La primera impresión dicen que es
importante, lo más significativo en éste mundo, y por la cual nos
dejamos guiar para siempre. Sin embargo, ¿podría jurar yo eso? No
sé que impresión he podido darte jamás. Nunca me he preocupado por
si parecía un estúpido apoyado en una pared, un muchacho algo
delgado con la boca demasiado grande y los ojos intensos. Quizás sí,
quizás no. No sé si soy el héroe que todos esperan o sólo un
descerebrado que termina enredando todo demasiado. A veces creo que
sólo corro en distintas direcciones, sin un rumbo fijo, buscando el
peligro, prácticamente llamándolo a gritos, porque me divierto y me
siento libre. Sin embargo, no lo es tanto cuando la muerte o el
Diablo se cruzan en mi camino y me piden un baile.
Tal vez soy un estrafalario con una
bonita sonrisa, un cabello dorado como el sol y una piel demasiado
blanca para ser humana. Aunque si te digo la verdad, antes era aún
más marmóreo. Conoces una versión distinta de mí a la que muchos
han conocido. Voy aprendiendo, cargando mi espalda de recuerdos que a
veces explotan en la cara, y a la vez pierdo la chispa que podía
llegar a poseer entre mis manos, en lo profundo de mi alma, la cual
muchos no han llegado siquiera a vislumbrarla. Ya no me sorprendo
tanto, pero creo que río y lloro del mismo modo que lo hacía cuando
tan sólo era un niño aferrado a las faldas de mi madre. Aún puedo
sentir el frío húmedo que calaba hasta los huesos, sus manos
temblorosas en mi cabeza apartando algunos mechones y su voz
reverberando por los altos muros. Sí, aún puedo hacerlo y creo que
eso es lo que puedes ver mejor en mis ojos. Sigo siendo un muchacho
que va aprendiendo, pero que jamás llegará a ser lo suficientemente
responsable para considerarse un adulto.
Muchos son los que han jurado venganza
hacia mí, pero también miles los que han dicho amarme hasta perder
la cabeza. He sido injusto con muchos, pecador con cientos y sincero
con pocos. Puedes considerar estas palabras como un camino hacia la
sinceridad. Mi amor hacia ti siempre estará ahí, tendido hacia ti,
buscando que me ames con la misma pasión que el primer día. Cada
beso que te he dado ha sido puro. Si no me crees, porque es posible
que a estas alturas creas muy poco de mí, sólo puedo decirte que un
beso en la frente no se lo doy a cualquiera. Te he llenado el rostro
de besos, el cuerpo de caricias y el alma de murmullos cargados de
juramentos casi imposibles. No soy muy sincero, tampoco puedo
justificar que sea un canalla, pero te juro que he caído a tus pies
y aún no me puedo levantar.
No sé si esto se puede considerar una
declaración de amor, pero sí una carta sincera más allá de la
pose habitual. Estoy nervioso, casi como un niño en la mañana de
Navidad, porque sé que tus ojos leerán cada una de éstas líneas y
quizás, sólo quizás, comiencen a llorar recordando cada segundo
que hemos vivido. Únicamente voy a pedirte que tengas fe. Fe en mis
sentimientos y en cada uno de los motivos que tengo por cada frase
que te he lanzado. Cree en mí. Si me necesitas voy a estar a tu
lado, rodeándote con ternura y besando tu sien. Nunca dejaré de
amarte y siempre intentaré, hasta que lo logre, hacerte feliz.
Siempre tuyo,
Lestat de Lioncourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario