Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 31 de agosto de 2014

Ella - Parte 3 - Archivo TALAMASCA

David pone el punto final de su historia. Yo os la ofrezco tal cual. ¿Qué? A mí me olía más al mayordomo...

Lestat de Lioncourt 


Las horas parecían eternas para David. Pasaban lentamente. Cuando llegó al punto de encuentro no quiso mostrar su rostro. Cuanto menos viese de él ese anciano era mucho mejor. Preguntó por la muchacha, su vieja dirección y su nombre. Consiguió los datos después de hundirse en sus recuerdos, pues aquel pobre diablo ni siquiera recordaba bien su edad. Se alejaron ambos prometiéndose colaboración y David terminó por aparecer en la dirección que le ofrecieron. Era una vieja casa, o mejor dicho mansión, que perteneció siempre a una familia de cierto estatus.

La vivienda era del arquitecto Charles Rennie Mackintosh. Era una vivienda cúbica, de juego de líneas rectas y ascendentes. Sin embargo, poseía formas abstractas y era una vivienda vanguardista. Principios del siglo pasado, evidentemente, pero era vieja y sólida. No era la vivienda más vieja que jamás había visto, el tenía aún una mansión que pertenecía desde hacía siglos a su familia. Aquella casa era el lugar de un misterio prácticamente desde su cimentación. Había estado a punto de ser derruida poco después de ser construida por problemas sobre la parcela y quién era el verdadero dueño. No obstante, era demasiado hermosa y poseía la firma de uno de los grandes arquitectos. No podía echarse abajo.

David conocía bien aquellas líneas, las figuras extrañas y la excesiva ornamentación. Se dejó guiar por los marcos de las ventanas y puertas, se perdió en el jardín lleno de setos y flores, así como por la pequeña pista de tenis que parecía ser uno de los encantos de la propiedad. Un lugar que no tenía mucho movimiento, pero sí un dueño. Aquel anciano estaba allí, junto a él, apoyado en el bastón mirando a la nada. La vivienda había pasado a manos de un primo suyo, cuando en realidad en el testamento constaba él y su hermano. Decidió venderla, quedarse con su parte y derrocharla, mientras que el dinero de la venta quedó guardado para su hermano. Sus padres lo hicieron, él no lo hubiese permitido.

—Mis padres pensaron que si él regresaba no querría esta casa—comentó mirando la fachada—. Creo que es lo que quería ver.

—¿Pasó algo aquí?—dijo apoyado en la cancela.

—No—explicó frunciendo el ceño, como si quisiera recordar algo que fuese sólo un borrón ya—. A penas recuerdo bien las cosas, estoy perdiendo la memoria. He derrochado parte de la fortuna, mi vida no ha sido decorosa. Creo que siempre me eché la culpa de todo. La desaparición de ambos ha caído sobre mi cabeza continuamente—hablaba pausadamente, con cierto esfuerzo, mientras intentaba no llorar.

Talbot recordó sus manos arrugadas, salpicadas de manchas de la edad, y esos dedos ásperos que se tocaban sus cabellos blancos, como la nieve, mientras meditaba sobre dónde había dejado los viejos informes que aún necesitaba. Pensó en su vida mortal, en los años que debía llevar muerto si hubiese seguido en aquel cuerpo lleno de achaques, y tembló unos segundos. Sin embargo, estaba allí, en plena noche, observando los setos y aquella vivienda con ojos nuevos. Unos ojos a los cuales ya estaba acostumbrado. Más de dos décadas son muchos años para acostumbrarse, incluso amar, lo que se ve.

—¿Cree que su primo puede saber algo?—interrogó con un tono amable.

—Eran muy amigos y él no tiene lagunas, ni de ese día ni de ningún otro—afirmó—. ¿Le he dicho que tengo mala memoria?

—Sí, en varias ocasiones—comentó con una ligera sonrisa franca.

Notaba alteraciones. Aquella casa tenía un aspecto elegante, algo moderno y desenfadado. Los ornamentos y el tejado eran lo que más llamaba la atención, así como aquella pista de tenis. Algo había pasado. No sabía porque pero destacaba. Era como si gritara. Pero también la ventana de la boardilla. Una boardilla que tenía el cristal muy sucio, como si no se usara, y era una lástima. Estaba deseando entrar, pero no habían sido invitados sino que simplemente lo habían conducido hasta allí.

Decidió tomar del brazo al anciano y guiarlo hasta el vehículo que se encontraba en la acera, un taxi que los esperaba. Había llegado allí en taxi, aunque podía moverse rápidamente con sus poderes, pero el anciano había bajado de un autobús, con la mirada algo perdida, mientras intentaba recordar porqué estaba allí. Las lagunas eran evidentes y no iba a dejarlo solo.

Después de deshacerse del anciano en la residencia donde vivía, no muy lejos de allí, se encerró en una de las bibliotecas municipales. Allí había periódicos, revistas y diversos documentos sobre las viviendas, construcciones cercanas, altercados y cientos de sucesos. Un mortal se hubiese ahogado en esa información, incluso un hombre de Talamasca, pero él ya no era humano. Sus ojos recorrían veloces por los distintos documentos, se hundía en ellos apreciando los titulares y buscando relación entre ellos. Rápidamente la desaparición de una joven le llamó la atención.

Era ella.

Su cabello negro destacaba en aquella fotografía. Había desaparecido un año antes de las apariciones. Tenía una sonrisa dulce, una mirada desenfadada y poseía una belleza única. Sin duda la típica chica que puede robar corazones y romperlos en mil pedazos. No vivía lejos, aunque no era de familia acomodada. Solía trabajar para la familia de Anderson. Richard fue quien dio la voz de alarma, pues no se presentó para cuidar a su hermano. Desde aquel día ni una pista.

Richard había mentido. Conocía al fantasma y temía sus acusaciones, quizás. Tenía que volver a invocarla, en aquella casa y quizás en la pista de tenis. Pero antes, debía saber algo más.

Buscó un teléfono público, miró su reloj y comprendió que quedaban tan sólo unas horas para esconderse del sol. Rápidamente marcó el teléfono del anciano, pero no contestó. Nadie respondía. Supuso que al ser tan tarde ya descansaba. Y él debía hacerlo.

La noche siguiente le aguardó una desagradable sorpresa, el anciano había muerto al tomar demasiada medicación. Tal vez una enfermera se equivocó o él tomó el doble de la dosis al no recordarlo. No lo sabía. La medicación que llevaba era nueva, más fuerte que la anterior, y le provocó un infarto que acabó con él. David Talbot se personó en el funeral y entonces lo vio. Estaba allí junto a la tumba, mirando la tierra que tiraban sobre el ataúd. Las sonrisas falsas le asqueaban, igual que las lágrimas, y al difunto no parecía gustarle siquiera las flores.

—Me ha matado, también la mató a ella y a él. Nos mató por la casa, por la herencia, por todo—habló atropelladamente corriendo hacia David—. ¿Puede verme?

Eran las seis. Ya había atardecido y el funeral finalizaba. David podía verle, oírle y también sentirle. Él tan sólo asintió y miró hacia el horizonte añadiendo en un murmullo “te escucho”.

—Tenía once años cuando ella venía a casa. Me enseñaba a jugar al tenis, me ayudaba con los deberes y me atenía las escasas horas que mi hermano debía estudiar. Pero él terminó uniéndose a nosotros, disfrutando de las limonadas y del té con pastas—se echó a reír a carcajadas—. Lo que uno recuerda cuando se muere, ¿verdad? Los sabores y olores, también las lágrimas...

David no se movía, escuchaba calmado aguardando la verdad.

—Un día mi primo se enteró de todo. Mi padre lo había criado como a un hijo, pero no era suyo. Era el hijo de la hermana de mi madre, un niño huérfano que tenía todo gracias a él salvo... la herencia. Además, ella le gustaba. Se llamaba Virginia Stuart—se apretó la frente con la mano derecha y luego le miró—. Eso ya lo sabe, porque ni siquiera es humano... ¿qué es?—lo miró y tembló, pero siguió hablando—. Como sea... la mató en la boardilla, la tiró por la ventana y luego decidió enterrarla donde ahora está la pista de tenis. Antes sólo había una pequeña red y nada más, era de hierba, pero se estaba construyendo la actual. Así que la tiró allí, al día siguiente echaron el cemento y se acabó.

—¿Y su hermano?—preguntó.

—Quería ir a la policía, pero le convenció que pensarían que fue él y que además podía hacerme daño. Guardó el secreto y por eso ella lo atacó. Me contó que la veía allí donde iba—susurró apesadumbrado—. Me contó todo, confió en mí, quizás para ponerme sobre aviso. Yo cuando crecí no quería la casa, ni quería saber nada de ella... hasta que usted vino.

—Te mató él—dijo en un murmullo que nadie más pudo escuchar.

—Sí, pero no se puede probar... pero el cuerpo de Virginia sigue allí.

—Arreglaré esto, lo haré—fue lo último que dijo antes de salir del cementerio.


Noches más tarde la policía tuvo un soplo, de un informador, y varias pistas muy suculentas sobre una vieja desaparición. Allí estaba el cuerpo, donde habían dicho, en la casa de los Anderson bajo el pavimento de la pista de tenis. Sin embargo, el cuerpo de Richard no se hallaba allí ni en ninguna parte de la casa. Su primo, Gordon Peterson, confesó poco después para que le dejaran en paz. Decía que llevaba años viéndolo como un ente, persiguiéndolo en sueños, y que sólo quería dormir a pierna suelta una noche. Estaba en el lago de un parque cercano, en una enorme caja de plomo. Pudo deshacerse de ese modo de él por sus contactos. Todo fue por desamor y una suculenta herencia.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt