Memorias de Avicus y Mael, ¿qué será lo que están sintiendo? ¿Qué ocurre? ¡Lean!
Lestat de Lioncourt
Mael era un enigma aún a día de hoy.
Cuando su sangre llenó mi boca y pude absorber algunos de sus
recuerdos, aquellos que marcaron su vida y por lo tanto fortalecieron
un carácter explosivo, los cuales aún porto en mi memoria siendo
parte de mí. La vida humana que le arrebaté fue pagada con creces
con la inmortalidad, sin embargo él en ocasiones parecía reticente
a valorarla del mismo modo que otros lo hacían. Solía quedarse en
silencio observando el fuego de la hoguera, dejando que sus
pensamientos le hundieran en un arrebatador y sobrecogedor momento en
el cual la leña quedaba reducida a cenizas. Contemplarlo de esa
forma, tan concentrado, era un pequeño placer que otros no poseían.
Los siglos nos habían separado,
dividido, doblegado, hundido, despreciado y colocado cada uno en su
lugar. Como si fuéramos dos peones de un enorme tablero de ajedrez,
o simplemente dos muñecos desgastados, nos colocábamos frente a
frente con la malsana idea de recobrar el tiempo perdido. Los meses
en su compañía se habían convertido en algo más de un año y ese
año en una vida intensa, pero a la vez sobria y acogedora.
Aquella noche nos habíamos adentrado
en el pantano. Las aguas turbias parecían alquitrán recién
asfaltado, los árboles recogían el canto del viento agitando sus
ramas y la luna se alzaba distante, frívola y terrible. La belleza
que poseía aquel lugar era extraña, pero Mael parecía sentirse tan
cómodo como en los bosques que en otras épocas habíamos recorrido.
Su aspecto delgado le daba un toque desgarbado cuando se agachaba,
brincaba de orilla en orilla y buscaba entre las luciérnagas un
lugar para descansar. Tenía el cabello suelto y largo, tan lacio
como siempre, ofreciéndole una belleza indómita a sus rasgos suaves
pero varoniles. Su nariz no era tan aguileña como Marius solía
afirmar, sino algo más suave, sus labios eran carnosos y tenían una
sonrisa distinta a la habitual. Buscaba algo, pero no sabía que era
realmente.
—Mael, detente—dije tomándolo del
brazo derecho para que parara sus pies—. Mael ¿dónde vas?
—Quiero alejarme de todos—respondió
apartándome sin suavidad alguna—. Inclusive de ti, pero veo que me
sigues allá donde voy.
—Mael, no es tiempo para
discusiones—comenté tomándolo de los brazos, pero se revolvió
zafándose de mí. Sus ojos centelleaban como dos glaciales fríos y
perversos. Tenía un aspecto intenso, espectral y prácticamente
parecía hecho de cera. A pesar que había salido ardiendo años
atrás, debido a su exposición al sol, él había recuperado su piel
lechosa.
—Quiero mi soledad—sus ojos se
vieron fieros, desgarradores y desafiantes. Sus labios parecían
quebrarse en una amarga mueca mientras se veían sus colmillos.
—Me iré, pero si me voy no
volveré—reconozco que amenazarle no estuvo bien, pero era una
forma de controlar la situación.
Algo ocurría y él no quería hacerme
partícipe. Podía sentir como sus sentimientos afloraban, pero la
comunicación entre ambos siempre había sido nula debido a la unión
de sangre que ambos poseíamos.
—¡Por qué eres tan terco!
¡Simplemente necesito estar a solas!—gritó.
—¿Ya no te agrada mi
compañía?—pregunté tomándolo del rostro mientras apoyaba mi
frente en la suya.
—Avicus, necesito hundirme
en...—balbuceó antes de quedar silenciado por un beso.
Sus labios siempre eran suaves a pesar
de las palabras que siempre profería. Por brusco que fuese por
dentro era distinto. En la caverna donde se hallaban sus
sentimientos, aquellos que realmente secuestraban la verdad y la
hundían para mi deleite, mostraba a un hombre mucho más cercano,
tierno y en ocasiones desconcertante. Era sabio e indomable. Sin duda
era un guerrero que no soportaba los momentos lacónicos de Marius,
al cual apreciaba a su modo.
—¡Avicus!—dijo apartándome para
mirarme igual que una fiera—Algo ocurre...
—¿Qué ocurre?—pregunté mirándolo
con cierta inquietud.
—No lo sé.
Una ráfaga de aire movió su cabello
dejando que su rostro quedara oculto sin mechón alguno. Su ceño
estaba fruncido y su aspecto era delicado a pesar de todo. Era un
guerrero, un hombre curtido en batallas y sacrificios, pero sin duda
alguna era un vampiro intuitivo que presentía que algo estaba a
punto de suceder. Tan sólo llevábamos unas camisetas negras y unos
jeans. Él tenía botas, las cuales estaban llenas de fango, pero yo
iba descalzo. Habíamos salido del refugio que compartíamos
precipitadamente. Él no me había pedido que no le siguiera ni había
rogado que le acompañara.
—Algo ocurre y por primera vez siento
pánico. Ni siquiera me sentía tan confuso con los últimos ataques
que han ocurrido—comentó aproximándose a mí para hundirse en mis
brazos.
Buscó acomodarse contra mi pecho,
apoyó la cabeza cerca de mi hombro y permitió que le rodeara
mientras mis manos acariciaban sus largos cabellos dorados. Tenía un
aspecto delicado y terrible. Parecía perdido, quizás por las
sensaciones que podían vibrar en cada uno de nosotros. A decir
verdad yo también lo había sentido, pero había decidido negar la
sensación y proseguir con mi historia.
Cuando alzó su rostro nos miramos sin
decir nada. Ambos sabíamos que el dolor del pasado persistiría y
que la sensación que nos acuchillaba no se calmaría; pero estábamos
juntos, ilesos y desafiando a nuestra propia historia. Mael colocó
sus manos sobre mi torso y las movió hacia mi cuello, subiendo por
mi mandíbula hasta mis mejillas y dejando, al fin, sus dedos fríos
sobre mis labios.
No dudé ni por un instante el
arrojarlo contra el suelo. Fue algo violento, pero él conocía mis
instintos más primarios. Podía parecer sosegado, pero siempre la
tormenta tiene un momento de calma entre la destrucción.
Allí arrojados le arranqué la ropa,
así como destrocé la mía, para caer sobre él mordiendo su cuello
y clavículas. Mi boca se perdía por su figura mucho más frágil y
de complexión delgada. Su piel era suave, tentadora y poseía un
aroma agradable. Sus pezones rosados comenzaron a endurecerse
mientras mis labios los rodeaban. Mael se dejaba hacer como si fuera
una mujer desesperada por sentir la semilla que le brindara la magia
de la vida, pero él era un hombre y ambos vampiros desesperados por
tener contacto más allá del vínculo de sangre.
Sus manos se perdían en mis cabellos
negros, algo largos y ondulados, mientras las mías iban a su cadera
deslizándome hacia sus ingles y muslos. Las piernas de Mael se
flexionaron y su espalda quedó encorvada mientras tiritaba. La noche
era agradable, pero húmeda, y nos hacía sudar algo más de lo
normal; pronto estábamos perlados de sudor y él susurraba mi nombre
entre jadeos.
Nuestras miradas chocaron como si
fueran dos espadas y él giró su rostro con sus mejillas arrobadas.
Tenía los labios abiertos dejando escapar algunos jadeos y suspiros
de amor, mientras que sus piernas temblaban sintiendo mis manos, mis
labios, mi lengua y mi aliento. Mordí su cadera y abrí mejor sus
piernas colocándolas alrededor de las mías. Entonces, sin preámbulo
alguno, le penetré arrancándole un gemido ronco que provocó que
sus brazos temblaran, sus dedos se cerraran y tirara de varios de mis
oscuros mechones.
Confieso que mis primeros movimientos
dentro de él eran suaves, sin embargo no tardé en moverme fuerte,
rápido y profundo. Mis jadeos estaban mezcladas con palabras que él
únicamente entendía. Mi afecto se desbordaba mientras él me juraba
amor. Podía ver el amor yacer en sus pupilas, como si fueran un
enorme glacial cálido, y también crecer en sus gemidos y lamentos.
Sus piernas se apretaban con firmeza, sus brazos me rodearon
rápidamente por debajo de las axilas y sus manos jugaban con las
puntas de mis mechones. En cada beso dejábamos nuestras almas, o al
menos un buen pedazo de ella, para luego ofrecernos unas miradas
ciegas por la lujuria.
El ruido de la naturaleza era
agradable, pues en medio de ésta jamás había silencio. El chapoteo
de algún animal, el zumbido de los insectos, la maleza aplastarse
bajo el cuerpo de Mael, el sonido de las ramas o simplemente las
ranas croando eran parte de aquel lugar, pero sobre todo era parte de
nosotros. Siempre seríamos salvajes adictos a la naturaleza.
Se retorcía igual que una víbora,
pero sobre todo se agitaba. Pronto llegó al orgasmo final y yo le
acompañé poco después. Habían sido unos deliciosos segundos de
diferencia, pero había merecido la pena. Él se mostraba exhausto,
perlado en sudor y sin pensar en aquellas sensaciones.
Momentáneamente habíamos alejado nuestros demonios encerrándonos
en un paraíso convertido en infierno.
—Lo lamento—murmuré sin
arrepentimiento real, pero debía decirlo. Mi boca buscó la suya una
vez más y quedé recostado sobre su pecho, mucho menos robusto—.
Yo también lo siento.
—Algo sucederá... pronto... pero me
alegro tenerte cerca ésta vez—dijo con el rostro serio, pero los
ojos con un brillo intenso—. Te amo.
—Yo también te amo y respeto,
Mael—dije cerrando los ojos para perderme en la agradable sensación
de estar en un mundo natural, casi perdido, junto a él.
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