Arjun, el sirviente de Pandora, ha hablado. Marius, tus mentiras son cada vez peores.
Lestat de Lioncourt
Afortunadamente no soy como muchos
creen. No soy el villano de una tragedia griega. Ni siquiera sabía
que debía ser la bestia negra que se oculta tras una sonrisa
encantadora. Tan sólo hacía mi trabajo, que es servir a mi señora
y hacer cuanto sea posible para que su felicidad perdure. Mi único
deseo en éste mundo, mi misión, era permanecer a su lado y
obedecer. Aún no comprendo como llegué a ser el demonio que dicen
que soy.
Nací en la India, en un lugar donde la
pobreza y el mundo salvaje se mezclan con hermosas piedras preciosas
y ciudades colapsadas por el tráfico más ruidoso. Ya era un
enjambre de almas cuando tan sólo era un niño, hace siglos, y ahora
es aún mucho peor. Las calles están atestadas de personas que se
creen distintas sólo por su casta. El lugar de nacimiento es
importante. Naces y mueres siendo quien eres, no puedes cambiar tu
destino y estás obligado a sufrir eternamente por ello. Es una
ciudad estamentada, rígida y oscura que posee una cultura rica en
otros aspectos. Los gobernantes siempre estuvieron ciegos y fueron
crueles con el pueblo más miserable. No nací rico. Ni siquiera pedí
hacerlo. Cuando ella llegó a mi vida sentí vientos de cambio. Pude
ser yo, apreciar el mundo de distinto modo y observar la fuerza de la
vida con otro ángulo.
Los colores cambiaron, mis sentidos se
convirtieron en los de un Dios y pronto la riqueza llenaría mis
bolsillos. Me convertí en un hombre rico e inmortal. Tan sólo tenía
que seguirla allá donde iba, ayudarla en todo lo que deseara y
amarla. No podía dejar de amarla. Mis ojos oscuros eran intensos
como los suyos y nos entendimos. Queríamos luchar contra las
cadenas, la opresión cotidiana y lo típico.
Una noche conocí al hombre del cual me
había hablado tanto. Era rubio, de ojos claros, piel de mármol,
labios finos y unas ideas extrañas sobre mí que aún sigue
afirmando que son ciertas. Ante mí tenía un hombre sin escrúpulos
que deseaba dominar a una mujer libre, la cual ya había sido
dominada por la pasión y un amor nocivo. Pero, ¿quién era yo para
negar nada? Tan sólo era un sirviente. Conducirlo hasta ella era mi
misión aquella noche. Cuando la reunión finalizó vino hasta mí
con una carta.
—Señora, ¿qué desea?—pregunté
con la carta entre mis manos—. Ya vio su impertinencia y actitud,
¿aún le ama?
—Ni yo misma lo sé, pero ¿no puedo
intentarlo?—respondió con la voz quebrada—. Sólo una vez más,
un último intento. Necesito hablar con él como hace tiempo que no
lo hacemos, sin horarios ni reproches. Quizás...
—No va a cambiar a un hombre que ha
vivido tanto—dije serio mientras acariciaba el sobre lacrado—. Si
desea reunirse con él debe hacerlo, pero recuerde que siempre estaré
esperándola y si lo desea puedo acompañarlos.
—Lo sé—dijo abrazándome unos
segundos, permitiendo que oliera su encantador perfume de flores
silvestres, para luego sentir sus labios oprimiendo mi mejilla
derecha—. Llévaselo.
Sabía que tenía el orgullo herido al
saber que otra mujer ocupaba su lugar. Una mujer que era distinta a
ella, con una mirada ambiciosa y cruel cuando él no la miraba. Al
llevar la carta ella me la arrebató, esa tal Bianca, y ya no supe
nada más. A la noche siguiente mi señora, Pandora, esperaba que
Marius llegara al punto acordado. Había hecho las maletas con mi
ayuda, estaba dispuesta a viajar junto a él, y no apareció. La ira
fue creciendo en su pecho y me pidió que jamás habláramos sobre
ello.
No soy el monstruo que él dice que
soy. Sólo soy un sirviente, un mayordomo, custodiando una gema de
gran valor.
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