Cuando somos niños siempre imaginamos,
en nuestra dulce inocencia, como seremos cuando el bigote crezca, las
manos se vuelvan ásperas y las responsabilidades lleguen una tras
otra tocando la puerta. Igual que, sin poder impedirlo, llegará la
muerte llevándose todo lo que hemos construido, codiciado, soñado y
deseado. La inocencia de los ojos de un niño es importante, pero
cuando se convierte en un adolescente y comprende que está atrapado,
completamente cautivo, por el derroche familiar y el nefasto legado
siente rabia. La rabia puede hundirte, volverte loco o darte fuerzas.
Yo decidí tomar fuerzas. Respiré hondamente y huí. En cuanto tuve
una oportunidad, aunque parecía absurda, decidí desaparecer para
siempre.
Dejé atrás los valles nevados, los
días de caza, los ladridos de mis mastines, la sangre de los lobos
manchando mis manos, las lágrimas y tormentos de mi madre, las
mujeres que me dieron cobijo en sus camas y el vino barato. Corrí
por la ciudad de los cafés, los bohemios enardecidos por la
conquista de una libertad que aún no poseían y el hambre. Sí, me
deslicé por los pasillos del hambre. Pasé miseria, dolor, angustia,
frío y aún así la sonrisa seguía en mi rostro. Tuve que hacer
miles de argucias acompañado de Nicolas y su inseparable violín. Un
músico ambicioso, aunque sólo quería tocar sin cesar, que era mi
amante, mi amigo, mi hermano y lo único que tenía seguro en éste
mundo.
De pequeño no soñé con ser un pillo,
olvidando la vergüenza y pedir en las calles, para sobrevivir.
Tampoco creo que creyera realmente que pudiera ser parte de un grupo
de actores. Posiblemente me veía cabalgando tras conejos y otras
piezas de caza. Quizás asesinado en la taberna por uno de los
esposos de mis múltiples amantes, o por sus padres. No lo sé. Sin
embargo, la única carta que jamás creí levantar era la de la
inmortalidad.
Me arrancaron de los brazos de Nicolas
y me introdujeron en un mundo de pesadillas. De nuevo me vi corriendo
en medio de un mundo distinto. La sed no se saciaba. No podía calmar
mi instinto. Era como un animal rabioso. Después, cuando tomé
conciencia de todo, me eché a reír como un loco. Aprendí a fingir
y mentir. Yo, que jamás había dicho una mentira, me había
convertido en el mayor mentiroso de toda Francia. No podía decir la
verdad, aunque me quemaba. Al final dije la verdad, lo cual fue
doloroso, y acabé rescatando de la muerte a mi madre.
Después conocí a un imbécil que
creía en viejas leyendas, juramentos y leyes. Le arranqué todo de
las manos. Su rostro de ángel se convirtió en el de un monstruo y
su atractivo cuerpo, que era una mezcla de todas las mujeres que
había codiciado y los hombres más arrogantes, se convirtieron en mi
mayor enemigo. Una tentación. Armand se transformó en veneno
líquido inyectado en mi alma.
El mayor afectado, Nicolas. Perdí a mi
amante, mi amigo, mi compañero, el hombro en el cual llorar y mi
hermano para tener a un engendro silencioso, que cuando explotaba era
como dinamita. Podía ver sus brazos delgados alzarse, sus pericias
eran terribles a mis ojos y la música era demasiado bella. Ya no
había nada puro. Todo era oscuridad. Me incitaba a ser malo. Y yo
quería huir.
Volví a correr. Busqué refugio. Todo
fue de mal en peor. La verdad no sirvió para nada. Los orígenes
eran terribles y no podía contarlos. Pero, todo fue cambiando. Mi
madre se fue, pero otra mujer apareció en mi vida. Claudia era sólo
una niña, pero se transformó en mujer sin que yo lo supiera. Louis,
mi amante, era una tortura. Él me recordaba a Nicolas en muchos
sentidos, lo amaba por quién era y a la vez me deleitaba saber que
era mi condena por haber dejado atrás un amor así.
Pronto la tragedia, como si fuera una
obra de Shakespeare. Mi hija intentó matarme. La princesa acabando
con el rey, la reina colaborando en secreto mientras llora y el telón
cayendo sobre un pantano. Sobreviví, pero lo hice para vivir entre
terribles dolores. Los sucesos dolorosos no acabaron. Traiciones,
celos, dolor, ira, desesperación, lágrimas, caídas y un
enterramiento improvisado. Cuando surgí fue porque lo creí
necesario, la música me llamaba y era mi momento.
Ahora, he vuelto. Creo que es mi
momento. Estoy cansado de la basura que se escribe hoy en día. Harto
de ver como nos hemos convertido en peleles que todo el mundo
codicia, seres que brillan a la luz del sol y patéticos muchachos
enganchados a una bolsa de plasma. Mi pelo no necesita gomina, ni una
compañera que diga “Sí, quiero” a un anillo de diamantes. Sólo
necesito mi vieja moto, o mi Porsche negro, para correr por las
abarrotadas calles de New Orleans. Quiero aullar canciones rock o
magníficas óperas. El viento tiene que volver a darme en la cara.
Sí, he regresado para quedarme y señalar a los culpables. Lamento
haberme quedado en silencio. Lo siento. No volverá a pasar.
Soy más sabio, he conocido el poder de Talamasca y de familias con secretos terribles. He aprendido de las lecciones que me ha dado la vida, pero aún sigo siendo un rebelde. Tengo grandes responsabilidades y hay algo especial que debo contar... Y ésta historia os la dedico a todos ustedes, los que han estado leyéndome y los que me acompañan o acompañaron. No importa si tienen pulso o no, lo importante es que he vuelto. Sí, he regresado para quedarme.
Lestat de Lioncourt
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En homenaje a Príncipe Lestat que saldrá dentro de 60 días.
¡Oh, sí!
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