Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 30 de septiembre de 2014

Aléjate de mí

Aquí tenemos a Marius y Armand discutiendo de nuevo. No hay novedad amigos, salvo que esta vez el "querubín" le echó huevos. 

Lestat de Lioncourt 


—No deberías hacerlo—dijo de forma tajante.

—¿No?—respondí alzando ligeramente mi ceja derecha—. ¿Quién me lo va a impedir?—susurré con una ligera sonrisa llena de sorna. Relajé mi rostro y di un paso al frente cruzando mis brazos a la altura de mi pecho—. ¿Tú? ¿Tu amor? ¿Qué? —interrogué intentando no reírme en su cara. Tenía las facciones de un dios, era hermoso. Podía haber caído en sus brazos, dejándome arrastrar por viejos recuerdos y pasiones, pero me contuve. Estaba harto de ser la segunda opción. Era el plan B de todos sus planes. Nunca le importé lo suficiente para ser el único en su vida, o al menos, tenerme alguna vez más allá de un segundo plato. No quería volver a ilusionarme con sus ojos fríos y sus caricias calientes—. Tú no me amas, nunca me has amado. Sólo me has usado como siempre.

—¡Eso es falso!—gritó irritado.

—No lo es—dije meneando la cabeza—. Has demostrado continuamente que no me amas. Sólo me usas.

—Si no te amara no estaría aquí—replicó.

Estaba en mi Isla. Concrétamente se encontraba en uno de mis lujosos hoteles. La habitación tenía vistas al parque de atracciones, que se iluminaba a lo lejos y traía hasta donde nos encontrábamos un ligero murmullo de risas y música. El puerto también se extendía a lo lejos. Era un lugar hermoso para acabar con una tragedia que había durado siglos. Debía poner punto y final a todo. Ya estaba cansado. No me importaba que hubiese venido. Tampoco me había hecho especialmente ilusión ver sus flores batas, sus excusas de siempre y sus elegantes modales envueltos en un traje de ejecutivo en color negro.

—Excusas—mascullé—. Estás aquí porque necesitas que alguien te consuele y te hable con dulzura—dije llevándome la mano derecha a mi pecho. Tenía la camisa blanca de seda abierta. Mis pantalones eran unos tejanos desgastados, con el borde lleno de fango porque había estado en las calles a primera hora. Tenía un aspecto de ángel perdido, de niño perdido. Esta Isla era mi Isla de Nunca Jamás. Aquí podía refugiarme con mi Wendy, mi Sybelle, y mi adorado Benji. Éramos niños perdidos en un mundo lleno de sangre, nocturnidad y diversión mundana. No le necesitaba. Él no era lo importante ya. No era todo lo que yo soñaba. Nunca fue lo que yo necesitaba—. ¿Y sabes? La escasa dulzura que quedan en mis labios la voy a usar haciéndome un favor a mí mismo, y ese favor es echándote ahora.

—Por favor, comprende—tiró el ramo de flores al sofá y se acercó a mí. Colocó sus suaves y frías manos en mis mejillas, las acarició con sus pulgares, e intentó darme un beso. Sin embargo, me aparté rechazándolo.

—¿Qué demonios quieres que comprenda?—pregunté apoyándome en respaldo de mi sillón de orejas.

—Todo—dijo abriendo los brazos.

—¿Qué todo?—pregunté—. No puedo comprender a un cobarde como tú. Alguien que cuando siente algo cálido en su pecho, una brizna de locura y esperanza, decide echarla a un lado. ¡Me dejaste abandonado porque temías perder la vida!—le reproché otra vez su acto más cruel—. ¿Y luego? ¿Luego qué?

—¿Qué? No entiendo nada, querubín—sonrió como cualquier canalla. Esperaba que después de ese ataque me echara en sus brazos, llorara desconsoladamente y le dijera que le amaba. No lo haría.

—No soy tu querubín—dije colocando mis manos hacia el frente, pues intentaba tocarme de nuevo—. Hace años este ángel perdió las alas, junto a su esperanza de ser amado, y ahora es un demonio sin corazón. Tú me arrancaste el corazón junto a cada uno de mis sueños. Me diste libre albedrío y yo decidí, maestro, tomar el camino hacia la oscuridad. Tú ya no eres mi Dios, sólo eres un pobre miserable con miedo al amor.

—¡Amadeo!—exclamó furioso. Algunos jarrones explotaron, la televisión se fundió y noté como la ira comenzaba a consumirlo.

—¡No me llames así!—grité—. Ya no soy quien tu amabas, o decías amar—hice una pausa y me acerqué—. He cambiado—callé dándole esperanzas, como si fuese a besarlo, pero sólo le di un empellón hacia la puerta de entrada de la habitación—. Soy más fuerte.

—Debo irme entonces...—dijo no muy convencido.

—Ahí tienes la puerta—dije señalándosela—. No olvides tus mentiras y tu cobardía cuando te vayas.


Se marcho. Fue fácil echarlo con palabras. Era muy fácil dejarlo ir de ese modo. Físicamente no es tan doloroso como arrancarse cada sentimiento, cada palabra no dicha, cada beso que no fue robado para quedarte a solas, en una habitación ligeramente destrozada y con unas inmensas ganas de llorar. Claro que lo amaba. Claro que había parte del joven que conoció. Seguía siendo su querubín, su Amadeo, pero a la vez necesitaba ser otro. No podía estar siempre anhelando sus caricias, sus mentiras, su aroma contra el mío y sus palabras seductoras que arrancaban el dolor con facilidad. No. Ya no. Me despreciaba a mí mismo por creer que cambiaría. Nunca cambia. Él nunca cambiará. Nunca ninguno de nosotros cambia. Nos convertimos en el monstruo que somos, y en éste caso es un monstruo que ha decidido llorar por un amor imposible, por dejarse arrastrar hasta su propia condenación, antes que seguir con una esperanza barata. Jamás sería el más importante. Estaba harto. 

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt