¿Cómo están? ¡Nosotros muy bien! Armand ha decidido hacer un regalo a todos quienes lo han apoyado. Ya saben lo que ha ocurrido recientemente ¿verdad? Pues este monstruito quiere regalaros un texto.
Lestat de Lioncourt
Los mortales de hoy en día desconocen
como era la vida sin Internet, salvo sus padres o abuelos que poco a
poco van olvidando. La vida no era tan fácil y la información a
veces no llegaba de forma precisa, rápida y barata. Nos convertimos
en pioneros en épocas pasadas de inventos revolucionarios y
actualmente estos son desechados como algo inútil, carente de valor
o simplemente una antigualla que debería estar en un museo y no
siendo usado.
Benji jamás conoció un mundo como el
que yo tuve que vivir. Él aprendió a navegar por la red de redes
desde temprana edad. He visto como el mundo de Internet se abría
ante mí con gran expectación. El hermoso fenómeno de la
comunicación era rápido y muy sencillo. A pesar de haber
desconocido como usar un teléfono, pues Daniel tuvo que marcar por
mí en las primeras ocasiones frente al auricular, actualmente me
desenvuelvo con gran práctica con la numerosa tecnología. La misma
tecnología que en meses queda obsoleta y provoca escalofríos para
aquellos amantes de lo último.
Sin embargo hace unas noches decidimos
probar un experimento sencillo, divertido y económico. Era una
fiesta en la cual Lestat estaba causando sensación frente a sus
invitados. Todos los mortales se hallaban vestidos de gala. Los más
jóvenes no tomaban alcohol y por lo tanto tenían refrescos de todo
tipo. Entre los numerosos refrigerios de indistintas marcas, y por lo
tanto sabores, estaban los refrescos de cola.
—Tu amigo se enfadará, Dybbuk—dijo
riendo bajo mientras me tomaba de la mano derecha con las suyas—.
Te quiero—susurró tirando de mi brazo para que me inclinara, cosa
que hice. De inmediato sentí sus cálidos y húmedos labios sobre
los míos en un breve roce.
Esos besos suaves, las caricias en mi
rostro o sus abrazos curaban cualquier herida que yo pudiese sostener
aún en mi alma. Cualquier cadena que me atara los brazos y las
piernas, los cuales eran frecuentes, quedaban evaporadas gracias al
poder de su risa.
—Si lo hacemos bien no se
enterará—respondí sacando los dos paquetes de caramelos del
bolsillo de mi chaqueta.
Ambos nos habíamos vestido de forma
similar. Llevábamos chaquetas de cuero negro, camisetas de color
celeste y unos tejanos. Las zapatillas de Benji eran color café,
pero las mías eran azul marino. Teníamos un aspecto juvenil, casi
infantil, y por ello parecíamos dos niños perdidos en una fiesta de
adultos, a pesar que había jóvenes mortales.
Ambos abrimos los paquetes de papel de
los caramelos y nos movimos a toda velocidad abriendo los refrescos
de cola, destacándolos e introduciendo los caramelos. En segundos
las botellas empezaron a salpicar como si fueran volcanes o fuentes.
Todos corrían de un lado a otro mientras nosotros, desde el inicio
de la escalera que daba acceso a la segunda planta, nos reíamos
mirando hacia abajo.
—Nadie sabrá que fuimos
nosotros—dije echándome a reír.
—Yo sí—escuché la voz de Marius
justo a mis espaldas, lo cual hizo que me girara y lo encarara con
cierta molestia.
—Ve y díselo a tu alumno
estrella—respondí tomando de la mano a Benji para subir hacia la
segunda planta.
—¿Estás molesto por lo que ocurrió
en Venecia?—interrogó con un tono de voz algo cruel aunque con
toque de preocupación.
—Te recuerdo que echaba al fuego a
las viejas glorias que empezaban a estorbar en mi secta, Marius.
Él quedó de pie mirándome sin saber
como reaccionar, pero Benji me miraba con los ojos a punto del
llanto. Había ocultado el daño que Marius había hecho en mí, eso
lo había defraudado y a la vez llenado de tristeza.
—Vamos amor mío, vamos—susurré
estrechándolo contra mí—. Vamos mi amor... olvidemos este
incidente.
Aquella noche al regresar a mi mansión,
donde me refugiaba del mundo o quizás refugiaba al mundo de mí,
decidí que Benji dormiría conmigo. Él se desnudó para sentir mi
cuerpo contra el suyo, libre de ataduras, y permitió que acariciara
su nuca con mis largos cabellos. Consolé la tristeza con besos
tiernos y palabras en las cuales le juraba que jamás le ocultaría
nada.
Sybelle nos acompañó tiempo después
susurrando breves frases que nos hizo entrar en el paraíso de los
sueños, pues ocasionalmente ella era la llave mágica que calmaba
nuestras voraces almas y alejaba las pesadillas más terribles.
Posiblemente, al otro lado de la ciudad o en cualquier pueblo perdido
de la mano de Dios, Daniel construiría sus hermosas casas en
miniatura o simplemente descansaba. Mi mundo se reducía a Sybelle y
Benji, el pasado no debía regresar pues cuando lo hacía, porque
ocasionalmente sucedía, sentía que mi corazón se rompía.
Amor... eso era lo que tenía ahora. Un
amor que nadie me quitaría. Amor y respeto.
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