Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 30 de agosto de 2014

Mi querido odio

Claudia siempre me destroza cuando habla, aunque sea en sus viejas páginas. A veces, son recuerdos o ecos que vienen a mí. Sigo amándola, del mismo modo que sé que la sigue amando Louis. Si bien, ella nos odiaba y el odio en ocasiones es invencible. 

Lestat de Lioncourt 


Existen millones de tipos de infierno, pues cada infierno es personal. Vivimos con la desgracia de reconocernos en el espejo, con el mundo a nuestras espaldas y las marcas visibles en nuestra mirada, para sentirnos aterrados o desilusionados con las heridas que tan sólo nosotros somos capaces de diferenciar. Somos almas con cuerpo, o quizás cuerpos que encierran almas. No lo sé. Cuando era más joven veía mis huesos, carne y piel como una crisálida que pronto podría romperse. Sin embargo, para tragedia mía, sólo pude ver la seda envolviendo un pequeño y pálido cuerpo con unos ojos demasiado grandes, profundos y amargos. Mis pequeños labios no eran los idóneos para ser besados, sino para recitar continuamente viejos poemas infantiles ante incautos. ¿Cómo impedir que la locura anidara en mi cabeza y expulsara lo poco que quedaba de mí? Con la venganza, el odio, la falta de escrúpulos y el desprecio. Tenía una máscara para cada ocasión, pero a él solía mostrarle la más dulce.

Él, por supuesto, es mi Louis. Jamás podría haber soportado una lágrima, una mueca de disgusto o simplemente apatía. Quería verme feliz, como si fuera una encantadora niña vestida de encaje y tafetán azul. Se deleitaba con mi inocencia perversa, pues era tan falsa como los ojos de cristal de mis muñecas. Solía colocarme en sus rodillas para que leyéramos juntos alguna dramática novela, un libro de filosofía o incluso algunos poemas más intrincados, que sólo un adulto comprendería. Fruncía encantadoramente su ceño, torcía sus labios carnosos y suspiraba mientras la noche quedaba atrás, como si fuera un sueño y nosotros simples polillas que podían morir si se acercaban a la luz. Recuerdo a la perfección que solía jugar con los mechones de su cabello, pues eran como la seda y a veces calmaba mi dolor. Sin embargo, lo odiaba. Llegué a odiar su melancolía tanto como las risas estruendosas de Lestat.

Aquel idiota, con esa boca grande y burlona, jugueteando con el encaje de sus puños y tocando alegremente el piano. Sí, él era mi idiota. Lestat era francamente imbécil. Siempre lleno de felicidad, de profunda malicia y tan ciego que ni siquiera vio mi rencor. Me veía como su pupila predilecta, su hija, su adorada muñeca eterna y por supuesto el cebo perfecto para que cualquier mujer se acercara a él. No había misterio en su mente tan simple, aunque solía tener una verborrea exagerada y contar sus planes como si a mí me interesara. Aún no comprendo porque él lo escuchaba. Louis a veces posaba sus ojos color esmeralda en los suyos. Ambos guardaban un siniestro silencio, una pasión desbordante que detestaba, y, que incluso ellos mismos llegaron a odiar con el paso de los años.

Todas las mujeres suspiraban por ellos. Dos caballeros elegantes, bien vestidos, con cierto estatus económico y social. Eran el partido idóneo para cualquier mujer. No había ni una que no deseara estar en brazos de esos dos caballeros, los cuales siempre salían a pasear con aquella pequeña criatura, tan desamparada y hermosa. Yo era un mero complemento, pero en realidad ellos eran mis marionetas.

No recuerdo el instante en el cual mi felicidad, mi amor por ellos, la complicidad y el afecto quedó reducida a cenizas, hundida en un pozo oscuro y enterrada por siempre en un valle de lágrimas amargas. Quizás fue cuando cumplí veinte años. Deseaba ser lo que toda jovencita quería. No obstante, me había percatado que no crecería y jamás podría ser como cualquier otra. Jamás moriría, pero tampoco tendría lo que tanto ambiciona una mujer. ¿Cómo podría conquistar? ¿Y los besos de amor? ¿Las cartas y suspiros? Nada. Sólo tendría muñecas, diarios y vestidos llenos de encajes para que jamás olvidara que siempre sería el maniquí perfecto, la imagen viva de la infancia.

Quizás ellos sintieron dolor, pero ni siquiera se parece al que yo sentí. Día tras día tenía que vivir en mi propio infierno. Veía mi reflejo en el tocador mientras cepillaba mis cabellos. Observaba mis largas pestañas, mi respingona nariz y todas las facciones infantiles que jamás madurarían. Me sentía flor eterna que no marchita, pero que tampoco dará frutos. Era horrible.


Mi odio es para los dos por lo que hicieron y por lo que no tuvieron valor de hacer.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt