Una oda trágica a MI teatro de parte de Armand. Parece que a ese capullo enano se le olvida que ese lugar era mío.
Lestat de Lioncourt
Furia es lo que puede quedar tras los
actos de venganza. Una furia que se palpa en el ambiente y te consume
como una vela. He visto frente a mí desatados actos de crueldad, los
cuales he sentido en mi propia piel abriendo mis carnes y hundiéndose
más allá del dolor soportable. Sin embargo, hasta esa noche no vi
algo tan apasionado como aquello. Me refiero a la noche en la cual el
Teatro de los Vampiros fue reducido a cenizas, vigas destrozadas y
palcos derruidos.
Observé como el teatro se cubría de
llamas y humo. El griterío era insoportable. Escuchaba cientos de
almas retorcerse en un segundo, subir hacia los cielos y bajar al
infierno más oscuro y terrible. La noche se llenó de dolor
cubriéndolo todo. Las calles aledañas eran un revuelo y los humanos
parecían una bandada de pájaros. Corrían buscando los pozos,
formaban filas humanas y echaban agua para refrescar los edificios
adyacentes. París ardía.
La noche se iluminó con el fuego de la
venganza. La ira subía por las paredes y consumía el hermoso
decorado del jardín de las delicias. Todo lo que una vez tuve en mis
manos se convertía en una mancha negra. Los carruajes corrían
transportando mujeres y niños fuera del peligro. Muchos hablaban de
tragedia y otros rezaban por las almas de los actores. Las campanas
de la iglesia repicaban una y otra vez, tañido a tañido, como si
fueran ángeles los que lloraban por monstruos con encantadoras
máscaras.
Me quedé a un costado de la calle,
cubierto bien por mi capa y chistera. Mis manos enguatadas evitaban
el frío. Las llamas se agitaban como lenguas de serpiente cuando lo
vi salir. Entre la multitud, el humo y el caos. Era Louis. Cubierto
de cenizas, de olor a muerte y sufrimiento. Sus ojos verdes
recorrieron a los presentes con frialdad y luego desapareció. No
volví a verlo hasta noches después.
Ellos no me dolían. No eran mis
amigos. Sólo eran un grupo de vampiros que creían que todo lo
podían. Me aburrían. Estaba cansado de sus bromas y sus risas. Me
ahogaba entre ellos. Yo quería conocer un nuevo mundo, las
maravillas modernas. Con ellos sólo veía el pasado repetirse frente
a mí. Podía escuchar la desenfrenada música de Nicolas como si
fuera el fantasma que habita un caserón vacío. Louis era la
escapatoria. Sabía que cometería su gran pecado y yo sería el
sacerdote que escuchara su confesión, en una calle cualquiera de la
ciudad y a horas tardías.
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