Lestat de Lioncourt
Habían pasado varios años desde la
primera vez, pero siempre que sucede se siente con la misma
violencia. El olor a podredumbre era intenso y las paredes parecían
derrumbarse a su alrededor. Al fin lo estaba viendo con sus propios
ojos. Era el infierno surgiendo bajo sus pies, entre las baldosas de
color tierra de su vivienda, llamándole e incitándole a indagar
hasta caer en una vorágine de terror y pánico.
Todo había empezado una mañana de
verano de hace más de veinte años. Él se encontraba en su nueva
vivienda, un lugar agradable y confortable, que había comprado con
ciertos esfuerzos. Su esposa se encontraba fuera, en el jardín,
acariciando su vientre mientras imaginaba los naranjos, limoneros y
diversas plantas que ella mandaría plantar a su hermano, jardinero
de profesión. Ambos tenían los ojos llenos de ilusión, con esa
chispa de vida, y una sonrisa cargada de esperanza.
Había conectado la radio en la
habitación de su futuro hijo. Sin embargo, la señal parecía no
llegar. Se escuchaba un ruido blanco y una voz oscura hablaba, o
prácticamente balbuceaba, palabras inconexas de las cuales sólo se
pudieron salvar “El mundo pronto cambiará y de la tierra surgirá
el infierno”.
Sintió miedo y un sudor frío recorrió
todo su cuerpo. Sus manos temblaron y sus labios se abrieron mientras
intentaba ser razonable. Sin embargo ¿cómo se puede ser razonable
con algo así? Su mujer apareció cuando aún era prácticamente una
estatua de sal. Ella lo tocó, tomándolo del brazo, e intentando que
le mirara. La radio se había quedado sin sonido, como si supiese que
ese secreto debía guardarse y perderse con ambos.
—Francisco, me estás asustando—dijo
tomándolo de los brazos para girarlo hacia ella.
Sus ojos verdes, los cuales eran como
un prado fresco, estaban inquietos y asustados. Él parecía verla y
a la vez se hallaba en un mundo de tinieblas. Sus pupilas estaban
dilatadas y a penas se veía el hermoso color gris de sus ojos. Tenía
las mejillas pálidas, aunque en realidad era toda la cara. Parecía
de cera.
—¡Francisco!—gritó agitándolo
mientras sus cabellos pelirrojos caían sobre su frente.
—Sofía, Sofía... —murmuró
reaccionando para tomarla entre sus brazos.
Después de varios días logró
contarle que había sucedido y ella supuso que era el cansancio, la
emoción y mucha imaginación. Francisco era escritor y pasaba días
leyendo viejos informes de diversas fuentes de parapsicología para
elaborar historias de terror plausibles. No obstante él sabía que
eso que había escuchado era real.
Un año más tarde, cuando el bebé se
encontraba en la cuna, lo escuchó llorar y corrió a la habitación.
El pequeño se hallaba allí, temblando y sudoroso, tenía sus
hermosos ojos verdes cubiertos de lágrimas y su cabello rubio, como
el suyo, empapado en sudor. No dudó en sacar a su mujer y a su hijo
de la vivienda después de escuchar el murmullo de aquella voz, otra
vez, sin parar.
Sofía dejó a Francisco un año más
tarde debido a las distintas discusiones. Ella alegaba que habían
derrochado el dinero en una vivienda hermosa, pero que no podían
regresar por sus locuras. El pequeño Javier se aferraba al colgante
de su madre, una pequeña esmeralda, justo antes de romper a llorar
dejando como última imagen ese recuerdo a un hombre destrozado. Su
mujer alegó que estaba loco para no permitirle ver al pequeño y
éste creció sin padre; su padre envejeció sin su hijo.
Hacía casi veinte años que no veía a
su hijo, los mismos que había vivido pagando la hipoteca de una
vivienda que no disfrutó. El jardín estaba lleno de maleza y los
muebles cubiertos de polvo. Todo estaba igual que cuando decidieron
marcharse. Todo, incluyendo la voz.
—Nos volvemos a ver—susurró la
voz—. Ven conmigo.
Una sombra gigantesca consumió la
escasa luz del atardecer, las baldosas se movieron y él cayó al
suelo gritando. La casa misma comenzó a temblar. Según los vecinos
parecía derrumbarse. A la mañana siguiente lo encontraron en una
esquina de la habitación, aún vivo.
La historia la ha contado escribiéndola
en un portátil que la orden ha decidido llevarle, pero no habla. Al
parecer ha sufrido tanto que se desconoce si es causa del estrés o
de algo sobrenatural. Su ex-mujer no ha ido a visitarlo, tampoco su
hijo. Realmente no se sabe si la historia es cierta, aunque pronto se
enviará aun nuevo investigador a la zona para indagar profundamente
en el fenómeno.
Según Francisco Solis, un hombre de cincuenta años, ha visto el infierno y ha conocido al demonio. Conoce bien los pasadizos del horror y el dolor más terrible en su piel. Sin embargo lo único que han encontrado en su cuerpo son sendos arañazos y cortes profundos, quizás hechos por un asaltante o posiblemente por un ente de otro mundo.
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