Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 10 de febrero de 2014

Un pacto

Bonsoir mes amis

¡Hoy les traemos un especial! Dedicado a la autora de cierto dibujo que publicaremos en la página y a Shizuka Midori por el genial retrato de mi persona, bueno de Tom Cruise como mi persona, que nos hizo a todos como colaboración. Gracias a ambas por su participación. 

También a Luis Villa Chavez por sacarnos unas risas ayer con su dibujo a paint. 

¡Gracias por colaborar! Esperamos más participación.

¡Os quiero a todos!


Lestat de Lioncourt 



Un pacto




Había leído las orgullosas crónicas de Louis. Su historia narrada punto por punto sin perder detalle alguno. Sus ojos color esmeralda habían brotado lágrimas, las cuales eran como perlas granates, por sus hermosas mejillas. Dolor y más dolor. Siempre ese dolor. Recuerdo que habíamos compartido historia, conversaciones y disputas. Él y yo nos soportábamos porque la soledad era demasiado terrible. No queríamos vivir solos. Yo deseaba que me amara y jamás lo hizo, el encanto duró durante algunos años y finalmente nos separamos. Él tomó un camino y yo tomé otro.

En ese camino él conoció a Molloy. El joven periodista incrédulo, intrépido y desquiciado por conseguir una crónica para su periódico de cuarta. Pero él consiguió un libro que después vendió con un seudónimo. Pude comprobar que se extendieron como un virus letal por todo el mundo. Ciencia ficción de calidad para los humanos, esperanza y vergüenza para muchos vampiros y para mí simplemente la misma historia de siempre.

Recuerdo la primera noche en la cual aceptamos conversar más allá de los simples duelos mentales que nos ofrecíamos. Molloy y yo estuvimos sentados durante dos horas en un café. Él me miraba con cierto miedo y curiosidad. Sus enormes gafas brillaban bajo la tenue luz de la sala. Por el ambiente se podía olfatear el café, los dulces y tostadas. No había demasiadas personas en aquel lugar, era un pequeño antro situado a las afueras de San Francisco, donde algunos camioneros paraban para descansar unas horas.

—¿Qué quieres?—dijo encogiéndose de hombros.

—¿No te resulto interesante?—me señalé con el dedo índice y esperé su respuesta tras un leve pestañeo.

—Eres un verdadero incordio—respondió apoyando sus codos sobre la mesa para dejar caer su mentón sobre sus manos dobladas—. De los grandes.

Silencio. Se produjo un silencio aterrador. Su mirada se cruzó con la mía durante unos minutos y él acabó riendo. Parecía encantado de ver a un ser como yo. Ni siquiera pensó que podía atraer a monstruos de aspecto aniñado. Pude leer su mente en la que hacía conjeturas sobre mi edad, pasado, orígenes y también sobre la belleza que poseía.

—Tengo unos quinientos años—me eché a reír provocando que se pegara a su asiento.

Aquello lo paralizó e inquietó. No sabía que pensar ni que decir. Había leído su mente. Tragó saliva e intentó tomar el vaso de agua que tenía frente a él. Su mano temblaba y sus labios tocaron el cristal para finalmente, con cierta angustia en la garganta, dar un trago.

—Louis no puede leer la mente, pero yo sí.

—¡No lo hagas!—exclamó.

Todos se giraron hacia él observándonos con atención mientras yo tan sólo jugaba con un colgante. Había conseguido aquella baratija en una gasolinera donde había repostado. Decidió aceptar mi conversación y nos llevó a ambos hasta allí. Mis cabellos rojizos llamaban la atención a las chicas, posiblemente preguntándose que tan naturales eran, y mi nariz se fruncía mientras sonreía de forma maliciosa. Daniel parecía ver en mí la maldad que siempre ha existido y brotado. Una maldad que es simple y deliciosa. La curiosidad que poseo me empuja a ser cruel, obstinado y perjudicial incluso para mí mismo.

Me incorporé de mi asiento y me senté junto a él, en el pequeño sofá forrado de imitación a cuero en color rojo, pegué mi cadera a la suya y con cierto disimulo coloqué mi mano entre sus piernas. Su sexo reaccionó a mis caricias mientras le miraba divertido y él se asustó.

—Permite que te tenga como un espécimen digno de observar. Quiero ver que tan hermoso es el mundo mortal ahora. Tú serás mis ojos y yo te daré todo lo que quieras—hice un dramático inciso para dar énfasis a la siguiente frase y sonreí—. Pero por supuesto a su debido tiempo.

Me saqué el abrigo que llevaba encima y cubrí sus piernas. Con cuidado me giré permitiendo que viera bien mis ojos. Mis dedos bajaron su cremallera y pude meter mi mano, ligeramente fría, dentro de su bragueta. Él echó la cabeza hacia atrás unos segundos y después me miró de nuevo.

—Daniel te haré sentir cosas que nadie ha logrado despertar en ti—dije apoyando mi frente en su hombro mientras escuchaba un suave jadeo por su parte.

Mis dedos se movían rápidos por su sexo. Podía sentir su vello púbico rizado, dorado y algo húmedo mientras él se inclinaba hacia mí. Entonces me besó. Besó mi boca como lo haría un viejo amante. Su lengua entró entre mis labios explotándome el sabor de sus temores en cada papila.

—A mi coche—murmuró provocando que riera divertido—. En mi coche, Armand.

Saqué la mano, subí la cremallera y él suspiró.

—¡La cuenta!—exclamó pidiendo que trajeran la nota de la tortita que había pedido y que ni siquiera había tocado.

Estaba ahí, en un plato blanco, completamente fría. Sin embargo él estaba ardiendo.

—Te espero fuera—dije estirazándome igual que un gato antes de hacer sonar mis pasos y el pequeño sonido de movimiento de la entrada.

Una vez fuera sentí el aire fresco de la primavera y el estruendo del tráfico en mis oídos. Él se aproximó tirando de mí hasta la parte trasera de su vehículo. Sus pantalones se bajaron y mis labios atraparon aquel miembro con cierto sabor salado. Mis ojos se clavaron en los suyos y él comenzó a tener empañadas las gafas por el calor que subía por su cuerpo. Sus mejillas se enrojecieron, comenzó a sudar y jadear, mientras yo le ofrecía sexo oral sin pudor alguno.

—Estás cometiendo un acto impúdico y terrible—susurré cuando me tiró sobre los asientos quitándome los pantalones—. Sigo teniendo la apariencia de un muchacho de diecisiete años.

—No me perturba—musitó entrando en mí para ofrecerme la primera estocada.

Aquel sexo desafiante e impúdico fue la primera vez que logré que Daniel tuviese una expresión menos impertérrita en su rostro. Sus ojos brillaban en la oscuridad y sus labios, perfectos y algo gruesos, me parecían muy atractivos. Mis manos se aferraron a los asientos mientras yo lloraba bajo por el placer. Me sentía completamente extasiado. Cuando él llegó yo hice lo propio y quedé recostado allí, pero él salió fuera a fumar un cigarrillo y meditar sobre el desenlace de nuestra conversación.

—De acuerdo—dijo dejando escapar una calada.

Se giró para verme allí tumbado con las piernas aún abiertas pero girado hacia él, con mi ropa interior por los tobillos y una expresión de placer extraña en mi rostro. Pasó sus ojos por cada milímetro de mi cuerpo y dio una honda calada para luego expulsarla por la nariz.

—¿Podrás amarme?—pregunté incorporándome para poder buscar su mirada sintiéndome tentado por su colonia e incluso por la nicotina que se adhería a sus pendas—. Daniel...

—Lo dudo—respondió—. Pero puedo intentarlo.

Sé que Daniel me odiaba y detestaba, pero logró aceptarme en su vida. Finalmente me convenció de un amor que era simple interés. Mis lazos con él se rompieron el mismo día que comprendí que la sangre lo transformaba por completo. Dejó de ser desafiante y terminó reducido a un ser contemplativo.



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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt