Daniel nos ha contado alguna vez algo sobre esa noche, pero no todo. Poco a poco se va conociendo al hombre que había tras la grabadora. ¿Quieren aventurarse?
Lestat de Lioncourt
Nunca pensé que aquella noche, en
aquel tugurio de mala muerte, fuese a encontrarme cara a cara con la
muerte. El vaso de whisky ya se había servido, los hielos se
derretían dejando que el licor se enfriara, los dedos de mi mano
izquierda acariciaban el cristal con cierta ansiedad y mis ojos
vagabundeaban por el local mientras anotaba, de vez en cuando, algo
en mi libreta. Una noche más, o eso creía. Día tras día había
vivido de un salario precario, haciendo peripecias con la comida y el
alquiler, mientras intentaba encontrar una historia que realmente
mereciera la pena. Normalmente tenía mirones, mujeres despechadas,
matones de poca monta sin muchos escrúpulos y con ganas de ganarse
unos dólares por una historia de bar, chicos que como mucho habían
robado calderilla de alguna tienda a punta de navaja y estúpidos
soñadores que creían que se convertirían en el nuevo Lovecraft o
Arthur Conan Doyle. Sin embargo, no había nada interesante. Quería
un asesino que me confesara sus secretos más turbios, un hombre de
la mafia que quisiera exponerse por la salvación de su alma o un
soldado que me hablara de una guerra terrible que estaba aún en la
conciencia de todos. Pero no, sólo tenía borrachos de tercera. Por
eso jamás creí que algo así ocurriría.
Él apareció como de la nada. Por su
forma de andar, tan elegante, pensé que iba a meterse en problemas
al estar fuera de lugar. Su traje negro a medida, su chaleco verde
impoluto y su corbata de hombre de negocios gritaban que era un
hombre con bastante dinero en la cartera. Quise abordarlo desde el
primer momento, pero siempre intento que ellos se aproximen a mí. Un
hombre como aquel, en un antro de ese estilo, no encajaba en un
ambiente tan turbio. Pensé que podía ser un informador, un pobre
diablo que hubiese perdido su fortuna recientemente o un asesino
buscando su próxima victima. No estuve muy desacertado con la última
opción. Sus ojos no parecían humanos, pero quería creer que sí lo
era.
Tenía una de esas miradas frías que
te hielan la sangre, pero a la vez podía notar cierta sensibilidad y
dolor. Por como miraba la calle, completamente a oscuras con tan sólo
un par de luces diseminadas por las esquinas, pensé que podía estar
perdido. Me miró en varias ocasiones, como si me invitara a sentarme
a su lado. No esperé mucho. Acabé con mi trago y me acerqué
presentándome como solía hacer. Mi nombre no era muy conocido, mi
columna tampoco era muy famosa, pero yo tenía la impresión que un
día mi nombre se escribiría en la historia. Estaba harto de ser un
perdedor. Ansiaba ganar por una vez. Él era mi mejor apuesta. Nunca
había estado tan seguro de algo, ni siquiera cuando aposté cien de
los grandes por uno de los caballos más torpes y lentos que he visto
correr en mi vida. Las apuestas me tenían ahogado, las deudas se
acumulaban, la nicotina ya no me calmaba y el whisky era agua. Tenía
que ser él, no había otra solución. Esa noche necesitaba una buena
historia.
—Soy lo que has estado esperando toda
tu vida—me aseguró, con una voz muy atractiva y en un tono
acaramelado. Mis ojos recorrieron rápidamente su rostro y pude ver
que sus labios se movían lentamente, como si murmurara algo más que
lo que había logrado escuchar—. Mi nombre es Louis de Pointe du
Lac—se presentó con elegancia—. Y tengo la historia que quieres.
—Adelante—dije abriendo mi libreta
con cierto nerviosismo.
—Me han dicho que buscas historias,
yo te daré la mía... pero aquí no—murmuró inclinándose hacia
delante—. Hay un edificio aquí cerca, está abandonado y creo que
podríamos conversar allí. Mi historia es larga, pesada, trágica, y
algo grotesca. No quiero hablar en público de ella.
—¿Eres un asesino?—pregunté
echándome a reír a carcajadas, como si aquella posibilidad fuese
imposible.
—Mato todas las noches, ¿eso
responde a tu pregunta?—sinceramente, su respuesta me heló la
sangre aún más. Noté como todo el vello de mi nuca se erizaba como
si fuera el lomo de un gato. Mis ojos se abrieron como platos y él
sonrió cortés levantándose de su asiento—. Si me sigues tendrás
más respuestas, joven.
Otro en mi lugar se hubiese quedado
allí, mirando como se iba una de sus mayores oportunidades en la
vida, pero yo tenía el agua al cuello y había rezado, a Dios que
nunca escucha, un poco de suerte en mi vida. Sabía que él iba a
cambiar esa suerte. No me sentía amenazado, pero sí atraído. Sus
perfectos modales, sus ojos de esmeraldas brillantes y ese cabello
negro bien peinado cayendo sobre su traje caro... me invitaban a
pensar que hay oportunidades únicas en la vida.
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