Otra carta de Louis... que casual... de odio. Y yo que lo agradezco. Mejor que me odies a que me ignores, así puedo seguir molestándote hasta hacerte estallar.
Lestat de Lioncourt
Odiarte no es suficiente.
El odio no nace de la nada. Detesto
odiarte porque sé que la llama de éste sentimiento surge de mi
pasión, recuerdos y desesperación. Te adueñaste de mí. Me
atrapaste como se atrapa a una polilla que camina hacia la luz. Me
hiciste creer que todo era posible, que el dolor desaparecería y que
la muerte no sería una salida digna. Tú, codicioso y vengativo, me
arrancaste de mi destino en éste mundo. Hiciste que el tiempo se
detuviera, que los colores estallaran con una fuerza insoportable y
la noche estalló cargada de estrellas.
Me convertiste en un miserable.
Creaste a un monstruo lleno de dolor,
para luego susurrarle que su tragedia sólo había comenzado. Debía
vivir con la pena colgando en mi pecho, condenado a soportarte y
aceptar que nunca podría morir. La sed laceraba mi garganta, se
adueñaba de mi alma y me empujaba a cometer el peor de los crímenes.
Yo no pude quitarme la vida, pero debía quitársela a otros. Decías
que mi piedad era insufrible, pero te regodeabas cuando lloraba y
sentías placer ante mi angustia. Eras un monstruo, siempre lo fuiste
y lo serás. Un cobarde que jamás quiso decirme la verdad, y que
cuando la supe sólo pudo escudarse en sentimientos que no tienes.
Todo por amor. ¡Qué bonito suena! Y
que lamentable es saber que es tan falso como tus sonrisas.
¿Realmente me amabas? ¿Querías
protegerme? ¿De quién? ¿De ti, de mí o de todo lo que somos? Aún
no lo sé, pues no sé cuales son tus juegos a pesar de los siglos.
Siempre sabes como saldrán los dados, tienes las cartas marcadas y
la suerte besa tus mejillas mientras acaricia tus cabellos dorados.
He visto en tus ojos la verdad desbordarse, las lágrimas
sanguinolentas más cálidas que he conocido y aún así no te creo.
Quise ver el sol, pues el pasado que
vivimos era demasiado amargo.
Ella era todo para mí. Prácticamente
la vi morir. Pude palpar el aire cubierto de sus llantos y lamentos.
Sentí como la arrancaban de mis brazos y hundían cada recuerdo en
brea caliente. Tuve que vivir preso del dolor. Ya no sólo era un
asesino, lo que fui incluso antes que tú me impulsaras a ello, sino
un padre con los brazos vacíos y viejas cuentos infantiles
amontonados en la memoria. Pero tuviste que aparecer tú. No me
dejaste hacer lo que quería. Siempre haces lo que tú quieres, pero
no permites que otros hagamos lo que necesitamos. Que me salvaras no
significa que yo quisiera ser salvado.
Eres despreciable. Ni siquiera me
dejaste morir. ¿Y debo estar agradecido? Púdrete en el infierno y
no regreses. No quiero saber nada de ti, pues si acabas frente a mí
posiblemente conocerás lo cálidas que son las llamas de una
antorcha.
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