Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 13 de abril de 2014

Bloody Kisses

Nicolas y Armand tuvieron un encuentro ¿quieres saber más? Sigue leyendo.

Lestat de Lioncourt 


Dicen que la soledad es terrible, pero conozco algo más terrible que la soledad en sí. El silencio que queda tras una discusión que se inicia como una pequeña chispa y termina convirtiéndose en un gran incendio, el cual se propaga por toda la vivienda y consume la frágil estructura de nuestras almas. Conozco bien esa sensación. Aprendí a sobrellevarla durante algunos meses, pero la inmortalidad me hizo caer en una espiral terrible de dolor, amargura y sentimientos opuestos.

Si regresé a la vida, tras una muerte horrible e innecesaria, fue para tener la oportunidad de solucionar ese vacío. Creí que la ira transformada en venganza sería la oportuna, pero no fue así. Me dejé llevar durante algunos meses hacia el precipicio de la inseguridad que da el sabor de la venganza, pero a cada paso que daba me dejaba vencer y perdía parte de mi talento frente a un viejo amigo. El violín parecía detestarme, pues la rabia que contenía se diluía en cada palabra amarga. Si aprendí a tocar el violín no fue sólo por odio, sino para expresar cada matiz de mi persona. Cuando el odio te ciega te convierte en un trasto inútil y convierte lo que amas en algo podrido.

Cuando contemplé el hundimiento de Lestat hace unos meses supe que parte de esos sentimientos, los que estaban enterrados tras miles de palabras de odio, surgieron con fuerza y deseé que él fuera mío nuevamente. Me obsesioné con ser todo lo que él esperaba de mí, arrancándome cualquier duda con una sonrisa y esclavizándome a sus caricias. Él gozó de mi cuerpo y mis sentimientos, pero yo sólo tuve indiferencia tras cada caricia.

Aquella noche él despertó a mi lado, con su cuerpo perlado en sudor debido a las altas temperaturas primaverales, y ni siquiera me miró unos segundos. Estaba dispuesto a irse a los peculiares locales de moda, esos donde se pierde el alma y poco a poco la vida. Las mujeres de vida alegre, los jóvenes con deseos de imitar a los viejos bohemios, músicos trasnochadores y demás fauna nocturna que camina casi somnolienta por las calles buscando algo de diversión para matar su aburrimiento cotidiano.

—¿Dónde vas?—pregunté aún en la cama mientras observaba como él salía del baño recién acicalado, dispuesto para tomar su mejor traje y marcharse rápidamente de la habitación que compartíamos—Lestat... te estoy hablando...

—Y yo te estoy ignorando—respondió con una sonrisa tan cruel como díscola. Deseé partir su cara de porcelana estrellándolo contra el suelo. Sin embargo sentía miedo de tocarlo, romperlo y no poder soportarlo.

—Pensé que te quedarías—dije apartando la sábana para mostrar mi cuerpo desnudo—, porque anoche lo pasamos muy bien.

—Anoche fue anoche; hoy es hoy—argumentó tomando el traje blanco que tanto le gustaba, pues Rowan lo había comprado y elegido para él.

—Otra vez con ese traje que te regaló esa maldita bruja—estaba molesto y la sensatez no es parte de mis virtudes.

—No vuelvas a llamarla bruja en ese tono—sus ojos eran dos bolas violetas llenas de rencor.

Recordaba sus ojos grises con ciertos tonos azulados, tan hermosos como llamativos, que me provocaban una nostalgia inmensa cuando no los tenía posados sobre mí. En Auvernia sentí celos, pero los calmaba al saber que era al único que tocaba de aquel modo. Fui el primer hombre en su cama y supuse que sería el último. Sus besos eran apasionados y sus manos ásperas por las armas que solía usar para cazar. Tenía un cuerpo atlético que cualquier imbécil desearía, pero sobre todo una apariencia sensual que las mujeres sabían apreciar. Y yo fui para él una mujer más, pues nunca me consideró un hombre por mis ademanes y mis momentos de furia que comparaba con las actitudes de una mujer molesta.

Esos ojos con los que me miró no eran sus ojos. El poder del Don Oscuro los modificaba a su antojo debido a la luz, también a sus sentimientos, y él en esos momentos se llenó de odio. Sentí miedo porque me apartara de su vida y rápidamente quise pedir disculpas, aunque fue en vano.

—Amor mío—susurré deslizándome de la cama para ir hacia él—. ¿Por qué tan enojado? Piensa que ella se fue, pero yo he regresado. Todo irá bien si me dejas cuidar de ti—acaricié su pómulo izquierdo con el dorso de mi mano diestra y sonreí lo más sosegado posible—. Vuelve a la cama mon amour.

—No me interesa—respondió apretando los dientes para apartarme con un fuerte empujón.

Sentí como mi cuerpo se despegaba del sueño para aterrizar en el suelo, cerca de la cama, mientras escuchaba sus pasos rápidos por la estancia colocándose a velocidad vampírica cada prenda. Quise llorar, pero me contuve las ganas.

—Lestat, por favor. No debes destruirte por alguien que no te merece—dije incorporándome.

—Ella no se fue porque lo deseara. No me preguntes como lo sé, pero lo sé. No es casual que Memnoch desapareciera y ella también—se giró hacia mí y me quedé atónito por su belleza. Quise besarlo hasta perder la conciencia y obligarle a destrozarme entre las sábanas, pero él parecía estar convencido de una rápida salida por los bajos fondos—. Nicolas, no te amo. La poca chispa que existía entre nosotros la incendiaste tú al morir—aquello me ahogó en miedos y dolor, pero sobre todo fue su forma franca de explicarme la situación—. Pero me alegro que estés vivo, sigas con la belleza que tenías y con esa pasión en la cama. Disfruto de ti, de tu cuerpo, de esas caricias endemoniadas que sabes hacer con tu lengua y de tu magistral toque de encanto.

—Sólo para sexo—las lágrimas surgieron solas y me sentí desplomado. Deseé atormentarlo, hundirlo, y hacerle sentir humillado por el abandono de esa mujer. No obstante él tenía razón, pues Memnoch se fue y todo cambió. Parecía que él perseguía algo más y cuando lo obtuvo desapareció de la faz de la tierra—. Pero puedes volver a...

—¿A quererte?—preguntó frunciendo el ceño—. No.

—¡Por qué! ¡Por qué eres tan tajante!—grité histérico levantándome para arrojarle algunas almohadas que él esquivó.

—¡Mi corazón está condenado! ¡Mi alma está condenada! ¡Mi amor ya fue entregado! ¡Ya tuve todo lo que quería! ¡Tuve la familia que deseaba! ¡Encontré el amor puro que tanto rogaba! Y he visto el cielo y el infierno, Nicolas. He visto las maravillas y las bajas pasiones. Conozco la cueva de los ladrones de sueños y también el paraíso de los melancólicos. He entrado en euforia y he caído como marioneta en un viejo teatro con los tablones apolillados. Nicolas, he visto el mundo. Conozco lo que puedo y no puedo dar. No puedo darte amor, así que desengáñate—aquellas palabras eran tan duras como ciertas. Me fulminaba con sus ojos y sus ademanes. Quería morirme allí mismo de nuevo, sin necesidad de fuego o cualquier acto violento. Hubiese dado lo que fuera para volver a ser un fantasma y evaporarme, olvidarme de todo lo sucedido y finalmente desaparecer.

—¿Y si no quiero?—pregunté roto y desanimado, pero con una leve esperanza. Él podía haber visto miles de cosas, sin embargo no había conocido mi empeño. Al menos no conocía mi rebeldía y fortaleza.

—Sufrirás en vano—dijo tras un suspiro largo y profundo—. Te deseo Nicolas—aquello provocó que sonriera amargamente—. Deseo ese cuerpo bien formado, tus encantadoras nalgas dispuestas a ofrecerme el placer de los infiernos, pero no te amo.

—Soy una puta para ti—murmuré.

—Sí—se aproximó y se inclinó para besar mis labios.

Fui tan estúpido que respondí deseando que cambiase de opinión en ese mismo momento. Mis labios envolvieron los suyos y su lengua me hizo vibrar. Quería que me hiciera el amor con mentiras, frases llenas de pasión y entrega vacías, y por supuesto su toque de erotismo banal que era su sello personal. Sin embargo se apartó, acomodó el pañuelo de la chaqueta y me dejó allí con el corazón roto, deseos incesantes de él y miles de reproches.

Podía destruirlo por mis nuevos poderes, pero tan sólo me comportaba como un chiquillo que rogaba un poco de atención. Me odiaba porque había regresado para matarle, pero en ese momento estaba muriendo por él. Quise ir tras sus pasos, rogarle nuevamente y convencerle de la única forma que sabía. Deseaba sentir su piel contra la mía, el sabor de sus labios y su instinto animal. No me importaba en absoluto que siempre me relegara a un lado de la cama, pues satisfacía mis bajos instintos y me hacía temblar con cada roce. Aunque hubiese sido mejor haberme centrado en matarlo cuando tuve la oportunidad.

Decidí aguardar su regreso en aquella cama revuelta, la cual aún olía a él y a mí unidos en un desesperado intento de olvidar nuestros propios demonios, sintiendo que quizás no volvería hasta pasados varios días. Si bien, pese a todo, me quedé allí recostado escuchando el silencio de la mansión. Meses atrás desbordaba vida, el champán corría, los invitados aparecían a cualquier hora y los demás inmortales parecían festejar que Lestat había alcanzado plenamente la felicidad. Pero ya no era así, el amor no estaba en el aire y la felicidad se había evaporado. Muchos de los compañeros inmortales se habían refugiado en la lectura, su propio esparcimiento personal o habían comprado casas cercanas donde disfrutaban de su intimidad.

Sin embargo tras varias horas decidí colocarme su batín de seda azul pavo real, el cual me quedaba algo grande debido a la estatura que poseía Lestat en comparación con la mía. Bajé las escaleras y me busqué en la cocina algo para calmar mi nerviosismo. Quería encontrar restos de champán en la nevera, alguna botella que no hubiese sido dispuesta y se conservara en cámara. Aunque no era correcto enfriar la botella durante muchos días, ni tenerla en en un refrigerador, pues lo ideal era su champanera. Si bien, eran algunos camareros era inútiles y tenía la esperanza que Lestat no tuviese buen ojo eligiendo su servicio.

Allí sentí por primera vez su presencia. La puerta trasera se abrió, justo la que usaba el servicio, y él apareció con su cabello rojo alborotado, una sudadera celeste y unos tejanos negros deslavados. Tenía unas deportivas algo extrañas pues estaban pintadas a su gusto, con una decoración renacentista al haber usado un cuadro de Botticelli para ello. Su aspecto era el de un muchacho común y corriente, pero el poder que emanaba demostraba su fuerza y también el odio que sintió al encontrarme allí y con una de las prendas favoritas de Lestat.

—¿Qué haces aquí?—preguntó con cierta sorpresa.

—Vivo aquí, pues me instalé hace unos días. No quería dejarlo solo, sobre todo después de regresar de ésta forma tan idílica— no quería decirle la verdad. Como siempre al enemigo no había que darle demasiada información y la que se le diera debía ser falsa.

—Ah, que bien—dijo apretando suavemente sus manos, síntoma que le había molestado mi comentario. Frunció suavemente el ceño y después sonrió enmarcando las cejas—. Y dime ¿ya encontró tu amorcito el anillo de rubí que perdí cuando nos enredamos juntos? Verás, fue una noche tan apasionante y desinhibida que perdí uno de mis anillos favoritos.

Me contuve para no golpearlo, pues sabía bien que era imposible que ambos hubiesen compartido cama. Sin embargo sus ojos no mentían en absoluto y aquello me rompió por la mitad. Podía soportar que estuviese con cientos de amantes, hundiera su rostro en los escotes más prominentes y perfumados, besase a cualquier chiquillo desvergonzado a cambio de un poco de diversión o simplemente se dejara seducir por su presa. Pero aquello, esa traición tan cruel, me dolió profundamente.

—¿Qué?—susurré apoyándome en la encimera del mueble que estaba a mis espaldas.

—Sí, quiero mi anillo de regreso—comentó encogiéndose de hombros—. Fue una noche perfecta, eso sin duda, pero no quiero perder un anillo que me gusta.

—¡Mientes!—grité furioso agarrando lo primero que tenía a mano, lo cual fue una sartén, que acabé lanzando a su cabeza.

—¡Qué haces!—dijo esquivándola—¡Maldito enajenado!

—¡Me cortaste las manos! ¡Y ahora me quitas a Lestat! ¡Eres un malnacido!—me sentía tan dolido que ni siquiera recordaba el diálogo, casi discurso, de Lestat.

—¡Él no te ama!—gritó tras una larga risotada.

—¡A ti tampoco!—aquello hizo que su rostro se enseriara. Sus finos rasgos juveniles quedaron duros, sus mejillas se hundieron y su mentón se contrajo en una mueca que gritaba llanto— ¡Eres sólo una puta que nadie ama! ¡Se abre de piernas y todos gozan! ¡Eres sólo la puta de muchos y la zorra de otros tantos! ¡Sólo eso! ¡Naciste para arrodillarte pero no para orar, sino para felar los miembros erectos de cualquier hombre que te dice amar! ¡Además de puta eres ciega! ¡Ciega y arrastrada!

—¡Cómo te atreves!—sus ojos eran una marea de lágrimas sanguinolentas, sus manos temblaban y golpeaban suavemente sus muslos, y sus hombros se encogían. Había hecho daño y en esos momentos sentí un placer inusitado. Verlo así, tan compungido, era sin duda delicioso.

—Me atrevo porque es la verdad. Recuerdo bien como te abriste para mí pensando que me serías útil—le miraba altivo sin demostrar en ningún momento mi dolor.

—Te... te odio...—balbuceó entre lágrimas.

—Lestat te odia a ti—respondí con una ancha sonrisa—. Y si te hizo suyo, cosa que dudo, seguramente no le complaciste en absoluto.

—¡Mientes!—se acercó a mí empujándome contra el mueble mientras yo reía a carcajadas, aunque por dentro quería romperme en mil pedazos.

—¡Puta!—dije entre risas.

—¡A ti tampoco te ama!—respondió aún con sus manos sobre mi cuerpo.

—¡Mentira!—dije tomándolo de las muñecas para apartarlo de mí, pero sus manos seguían contra mi pecho aplastándome contra la encimera y el mueble superior donde se guardaban algunos enseres. Debido al forcejeo se abrió y algunos platos comenzaron a caer precipitándose al suelo.

El ruido de los platos avisó al servicio y aparecieron allí, rodeándonos, con sus ojos atónitos ante la pelea. Armand era un monstruo hermoso, pero un monstruo, y yo de igual modo debía parecer completamente terrible.

—¡Sabes que sí! ¡Él sólo ama a Rowan!—gritó soltándome para salir de la cocina en dirección al interior de la casa.

—¡Ven aquí zorra!—dije apartando a varios muchachos, los cuales quisieron obstaculizarme el paso.

Posiblemente todos temían que destrozáramos la vivienda de su jefe, el cual se hallaba lejos posiblemente restregándose contra cualquier cabaretera. La realidad no estaba muy alejada de ésta afirmación, pues se encontraba en los brazos de alguien y era de Mona Mayfair y Tarquin Blackwood. Él estaba disfrutando de ambos mientras nosotros dos nos peleábamos por alguien que no mostraba interés alguno en nuestros sentimientos.

Él subía por las escaleras y yo lo perseguía. Noté como entraba en el cuarto de Lestat y al ver la cama se echó a llorar de forma terrible. Sin saber motivo alguno me acerqué a él, lo tomé entre mis brazos y dejé que su rostro se hundiera en mi pecho. Mis manos acariciaron sus cabellos rizados y lo observé con compasión. Ambos añorábamos el sentimiento de confort y amor que él nos ofrecía, pero era sólo un espejismo.

Su cuerpo era pequeño, menudo y sensual. Jamás había reparado en la belleza extraña que poseía, más allá de sus facciones dulces y aniñadas, pero en aquel instante recordé que había un alma temblorosa que buscaba la compasión, del mismo modo que yo lo hacía, pero con una envoltura delicada que yo jamás tendría. Tomé su rostro entre mis manos y observé su expresión atónita, la cual se agravó cuando mis labios rozaron los suyos. Pude sentir como sus manos se aferraban a la tela suave del batín, sus ojos se cerraban y sus labios aceptaban los míos sin impedimento.

Mis dedos acariciaron sus facciones hasta sus orejas, desde ellas fui hasta su cuello y toqué el borde de su prenda. Sin bacilar demasiado le quité la sudadera arrojándola al suelo, para después hacer lo mismo con la camiseta blanca que llevaba bajo ésta. Su cuerpo delicado, frágil incluso a simple vista, era níveo y poseía alguna peca debido a su condición de pelirrojo. Sus ojos cafés me recorrían con cierto pudor y sus mejillas se tornaron rosadas.

—Deja que te ofrezca algo que Lestat no sabe darte—dije desabrochando su pantalón mientras él guiaba sus manos hacia mi rostro.

Sus dedos eran suaves, fríos y poseían unas uñas que brillaban bajo la tenue luz de la habitación. Éstas no me arañaban, ni se clavaban en mi carne, sino que dejaban sutiles caricias excitantes que me provocaban un hormigueo delicioso en la nuca hasta la cruz de mi espalda. Sus manos acabaron en mis cabellos, acariciando y enredándose en ellos, justo antes de bajarle los pantalones junto a la ropa interior. Sus labios y los míos se unieron una vez más. Nuestras bocas se desafiaban con lenguas desesperadas y él se aferraba a mí con fuerza inusitada.

El batín cayó al suelo justo antes de ayudarlo a tumbarse en la cama. Aquel pequeño espectáculo, el tenerlo sometido a mis caricias, me excitó de sobremanera. Comprendí entonces porque muchos codiciaban su cuerpo, ansiaban poseerlo, y rogaban porque él los hiciese suyo antes de ser asesinados por sus manos o colmillos.

Hundí mi rostro en su cuello, besando la zona bajo el lóbulo, mientras olía la fragancia a frutas y especies que llevaba impregnado en sus cabellos. Sus piernas se enredaban con las mías de forma bastante inquieta, quedando las suyas abiertas y las mías dentro de éstas. Percibía sus muslos algo más cálidos que su vientre o rodillas, lo cual era extremadamente agradable, mientras tanto besaba su mentón y buscaba un camino sutil por su torso hasta sus pezones.

El sexo sucio de Lestat, el cual me escandalizaba y complacía, quedaría a un lado. Ofrecería a Armand algo que no solía tener, del mismo modo que él me ofrecería algo que yo nunca poseía. Mis manos llenaban su torso de caricias y también lo hacía mi boca. Era un experto con mi lengua y dientes, pues Lestat siempre suspiraba cuando le hacía algún juego con ellos. Sin embargo Armand era mucho más sensible; él parecía deshacerse en cada roce y jadeaba bajo rogando que lo hiciera de una vez.

Al entrar en su cuerpo, estrecho y cálido, sentí un latigazo de emociones que me hizo llorar. Mis lágrimas al fin surgieron después de minutos conteniéndolas. Mi mano derecha acarició su sexo, comenzando a mover la mano suavemente, para poder excitarlo hasta la eyaculación; pero mi mano izquierda se apoyó en el almohadón que sostenía su cabeza.

—Nicolas...—balbuceó apretándome dulcemente entre sus piernas. Sus muslos eran redondos, suaves y sin vello. Él a penas poseía algún síntoma visible de masculinidad aparente, salvo por la espesa mata de cabello pelirrojo que coronaba su sexo.

—Tranquilo mi ángel, tranquilo...—dije comenzando a moverme lentamente en su interior.

—Nicolas... quiero ser tuyo—dijo con lágrimas en los ojos mientras buscaba mi boca.

—Disfruta y olvida—murmuré besando su pecho notando sus manos encanjándose en mis costados. Sus uñas se hundían en mi piel, mucho más cálida y tierna que la suya, mientras su sudor sanguinolento le hacía brillar como si tuviera rubíes diminutos engarzados en su figura de mármol. Yo también sudaba sintiendo como sus músculos interiores atrapaban mi miembro, mientras mis testículos golpeaban con toda la fuerza de mi pasión—. Así—dije entre jadeos al ver sus labios entreabiertos, sus ojos vueltos y su cuerpo temblar. Los gemidos que él me regalaban eran tan eróticos que me hacían dudar si podía ser tan sólo una fantasía.

Mi mano diestra apretaba con fuerza su miembro, pellizcando su glande, notando que había pre-semen en mis dedos. Él estaba gozando en los brazos de su peor enemigo, mientras que yo lo hacía en el interior de mi verdugo. Era la primera vez que estaba con un hombre de ese modo. Él me estaba mostrando un lado de la cama que realmente encajaba conmigo. Su cuerpo estaba hecho para mi tamaño y su tamaño estaba hecho para mi cuerpo.

—No puedo más... no... —gimió dejándose ir entre mis dedos, apretando sus glúteos y provocando que prácticamente yo también llegara; sin embargo no me corrí. Yo podía soportar un poco más aquel tormento, pero él parecía no haber podido contenerse más en absoluto.

Los dedos de sus pies se cerraron, los talones se apoyaron en el colchón y su espalda se encorvó elevando su pecho y hundiendo sus hombros hacia el colchón. Su figura se tensó como la cuerda de un arco, pero después se relajó permitiendo que aún le penetrara con violencia extrema y él gimiera como sensualidad. Llevé mi mano húmeda por su semen a su boca, hundiendo los dedos en ésta y tocando su lengua, y él la cerró succionando y lamiendo con desesperación sus propios fluidos.

Salí de él girándolo en el colchón, hundiéndole el pecho contra las sábanas, mientras elevaba sus nalgas y entraba de nuevo para eyacular mordiendo sus hombros. Después de terminar besé su espalda, acariciando sus costados y sus muslos.


Supongo que debí huir después de aquello, pero decidí quedarme besando su rostro sonrojado y húmedo. Sus pequeños colmillos rozaron mi cuello y le permití beber mi sangre. Disfrutamos aquella noche de la soledad de la cama de Lestat, el silencio de su presencia y su nulo afecto. Ambos nos fundimos en un consuelo casi eterno.  

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Lestat de Lioncourt