Ángel González (Lestat de Lioncourt)
Adiós mi amor
Parecía una noche más. El silencio
inundaba la casa en aquel atardecer. Desperté con una sonrisa en mis
labios salvo cuando vi que ella caminaba por la habitación tomando
sus prendas. Había trajes hermosos que yo mismo le había regalado
con el paso de los meses. Incluso había un par de camisas que ni
siquiera había utilizado. Todo estaba revuelto y mal doblado en
algunas maletas. No comprendía que estaba ocurriendo. Me había
mantenido fiel por primera vez y hecho todo lo que se supone que debe
hacerse. Estaba tan desconcertado que no era capaz de mover un
músculo.
—¿Por qué te vas?—pregunté
mirando a mi alrededor—. ¡Rowan!
Ella se detuvo mirándome con una pecha
entre sus manos. Sus hermosos dedos de cirujana temblaron y me
devolvió una mirada tan arrebatadoramente tiste que creí ahogarme
en aquel mar, un mar gris de lágrimas sanguinolentas.
—He olvidado que soy una
Mayfair—susurró con voz temblorosa dejando el vestido, uno blanco
de corte sobrio, en la maleta de cuero que estaba abierta a pocos
centímetros de mi cuerpo.
—¿Qué quieres decir con eso?—me
incorporé por completo saliendo de la cama mientras me llevaba las
manos a mi revuelta cabellera.
Hazel comenzó a llorar en la cuna y yo
frente a ella. Ambos nos convertimos en dos niños pequeños
desesperados por lo que estaba ocurriendo. Había logrado un milagro
hacía un año. A escondidas de todos acepté un revolucionario
invento que lograría sacar mi perfil genético, insertarlo en la
fecundación de uno de sus óvulos congelados y dar con el fruto de
un amor que aguardó diez años. Estuve diez años esperándola o más
bien ella a mí.
—¡Rowan!—dije desesperado
intentando tomarla entre mis brazos, pero a cada paso que daba hacia
ella sentía que había un abismo que no podía cruzar. Se alejó de
mí mirándome angustiada.
—Significa que no importa mi
felicidad—susurró.
—Sí importa—respondí sincero y
firme, pero eso parecía no importar.
—No, no importa. Tengo un deber como
Mayfair—explicó mirando sus delicadas manos para quitarse la
sortija que yo mismo había puesto ahí hacía un año.
Había empezado a realizar preparativos
para una fiesta de celebración por el nacimiento de nuestra hija y
nuestra boda. Sin embargo ella había decidido quitarse la sortija de
casada y dejarla en la mesilla. Un acto que atravesó mi corazón. La
pequeña seguía llorando igual que nosotros dos.
—¿Y Hazel? Ella no es una Mayfair.
Además aceptaste el cambio de apellidos—decía precipitadamente
acercándome a ella para tomarla de los brazos, pero se liberó con
la misma fuerza que yo la tomaba.
—No. Hoy he arreglado ese asunto y
Hazel pasa a llamarse Mayfair—explicó.
—Es nuestra hija—susurré sin
aliento.
—Ahora en el registro es hija de
Michael—aquello me hizo sentir humo. Como si me hubiera convertido
en una figura de humo desdibujada que puede evitarse, olvidarse y
alejarse uno de allí sin el mayor remordimiento.
—Rowan... me estás rompiendo el
corazón.
—El mío lleva días roto, pero eras
tan feliz que ni siquiera te percatabas—murmuró con la voz
quebrada. Esa voz que tenía un carácter fuerte cuando en realidad
envolvía un ser delicado, pues Rowan era una flor que debía cuidar
con esmero después de tanto dolor. Ella surgió en el mundo para
darme la esperanza que yo había perdido. Comprendí el amor al fin y
el odio también. Era mi felicidad y alguien, o algo, me estaba
arrebatando todo— ¿Cómo iba a tener corazón para decirte que ya
no podía estar contigo? No aguanto la presión. No aguanto que estén
llamando cada cinco minutos a la puerta para recordarme quien soy.
—¡Y quién eres!—grité.
—¡Una estúpida que ama a Lestat de
Lioncourt! ¡Una maldita estúpida que permitió que la convirtieras
en un monstruo! ¡Una niña estúpida!—respondió empujándome para
acercarse a la cuna.
Quedó inclinada hacia la pequeña que
movía sus brazos y piernas de forma enérgica. Sus cabellos dorados
y rizados eran muy similares a los de ambos, pero eran sus ojos de un
profundo color violeta los que le conferían la belleza. Sus mejillas
sonrosadas estaban empapadas en lágrimas y parecía sentir nuestro
dolor.
—Una estúpida... ¿cómo yo?—murmuré
temblando.
—Lestat...
—Aguardé diez años para que
pensaras con claridad. Te hice algunas visitas al principio y después
pensé que era necesario que tomáramos distancia. Debías mantener
la mente fresca y comprobar que el mundo que...—empecé a decir sin
poder acabar.
—¿Qué mundo? ¿El tuyo?—preguntó
sin mirarme mientras tomaba a la pequeña entre sus brazos. Siempre
lo hacía con un amor y una feminidad que asombraba. La mujer fría
en el quirófano se derretía cuando tomaba a la pequeña. Siempre
quiso ser madre y quedó imposibilitada, pero había nuevas técnicas
y avances en la Clínica Mayfair.
—El que tendríamos y que
tenemos—respondí intentando tocarla, pero se apartó.
—Ya no hay nada mi amor—dijo
perdiéndose en los ojos tristes de nuestra pequeña.
—Tú me amas.
—¿Y qué importa el amor? Una
Mayfair no se casa por amor—murmuró besando la frente de la niña
que no podía calmarse.
—Tú no amas a Michael. Tú misma lo
dijiste. ¡Lo que ocurrió con Mona hizo que ya no lo amaras! Incluso
le llegaste a tener miedo. Llegaste a temer que te pegara—se giró
mirándome absorta ante mis palabras, bajo la mirada y después me
dirigió una de furia.
—¡Ya basta!—aquel grito sacó un
profundo llanto de la pequeña, la cual se retorcía porque parecía
estar en contra de todo lo que ocurría.
—Hazel...—dije preocupado, pero no
me permitió tocarla.
—¿Quieres besarla antes que nos
marchemos? Es el último favor que te ofrezco—musitó casi sin
aliento.
—¿Qué? Tengo derecho a volver a
verla—dije.
—No lo permitiré. No permitiré que
la influyas como me has influido a mí. Ella será feliz pensando que
es una Mayfair y se sentirá orgullosa de...
—De ser una bruja—mis manos estaban
apretadas en puño y quise golpear el muro que nos dividía, un muro
invisible, para rescatar a la mujer que amaba.
—Sí—dijo sin fuerzas mientras me
tenía a la pequeña.
Tomé a mi hija por última vez en
brazos, la pequé contra mi torso desnudo y sentí como todas mis
ilusiones se rompían. Aquellos hermosos ojos me miraron quizás sin
saber que sería la última vez que se posaran en mí. Comencé a
cantar suave primero, pero luego más alto. Ella movió sus pequeños
brazos dejando que el sueño regresara.
—Duerme mi ángel entre las nubes.
¿Buscarás una estrella fugaz? Mira, allí arriba está flotando la
fantasía. De todo en esta vida tú serás capaz. Duerme mi dulce
criatura. Tu padre está aquí. Yo meceré con cariño tu
cuna...—mientras cantaba Rowan me la quitaba.
Apresurado besé su frente y sus
mejillas. Jamás había visto una niña tan hermosa. Tal vez todos
los padres vemos hermosos a nuestros hijos. Ella poseía una belleza
idílica. Sólo los ángeles poseen una belleza tan impactante. Rowan
me miró con los ojos cubiertos de lágrimas, sin un atisbo de
maquillaje y se marchó hacia la puerta vestida de forma sencilla.
Ryan apareció junto a su hijo tomando
las maletas, mirándome como si fuera un inútil y marchándose de
allí. Quise correr tras ella, pero finalmente se giró en la puerta
mientras ellos salían.
—¿Me amas?—aquella pregunta me
hizo recordar nuestra primera despedida.
—Con todo mi corazón—respondí.
—No puedo decirte que me esperes y me
cuides en la lejanía—dijo en un murmullo—. Me voy de New
Orleans.
—Suponía...
—Tú eres Lestat, el príncipe, quien
sin duda sabrá olvidarse de todo esto—se giró y se marchó
dejando su perfume entre mis sábanas y mi alma.
Caminé hacia la cama recostándome en
ella llorando, sintiendo que mi alma se quebraba en mil pedazos. De
inmediato mi cuerpo fue quedando duro, hundido en la miseria y
olvidado de toda vida. Como aquella vez en la capilla me convertí de
nuevo en un trozo de carne marmórea sin vida. Sin embargo escuché
de fondo las pisadas de David y su voz retumbar, casi golpeándome,
para que me moviera y explicara que había ocurrido. No obstante
quedé en silencio y así permanecería más de unas semanas.
En aquel estado soñé que Hazel y ella
regresaban. Podía sentir las caricias dulces de Rowan mientras la
pequeña dormía sobre mi pecho. La vida misma flotaba en el aire. La
felicidad era terriblemente encantadora. El mundo que yo había amado
estaba ahí y yo no quería volver a la realidad. Quería seguir
soñando un lugar donde todo quedaría congelado en la noche
anterior, en la cual yo fui terriblemente feliz y jamás sospeché
que mi pequeña familia se desharía como un castillo de arena por
culpa de un oleaje.
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