Ya estamos con la misma cantinela. ¡Coño, Louis! Deja de hablar de tu hermano o de Claudia. Piensa en el futuro, deja de ser tan cínico y ama algo que no esté muerto.
Lestat de Lioncourt
La culpa aún la llevo a mis espaldas.
Ay no es tan pesada. Sin embargo, los recuerdos a veces nos llevan a
una situación desesperada. Puedo recordar aún tus enormes ojos
azules antes de caer. El murmullo de tu voz parece llegar a mí en
sueños, como si desearas que fuese a tu encuentro y me tumbara a tu
lado en aquel oratorio. Creí que nunca te negaría nada. Aposté
seguro mis cartas. Jamás permitiría que alguien dijera que no a tus
pretensiones, y sin embargo, fue tan fácil negarte aquello que más
codiciaba.
Tus visiones, Paul. Aún me pregunto
sin son falsas o no. El testimonio de tus santos, de los ángeles y
Dios mismo. Paul, ¿podría ser cierto? Sé que ya no puedes
escucharme y despejar las dudas existencias, así como las mediocres,
de mi alma. Si bien, hablar conmigo mismo en voz alta, mirar hacia el
cielo y creer realmente que existe un lugar donde descansas al fin,
es beneficioso para mí. Sé que estoy siendo egoísta, pero a la vez
quiero liberarme de esa carga.
Eras tan fuerte y frágil a la vez. Tan
sólo tenías quince años cuando comenzaste a decir aquello. Creí
que era absurdo, una terrible tontería, y te eché a un lado. Tu
propio hermano. Yo te eché. Te reprimí. Quise destruir tus hermosas
vidrieras, quemar el oratorio que tanto me costó construir y
encerrarte en una habitación cualquiera para que me escucharas. No
escuchabas a nadie. Creo que sólo querías escuchar las oraciones
que murmurabas a todas horas. Ni siquiera descansabas. Y luego él.
Tras tantos siglos. Él cae en la misma locura que tú. ¡Por eso
quiero saber! Y, sin embargo, no podré.
¿Sabes lo peor de todo, hermano? Que
yo debía protegerte. Nunca lo hice realmente. Cuando me percaté de
mi amor por ti, un amor retorcido, quise desalentar ese sentimiento
pensando que serías sacerdote. Pero, entonces, caí en la cuenta que
te irías lejos, que no escucharía de nuevo tu voz como antes y
entré en pánico. Deseaba abrazarte, besar tu rostro y prometerte
que serías feliz con tu dichoso oratorio. No necesitabas ser
sacerdote para ser el santo de todos, el hombre bueno y sabio que
estabas empezando a ser. Te quería para mí. Codiciaba tu compañía.
Madre no comprendía mi imperiosa necesidad. Nuestra hermana
simplemente se hizo a un lado. Y yo me estaba volviendo loco.
Tu amor a Dios había llegado demasiado
lejos, del mismo modo que mi amor por ti. Tenía casi diez años más
que tú, me apoyaba en ti cuando eras tú quien debía apoyarse en
mí. Pero creo que era porque lo sabías. Cuando te miraba con estos
estúpidos ojos verdes, cuando me iba detrás tuya con mi lánguida
figura buscando tus brazos fuertes, quizás me delataba. ¿Qué pasó?
¿Qué ocurrió? Aún no sé que sucedió realmente. ¿Yo te tiré
por las escaleras o simplemente tropezaste? Ya no sé que creer. A
pesar de los siglos no lo sé. Nunca lo sabré.
El vino ya no tiene sabor, Paul. El sol
hace mucho que se ha convertido en un desconocido. Soy lo que tú
llamarías demonio. La sangre me sienta muy bien. No tengo escrúpulos
en matar a sangre fría, inocentes o culpables, para seguir viviendo.
Dreno los corazones más tiernos y aquellos que ya son oscuros. Sin
embargo, tu recuerdo y el de Claudia me hacen llorar. Si hay algo
humano en mí, aunque sea mínimo, es vuestro recuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario