El día 4 es el día de las Madres y por lo tanto estamos creando un pequeño homenaje a varias de las madres de todos nosotros en ésta semana.
Hoy le tocó a Tarquin
Lestat de Lioncourt
Se aproximó hasta la orilla con las
manos metidas en los bolsillos. Su larga y espigada figura destacaba
entre los gruesos troncos de los centenarios árboles, éstos tenían
las ramas vencidas casi hasta la orilla, la hierba había crecido y
rozaba sus elegantes zapatos, pero eso no importaba. Tenía el
cabello revuelto y la brisa lo mecía suavemente. Sus ojos, tan
azules como un cielo en pleno verano, estaban fijos en las turbias
aguas del pantano.
Allí estaba, en el lugar del crimen
por así decirlo, como cada noche. Pero aquella era distinta. Por
alguna razón esa noche había estado pensando en ella. Sus largos
cabellos rubios, el exceso de maquillaje y su estrafalaria
vestimenta. Durante años pensó que era su hermana, una prima o
simplemente alguien que estaba allí para hacerle la vida imposible.
Sin embargo amaba su voz. No podía odiar una voz que él tenía en
lo más profundo con buenos recuerdos. La señorita Blackwood, su
madre, que nunca ejerció como tal.
—Que miserable fue tu vida,
¿verdad?—sonrió de forma amarga y luego miró hacia el cielo
cubierto de estrellas—. Hoy es el día de las madres y he decidido
llevar flores a Sweetheart. No es mi madre sino la tuya, pero sin
duda lo fue para ambos. Lástima que tú salieras torcida—sacó sus
manos de la chaquetas y se acomodó las solapas de ésta—. ¿Te
imaginabas terminar aquí? Seguro que no.
El chapoteo de los caimanes ya no le
asustaba. Algunos de ellos habían salido prácticamente a saludar.
Ellos ya lo conocían y sabía que si venía podía traer algo de
alimento, igual que Petronia. Tarquin se giró con elegancia y tomó
el bulto que estaba a sus espaldas, quitó la tela y mostró el
cadáver de una mujer que arrojó sin contemplaciones hacia los
caimanes.
—Acabaste como ella—dijo en un
murmullo conteniéndose la risa, pero no pudo—. Maldita estúpida...
tú mataste a Pops. Lo llenaste de disgustos y murió.
En ese momento una mano tocó la suya,
al girarse vio a Mona que lo había acompañado. Ambos estaban allí
en un día tan peculiar. Mona había perdido a su madre en una
camilla de hospital después del ataque de Lasher, pero en realidad
nunca tuvo una madre. Ella creció a la sombra de una alcoholica,
como Tarquin que prácticamente vivió de las esperanzas de una
drogadicta. Se entendían, pero al menos Alicia sí quería a su hija
a ratos.
—Vamos Quinn, vamos—susurró con un
tono confidencial para que él la siguiera hasta el interior del
santuario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario