Bueno, Nicolas da muestras de su "amor" por mí. Más bien rencor... ¿por qué él y Louis son así?
Lestat de Lioncourt
Nevaba. Aunque no hacía demasiado
frío, pero ya no eran las primeras nevadas ni serían las últimas.
Los copos de nieve danzaban frente a los cristales empañados de la
estancia. El violín descansaba sobre una silla baja, de espalda
estrecha y algo coja por una pata dañada. Las cortinas estaban algo
sucias, pero eso no era relevante. El escritorio estaba lleno de
papeles, algunos libros y diversos documentos sin importancia. La
pluma estaba sumergida en el tintero y no muy lejos, como a una palma
de distancia, había varias botellas amontonadas. Era borgoña, y aún
podía sentirlo en la boca.
La nieve seguía cayendo. Limpiaba el
dolor, las heridas de la tierra, aumentando el caudal de los
riachuelos que pronto quedarían congelados en la montaña. Las nubes
eran oscuras, amenazaban una tormenta virulenta, pero deseaba huir de
allí. Estaba desnudo y no sentía frío, pues el pánico calentaba
mi cuerpo y alejaba cualquier otro pensamiento.
—¿Por qué no regresas a la cama?—ni
siquiera quería escuchar su voz, pero ahí estaba. Él se encontraba
recostado en el colchón, con las sábanas sucias y revueltas,
mostrándome su cuerpo prácticamente desnudo y con los ojos clavados
en mi espalda. Podía verlo en el turbio reflejo del cristal, aunque
era casi inapreciable—. Podemos repetir, si deseas.
—Bebí demasiado—balbuceé—. No
era yo...
—No sé porque dices eso—dijo con
una breve risilla—. Estabas pletórico—escuché el leve chirriar
de la cama, después sus pisadas rápidas y toscas, para finalmente
sentir su respiración pegada a mi nuca—. Ni la mejor de las
furcias me ha satisfecho de ese modo.
—He vendido mi alma al
diablo...—estaba a punto de romper a llorar.
—Has hecho muy bien en venderla a
éste demonio, pues has abierto las cancelas del paraíso—su voz
siempre me resultó sensual, pero en aquel momento realmente parecía
el mismísimo Lucifer. Sus manos se colocaron en mis caderas y sus
labios rozaron mi nuca, se pegaron a mi cuello, dejaron caricias en
mis sienes y finalmente, tomándome del mentón con la mano derecha,
me giró el rostro y me besó en los labios.
Su lengua, húmeda y cálida, me
electrocutaron. Nunca había sentido algo así. Ni siquiera con
alguno de mis viejos amantes. Él había sido el primero en provocar
una reacción tan intensa. Aquello era dejar mi corazón en sus
manos. Sólo quería encender su interés en mí, conseguir algunas
copas gratis, y finalmente me vi arrastrado a la mayor condena de
todas. Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras me giraba,
aferrándome a su esbelta estatura, mientras rogaba que aquello no
acabara. Sabía bien que no era mío, no sería el único, y eso
encendía mi rabia.
Su mente perversa no me dejó
escapar... él condenó mi vida.
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