Bonsoir...
Armand me ha pedido que suba esto. Para él es importante. No sé porque lo hago. Quizás porque yo no tengo fuerzas suficientes. Sé que no soy el único que sufre por amor y he podido escucharlo de sus labios. Él y yo no nos llevamos precisamente bien, pero cuando leo cosas como estas siento que mi corazón se encoje.
Me ha pedido encarecidamente que diga que lamenta muchísimo el retraso de estas memorias las cuales dedicará por completo a Daniel, su compañero durante varios años.
Lestat de Lioncourt
Estábamos nuevamente frente a frente
abordados por el silencio. Sus ojos violetas parecían estar perdidos
en un mundo distinto al que nos rodeaba. Sabía que él había ido
cambiando y las décadas le afectaban de forma terrible. Sus manos
estaban sobre la mesa, con las palmas hacia abajo palpando la madera
como haría un ciego, y muy cerca de la última maqueta a escala que
había logrado realizar con éxito. Era la propia Isla Nocturna.
Tenía el trazado perfecto y los edificios que yo mismo había
mandado construir. Había hoteles, casinos, teatros y algunos
restaurantes junto a un parque de atracciones que únicamente habría
al caer el sol. La belleza de la maqueta, tan llena de colores,
contrastaba con su piel de mármol, su jersey blanco mal acomodado y
las ilusiones que parecían estar apagadas en sus pupilas.
Tenía los labios algo rosados, muy
apetecibles, pero su tez era blanca como la nieve. Su cabello caía
revuelto sobre su frente y sus cejas se veían perfectas. Tenía un
rostro inmaculado lleno de una calma que parecía no romperse en
ningún momento. Sus jeans de mezclilla parecían desgastados, además
el borde de éstos estaba algo roto por el roce del suelo, y sus pies
desnudos le conferían un aire de muñeco abandonado.
—Daniel—dije tocando con cuidado el
techo de uno de los edificios, el cual tenía un helicóptero en la
azotea y varias luces que marcaban la zona de aterrizaje—. ¿Por
qué maquetas? Recuerdo que antes amabas escribir a máquina. Si ya
no te interesan, por anticuadas, puedo comprarte un ordenador
portátil—susurré con una leve sonrisa notando que sus ojos se
posaron en el movimiento de mis dedos.
—No la toques—habló con
brusquedad—. ¡No la toques!
Aparté mis dedos para levantarme e
intentar caminar hacia él y calmarlo. Pero él se levantó a toda
velocidad y se marchó al otro extremo de la habitación. Su aspecto
era de un ser furibundo y asustado. Temblaba de pies a cabeza y
parecía querer correr hacia la salida. Huía de mí.
—Daniel no era mi intención—caminé
hacia él y noté que se pegaba a la pared frunciendo el ceño,
dejando que su alborotado flequillo cayera sobre sus frente y me
mirara desafiante—. ¡Daniel!
Aquella habitación seguía siendo la
misma que en nuestras primeras noches. Él había elegido la
decoración de muchos de los apartamentos, pues aquella Isla la
construí para poder estar a solas donde quisiéramos. Era como las
Vegas pero en un territorio algo más reducido, sin desierto, con un
puerto increíble y unas playas de arena blanca muy agradables y
sureñas. Aquel complejo de ocio era extremadamente lujoso y las
habitaciones poseían detalles singulares.
El apartamento tenía grandes cristales
que poseían un sistema electrónico especial para cerrarse por
completo, quedando a oscuras, cuando llegaba el amanecer. Sin embargo
mientras la noche reinase mostraría unas vistas espectaculares de
toda la isla. El faro que a lo lejos iluminaba el mar era pequeño,
prácticamente un adorno y un capricho, pero que sin duda se había
convertido en un reclamo. Aquel lugar era un sitio perfecto para
pedir matrimonio o simplemente descansar del ritmo desenfrenado de
las calles aledañas al puerto y zona de fiesta.
En los pisos inferiores había un
restaurante. Era uno de esos lugares donde la comida internacional
llenaba las mesas a estilo bufet. Los camareros tan sólo servían
bebidas y aperitivos especiales, como pequeños obsequios de una
opípara comida, mientras los comensales seleccionaban sus alimentos
de las múltiples fuentes rebosantes de comida. Sin embargo eran en
las primeras plantas, como he dicho, y nosotros estábamos en la
número setenta y cinco. Prácticamente era el único departamento
que se hallaba en ese piso, por lo tanto era cinco veces superior en
tamaño al resto, el helicóptero era para nuestro uso exclusivo y la
decoración era más elegante, cara y perfecta.
—No...
La voz de Daniel ya no sonaba tan
imponente como años atrás, la cual podía parecer majestuosa.
Cuando adquirí el terreno y decidí construir, con un gran número
de operarios, comencé a comprender lo maravilloso que había sido en
otros tiempos el mundo de los faraones. Me sentía un rey entre
cientos de siervos contemplando una obra inmensa. Él estuvo a mi
lado observando detalladamente cada edificio y colaborando con las
maquetas. Es posible que ahí comenzara su vínculo y deseo.
Daniel dio un par de pasos más
chocando contra una estantería repleta de libros. Muchos de ellos
eran suyos, la mayoría de artículos periodísticos o basados en el
periodismo de investigación. Había varias biografías sobre
destacados periodistas, políticos y un par de libros policíacos.
Algunos cayeron de la estantería debido al tropiezo, quedando sobre
la moqueta que tapizaba esa parte de la vivienda y permitiendo que
sus pies descalzos lo rozaran e incluso pisotearan.
—Daniel—musité aproximándome más
a él para abrazarme llorando.
Mis lágrimas habían comenzado fluir
cuando aprecié en su mirada terror y angustia. Me había convertido
realmente en un monstruo mucho peor que el ser que lo perseguía
antaño. Su jersey quedó manchado por mis lágrimas y él permaneció
inmóvil.
Recordé nuevamente aquellos días
donde él se movía sigiloso por la habitación, completamente
fascinado por las vistas y por los muebles de primera calidad. Las
cortinas que caían lánguidamente como decoración, pues únicamente
las usábamos para ello, fueron acariciadas mil veces por sus dedos
recordándome que eran de satén.
—La isla es para los dos. Pero
supongo que pronto llegarán turistas y otros vampiros—confesé
llevando detrás de mi espalda.
Aquella noche llevaba un traje negro y
una camisa blanca. Mis cabellos estaban recogidos, en una coleta,
mostrándose así mucho mejor mi rostro. Tenía unas facciones suaves
aunque mi carne era dura, como el mármol, y mis ojos poseían el
brillo de la inmortalidad. Parecía un querubín que había
descendido para ofrecerle consuelo y nuevas oportunidades a un
muchacho escuálido, de ojos vivarachos y expresión soñadora.
—¿Harías cualquier cosa por
mí?—aquella pregunta me sorprendió y provocó que sonriera como
cualquier enamorado.
Daniel era atractivo. Poseía una
belleza bohemia muy seductora. Sin duda parecía uno de esos chicos
perdidos llenos de una turbia elegancia. Sus manos eran suaves, de
uñas cuidadas, pero sin duda manchadas por la tinta de su máquina
de escribir y por los bolígrafos con los cuales dejaba garabatos en
servilletas intentando recordar las últimas historias que había
escuchado. Su timbre de voz, masculino y firme, tenían un efecto
devastador en mí.
Me aproximé a él completamente
seducido. Posiblemente era sólo curiosidad, pero algo en mí me
gritaba que estaba enamorándome de un hombre que sólo buscaba
satisfacer sus necesidades. Sin embargo mis manos fueron a su rostro
palpando sus pómulos perfectos, deslicé mis dedos por su mentón
que no poseía ni una ligera sombra de barba y dejé caricias en sus
labios entreabiertos con una sonrisa canalla muy seductora. Podía
imaginarlo en los tugurios de siempre, inclinado sobre la barra, con
una copa de whisky on the rock y las gafas mal colocadas. Sin embargo
estaba allí con un jersey impecable color azul marino, sus
pantalones jeans negros y unas deportivas que yo mismo le había
comprado. Se veía maravilloso y seductor. Sus ojos violetas me
enloquecían. Desde que tenía mi sangre podía sentirme atado a él.
—Cualquier cosa—susurré mientras
lo sentía rodeándome por la cintura con sus grandes manos.
—¿Por qué?—preguntó provocando
que me colgara de su cuello y riera.
Mis mejillas se habían iluminado como
las de una colegiala. Estaba completamente seguro que él me amaba.
Había visto en él tanta pasión y misterio que me torturaba. Quedé
seducido por completo. Si ya era hermoso como mortal como inmortal
había tomado un aspecto enloquecedor.
—Te amo—dije antes de besar su boca
dejándome llevar.
Reconozco que perdí mi orgullo y
cualquier trozo de cordura en aquel instante. Si él me hubiese
pedido la luna era capaz de ir a buscarla. Hubiese dado todo por él.
Aún hoy lo hago aunque suelo mentir sobre mis correrías. Daniel
siempre será Daniel y no habrá otro mortal que pueda ofrecerle mi
sangre.
El beso se intensificó sin proponerlo.
Él parecía querer seducirme hasta que no quedara nada del vampiro
que fui. Sus besos eran fuego y yo me derretía sin imaginar que
pronto perdería todo. Él estaba extremadamente nervioso a veces,
hablaba solo y se comportaba de forma excéntrica, sin embargo había
momentos como aquel en el cual yo era completamente seducido por su
presencia.
Él me giró en sus brazos recostándome
en la mesa, la misma que ahora sostiene la enorme maqueta, para
quitarme la ropa apresuradamente. Mis manos acariciaban sus fuertes
brazos, sus manos y muñecas mientras jadeaba peor que una puta.
Sentía como tiraba de mi ropa dejándola regada por el suelo,
también como mi cabello rozaba mis hombros y dejaba que mi cabeza se
echara hacia atrás.
—Daniel... —esperaba palabras
románticas de su parte, pero sólo en una ocasión logró decirme
que me amaba y me conmovió tanto que le ofrecí gran parte de mis
secretos. En ese momento quería escuchar un te amo de sus labios,
algo sincero y profundo, pero sólo tuve sus ojos clavados en los
míos mientras me abría las piernas.
Escuché el sonido de su cremallera
bajarse, así como sus pantalones caer al suelo, mientras los dedos
de su mano izquierda se deslizaba entre mis muslos hasta mi entrada.
Al notar el dedo corazón entrar en mí, incitándome con el suave
movimiento que me ofrecía, me retorcí con las piernas temblorosas.
—No, Daniel—dije entre jadeos—.
No mi amor—susurré incorporándome para ver su rostro cubierto por
una pátina de lujuria.
Me senté en la mesa para bajarme y
arrodillarme frente a él. Mis manos hicieron caer por completo el
pantalón. La hebilla de la correa sonó con un golpe seco contra el
suelo, la goma de la ropa interior sonó al soltarla contra sus
muslos mientras los bajaba, y mis labios se humedecían para poder
succionar aquel miembro que ya poseía cierto vigor.
Hundí mi rostro en su entrepierna,
rozando con mis mejillas su glande y parte del grueso tronco que
poseía su sexo. Comencé a dejar caricias y un delicioso masaje en
sus testículos, los cuales también tomaban forma. Su escaso vello
rubio coronaba su miembro y corría hacia su vientre, siendo más
espeso cerca de su ombligo. Sus piernas se flexionaban suavemente
mientras sus manos me revolvían el pelo. Estaba complemente
desesperado por sentir su pasión y entrega, pero necesitaba que
primero me mostrara sus debilidades.
Engullí su miembro tras un par de
lamidas. Mi lengua jugueteaba por su sexo, se enredaba en su cálida
piel y terminaba apretando sus labios en la base de su miembro. Mis
ojos se cerraban suavemente y se abrían entre jadeos sensuales, los
cuales eran rítmicos y eróticos. Él me miró con deseo y tenía
los ojos inyectados en furia. Esos ojos que me torturaban.
Tomaba forma entre mis labios y lengua.
Lo humedecía y deslizaba las caricias más terribles. Inclusive
succioné sus testículos y los mordisqueé. Me dejaba llevar por el
placer y el delirio. Mis manos acariciaban sus costados y su cuerpo
se veía terriblemente erótico. Él se quitó la ropa que le
estorbaba y me dejó ver aquel pecho. Un pecho masculino, con algo de
vello cerca de la cruz de su pecho y un vientre marcado. Era delgado,
pero erótico. Unos treinta años que habían hecho un cuerpo
perfecto y el mío encajaba a la perfección con el suyo.
Me incorporé rodeando su cuello con
mis brazos y lamí, con los pies de puntillas y tirando de él, sus
labios que se veían tentadores. Después el me tiró contra la mesa,
de espaldas, y sin mediar palabra me penetró fuerte y firme. La mesa
se desplazó unos centímetros y mis manos quisieron arañar la
superficie, pero ni siquiera coordinaba mis pensamientos. Él me
penetraba con un ritmo constante y decidido, dejándome sin aliento y
perdiéndome en lo especial que me sentía.
Daniel tenía amantes. Había estado
con mujeres de cualquier clase mientras que yo no conseguía llamar
su atención, e incluso después, pero quería pensar que yo era el
único de sus amantes que tenía ese trato y que me amaba. Solía
creer que un día estaríamos a solas los dos.
Sus manos me acariciaban los costados y
dejaban sendos arañazos. Su boca besaba mi nuca y dejaba pequeños
mordiscos. Yo gemía su nombre como cualquier fulana bien adiestrada.
Me movía con deseo y pasión. Él tiraba incluso de mi pelo
provocando que me sintiera suyo, sodomizado a su deseo. En cierto
momento salió de mí y al regresar lo hizo colocándome la correa de
sus pantalones alrededor del cuello. Me sentía un perro al que sacan
a pasear y aún más cuando volvió a entrar en mí, sin miramientos
y desesperado, tirando de la correa como había tirado de mis
cabellos.
—¿Así te gusta?—preguntó en un
jadeo—. ¿Eso quieres?
—Daniel soy tuyo—mis palabras le
hicieron reír y creo que también le fascinaba.
Era fácil dominarme con un poco de
cariño, falso o no, y unas promesas vanas de un amor que nunca
existió. Aunque tal vez sí existió y exista, pero quiero pensar
que sólo jugaba conmigo. Aún así gemía para él retorciéndome,
con la mesa moviéndose bajo nuestros ardientes cuerpos perlados de
sudor sanguinolentos, y con la pasión en nuestras palabras.
Él acabó haciéndome explotar con un
mordisco fuerte en la oreja derecha, tan fuerte que me hizo sangrar,
mientras prácticamente rompía la correa aprisionando mi garganta.
Salió de mí arrojándome al suelo y me tomó del pelo, para apoyar
sus dedos flexionados en mi cráneo, y hacerme levantar el rostro. Su
torrente de cálido esperma fue a mi boca, pues la abrí para
recibirlo. Cuando acabó yo caí al suelo convulsionando por el
placer y él simplemente se sentó en una de las sillas, me miró con
cierto desprecio y se echó a reír. Sin duda yo era su mascota.
Pero ahora, frente a mí temblando como
si fuera un niño, siento que él es frágil. Sus miedos lo han
agotado y transformado en el símbolo de la locura. Quiero pensar que
algún día volverá a estar sereno, sin embargo desconozco si en
algún momento lo estuvo. Me he abrazado a él llorando y no ha
movido un músculo salvo para temblequear y farfullar que me aleje.
Hoy me quedaré con él, pero es posible que no regrese a su lado
pues temo volver a ver a un hombre derrotado. Creé un monstruo de
rostro perfecto y mente turbada.
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