por el ambiente se podía
olfatear el café, los dulces y tostadas. No había demasiadas
personas en aquel lugar, era un pequeño antro situado a las afueras
de San Francisco, donde algunos camioneros paraban para descansar
unas horas.
—¿Qué quieres?—dijo encogiéndose
de hombros.
—¿No te resulto interesante?—me
señalé con el dedo índice y esperé su respuesta tras un leve
pestañeo.
—Eres un verdadero incordio—respondió
apoyando sus codos sobre la mesa para dejar caer su mentón sobre sus
manos dobladas—. De los grandes.
Silencio. Se produjo un silencio
aterrador. Su mirada se cruzó con la mía durante unos minutos y él
acabó riendo. Parecía encantado de ver a un ser como yo. Ni
siquiera pensó que podía atraer a monstruos de aspecto aniñado.
Pude leer su mente en la que hacía conjeturas sobre mi edad, pasado,
orígenes y también sobre la belleza que poseía.
—Tengo unos quinientos años—me
eché a reír provocando que se pegara a su asiento.
Aquello lo paralizó e inquietó. No
sabía que pensar ni que decir. Había leído su mente. Tragó saliva
e intentó tomar el vaso de agua que tenía frente a él. Su mano
temblaba y sus labios tocaron el cristal para finalmente, con cierta
angustia en la garganta, dar un trago.
—Louis no puede leer la mente, pero
yo sí.
—¡No lo hagas!—exclamó.
Todos se giraron hacia él
observándonos con atención mientras yo tan sólo jugaba con un
colgante. Había conseguido aquella baratija en una gasolinera donde
había repostado. Decidió aceptar mi conversación y nos llevó a
ambos hasta allí. Mis cabellos rojizos llamaban la atención a las
chicas, posiblemente preguntándose que tan naturales eran, y mi
nariz se fruncía mientras sonreía de forma maliciosa. Daniel
parecía ver en mí la maldad que siempre ha existido y brotado. Una
maldad que es simple y deliciosa. La curiosidad que poseo me empuja a
ser cruel, obstinado y perjudicial incluso para mí mismo.
Me incorporé de mi asiento y me senté
junto a él, en el pequeño sofá forrado de imitación a cuero en
color rojo, pegué mi cadera a la suya y con cierto disimulo coloqué
mi mano entre sus piernas. Su sexo reaccionó a mis caricias mientras
le miraba divertido y él se asustó.
—Permite que te tenga como un
espécimen digno de observar. Quiero ver que tan hermoso es el mundo
mortal ahora. Tú serás mis ojos y yo te daré todo lo que
quieras—hice un dramático inciso para dar énfasis a la siguiente
frase y sonreí—. Pero por supuesto a su debido tiempo.
Me saqué el abrigo que llevaba encima
y cubrí sus piernas. Con cuidado me giré permitiendo que viera bien
mis ojos. Mis dedos bajaron su cremallera y pude meter mi mano,
ligeramente fría, dentro de su bragueta. Él echó la cabeza hacia
atrás unos segundos y después me miró de nuevo.
—Daniel te haré sentir cosas que
nadie ha logrado despertar en ti—dije apoyando mi frente en su
hombro mientras escuchaba un suave jadeo por su parte.
Mis dedos se movían rápidos por su
sexo. Podía sentir su vello púbico rizado, dorado y algo húmedo
mientras él se inclinaba hacia mí. Entonces me besó. Besó mi boca
como lo haría un viejo amante. Su lengua entró entre mis labios
explotándome el sabor de sus temores en cada papila.
—A mi coche—murmuró provocando que
riera divertido—. En mi coche, Armand.
Saqué la mano, subí la cremallera y
él suspiró.
—¡La cuenta!—exclamó pidiendo que
trajeran la nota de la tortita que había pedido y que ni siquiera
había tocado.
Estaba ahí, en un plato blanco,
completamente fría. Sin embargo él estaba ardiendo.
—Te espero fuera—dije estirazándome
igual que un gato antes de hacer sonar mis pasos y el pequeño sonido
de movimiento de la entrada.
Una vez fuera sentí el aire fresco de
la primavera y el estruendo del tráfico en mis oídos. Él se
aproximó tirando de mí hasta la parte trasera de su vehículo. Sus
pantalones se bajaron y mis labios atraparon aquel miembro con cierto
sabor salado. Mis ojos se clavaron en los suyos y él comenzó a
tener empañadas las gafas por el calor que subía por su cuerpo. Sus
mejillas se enrojecieron, comenzó a sudar y jadear, mientras yo le
ofrecía sexo oral sin pudor alguno.
—Estás cometiendo un acto impúdico
y terrible—susurré cuando me tiró sobre los asientos quitándome
los pantalones—. Sigo teniendo la apariencia de un muchacho de
diecisiete años.
—No me perturba—musitó entrando en
mí para ofrecerme la primera estocada.
Aquel sexo desafiante e impúdico fue
la primera vez que logré que Daniel tuviese una expresión menos
impertérrita en su rostro. Sus ojos brillaban en la oscuridad y sus
labios, perfectos y algo gruesos, me parecían muy atractivos. Mis
manos se aferraron a los asientos mientras yo lloraba bajo por el
placer. Me sentía completamente extasiado. Cuando él llegó yo hice
lo propio y quedé recostado allí, pero él salió fuera a fumar un
cigarrillo y meditar sobre el desenlace de nuestra conversación.
—De acuerdo—dijo dejando escapar
una calada.
Se giró para verme allí tumbado con
las piernas aún abiertas pero girado hacia él, con mi ropa interior
por los tobillos y una expresión de placer extraña en mi rostro.
Pasó sus ojos por cada milímetro de mi cuerpo y dio una honda
calada para luego expulsarla por la nariz.
—¿Podrás amarme?—pregunté
incorporándome para poder buscar su mirada sintiéndome tentado por
su colonia e incluso por la nicotina que se adhería a sus pendas—.
Daniel...
—Lo dudo—respondió—. Pero puedo
intentarlo.
Sé que Daniel me odiaba y detestaba,
pero logró aceptarme en su vida. Finalmente me convenció de un amor
que era simple interés. Mis lazos con él se rompieron el mismo día
que comprendí que la sangre lo transformaba por completo. Dejó de
ser desafiante y terminó reducido a un ser contemplativo.
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