Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 19 de marzo de 2014

Nuestro desgarrador amor

Bonsoir... 

Armand me ha pedido que suba esto. Para él es importante. No sé porque lo hago. Quizás porque yo no tengo fuerzas suficientes. Sé que no soy el único que sufre por amor y he podido escucharlo de sus labios. Él y yo no nos llevamos precisamente bien, pero cuando leo cosas como estas siento que mi corazón se encoje. 

Me ha pedido encarecidamente que diga que lamenta muchísimo el retraso de estas memorias las cuales dedicará por completo a Daniel, su compañero durante varios años. 


Lestat de Lioncourt

Estábamos nuevamente frente a frente abordados por el silencio. Sus ojos violetas parecían estar perdidos en un mundo distinto al que nos rodeaba. Sabía que él había ido cambiando y las décadas le afectaban de forma terrible. Sus manos estaban sobre la mesa, con las palmas hacia abajo palpando la madera como haría un ciego, y muy cerca de la última maqueta a escala que había logrado realizar con éxito. Era la propia Isla Nocturna. Tenía el trazado perfecto y los edificios que yo mismo había mandado construir. Había hoteles, casinos, teatros y algunos restaurantes junto a un parque de atracciones que únicamente habría al caer el sol. La belleza de la maqueta, tan llena de colores, contrastaba con su piel de mármol, su jersey blanco mal acomodado y las ilusiones que parecían estar apagadas en sus pupilas.

Tenía los labios algo rosados, muy apetecibles, pero su tez era blanca como la nieve. Su cabello caía revuelto sobre su frente y sus cejas se veían perfectas. Tenía un rostro inmaculado lleno de una calma que parecía no romperse en ningún momento. Sus jeans de mezclilla parecían desgastados, además el borde de éstos estaba algo roto por el roce del suelo, y sus pies desnudos le conferían un aire de muñeco abandonado.

—Daniel—dije tocando con cuidado el techo de uno de los edificios, el cual tenía un helicóptero en la azotea y varias luces que marcaban la zona de aterrizaje—. ¿Por qué maquetas? Recuerdo que antes amabas escribir a máquina. Si ya no te interesan, por anticuadas, puedo comprarte un ordenador portátil—susurré con una leve sonrisa notando que sus ojos se posaron en el movimiento de mis dedos.

—No la toques—habló con brusquedad—. ¡No la toques!

Aparté mis dedos para levantarme e intentar caminar hacia él y calmarlo. Pero él se levantó a toda velocidad y se marchó al otro extremo de la habitación. Su aspecto era de un ser furibundo y asustado. Temblaba de pies a cabeza y parecía querer correr hacia la salida. Huía de mí.

—Daniel no era mi intención—caminé hacia él y noté que se pegaba a la pared frunciendo el ceño, dejando que su alborotado flequillo cayera sobre sus frente y me mirara desafiante—. ¡Daniel!

Aquella habitación seguía siendo la misma que en nuestras primeras noches. Él había elegido la decoración de muchos de los apartamentos, pues aquella Isla la construí para poder estar a solas donde quisiéramos. Era como las Vegas pero en un territorio algo más reducido, sin desierto, con un puerto increíble y unas playas de arena blanca muy agradables y sureñas. Aquel complejo de ocio era extremadamente lujoso y las habitaciones poseían detalles singulares.

El apartamento tenía grandes cristales que poseían un sistema electrónico especial para cerrarse por completo, quedando a oscuras, cuando llegaba el amanecer. Sin embargo mientras la noche reinase mostraría unas vistas espectaculares de toda la isla. El faro que a lo lejos iluminaba el mar era pequeño, prácticamente un adorno y un capricho, pero que sin duda se había convertido en un reclamo. Aquel lugar era un sitio perfecto para pedir matrimonio o simplemente descansar del ritmo desenfrenado de las calles aledañas al puerto y zona de fiesta.

En los pisos inferiores había un restaurante. Era uno de esos lugares donde la comida internacional llenaba las mesas a estilo bufet. Los camareros tan sólo servían bebidas y aperitivos especiales, como pequeños obsequios de una opípara comida, mientras los comensales seleccionaban sus alimentos de las múltiples fuentes rebosantes de comida. Sin embargo eran en las primeras plantas, como he dicho, y nosotros estábamos en la número setenta y cinco. Prácticamente era el único departamento que se hallaba en ese piso, por lo tanto era cinco veces superior en tamaño al resto, el helicóptero era para nuestro uso exclusivo y la decoración era más elegante, cara y perfecta.

—No...

La voz de Daniel ya no sonaba tan imponente como años atrás, la cual podía parecer majestuosa. Cuando adquirí el terreno y decidí construir, con un gran número de operarios, comencé a comprender lo maravilloso que había sido en otros tiempos el mundo de los faraones. Me sentía un rey entre cientos de siervos contemplando una obra inmensa. Él estuvo a mi lado observando detalladamente cada edificio y colaborando con las maquetas. Es posible que ahí comenzara su vínculo y deseo.

Daniel dio un par de pasos más chocando contra una estantería repleta de libros. Muchos de ellos eran suyos, la mayoría de artículos periodísticos o basados en el periodismo de investigación. Había varias biografías sobre destacados periodistas, políticos y un par de libros policíacos. Algunos cayeron de la estantería debido al tropiezo, quedando sobre la moqueta que tapizaba esa parte de la vivienda y permitiendo que sus pies descalzos lo rozaran e incluso pisotearan.

—Daniel—musité aproximándome más a él para abrazarme llorando.

Mis lágrimas habían comenzado fluir cuando aprecié en su mirada terror y angustia. Me había convertido realmente en un monstruo mucho peor que el ser que lo perseguía antaño. Su jersey quedó manchado por mis lágrimas y él permaneció inmóvil.

Recordé nuevamente aquellos días donde él se movía sigiloso por la habitación, completamente fascinado por las vistas y por los muebles de primera calidad. Las cortinas que caían lánguidamente como decoración, pues únicamente las usábamos para ello, fueron acariciadas mil veces por sus dedos recordándome que eran de satén.

—La isla es para los dos. Pero supongo que pronto llegarán turistas y otros vampiros—confesé llevando detrás de mi espalda.

Aquella noche llevaba un traje negro y una camisa blanca. Mis cabellos estaban recogidos, en una coleta, mostrándose así mucho mejor mi rostro. Tenía unas facciones suaves aunque mi carne era dura, como el mármol, y mis ojos poseían el brillo de la inmortalidad. Parecía un querubín que había descendido para ofrecerle consuelo y nuevas oportunidades a un muchacho escuálido, de ojos vivarachos y expresión soñadora.

—¿Harías cualquier cosa por mí?—aquella pregunta me sorprendió y provocó que sonriera como cualquier enamorado.

Daniel era atractivo. Poseía una belleza bohemia muy seductora. Sin duda parecía uno de esos chicos perdidos llenos de una turbia elegancia. Sus manos eran suaves, de uñas cuidadas, pero sin duda manchadas por la tinta de su máquina de escribir y por los bolígrafos con los cuales dejaba garabatos en servilletas intentando recordar las últimas historias que había escuchado. Su timbre de voz, masculino y firme, tenían un efecto devastador en mí.

Me aproximé a él completamente seducido. Posiblemente era sólo curiosidad, pero algo en mí me gritaba que estaba enamorándome de un hombre que sólo buscaba satisfacer sus necesidades. Sin embargo mis manos fueron a su rostro palpando sus pómulos perfectos, deslicé mis dedos por su mentón que no poseía ni una ligera sombra de barba y dejé caricias en sus labios entreabiertos con una sonrisa canalla muy seductora. Podía imaginarlo en los tugurios de siempre, inclinado sobre la barra, con una copa de whisky on the rock y las gafas mal colocadas. Sin embargo estaba allí con un jersey impecable color azul marino, sus pantalones jeans negros y unas deportivas que yo mismo le había comprado. Se veía maravilloso y seductor. Sus ojos violetas me enloquecían. Desde que tenía mi sangre podía sentirme atado a él.

—Cualquier cosa—susurré mientras lo sentía rodeándome por la cintura con sus grandes manos.

—¿Por qué?—preguntó provocando que me colgara de su cuello y riera.

Mis mejillas se habían iluminado como las de una colegiala. Estaba completamente seguro que él me amaba. Había visto en él tanta pasión y misterio que me torturaba. Quedé seducido por completo. Si ya era hermoso como mortal como inmortal había tomado un aspecto enloquecedor.

—Te amo—dije antes de besar su boca dejándome llevar.

Reconozco que perdí mi orgullo y cualquier trozo de cordura en aquel instante. Si él me hubiese pedido la luna era capaz de ir a buscarla. Hubiese dado todo por él. Aún hoy lo hago aunque suelo mentir sobre mis correrías. Daniel siempre será Daniel y no habrá otro mortal que pueda ofrecerle mi sangre.

El beso se intensificó sin proponerlo. Él parecía querer seducirme hasta que no quedara nada del vampiro que fui. Sus besos eran fuego y yo me derretía sin imaginar que pronto perdería todo. Él estaba extremadamente nervioso a veces, hablaba solo y se comportaba de forma excéntrica, sin embargo había momentos como aquel en el cual yo era completamente seducido por su presencia.

Él me giró en sus brazos recostándome en la mesa, la misma que ahora sostiene la enorme maqueta, para quitarme la ropa apresuradamente. Mis manos acariciaban sus fuertes brazos, sus manos y muñecas mientras jadeaba peor que una puta. Sentía como tiraba de mi ropa dejándola regada por el suelo, también como mi cabello rozaba mis hombros y dejaba que mi cabeza se echara hacia atrás.

—Daniel... —esperaba palabras románticas de su parte, pero sólo en una ocasión logró decirme que me amaba y me conmovió tanto que le ofrecí gran parte de mis secretos. En ese momento quería escuchar un te amo de sus labios, algo sincero y profundo, pero sólo tuve sus ojos clavados en los míos mientras me abría las piernas.

Escuché el sonido de su cremallera bajarse, así como sus pantalones caer al suelo, mientras los dedos de su mano izquierda se deslizaba entre mis muslos hasta mi entrada. Al notar el dedo corazón entrar en mí, incitándome con el suave movimiento que me ofrecía, me retorcí con las piernas temblorosas.

—No, Daniel—dije entre jadeos—. No mi amor—susurré incorporándome para ver su rostro cubierto por una pátina de lujuria.

Me senté en la mesa para bajarme y arrodillarme frente a él. Mis manos hicieron caer por completo el pantalón. La hebilla de la correa sonó con un golpe seco contra el suelo, la goma de la ropa interior sonó al soltarla contra sus muslos mientras los bajaba, y mis labios se humedecían para poder succionar aquel miembro que ya poseía cierto vigor.

Hundí mi rostro en su entrepierna, rozando con mis mejillas su glande y parte del grueso tronco que poseía su sexo. Comencé a dejar caricias y un delicioso masaje en sus testículos, los cuales también tomaban forma. Su escaso vello rubio coronaba su miembro y corría hacia su vientre, siendo más espeso cerca de su ombligo. Sus piernas se flexionaban suavemente mientras sus manos me revolvían el pelo. Estaba complemente desesperado por sentir su pasión y entrega, pero necesitaba que primero me mostrara sus debilidades.

Engullí su miembro tras un par de lamidas. Mi lengua jugueteaba por su sexo, se enredaba en su cálida piel y terminaba apretando sus labios en la base de su miembro. Mis ojos se cerraban suavemente y se abrían entre jadeos sensuales, los cuales eran rítmicos y eróticos. Él me miró con deseo y tenía los ojos inyectados en furia. Esos ojos que me torturaban.

Tomaba forma entre mis labios y lengua. Lo humedecía y deslizaba las caricias más terribles. Inclusive succioné sus testículos y los mordisqueé. Me dejaba llevar por el placer y el delirio. Mis manos acariciaban sus costados y su cuerpo se veía terriblemente erótico. Él se quitó la ropa que le estorbaba y me dejó ver aquel pecho. Un pecho masculino, con algo de vello cerca de la cruz de su pecho y un vientre marcado. Era delgado, pero erótico. Unos treinta años que habían hecho un cuerpo perfecto y el mío encajaba a la perfección con el suyo.

Me incorporé rodeando su cuello con mis brazos y lamí, con los pies de puntillas y tirando de él, sus labios que se veían tentadores. Después el me tiró contra la mesa, de espaldas, y sin mediar palabra me penetró fuerte y firme. La mesa se desplazó unos centímetros y mis manos quisieron arañar la superficie, pero ni siquiera coordinaba mis pensamientos. Él me penetraba con un ritmo constante y decidido, dejándome sin aliento y perdiéndome en lo especial que me sentía.

Daniel tenía amantes. Había estado con mujeres de cualquier clase mientras que yo no conseguía llamar su atención, e incluso después, pero quería pensar que yo era el único de sus amantes que tenía ese trato y que me amaba. Solía creer que un día estaríamos a solas los dos.

Sus manos me acariciaban los costados y dejaban sendos arañazos. Su boca besaba mi nuca y dejaba pequeños mordiscos. Yo gemía su nombre como cualquier fulana bien adiestrada. Me movía con deseo y pasión. Él tiraba incluso de mi pelo provocando que me sintiera suyo, sodomizado a su deseo. En cierto momento salió de mí y al regresar lo hizo colocándome la correa de sus pantalones alrededor del cuello. Me sentía un perro al que sacan a pasear y aún más cuando volvió a entrar en mí, sin miramientos y desesperado, tirando de la correa como había tirado de mis cabellos.

—¿Así te gusta?—preguntó en un jadeo—. ¿Eso quieres?

—Daniel soy tuyo—mis palabras le hicieron reír y creo que también le fascinaba.

Era fácil dominarme con un poco de cariño, falso o no, y unas promesas vanas de un amor que nunca existió. Aunque tal vez sí existió y exista, pero quiero pensar que sólo jugaba conmigo. Aún así gemía para él retorciéndome, con la mesa moviéndose bajo nuestros ardientes cuerpos perlados de sudor sanguinolentos, y con la pasión en nuestras palabras.

Él acabó haciéndome explotar con un mordisco fuerte en la oreja derecha, tan fuerte que me hizo sangrar, mientras prácticamente rompía la correa aprisionando mi garganta. Salió de mí arrojándome al suelo y me tomó del pelo, para apoyar sus dedos flexionados en mi cráneo, y hacerme levantar el rostro. Su torrente de cálido esperma fue a mi boca, pues la abrí para recibirlo. Cuando acabó yo caí al suelo convulsionando por el placer y él simplemente se sentó en una de las sillas, me miró con cierto desprecio y se echó a reír. Sin duda yo era su mascota.

Pero ahora, frente a mí temblando como si fuera un niño, siento que él es frágil. Sus miedos lo han agotado y transformado en el símbolo de la locura. Quiero pensar que algún día volverá a estar sereno, sin embargo desconozco si en algún momento lo estuvo. Me he abrazado a él llorando y no ha movido un músculo salvo para temblequear y farfullar que me aleje. Hoy me quedaré con él, pero es posible que no regrese a su lado pues temo volver a ver a un hombre derrotado. Creé un monstruo de rostro perfecto y mente turbada.


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Lestat de Lioncourt