Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 23 de abril de 2014

Sensaciones, sentimientos y un pantano

Memorias de Avicus y Mael, ¿qué será lo que están sintiendo? ¿Qué ocurre? ¡Lean!

Lestat de Lioncourt 


Mael era un enigma aún a día de hoy. Cuando su sangre llenó mi boca y pude absorber algunos de sus recuerdos, aquellos que marcaron su vida y por lo tanto fortalecieron un carácter explosivo, los cuales aún porto en mi memoria siendo parte de mí. La vida humana que le arrebaté fue pagada con creces con la inmortalidad, sin embargo él en ocasiones parecía reticente a valorarla del mismo modo que otros lo hacían. Solía quedarse en silencio observando el fuego de la hoguera, dejando que sus pensamientos le hundieran en un arrebatador y sobrecogedor momento en el cual la leña quedaba reducida a cenizas. Contemplarlo de esa forma, tan concentrado, era un pequeño placer que otros no poseían.

Los siglos nos habían separado, dividido, doblegado, hundido, despreciado y colocado cada uno en su lugar. Como si fuéramos dos peones de un enorme tablero de ajedrez, o simplemente dos muñecos desgastados, nos colocábamos frente a frente con la malsana idea de recobrar el tiempo perdido. Los meses en su compañía se habían convertido en algo más de un año y ese año en una vida intensa, pero a la vez sobria y acogedora.

Aquella noche nos habíamos adentrado en el pantano. Las aguas turbias parecían alquitrán recién asfaltado, los árboles recogían el canto del viento agitando sus ramas y la luna se alzaba distante, frívola y terrible. La belleza que poseía aquel lugar era extraña, pero Mael parecía sentirse tan cómodo como en los bosques que en otras épocas habíamos recorrido. Su aspecto delgado le daba un toque desgarbado cuando se agachaba, brincaba de orilla en orilla y buscaba entre las luciérnagas un lugar para descansar. Tenía el cabello suelto y largo, tan lacio como siempre, ofreciéndole una belleza indómita a sus rasgos suaves pero varoniles. Su nariz no era tan aguileña como Marius solía afirmar, sino algo más suave, sus labios eran carnosos y tenían una sonrisa distinta a la habitual. Buscaba algo, pero no sabía que era realmente.

—Mael, detente—dije tomándolo del brazo derecho para que parara sus pies—. Mael ¿dónde vas?

—Quiero alejarme de todos—respondió apartándome sin suavidad alguna—. Inclusive de ti, pero veo que me sigues allá donde voy.

—Mael, no es tiempo para discusiones—comenté tomándolo de los brazos, pero se revolvió zafándose de mí. Sus ojos centelleaban como dos glaciales fríos y perversos. Tenía un aspecto intenso, espectral y prácticamente parecía hecho de cera. A pesar que había salido ardiendo años atrás, debido a su exposición al sol, él había recuperado su piel lechosa.

—Quiero mi soledad—sus ojos se vieron fieros, desgarradores y desafiantes. Sus labios parecían quebrarse en una amarga mueca mientras se veían sus colmillos.

—Me iré, pero si me voy no volveré—reconozco que amenazarle no estuvo bien, pero era una forma de controlar la situación.

Algo ocurría y él no quería hacerme partícipe. Podía sentir como sus sentimientos afloraban, pero la comunicación entre ambos siempre había sido nula debido a la unión de sangre que ambos poseíamos.

—¡Por qué eres tan terco! ¡Simplemente necesito estar a solas!—gritó.

—¿Ya no te agrada mi compañía?—pregunté tomándolo del rostro mientras apoyaba mi frente en la suya.

—Avicus, necesito hundirme en...—balbuceó antes de quedar silenciado por un beso.

Sus labios siempre eran suaves a pesar de las palabras que siempre profería. Por brusco que fuese por dentro era distinto. En la caverna donde se hallaban sus sentimientos, aquellos que realmente secuestraban la verdad y la hundían para mi deleite, mostraba a un hombre mucho más cercano, tierno y en ocasiones desconcertante. Era sabio e indomable. Sin duda era un guerrero que no soportaba los momentos lacónicos de Marius, al cual apreciaba a su modo.

—¡Avicus!—dijo apartándome para mirarme igual que una fiera—Algo ocurre...

—¿Qué ocurre?—pregunté mirándolo con cierta inquietud.

—No lo sé.

Una ráfaga de aire movió su cabello dejando que su rostro quedara oculto sin mechón alguno. Su ceño estaba fruncido y su aspecto era delicado a pesar de todo. Era un guerrero, un hombre curtido en batallas y sacrificios, pero sin duda alguna era un vampiro intuitivo que presentía que algo estaba a punto de suceder. Tan sólo llevábamos unas camisetas negras y unos jeans. Él tenía botas, las cuales estaban llenas de fango, pero yo iba descalzo. Habíamos salido del refugio que compartíamos precipitadamente. Él no me había pedido que no le siguiera ni había rogado que le acompañara.

—Algo ocurre y por primera vez siento pánico. Ni siquiera me sentía tan confuso con los últimos ataques que han ocurrido—comentó aproximándose a mí para hundirse en mis brazos.

Buscó acomodarse contra mi pecho, apoyó la cabeza cerca de mi hombro y permitió que le rodeara mientras mis manos acariciaban sus largos cabellos dorados. Tenía un aspecto delicado y terrible. Parecía perdido, quizás por las sensaciones que podían vibrar en cada uno de nosotros. A decir verdad yo también lo había sentido, pero había decidido negar la sensación y proseguir con mi historia.

Cuando alzó su rostro nos miramos sin decir nada. Ambos sabíamos que el dolor del pasado persistiría y que la sensación que nos acuchillaba no se calmaría; pero estábamos juntos, ilesos y desafiando a nuestra propia historia. Mael colocó sus manos sobre mi torso y las movió hacia mi cuello, subiendo por mi mandíbula hasta mis mejillas y dejando, al fin, sus dedos fríos sobre mis labios.

No dudé ni por un instante el arrojarlo contra el suelo. Fue algo violento, pero él conocía mis instintos más primarios. Podía parecer sosegado, pero siempre la tormenta tiene un momento de calma entre la destrucción.

Allí arrojados le arranqué la ropa, así como destrocé la mía, para caer sobre él mordiendo su cuello y clavículas. Mi boca se perdía por su figura mucho más frágil y de complexión delgada. Su piel era suave, tentadora y poseía un aroma agradable. Sus pezones rosados comenzaron a endurecerse mientras mis labios los rodeaban. Mael se dejaba hacer como si fuera una mujer desesperada por sentir la semilla que le brindara la magia de la vida, pero él era un hombre y ambos vampiros desesperados por tener contacto más allá del vínculo de sangre.

Sus manos se perdían en mis cabellos negros, algo largos y ondulados, mientras las mías iban a su cadera deslizándome hacia sus ingles y muslos. Las piernas de Mael se flexionaron y su espalda quedó encorvada mientras tiritaba. La noche era agradable, pero húmeda, y nos hacía sudar algo más de lo normal; pronto estábamos perlados de sudor y él susurraba mi nombre entre jadeos.

Nuestras miradas chocaron como si fueran dos espadas y él giró su rostro con sus mejillas arrobadas. Tenía los labios abiertos dejando escapar algunos jadeos y suspiros de amor, mientras que sus piernas temblaban sintiendo mis manos, mis labios, mi lengua y mi aliento. Mordí su cadera y abrí mejor sus piernas colocándolas alrededor de las mías. Entonces, sin preámbulo alguno, le penetré arrancándole un gemido ronco que provocó que sus brazos temblaran, sus dedos se cerraran y tirara de varios de mis oscuros mechones.

Confieso que mis primeros movimientos dentro de él eran suaves, sin embargo no tardé en moverme fuerte, rápido y profundo. Mis jadeos estaban mezcladas con palabras que él únicamente entendía. Mi afecto se desbordaba mientras él me juraba amor. Podía ver el amor yacer en sus pupilas, como si fueran un enorme glacial cálido, y también crecer en sus gemidos y lamentos. Sus piernas se apretaban con firmeza, sus brazos me rodearon rápidamente por debajo de las axilas y sus manos jugaban con las puntas de mis mechones. En cada beso dejábamos nuestras almas, o al menos un buen pedazo de ella, para luego ofrecernos unas miradas ciegas por la lujuria.

El ruido de la naturaleza era agradable, pues en medio de ésta jamás había silencio. El chapoteo de algún animal, el zumbido de los insectos, la maleza aplastarse bajo el cuerpo de Mael, el sonido de las ramas o simplemente las ranas croando eran parte de aquel lugar, pero sobre todo era parte de nosotros. Siempre seríamos salvajes adictos a la naturaleza.

Se retorcía igual que una víbora, pero sobre todo se agitaba. Pronto llegó al orgasmo final y yo le acompañé poco después. Habían sido unos deliciosos segundos de diferencia, pero había merecido la pena. Él se mostraba exhausto, perlado en sudor y sin pensar en aquellas sensaciones. Momentáneamente habíamos alejado nuestros demonios encerrándonos en un paraíso convertido en infierno.

—Lo lamento—murmuré sin arrepentimiento real, pero debía decirlo. Mi boca buscó la suya una vez más y quedé recostado sobre su pecho, mucho menos robusto—. Yo también lo siento.

—Algo sucederá... pronto... pero me alegro tenerte cerca ésta vez—dijo con el rostro serio, pero los ojos con un brillo intenso—. Te amo.


—Yo también te amo y respeto, Mael—dije cerrando los ojos para perderme en la agradable sensación de estar en un mundo natural, casi perdido, junto a él.

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Lestat de Lioncourt