Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 29 de septiembre de 2014

Sólo tú

Ah, hermanito. Hermanito... ¿Te fuiste de su lado sin avisar? ¡Tienes huevos! Alejarte de la pelirroja así, sin más, te va a costar la castración. Ya sabemos como es Mona. ¡Huye! ¡Huir no es de cobardes, sino de sensatos!

Lestat de Lioncourt


Estaba sentado frente a su escritorio. Nuevamente tenía que escribir una carta dejando su corazón en ella. Cada línea que trazara sería crucial. Miraba el camafeo que estaba frente a él. Tenía su rostro tallado. A un lado, encendido aunque sin función alguna, un ordenador portátil. Aún recordaba cuando él lo usaba insistentemente, llamándolo por mero capricho o aburrimiento. El silencio era rotundo. Fuera, en el amplio jardín que daba hasta el embarcadero, los diversos insectos zumbaban mientras la barcaza se movía suavemente contra la orilla.

La cama estaba desecha y ocupada. Jerome descansaba sobre aquel colchón que él mismo había usado hacía años. Las suaves sábanas de algodón blanco rozaban sus mejillas. Parecía estar feliz, con sueños apacibles. Era un buen chico. Ya casi tenía la edad con la cual lo convirtieron a él. Un adolescente entregado a los libros, la vida en el campo y las atenciones de su madre. Si había regresado a Blackwood Farm esa noche era por él, por la compañía de su hijo.

Desplazó sus ojos hacia el folio. Aún seguía en blanco. Ni siquiera tenía escrito el nombre del destinatario. Se inclinó acariciando la pluma y comenzó. La tinta negra resplandecía en aquel papel tan blanco y rugoso. El sonido de aquellas palabras cultas, escritas en cursiva y de forma elaborada, eran como un susurro. Estaba impregnando aquella simple hoja con su propia alma.

“Querida mía:

Debo confesarte que salí precipitadamente de la ciudad hace algunas noches. Necesitaba alejarme de todo. Quería encontrarme con mis pensamientos. Hice mal en alejarme así, sin decir nada. Juré que siempre estaríamos juntos, pero hay monstruos que habitan en cada una de las salas de mi alma. Son como terribles engendros de oscuridad, sombras que me arrastran hacia una situación terrible. Los recuerdos caen sobre mis hombros, susurran mi nombre y me agitan. Desearía tener la fuerza que poseen algunos, esa de la cual he carecido siempre, y dejar de apoyarme en ti. No quiero que creas que tu noble Abelardo es un cobarde.

Fuera, lejos de ésta ciudad, he podido observar el mundo. En nuestros numerosos viajes hemos estado caminando juntos por las calles más cosmopolitas, olvidándonos de quienes éramos por un segundo hasta que la sed nos arrojaba a ser despiadados asesinos. Decidí visitar lugares recónditos. Calles silenciosas, sin bullicio alguno, donde las pocas víctimas que podía encontrar dormían plácidamente en sus humildes camas. Allí recordé el inicio de la vida, en lo humilde. Mi vida no lo ha sido, pero sí ha estado rodeado de gente sencilla, un pequeño reducto de almas, que confiaban en mí ciegamente, y que creo que aún lo hacen motivados por el recuerdo de quién era yo.

Si te envío la carta es para que sepas donde estoy. Me dirijo al Santuario, igual que lo he hecho siempre, para descansar allí entre libros estropeados por la humedad y el murmullo del agua moviéndose por los caimanes. Puedes hallarme allí, tumbado sobre el mármol, contemplando el techo y dejando que mis pensamientos fluyan como la música que posiblemente salga de la radio que me obsequió Lestat.

Quiero verte.

Estando lejos de ti es cuando recuerdo el motivo por el cual me hallo a tu lado. Necesito estar contigo. Te he amado desde la primera vez que te vi. Entregué mi corazón en tus manos sin saberlo. Te convertiste en la Reina de Corazones arrancándome suspiros y enloqueciéndome. Deseo tus besos y el sonido de tu voz. Por favor, discúlpame por irme así hace unas noches. Era preciso que me fuera, y si te decía donde iba me detendrías o querrías acompañarme.

Te amo,
Tarquin Blackwood”

Esperó unos minutos para asegurarse que la tinta estaba seca, dobló la carta y la introdujo en el sobre. Después, con elegancia y cuidado, se alejó del escritorio y caminó hasta la puerta. Jerome no se había movido. Nadie sospechaba que había estado allí, contemplándolo como lo había hecho Petronia, y nadie, salvo él, lo sabría.


Bajó la escalera, cruzó la sala principal donde se hallaban los cuadros de los ilustres Blackwood, entre ellos Manfred, y los camafeos de Tía Queen. Al salir al porche se giró, observó la casa a oscuras y recordó a Rebeca. Después, sin más, se alejó a toda velocidad para depositar la carta en el soberbio apartamento en el cual solía refugiarse Mona por las mañanas. Allí dejaría la nota, para luego marcharse a su refugio más preciado.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt