Yo no digo nada, pero creo que a alguien le bajaron el pupilo. Marius, no creo que vuelvas a ver a Armand. Aunque ¿eso será problema?
Lestat de Lioncourt
Habíamos regresado a toda prisa a la
Isla Nocturna. Aún tenía propiedades diseminadas por allí, varios
apartamentos de lujo, un par de casinos y tiendas especializadas en
joyas, ropa de caballero y algunos locales de copas en los cuales
había música en directo. Me gustaba poseer negocios que aún
tuviesen cierto valor, para personas que se deleitan con lo exclusivo
y el derroche. Era agradable pasear por las calles entre mortales,
sabiendo que algunos no eran lo que decían ser. Talamasca había
estado allí, como también cientos de vampiros. Sabía que no estaba
solo, pero me sentía menos vulnerable que en New Orleans. Marius
sabía la dirección de todas mis viviendas, lo cual era algo
incómodo para mí. No quería tropezarme con él. No después de lo
ocurrido. Aún tenía secuelas en mi alma de nuestras dos últimas
peleas. Quería estar lejos de él.
Sybelle se había marchado a uno de mis
mejores locales. Allí había un piano maravilloso que le fascinaba.
Podía tocar horas cientos de melodías, aunque siempre tenía su
predilecta. Hice que la llevaran primero a una de las tiendas de lujo
de la zona, quería que tuviese el mejor traje de noche y lo tuvo. Se
veía hermosa. Tenía un peinado a lo Grace Kelly muy favorecedor, su
cuello era largo y le daba un aspecto sofisticado. Cualquier mujer la
envidiaría y cientos la amarían sólo con una caída de párpados.
No la acompañé. Me sentía aún
turbado por la situación. Decidí quedarme en el apartamento que
conducía al de Daniel. Él estaba allí, con la mente dispersa,
construyendo con afán una maqueta de la torre de Londres. Deseaba
visitarlo, acariciar sus cabellos dorados y besar su sien. Pero, por
una extraña razón, me sentía cobarde. Tenía miedo de su reacción,
pues el silencio es el mayor de sus desprecios.
Sin embargo, aunque no salí, decidí
vestirme adecuadamente. Tenía una americana recién estrenada en
color negro, llevaba una de mis mejores camisas celestes y tenía
unos jeans de vestir negros, que combinaban bien con mis elegantes
zapatos. Cualquiera que me viese pensaría que tenía pensado ir a
una cena en alguno de los restaurantes de la zona, coquetear en los
casinos o tentar a las musas en los diversos bares. No. Nada por el
estilo. Sólo lo había hecho para salir más tarde, tal vez a buscar
algo de sangre, y despejarme así sacándome de la cabeza sus
palabras llenas de ira, desprecio y odio. Marius no me amaba, pues
eso que me demostraba jamás sería amor.
Benji estaba en el apartamento, en
aparente calma, con sus ojos pardos clavados en mí. Me miraba de
forma que sentía como perforaba mi alma. Sentía que lo sabía. No
cabía otra posibilidad. Había hecho una promesa pero la cumplí,
dejando que me doblegara. Él estaba allí sentado, con una camisa
blanca que resaltaba el tono dorado de su piel y unos jeans similares
a los míos. No tenía zapatos, tenía los pies completamente
desnudos.
—¿Cuándo me lo vas a
decir?—preguntó, rompiendo el silencio que se había instalado
entre los dos. Era un muro pesado, de los más gruesos que había
visto entre nosotros hasta el momento, y él lo había derrumbado de
un plumazo.
—No lo provoqué yo—dije acomodando
un mechón de pelo tras mi oreja derecha—. Te equivocas si piensas
que lo hice.
—Así que tenía razón, siempre la
he tenido—se incorporó del sofá negro de cuero en el que estaba,
caminó un par de pasos hacia mí, pero luego se giró y se llevó
las manos a la cabeza. Sus dedos largos se enredaron en sus mechones
azabaches. Su delgada figura me pareció más madura y masculina que
nunca. Tenía un aspecto mucho más adulto con ropa como aquella,
menos desenfadada. Además, no era precisamente bajito para la edad
en la cual había quedado estancado. Deseaba abrazarlo, consolar su
rabia y rogarle que me perdonara, pero se giró rápidamente y me
miró furioso—. Siempre eres su ramera. No dudas ni un instante en
abrirte de piernas si consigues un par de palabras baratas, ¿qué te
prometió ésta vez? ¿La luna y las estrellas? Porque eso es lo
único que no te ha prometido.
—¡Cállate!—grité al borde de las
lágrimas. Ni siquiera sabía como había ocurrido, pero ya me
juzgaba. No tenía derecho a elaborar un juicio precipitado, aunque
comprendía bien que se sintiera traicionado—. Vino cuando me
encontraba solo en una de las propiedades, aprovechó el momento y me
hizo suyo en mitad del porche. ¿Crees que deseaba ser usado de ese
modo? No lo hizo por amor o deseo.
—¿Y por qué lo hizo? Dímelo,
quiero oírlo.
—Pandora y él tuvieron una discusión
fuerte en uno de los locales más concurridos de New York. David me
comentó que ambos se tropezaron un par de horas después y
conversaron algunos minutos, aunque no supo bien los motivos. Arjun
estaba muy molesto por el trato abusivo de Marius, él decidió
solventarlo como cualquier hombre con el corazón herido y vino a mí.
Había sido la noche anterior y aún así seguía tenso, ciego de ira
y desesperado—las lágrimas finalmente aparecieron. Comencé a
llorar en silencio mientras le miraba allí de pie, con el rostro
contraído y la mirada ardiendo de rabia.
—¿Sólo pasó eso?—sus ojos
seguían siendo severos, aunque parecía estar molesto únicamente
con Marius.
—Acabé gimiendo deseando que se
quedara a mi lado, con el cuerpo ardiendo por sus bruscas caricias y
mis piernas temblaron—mi tono de voz se apagaba mientras notaba el
nudo en la garganta. Prácticamente no podía hablar. Me encontraba
perdido en medio de ese monólogo que me hería. Él ni siquiera se
percataba que me estaba humillando al narrarle aquello, pero merecía
saber la verdad—. No podía siquiera moverme por el placer y la
confusión. Me había golpeado, destrozado la ropa y humillado sin
compasión. Él abusó de mí, pero yo acabé alcanzando el paraíso,
buscando su amor o las migajas que quisiera ofrecerme. Me sentí
sucio, rastrero y pensé en ti. Te prometí que no cedería, pero lo
hice. Así que decidí que todo eso se acabaría, por eso estamos
aquí.
—¿Crees que puedo perdonar todo
eso?—su lengua era la de un hombre herido. No sabía como calmar a
un hombre, pero sí a un niño. Él ya no era tan inocente en ese
aspecto como cuando lo encontré, ya sabía enfrentarse a los
problemas de un modo adulto.
—Sí—mi boca temblaba y mis ojos
rogaban, pero su actitud no.
—Estás equivocado—contestó rápido
y cortante.
—Yo no le busqué—me incorporé
tembloroso, casi tambaleante, y le tomé de la chaqueta. Necesitaba
que dejara a un lado todo y me abrazara. Quería su afecto, no su
rechazo.
—¡Pero gozaste como la fulana que
eres!—gritó apartándome de un leve empujón.
—Deberías tenerme más respeto, ¿qué
ha sido del niño tierno que conocí?—volví a colocar mis manos
sobre él, pero esta vez en sus mejillas. Sus ojos eran tan intensos
que me hacía arder. Necesitaba que se calmara y pensara.
Había roto mi promesa en mil pedazos
aceptando que Marius me tocara, pero él me derrotaba. A pesar de
todo no podía con su presencia, sino con la rotundidad de sus actos.
Sabía bien mis puntos débiles y Benji los estaba conociendo para mi
desgracia.
—Se convirtió en adulto—dijo,
colocando sus manos sobre las mías—. Un adulto cansado de ver como
te desprecian y no te das a valer—bajó mis manos y las retuvo
entre las suyas, para mirarlas del mismo modo que yo miraba las
suyas—. Estoy harto de tus palabras amables, tus sonrisas tristes y
de como corres a sus brazos cuando te chasquea los dedos. ¿Has
pensado en mis sentimientos?—cuando cruzó de nuevo sus ojos con
los míos noté un cambio. No había rabia, ni desprecio, sólo
dolor. El dolor de un hombre que ama y no es correspondido. La
tragedia griega de siempre. Algo que conocía bien—. Ya no soy un
niño. Te he dicho muchas veces que no soy un niño. ¿Cuántas veces
tendré que reprochar tu actitud y recordarte que ante ti tienes un
hombre? No confías en mí. Me ocultas cosas para no hacerme daño.
¿Y sabes que consigues? Justo todo lo contrario.
—Perdóname—mis manos temblaban
igual que el resto de mi cuerpo, pero él las sujetaba con firmeza.
No supe que más decir, sólo busqué sus mejillas y las besé.
Deseaba que ese gesto, casi inocente, lo comprendiera de algún modo.
Yo le quería, aunque a veces pareciera que me desprendía del amor
que me regalaban porque no sabía asimilarlo.
—Haz algo para que te
perdones—susurró, llevando mi mano derecha a su bragueta. No dudé
en apretar suavemente su pequeño bulto, que comenzaba a crecer,
mientras la mano que tenía libre me agarraba de la nuca.
Empezamos a besarnos, o más bien él
me besaba. Su boca era dominante y su lengua entregada. No podía
siquiera creer que fuera tan dominante conmigo. Mis dedos apretaron
su sexo por encima del pantalón y deseé llevarlo a mi boca. La
forma que actuaba era la de un hombre tan adulto como desesperado.
Estaba jugando sus últimas cartas y yo estaba perdiendo la cabeza.
Quería gemir, pero él me besaba con tanta intensidad que no
reaccionaba. Me excitaba su forma brusca. Tenía el vello de la nuca
de punta, ya que sentí un delicioso latigazo recorrerme de pies a
cabeza. En ese momento reaccioné apartándome de sus labios, para
arrodillarme frente a él.
Nuestras miradas se cruzaron una vez
más, pero en la suya sólo vi deseo. Yo estaba algo más confuso,
pero no por ello perdí el tiempo. Acaricié su vientre por encima
del pantalón, después toqué el cinturón de cuero marrón que
llevaba y lo abrí. Aquel pequeño complemento cayó al suelo, el
botón del pantalón se abrió y el cierre bajó rápidamente. En
segundos tenía su sexo, algo duro, frente a mí. No dudé ni por un
instante en lamer su glande, y, besar lentamente desde la punta a la
base.
Soltó mi mano izquierda y colocó las
suyas sobre mi cabeza. Sus dedos acariciaron mi frente despejando mi
rostro de cualquier mechón, para hacer lo mismo con las sienes. Sin
perder tiempo me recogió el pelo en una coleta y tiró de ésta para
que echara el rostro hacia atrás.
—Voy a demostrarte que puedo
arrancarte mejores gemidos que ese vejestorio—su mano derecha me
tomó del mentón, mientras la izquierda seguía tirando de mi pelo—.
Ya ni siquiera lo vas a desear cuando lo veas.
Quería creer que eso sería así, pero
no estaba seguro. Había sido mi único y gran amor. Él me había
salvado y venía a mí en mis sueños siendo el hombre gentil, amable
y generoso de otros tiempos. Pero ya no era así, ni siquiera lo fue
en su momento.
El tiempo de conversar acabó, me
introdujo su sexo entre mis labios y escuché un delicioso jadeo. Le
complacía la suavidad de mis labios, la humedad de mi boca y mi
lengua que rápidamente lo atrapó apretándolo. Mi cabeza se movía
al ritmo que él marcaba, cosa que me causaba una terrible erección.
Realmente ante mí tenía a un hombre, no a un niño. Notaba su
fuerza y deseo, el mismo deseo que crecía en mí. Podía sentir
oleadas de calor recorrerme y comencé a sudar.
De un empellón caí de espaldas y él
se subió sobre mí. Mis manos recorrieron su pecho por encima de su
camisa blanca y él comenzó a desabrochar la mía celeste. Teníamos
las piernas enredadas, pero no así nuestros sentimientos. Yo sabía
lo que estaba creciendo en mí y él conocía bien ya ese
sentimiento. Busqué sus labios y lo besé. Quería perderme en su
boca de nuevo y él no me rechazó, me besó con la misma intensidad
mientras rompía su camisa. Lo quería dentro de mí, necesitaba
tocar todo su cuerpo desnudo y gritar su nombre.
—Te quiero ya, te necesito—el tono
de mi voz era quebradizo, pero esta vez no porque sintiera dolor. Mi
necesidad era tan fuerte, el placer me corroía, y no era capaz de
hilar bien las palabras—. Ya... ya...
Él tenía unos dedos hábiles y fríos,
pero muy suaves, que desabrocharon cada botón de mi camisa sin
romper siquiera uno. Se tomaba su tiempo para hacerse desear. Sus
labios rozaron mis pezones y sus dientes se clavaron cerca de mi
ombligo. Finalmente mis zapatos volaron, igual que mis calcetines,
pantalones y ropa interior. Terminé desnudo debajo de él, pero él
llevaba tan sólo el pantalón desabrochado.
—Voy a dominarte, por lo tanto no
tendrás todo cuando tú quieras—sentí que no me hablaba él, sino
el hombre que había estado asechando durante años. Un hombre
adulto. Su voz dejó de tener los matices de un niño, casi
adolescente, para ser por completo la de un hombre joven y
apasionado.
—Por favor, por favor...—dije al
notar sus manos en mis caderas, las cuales viajaban hacia mis
nalgas—. Por favor...
—Calla, zorra—esas palabras me
hicieron guardar silencio y mirarlo bien—. Vas a dejar de ser su
fulana, serás mi zorra, mi puta y mi amante dentro de la cama. Fuera
de la cama también vas a obedecer. No te quiero cerca de Marius.
Ahora me perteneces, ¿comprendes? No voy a dejar que otro te toque,
ni siquiera el chico de las maquetas. Nadie.
No sabía que creer de todo aquello,
pero yo sólo pude gemir. Dos de sus dedos, el índice y corazón, se
hundieron en mi entrada y mis piernas temblaron. Tenía una erección
considerable, la cual rozaba su vientre y también la suya. Hundió
su rostro en mi cuello y me mordió, pero no rasguñó la piel. Él
sólo me mordió como lo haría un amante entregado. Si bien, se
apartó y me giró.
No dudé en alzar mis caderas y rozar
su sexo con mis nalgas. Necesitaba tenerlo y era mi momento. Él
colocó sus manos en mi cintura, tirando de mí, para luego poner una
sobre mi cabeza, enredando sus dedos con varios mechones, mientras la
diestra guiaba su sexo dentro de mí. De una sola vez. Arremetió con
fuerza y me penetró. Grité de placer. Mis pezones estaban duros y
rozaban el frío suelo de mármol, mi rostro estaba girado y lo
miraba por encima del hombro, y él se movía destrozándome. No
podía dejar de gemir. Tenía un buen tamaño y grosor, pero era su
forma de moverse lo que me enloquecía.
Gemía como puta, como lo que realmente
era cuando me tocaban de ese modo. Hacía mucho tiempo que no sentía
algo como aquello, una conexión total. Mi ritmo se acopló al suyo y
ambos jadeábamos y sentíamos un placer que jamás hubiese dado por
cierto. Aquello era inconcebible.
Podía ver su rostro concentrado, sus
labios abriéndose para dejar escapar un jadeo, un pequeño gemido o
un gruñido. Tenía las cejas fruncidas y sus enormes ojos árabes no
perdían detalle de mi cuerpo meciéndose para él. Mis manos estaban
sobre el suelo, intentando apoyarme, pero mis brazos habían cedido
casi desde el principio. A ratos me daba fuertes nalgadas que
arrancaban de mi garganta los gemidos más sensuales que conocía.
Entonces, lo noté. Percibí como todo
mi cuerpo se preparaba para un terrible orgasmo. Los dedos de mis
pies se cerraron, los de mis manos apretaron las baldosas de mármol
empujándolas con las palmas, mi boca se abrió y un escalofrío
recorrió como un rayo todo mi cuerpo, centrándose en mi vientre que
comenzó a tirar y hormiguear. Eyaculé contra el suelo, manchándolo,
mientras él seguía moviéndose con fuerza hasta que, debido a como
lo apretaba dentro de mí, lo hice llegar. Aquel torrente cálido y
espeso me llenó. Al terminar pensé que me apartaría, pero no lo
hizo. Me tomó del cuello y me incorporó.
—Limpia todo, zorra—susurró
inclinado sobre mí—. Limpia.
Miré la baldosa con mi semen y no dudé
en lamerla. Sentía como se escurría entre mis piernas el suyo, cosa
que me excitó nuevamente. Me sentía arder en el infierno todavía,
como si sus manos no se hubieran separado de mis caderas o mis
nalgas. Cuando acabé con el suelo comencé a succionarlo otra vez.
Lavaba su sexo con mi lengua, retirando los escasos restos que
quedaban de semen en su glande.
—¿Me perdonas?—pregunté asustado
porque no lo hiciera, que aquello sólo fuese un capricho. Yo sentía
que lo amaba y que no me apartaría de él si él así lo deseaba.
—Sí, pero es condicional—respondió
arrodillándose para quedar a mi altura, aunque debido a su
constitución quedó un par de centímetros más bajo—. Lo haré si
no vuelves a mentirme y no regresas a él.
Me abracé a su cuerpo, algo más
cálido que el mío, y sentí sus brazos rodeándome. Lloré de
nuevo, pero esta vez no por el dolor. Lloré liberándome de todo. Él
me había dado nuevas alas y ésta vez volaría lejos.
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