Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 2 de agosto de 2014

Maestro...

Estas son unas viejas memorias de Santino y Armand, narradas por Santino. Aquí se muestra una faceta distinta, muy similar a la que pudo describir Armand en su libro, pero radicalmente contraria a la de Marius en Sangre y Oro. 

Lestat de Lioncourt

Maestro... 


Hacía varias noches que habíamos salido de Roma. Armand guardaba silencio tras aceptar su nuevo nombre y destino. Sus ojos parecían hundidos, sin alma aparente, mientras contemplaba el fuego que habíamos encendido para calentarnos. Algunos mechones ondulados caían sobre su frente, rozando sus finas cejas, mientras que otros rozaban sus mejillas enmarcando su rostro en aquella mata rojiza de ondas perfectas. Su boca, llena y delicada, esbozaba una sonrisa melancólica, algo falsa, mientras sus manos se frotaban frente a las llamas. La luz incidía sobre él dándole un aspecto aún más sobrenatural. Parecía un ángel entre nosotros y por eso lo había escogido, por su potencial y belleza. Armand sería mi discípulo y pronto el líder de cientos.

—¿Puedo sentarme?—pregunté señalando un extremo del tronco donde se hallaba sentado.

Estábamos cerca de una iglesia en plena construcción, aunque se había parado algunos años por falta de donativos. Cerca había una arboleda, un pequeño bosque frondoso y acogedor, donde habíamos decidido parar por unas horas. El cementerio no estaba lejos y allí podríamos refugiarnos, como de costumbre.

—Nadie lo impide—susurró encogiéndose sobre sí mismo, doblando los pliegues de la túnica negra que le había obsequiado—. ¿Quién soy yo para hacerlo?—dijo girando su rostro hacia mí, con aquellos ojos vacíos de sentimiento, y con una voz monocorde que me torturó con su eco.

—Armand, ¿ocurre algo?—Me interesé por él, como me hubiese interesado por otro en aquel lugar. Sin embargo, no todos me agradaban. Armand poseía una luz propia y un atractivo que suscitaba en todos algo de envidia. Deseaba rozar sus mejillas y hundir mis dedos en su carne aún blanda. Podía moldearse su alma, y crear a un guerrero perfecto para la causa.

—No, nada—respondió con una ligera sonrisa, para luego levantarse y echar a caminar hacia la construcción cercana.

Los demás compañeros se habían reunido entorno al fuego, otros aún se hallaban de camino porque se habían parado a conseguir alguna víctima y yo estaba allí, con mi rata en mi regazo mientras contemplaba como la leña se consumía y él se alejaba. Mis dedos se movían sobre su pelaje, mucho más limpio que el de cualquier otro animal, mientras movía graciosamente su hocico y pensaba en todo lo que podía haber dicho y no dije.

Me llevé la mano derecha a mi rostro, acariciando mi mentón áspero debido a mi incipiente barba, mientras mis ojos se desviaban ligeramente del fuego hasta el recorrido que habían tenido sus pasos. Algo en mí me pedía que le siguiera. Quería saber que había en su mente. Seguramente no había olvidado la muerte de Marius y aún me culpaba por ella, del mismo modo que culpaba a todos los que nos acompañaban. Pensé que podía escapar y decidí dejar a mi mascota atrás, así como el fuego y la compañía de los otros, para ir tras él.

Cuando lo rebasé me fije que observaba el campanario a medio hacer, con cada una de sus gruesas piedras mal acomodadas todavía y sus hermosas ventanas que pronto serían cubiertas por vidrieras de llamativos colores. Podía imaginar la iglesia alzándose con sus gárgolas, su pórtico, las columnas gruesas cargadas de detalles y las imágenes sagradas alzando la vista a los cielos.

—Pronto será una nueva iglesia, albergará la fe del pueblo que yace a pocos metros en la colina. Se oirán cánticos, alabanzas a Dios, ángeles y santos. Podrán verse corazones llenos de bondad y misericordia, como criminales con rostro de ángel y manos de asesino. Aquí se reunirá lo bueno y lo malo, se besarán en las mejillas y tomarán el cuerpo de Cristo—dijo con los ojos clavados en cada piedra, recorriendo el lugar con cuidado sin perder detalle—. ¿Y qué será de nosotros? Siempre recluidos en las sombras, sin ver la luz de Dios. Hablas de Dios, pero bendices al Diablo. Dices que somos el mecanismo por el cual Dios castiga gracias a su hijo más oscuro—se giró suavemente y me miró a los ojos—. ¿Cómo puedo amarte y perdonar todo lo que has hecho? Agradezco tus enseñanzas, pero Marius no era el monstruo que tú dices que era.

—Marius te hubiese llevado por el mal camino—expresé con voz tenue y cercana—. Te hubiese convertido en siervo de sus deseos. Sólo serías un títere de sus caprichos—puse mis manos sobre sus delicados hombros y esbocé una escueta sonrisa—. Toma la fe que te ofrezco y olvídate de él, pues si no lo haces tendré que...

—Tirarme al fuego—terminó mi frase mientras me miraba algo asustado, pues había visto morir a quienes él había amado en algún momento.

—Eres perfecto para la causa—dije tomando su rostro entre mis manos—, pues pareces un ángel y puedes atraer a más hermanos hacia la verdad—susurré acariciando sus mejillas, deslizando mis dedos por su cuello hasta el borde de la túnica—. Permite que ve el cuerpo de un ángel.

Deseaba ver desnudo al muchacho, acariciar su sedosa piel y clavar mis uñas en sus músculos poco formados. Era apetitoso. Tenía la gracia de una mujer, pero la virilidad de un hombre. Era astuto, algo inocente y asustadizo. Sin embargo, él se apartó y echó a caminar hacia el sendero.

—No—respondió aturdido—. No...

Decidí ir tras él para detenerlo agarrándolo bruscamente de los brazos. Giré su cuerpo e hice que me mirara. Sus ojos se habían cubierto de miedo e ira. Tenía una expresión parecida a la de un ángel desesperado por salvar sus alas. Por mi parte tenía el ceño fruncido y mis ojos oscuros clavados en los suyos. Mi boca buscó la suya y le arrebaté un beso, acariciando su lengua y blanda, caliente, suave y húmeda. Sus manos golpearon mi pecho, intentando alejarme, pero las mías eran más rápidas.

Con la izquierda lo sujetaba su brazo derecho, aprisionándolo de tal modo que sentía cada uno de mis dedos, mientras que la diestra remangaba su túnica y se colaba entre sus suaves muslos. Rápidamente dejó de forcejear para rodearme con sus delicados y finos brazos. Sus pies quedaron de puntillas mientras que yo estaba ligeramente inclinado hacia su figura, la cual comenzó a retorcerse por las indecentes caricias que realizaba entre sus ingles. La respuesta a mis besos eran otros suyos con más hambre. Poseía un instinto pecaminoso que lo empujaba a buscar alimentarse del momento.

Se despegó de mí para mirarme como lo haría un animal peligroso, se deshizo de sus prendas con furia y se recostó entre el pasto. La hierba acariciaba su figura que temblaba, sus cabellos derramados parecían llamas provenientes del infierno y sus labios se abrían mostrando sus incisivos inmortales. Sus pequeñas y delicadas manos se pasaban por su vientre hacia sus muslos, mientras estos se abrían y mostraban el camino a recorrer.

—Ven a mí—rogó con la voz entrecortada—. Calma mi dolor con tu amor, aunque sea falso—susurró abriendo un poco más sus piernas.

Contemplaba a mi pupilo con un deseo imposible de contener. Su piel lechosa recubría una figura delicada, con cierta cintura marcada y con unos pezones duros de color rosado. La ligera mata de cabello rojizo de entre sus piernas, que coronaban con gracia su miembro, se veían suaves pese a todo. Era delgado, pero de pequeño tamaño. Parecía frágil y a punto de romperse, pero a la vez era un ángel que había caído de los cielos para pecar sin remedio.

Me incliné hacia él, arrodillándome, para observar sus ojos que parecían una puesta de sol tardía. Aquel color ámbar brillaba como si se derramara lava sobre sus largas y espesas pestañas. Un par de lágrimas bordearon sus mejillas y se perdieron entre sus cabellos y mentón. Su boca se veía aún más apetecible, pues tenía los labios enrojecidos por los besos y mostraba su mejor arma. Aquellos puntiagudos colmillos parecían querer rozar mi piel.

Coloqué mis manos sobre sus hombros, deslizándolas suavemente hasta su vientre y dejándolas en sus caderas. Tenía la piel más áspera y gruesa que la suya, además poseía un color algo dorado debido al sol que había tomado desde niño. Él era hijo de la nieve y el frío, de la soledad y la humildad, y había sido llevado a Constantinopla entre lamentos del bravío oleaje. Marius se lo llevó para envolverlo en sedas y perfumes, así como en el pecado más primigenio, y yo lo había rescatado para darle una misión más mística y peligrosa.

—Serás el hermoso ángel de la muerte, mi mejor guerrero—murmuré entusiasmado mientras me acomodaba entre sus piernas.

—Maestro...—murmuró por primera vez hundiendo sus pequeñas manos entre los pliegues de mi túnica, buscando así mi sexo para hallarlo despierto—. Hazme tuyo y muéstrame el camino hacia la ascensión en los cielos—sus palabras eran tan eróticas que logró que mis caderas se movieran. Sus manos tiraban de mi sexo desde la base hasta el glande, que era apretado por sus pulgares, mientras su boca se abría para emitir sensuales jadeos—. Castígame con el dolor manchado de placer.

—Armand—dije, con la voz completamente tomada, mientras apoyaba mis manos sobre el pasto.

—Santino, mi hermoso Santino. Tienes un cabello tan hermoso y una boca tan perfecta. Jamás he visto a un hombre tan viril como tú, ¿me harás sentir lo que es tener realmente a un hombre entre mis piernas? He tenido a muchos, pero pocos han satisfecho mis bajas pasiones—sus palabras me dejaron sin aliento y decidí pasar a la acción, sin meditarlo ni un segundo más.

Aparté sus manos para acomodar mi glande en su entrada. Ni siquiera había tenido la decencia de estimularlo, pero deseaba estar dentro de él tanto como él me necesitaba. Sus piernas me rodearon y sus brazos fueron a mi cuelo. Aquella mirada perversa, de demonio satisfecho, que poseía me hizo arder en los infiernos del deseo. Rápidamente le penetré. No pude contener a la bestia que había logrado desatar.

—Así, párteme—balbuceó echando la cabeza hacia atrás. Su largo cuello estaba a la vista, con alguno de sus mechones pegados por el sudor sanguinolento. Mis movimientos de cadera eran cada vez más elevados y los suyos, contrarios a los míos, eran una tortura. Busqué su boca para dominarla, pero fue la suya quien me dominó a mí. Al apartarse se echó a reír y me miró con suspicacia—. Ven conmigo, te mostraré los infiernos... pero satisface mis deseos. Por favor, no permitas que mi cuerpo no tenga tus atenciones, maestro.

El sonido de nuestros cuerpos, el jadeo y la hierva crujiendo acompañaba nuestras miradas que se decían todo en silencio. Incliné mi rostro sobre su pecho, mucho más pequeño y delicado que el mío, para recorrerlo con la lengua lamiendo ligeramente sus pezones. Mi boca permaneció el derecho, mis dientes se clavaron sin perforar la piel, mientras mi mano zurda se apartaba de la tierra, acariciaba sus caderas y acababa colocándose en éstas para empujar con mayor ritmo.

Serpenteaba bajo mi cuerpo, pues se retorcía de pies a cabeza. Sus gemidos torturaban mis sentidos, ya que prácticamente no era capaz de escuchar algo más que su voz alzándose como el coro de una iglesia. Tenía el rostro con las mejillas sonrosadas, la boca temblorosa y los párpados ligeramente echados. Me miraba con deseo y perversión, cosa que sabía que ocurriría y aún así me sorprendía hasta llegar a avergonzarme.

Podía sentir en todo momento sus pequeñas manos jugando con mis cabellos negros y rizados, hundían sus dedos entre ellos y tiraba con fuerza. Sus brazos me rodeaban con la misma presión que sus muslos. Cuando alcé mi rostro para verlo rápidamente me besó con furia. Tras varias estocadas más terminé llenándolo, cosa que provocó que pocos segundos después él también lo hiciera. Sus brazos y piernas cayeron al pasto, pero su cuerpo aún convulsionaba. Ambos habíamos sentido un agradable cosquilleo subir desde nuestros testículos al vientre, como un latigazo, que nos decía que debíamos acabar.

—Seré tu pupilo—dijo con la voz entrecortada—. Sí, lo seré.


Aquella noche, frente a la construcción de aquella iglesia en medio de un pueblo perdido cerca de Roma, supe que sabría dominar sus instintos con persuasión y cierta destreza a la hora del pecado más básico y placentero... el sexo. Sin embargo, no puedo decir que no lo amara. Siempre he amado a Armand. Me enamoré de él y por ello lo salvé. Tal vez fui estricto, pero aún era más estricto y retorcido Marius con sus latigazos.  

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Lestat de Lioncourt