Julien viene con unas viejas memorias. No sé dónde se podían haber encontrado, pues pensaba que su hija las había destrozado todas. Pero ya se sabe, los Mayfair son una fuente de misterios inagotable.
Lestat de Lioncourt
Podía estar mirando el reloj durante
toda la noche y las manecillas parecían no moverse. Era como si el
tiempo hubiese decidido pararse en una hora en concreto. La música
surgía como el zumbido de un enjambre de abejas, retumbando las
gruesas paredes cubiertas de elegante papel pintado, mientras
intentaba batirme en duelo con la pluma que acababa de adquirir hacía
tan sólo unas semanas. Los cientos de folios en blancos, amontonados
uno tras otro, me llamaban poderosamente la atención. Quería
escribir sobre mi vida, pero también sobre la vida de aquellos que
había conocido. Tenía setenta años. Ya no era un niño. Recordaba
bien los amaneceres de otras épocas, en la plantación, donde todo
parecía ser más misterioso a la vez que simple. El zumbido de los
mosquitos en las noches, junto al cantar de los grillos y cigarras,
era ensordecedor. Los animales parecían inquietos a veces, pero en
ocasiones la quietud llegaba. El aroma del café surgiendo por
doquier, pegándose gustosamente a cada trozo de la casa, en medio de
la madrugada cuando el gallo aún no cantaba y los trabajos
comenzaban, era algo que no podía olvidar y no quería desperdiciar
el momento.
Vino a mí la imagen de un día
concreto mientras miraba el reloj. Mi padre hacía tiempo que había
muerto. Mi hermana aún era demasiado joven como para preocuparse por
los jóvenes que la visitarían para embaucarla, aunque ella quería
ser religiosa por empeño propio. La casa estaba en silencio. La
noche aún aguardaba fuera. Era principios de otoño. Aún no llegaba
la fecha que todos aguardaban para rendir tributo a los difuntos, así
que puedo asegurar que podría ser principios de octubre. No podía
dormir. Aunque había sido un día duro de trabajo y había
malgastado mi escaso tiempo libre, pues siempre encontraba unos
minutos de los cuales disfrutar, con numerosos libros, que resultaron
ser poco gratificantes debido a su contenido, no podía dormir.
Necesitaba una obra clásica en mis manos o caminar. Decidí que me
despejaría por los alrededores de la plantación, posiblemente
observaría por las ventanas a los esclavos y después me sentaría
bajo alguno de los árboles para meditar sobre el rumbo que llevaba
mi vida. Una vida postergada a los caprichos de un ser grotesco. Mi
madre estaba cada vez más loca, aunque desconocía si alguna vez
tuvo juicio alguno.
—¿Dónde vas?—escuché su voz y vi
nítidamente su imagen en el porche.
—No te interesa lo que haga o no
haga—respondí guardando mis manos en los bolsillos.
—Que risa—susurró cerca de mi
nuca, aunque lo veía frente a mí.
—No puedo dormir—dije mirándolo
con mis vivos ojos azules, mientras él tomaba una pose elegante.
Juro que si hubiese sido de carne y
hueso muchas mujeres se habrían vuelto locas. Sus ropas eran viejas,
pero poco después supo usar prendas más actuales y un peinado mucho
más sofisticado. Dejó de ser el monstruo de otro mundo para
asemejarse más a un amante inquieto, celoso e incluso vanidoso. Si
bien, eso es dirigirme rápidamente al final de mi historia con él.
En aquellos momentos aún nos estábamos conociendo. Más de sesenta
años a su lado pueden darme la razón. Tenía tres años cuando me
rozó el cabello con sus dedos y habló íntimamente conmigo. En
aquellos momentos sólo contaba con dieciséis años y un arrojo
incalculable. Ya había matado al estúpido de mi primo, el cual
dilapidaba todo lo que poseíamos, y muchos me veían como un pobre
muchacho atormentado. Sí, me dolía haber hecho lo que hice, pero no
me arrepiento. Habría destruido a la familia, yo sólo la dividí.
—Puedo ayudarte—dio un par de pasos
hacia mí, dejando la barandilla de la escalinata del porche. Sus
pisadas no sonaban, pero podía ver claramente como se aproximaban.
—Aquí no—rogué dando un paso
hacia atrás, lo cual sólo hizo empeorar mi situación.
Quedé pegado a la pared frontal de la
casa, cerca de la puerta, mientras él se acercaba con esa sonrisa
seductora. Pronto noté sus manos sobre mi cuerpo acariciando la
suave tela de mi camisa de algodón blanco. Los botones fueron
desabrochándose, quitando uno tras otro, dejando mi torso delgado y
desnudo a su disposición. Hundió su cabeza en mi pecho y comenzó a
lamer mis pezones. Podía sentir las caricias, aunque nadie pudiese
verlo. Mi pulso se aceleró. El sonido del pantano a lo lejos me
inquietaba, el zumbido de los mosquitos traladraba mi cerebro y
pronto solté un sutil gemido. Mis manos buscaban donde sujetarse,
pues él no era del todo material. Aquel atrevido fantasma lo estaba
haciendo de nuevo.
—Te amo—escuché claramente de sus
labios, los mismos que aún sostenían mi pezón derecho.
—Sí, sí...—mi mente quedaba
aturdida. Sólo quería sentirlo como cada noche. Ningún hombre me
ha complacido como él. Nadie ha logrado hacerme gemir de ese modo.
Ese demonio sabía como tocarme.
—Eres hermoso, Julien—mi
respiración iba en aumento y casi no podía escucharlo, pero algunas
frases llegaban a mi mente seduciéndome por completo.
Rápidamente bajé mis pantalones. Me
quité la correa a duras penas, desabroché cada botón de mi
bragueta y los arrojé hasta mis tobillos. Después, casi sin pensar,
me deshice de ellos. Pero no sólo de ellos, también de las sucias
botas que me había colocado para dar aquel estúpido paseo. Sus
largos dedos se metieron bajo la ropa interior, acariciando
primeramente mis caderas, para después deslizar mis calzoncillos
hacia abajo. La prenda quedó pisoteada por mis propios pies y las
fantasmales punteras de sus botas.
Acabé en el suelo convulsionando por
el placer. Gemía como una prostituta barata de los clandestinos
burdeles que comenzaban a aflorar por doquier en la ciudad. Mis
piernas se abrían y mis caderas se movían nerviosas. Quería
atrapar y arañar su torso, deslizar mis manos por sus hombros y
hundirme en su boca. Allí, tirado en el suelo de madera ligeramente
hinchada por la humedad, me retorcía mientras él embestía con una
sonrisa aviesa. Disfrutaba escuchándome gemir. Era su música
favorita. Mi hermana no podía verlo, pero yo sí. Yo gozaba de su
compañía, a la vez que lo temía. Ese monstruo se apoderaba de mí.
Cuando acabó quedé aún caliente, tirado alrededor de mis prendas y
con las mejillas sonrojadas.
Él no tenía energía suficiente para
permanecer mucho tiempo. Sólo me hacía gozar y se marchaba. Debido
a mi juventud necesitaba más, cosa que no podía obtener de un
fantasma manipulador. De ese demonio.
Aquella noche tuve suerte. Un joven
esclavo merodeaba por la casa, posiblemente buscando algo de fresco
lejos de las caballerizas donde descansaba. Miré su rostro moreno,
sus ojos oscuros y sus dientes que parecían destacar en medio de la
espesa oscuridad. No dudé en invitarlo con la mirada, mostrándome
tentador incluso para un hombre, y él accedió como si estuviese
bajo un hechizo.
Se acercó a mí bajándose el pantalón
y yo abrí mejor mis piernas. Cuando sentí su peso sobre el mío
noté cierto alivio. Mis dedos juguetearon por su cuello y rostro.
Sus facciones eran muy distintas a las de mi amante fantasmagórico,
pero no me importaba. Él solucionaría aquel pequeño problema. Ya
había eyaculado, tenía parte de mi semen manchando mi vientre y
torso, pero quería más.
—Hazlo, por favor—dije echando mis
manos a su cuello, para abandonar ambas sobre sus anchos hombros. No
debía ser mucho mayor que yo, pero su cuerpo estaba fortalecido por
el duro trabajo del campo—. Te recompensaré bien—murmuré
buscando sus labios carnosos, los cuales accedieron a darme un beso
mientras me penetraba con brío.
Era tosco. No tan placentero como esas
caricias íntimas y espectrales, pero disfrutaba del sabor de sus
besos y como enterraba su miembro dentro de mis doloridas nalgas. Mis
piernas se abrían y alzaban, mis caderas se movían aún más
pareciendo la cola de una serpiente y él jadeaba disfrutando del
espectáculo. Era el dueño de todo. Mi abuela había muerto, mi
madre era incapaz de llevar la plantación y yo era quien ejercía el
poder. Sin embargo, era él quien me dominaba en esos momentos.
—Amo—dijo en un jadeo mientras me
tocaba con sus manos ásperas.
—Dime Julien, no amo. Ahora amo no,
Julien—mis labios temblaban y mi voz era quebradiza.
La sensación de placer era mayor que
el estímulo de dolor, pues su miembro era ancho y su forma de
hacerme el amor era salvaje. Las tablas crujían bajo el peso de
ambos. Sus manos dejaron de acariciarme para apoyarse a ambos lados
de mi cuerpo, un cuerpo que no podía dejar de moverse ni un segundo.
No era la primera vez que recurría a
un hombre de carne y hueso después de mis juegos con Lasher. Él
provocaba que lo hiciera. Las mujeres no me interesaban en aquel
momento. Creo que no me interesaron hasta mucho después, cuando
comprendí que debía usarlas para poder tener la descendencia
apropiada.
Aquel esclavo quedó clavado en mi
interior, llegando al límite, mientras me miraba congestionado por
el placer. Mi espalda se arqueó, mis hombros se clavaron en el piso
y mis uñas se enterraron en sus hombros. La fuerte sensación de
aquel chorro cálido, y espeso, manchando mi interior provocó que yo
llegara casi al mismo tiempo. Sin embargo, no dejé de mover mis
caderas.
—Dame otro... —dije cuando noté
que se apartaba. Quería otro beso de sus labios, necesitaba hundirme
en esa sensación tan abrumadora—. Otro beso—balbuceé buscando
su boca y él me la ofreció sin oponer resistencia.
Cuando salió de mí me abalancé sobre
él, lamiendo su cuello saboreando su sudor, para luego hundir mi
rostro en su entrepierna. Lamí su esperma, algo que no me podría
dar jamás mi amante, y al incorporarme le miré completamente
perdido en la satisfacción.
—Te recompensaré bien—repetí
acariciando sus pómulos.
Él se incorporó subiéndose los
pantalones para desaparecer. Sabía que había hecho eso porque yo
era el amo, por lo tanto poseía poder sobre él, y porque no podía
desaprovechar la oportunidad.
Al día siguiente tuvo algo más de
comida que los otros, me encargué que incluso le hicieran llegar un
vaso de vino después del trabajo. Pocos días después, tras ese
incidente, lo busqué en su tienda y lo hice salir para que me
ofreciera de nuevo sus servicios. Si no era él sería otro. No podía
ocultar mi despertar sexual y la necesidad de contacto con alguien
que no fuese un par de mujeres perdidas en sus desenfrenadas locuras.
Si bien, si debo ser justo. Como he
dicho antes, jamás nadie me ha hecho vibrar como Lasher. Cuando
aparece en mi alcoba, esté acompañado o no, siempre tengo tiempo
para sus caricias. Jamás he dejado de disfrutar de él, ni siquiera
cuando mi mujer permaneció a mi lado antes de marcharse. Soy un
egoísta. Lo deseo todo. Y él aún me desea a mí. Estoy perdido en
el infierno y el demonio me tiende su mano.
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