Así te conocí es un texto de Nicolas de Lenfent donde narra como conoció la música y su pasión por ella.
Lestat de Lioncourt
Recuerdo los inviernos
fríos cuando la nieve se amontonaba en los caminos. El pequeño
taller que regentaba mi padre, en el cual curtía y teñía el cuero,
era cálido a pesar que pudiese parecer lo contrario. Él caminaba de
un lugar a otro con las pieles de los animales que habían cazado
recientemente, los cuales habían usado su carne para hacer fiestas
antes de la cuaresma, y estas se aprovechaban para abrigos, capas o
incluso el forro de las botas de cuero más resistentes de toda
Francia. Al menos así rezaba en el cartel que él mismo había
elaborado.
Mi madre había muerto
cuando yo tan sólo era un bebé, casi inmediatamente después del
parto, y él a veces me reprendía ese hecho. Sin embargo era el
único hijo que poseía. Con su nueva esposa no había podido tener
otro hijo y tampoco hembras. Yo era su esperanza y el amor comenzó a
fluir cuando tenía doce años.
—Ven aquí Nicolas—dijo
sentándose en un taburete mientras encendía una vela—. Hoy me han
dicho que te han visto bailar en la taberna. ¿No eres muy joven para
beber hasta desear mover tus pies?
—No bebí. Fue la
música—respondí acercándome a él.
Era delgado, pero no
espigado. Recuerdo que no era el chico más alto de mi pueblo, pues
ese era Lestat, y mi aspecto era algo infantil inclusive para mis
años. Mi padre me veía como un pequeño muñeco que había logrado
crecer a pesar de los inconvenientes. Sus manos toscas acariciaban
mis mejillas a veces, me pedía disculpas por los azotes y me
recordaba que debía ser obediente.
—Te gusta la música. A
tu madre también le gustaba—susurró con añoranza mientras me
tomaba de las manos—. Quiero que seas algo más que el hijo del
peletero.
—¿Y qué seré?—el
futuro me aterraba. Ciertamente siempre sentí que no viviría
demasiados años. Era una suerte que a pesar de lo enfermizo que
podía llegar a ser, pues todos los inviernos me resfriaba y la tos
se pegaba a mi garganta, era capaz de superar las fiebres.
—Tendrás una educación
digna de un marqués o duque. Me encargaré de ello. Por eso no
quiero que vayas a la taberna—sonaba sincero y preocupado. Su voz
tomaba unos matices muy atractivos.
Muchas veces me he
preguntado si me hubiese parecido a él, pero con rasgos más suaves
muy cercanos a mi madre. Él no tenía los labios gruesos y sus ojos
eran claros, pero sus pómulos eran los míos al igual que la nariz.
Sin embargo él era grueso y de hombros anchos. Yo era la combinación
de ambos, él lo sabía y por ello no podía odiarme. Veía en mí un
reflejo de mi madre.
—Pero allí puedo
escuchar el violín—susurré esperando que no me golpeara por ello,
por eso cerré los ojos e intenté apartarme.
—¿Quieres uno para
ti?—dijo agarrándome fuertemente de los hombros—. Yo te pondré
un profesor para que te enseñe.
En la siguiente primavera
comencé a tocar el violín. Era un arte muy complicado, pero sentía
que mi alma fluía con las notas. Con quince años ya era bastante
bueno, aunque había aprendido a tocar tarde y eso provocaría que
jamás destacase como debía. Con esa edad me fui a París para
mejorar mis estudios y con diecisiete volví a ver a Lestat. Juro que
la música siempre fue mi mayor motivación, pero él me llevó por
el mal camino. Me invitó a la taberna y esta vez bailé desnudo,
ebrio y en la cama mientras él me hacía suyo.
Recuerdo poco de aquella
noche y lo único que viene a mi mente es el pudor que sentí al
descubrirme entre sus brazos. Quise morir de vergüenza y la
oscuridad atenazó más mi corazón. No merecía vivir porque había
torcido mi vida, lo sabía, y mi padre jamás me lo perdonaría. Pero
él tan sólo sonreía buscando mi cuello y haciéndome sentir una
puta parisina. Mi corazón se oscureció y comencé a vislumbrar que
podía usarlo como él me había usado a mí.
1 comentario:
simplemente maravilloso... como siempre
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