Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 2 de agosto de 2014

El ángel, el monstruo, Dios y el Diablo.

El siguiente fragmento de texto que está a vuestra disposición pertenece a Daniel Molloy. Daniel ha decidido dejar claro su tortura... nunca había hablado de ello con tanta pasión y certeza. 

Lestat de Lioncourt 


Puedo escuchar sus voces surgiendo de cada esquina. Es como si hablaran para mí, en murmullos desconcertantes y voraces de silencio. He aprendido a caminar por las calles con los ojos inquietos, la cabeza gacha y los hombros encogidos. Puedo notar sus caricias rozando mis mejillas, tirando de mi camisa y colándose por mis bolsillos. Llenan cada trozo de mí, alertan a mis miedos más profundos y cantan plegarias a los demonios que habitan en mi cabeza. Ellos me están volviendo loco. Soy un monstruo y me ruegan ayuda. Noto el aliento de sus bocas en mi nuca, sus tortuosos ojos clavados en mí como si fuera el salvador de toda la humanidad y percibo sus manos blancas moviéndose en cada callejón. Son las atormentadas almas de toda la ciudad, una ciudad que parece no dormir jamás debido a su esplendor nocturno.

Y luego está él. Siempre está él. Él me observa con ese rostro perfecto que parece una máscara. Sonríe con una inocencia falsa y me abraza con sus delicados brazos de mármol. Él, que siempre estará mezclado conmigo en cada partícula, me susurra palabras de amor que ya no creo. Sus besos son ardientes, pero para mí es Judas con las ropas de un ángel.

Mis viejas libretas cargadas de noticias que ya no interesan, con frases ingeniosas que se niegan a surgir de las sombras azules de mi bolígrafo barato y algún garabato de mis sueños más desquiciados. Aún la conservo. La tomo entre mis manos y paso las hojas con mis temblorosos dedos. Puedo acariciar el trazo de mi letra, reconocerme en cada línea y aspirar aún la nicotina adherida a ellas. La máquina de escribir sigue en un lugar privilegiado, aunque ya no dicta columnas periodísticas sino sueños extraños que me persiguen sin compasión. Para liberarme tengo mis hermosas casitas. Ciudades llenas de pecado, humo de tabaco, espectáculos dantescos y contaminación. El reflejo del pecado, de los más bajos placeres, y del cielo lejos de las iglesias donde se condenan a los pecadores más pobres. Allí reúno a todos los que cantan en mi cabeza, me observan convertidos en pequeños muñecos que puedo pulverizar como si fuese Dios mismo.


Pero él. Él me pregunta el sentido de todo y no respondo. Se sienta a mi lado tomando mis manos, limpiando la pintura de éstas y hablándome de cosas que ya no me interesan. Lee para mí periódicos, me pone la radio que es sólo un murmullo comparado con las voces de nuestro alrededor y me mira con una compasión que no sé si merezco. Odio cuando me toca el cabello, deslizando sus finos dedos, para luego palpar mis labios como si estuvieran tallados en hielo o mármol delicado. Habla de amor y esperanza, él que me quitó la cordura y me entregó un preciado regalo que ya no quiero, ¿cómo se puede ser tan cínico? Después le dice a todos que ya no siente nada por mí, le habla a todos de mi locura, pero no es capaz de confesar que llora abrazado a mí y ruega porque regrese. ¿Regresar? Siempre he estado aquí, no me he movido, porque las cadenas son demasiado pesadas. Ya no sé que es la libertad y no sé si la quiero. Sólo deseo que se callen, que exista silencio en mis noches y en cada uno de mis días.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt