Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 18 de marzo de 2014

Adiós mi amor

OOC: Espero que aquellas estúpidas que jamás han leído al completo la saga estén felices. Aquí tienen lo que han logrado. Lo he escrito con lágrimas en los ojos. Espero que mi escasa felicidad, la cual ustedes me han arrebatado, les haga felices. Soy un caballero y por ello no voy a decir que me parece su actitud y su mentalidad.


Ángel González (Lestat de Lioncourt)


Adiós mi amor

Parecía una noche más. El silencio inundaba la casa en aquel atardecer. Desperté con una sonrisa en mis labios salvo cuando vi que ella caminaba por la habitación tomando sus prendas. Había trajes hermosos que yo mismo le había regalado con el paso de los meses. Incluso había un par de camisas que ni siquiera había utilizado. Todo estaba revuelto y mal doblado en algunas maletas. No comprendía que estaba ocurriendo. Me había mantenido fiel por primera vez y hecho todo lo que se supone que debe hacerse. Estaba tan desconcertado que no era capaz de mover un músculo.

—¿Por qué te vas?—pregunté mirando a mi alrededor—. ¡Rowan!

Ella se detuvo mirándome con una pecha entre sus manos. Sus hermosos dedos de cirujana temblaron y me devolvió una mirada tan arrebatadoramente tiste que creí ahogarme en aquel mar, un mar gris de lágrimas sanguinolentas.

—He olvidado que soy una Mayfair—susurró con voz temblorosa dejando el vestido, uno blanco de corte sobrio, en la maleta de cuero que estaba abierta a pocos centímetros de mi cuerpo.

—¿Qué quieres decir con eso?—me incorporé por completo saliendo de la cama mientras me llevaba las manos a mi revuelta cabellera.

Hazel comenzó a llorar en la cuna y yo frente a ella. Ambos nos convertimos en dos niños pequeños desesperados por lo que estaba ocurriendo. Había logrado un milagro hacía un año. A escondidas de todos acepté un revolucionario invento que lograría sacar mi perfil genético, insertarlo en la fecundación de uno de sus óvulos congelados y dar con el fruto de un amor que aguardó diez años. Estuve diez años esperándola o más bien ella a mí.

—¡Rowan!—dije desesperado intentando tomarla entre mis brazos, pero a cada paso que daba hacia ella sentía que había un abismo que no podía cruzar. Se alejó de mí mirándome angustiada.

—Significa que no importa mi felicidad—susurró.

—Sí importa—respondí sincero y firme, pero eso parecía no importar.

—No, no importa. Tengo un deber como Mayfair—explicó mirando sus delicadas manos para quitarse la sortija que yo mismo había puesto ahí hacía un año.

Había empezado a realizar preparativos para una fiesta de celebración por el nacimiento de nuestra hija y nuestra boda. Sin embargo ella había decidido quitarse la sortija de casada y dejarla en la mesilla. Un acto que atravesó mi corazón. La pequeña seguía llorando igual que nosotros dos.

—¿Y Hazel? Ella no es una Mayfair. Además aceptaste el cambio de apellidos—decía precipitadamente acercándome a ella para tomarla de los brazos, pero se liberó con la misma fuerza que yo la tomaba.

—No. Hoy he arreglado ese asunto y Hazel pasa a llamarse Mayfair—explicó.

—Es nuestra hija—susurré sin aliento.

—Ahora en el registro es hija de Michael—aquello me hizo sentir humo. Como si me hubiera convertido en una figura de humo desdibujada que puede evitarse, olvidarse y alejarse uno de allí sin el mayor remordimiento.

—Rowan... me estás rompiendo el corazón.

—El mío lleva días roto, pero eras tan feliz que ni siquiera te percatabas—murmuró con la voz quebrada. Esa voz que tenía un carácter fuerte cuando en realidad envolvía un ser delicado, pues Rowan era una flor que debía cuidar con esmero después de tanto dolor. Ella surgió en el mundo para darme la esperanza que yo había perdido. Comprendí el amor al fin y el odio también. Era mi felicidad y alguien, o algo, me estaba arrebatando todo— ¿Cómo iba a tener corazón para decirte que ya no podía estar contigo? No aguanto la presión. No aguanto que estén llamando cada cinco minutos a la puerta para recordarme quien soy.

—¡Y quién eres!—grité.

—¡Una estúpida que ama a Lestat de Lioncourt! ¡Una maldita estúpida que permitió que la convirtieras en un monstruo! ¡Una niña estúpida!—respondió empujándome para acercarse a la cuna.

Quedó inclinada hacia la pequeña que movía sus brazos y piernas de forma enérgica. Sus cabellos dorados y rizados eran muy similares a los de ambos, pero eran sus ojos de un profundo color violeta los que le conferían la belleza. Sus mejillas sonrosadas estaban empapadas en lágrimas y parecía sentir nuestro dolor.

—Una estúpida... ¿cómo yo?—murmuré temblando.

—Lestat...

—Aguardé diez años para que pensaras con claridad. Te hice algunas visitas al principio y después pensé que era necesario que tomáramos distancia. Debías mantener la mente fresca y comprobar que el mundo que...—empecé a decir sin poder acabar.

—¿Qué mundo? ¿El tuyo?—preguntó sin mirarme mientras tomaba a la pequeña entre sus brazos. Siempre lo hacía con un amor y una feminidad que asombraba. La mujer fría en el quirófano se derretía cuando tomaba a la pequeña. Siempre quiso ser madre y quedó imposibilitada, pero había nuevas técnicas y avances en la Clínica Mayfair.

—El que tendríamos y que tenemos—respondí intentando tocarla, pero se apartó.

—Ya no hay nada mi amor—dijo perdiéndose en los ojos tristes de nuestra pequeña.

—Tú me amas.

—¿Y qué importa el amor? Una Mayfair no se casa por amor—murmuró besando la frente de la niña que no podía calmarse.

—Tú no amas a Michael. Tú misma lo dijiste. ¡Lo que ocurrió con Mona hizo que ya no lo amaras! Incluso le llegaste a tener miedo. Llegaste a temer que te pegara—se giró mirándome absorta ante mis palabras, bajo la mirada y después me dirigió una de furia.

—¡Ya basta!—aquel grito sacó un profundo llanto de la pequeña, la cual se retorcía porque parecía estar en contra de todo lo que ocurría.

—Hazel...—dije preocupado, pero no me permitió tocarla.

—¿Quieres besarla antes que nos marchemos? Es el último favor que te ofrezco—musitó casi sin aliento.

—¿Qué? Tengo derecho a volver a verla—dije.

—No lo permitiré. No permitiré que la influyas como me has influido a mí. Ella será feliz pensando que es una Mayfair y se sentirá orgullosa de...

—De ser una bruja—mis manos estaban apretadas en puño y quise golpear el muro que nos dividía, un muro invisible, para rescatar a la mujer que amaba.

—Sí—dijo sin fuerzas mientras me tenía a la pequeña.

Tomé a mi hija por última vez en brazos, la pequé contra mi torso desnudo y sentí como todas mis ilusiones se rompían. Aquellos hermosos ojos me miraron quizás sin saber que sería la última vez que se posaran en mí. Comencé a cantar suave primero, pero luego más alto. Ella movió sus pequeños brazos dejando que el sueño regresara.

—Duerme mi ángel entre las nubes. ¿Buscarás una estrella fugaz? Mira, allí arriba está flotando la fantasía. De todo en esta vida tú serás capaz. Duerme mi dulce criatura. Tu padre está aquí. Yo meceré con cariño tu cuna...—mientras cantaba Rowan me la quitaba.

Apresurado besé su frente y sus mejillas. Jamás había visto una niña tan hermosa. Tal vez todos los padres vemos hermosos a nuestros hijos. Ella poseía una belleza idílica. Sólo los ángeles poseen una belleza tan impactante. Rowan me miró con los ojos cubiertos de lágrimas, sin un atisbo de maquillaje y se marchó hacia la puerta vestida de forma sencilla.

Ryan apareció junto a su hijo tomando las maletas, mirándome como si fuera un inútil y marchándose de allí. Quise correr tras ella, pero finalmente se giró en la puerta mientras ellos salían.

—¿Me amas?—aquella pregunta me hizo recordar nuestra primera despedida.

—Con todo mi corazón—respondí.

—No puedo decirte que me esperes y me cuides en la lejanía—dijo en un murmullo—. Me voy de New Orleans.

—Suponía...

—Tú eres Lestat, el príncipe, quien sin duda sabrá olvidarse de todo esto—se giró y se marchó dejando su perfume entre mis sábanas y mi alma.

Caminé hacia la cama recostándome en ella llorando, sintiendo que mi alma se quebraba en mil pedazos. De inmediato mi cuerpo fue quedando duro, hundido en la miseria y olvidado de toda vida. Como aquella vez en la capilla me convertí de nuevo en un trozo de carne marmórea sin vida. Sin embargo escuché de fondo las pisadas de David y su voz retumbar, casi golpeándome, para que me moviera y explicara que había ocurrido. No obstante quedé en silencio y así permanecería más de unas semanas.


En aquel estado soñé que Hazel y ella regresaban. Podía sentir las caricias dulces de Rowan mientras la pequeña dormía sobre mi pecho. La vida misma flotaba en el aire. La felicidad era terriblemente encantadora. El mundo que yo había amado estaba ahí y yo no quería volver a la realidad. Quería seguir soñando un lugar donde todo quedaría congelado en la noche anterior, en la cual yo fui terriblemente feliz y jamás sospeché que mi pequeña familia se desharía como un castillo de arena por culpa de un oleaje.  

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt