Lestat de Lioncourt
Me arrancaría el corazón, pero soy
incapaz. La locura me invade. Creo que ya está en cada una de mis
venas, cruzando todo mi cuerpo y convirtiéndose en una tela de araña
pegajosa, imposible de eliminar y olvidar. Puedo sentir su cálido
aliento en mi nuca. Sus manos acarician delicadamente mi piel, el
murmullo de su voz se instala en mi cabeza y quiero gritar. Sólo me
consuela las múltiples partituras manchadas con sudor y tinta, los
folios revueltos de mi escritorio donde narro incansablemente las
diferentes obras y el violín. Sí, el violín. Él me calma. Él me
hace olvidar. La sed es terrible, triste, agónica, insaciable y
asombrosa. Me siento vivo cuando agarro a una de mis víctimas,
clavando mis garras y colmillos, para drenar su alma a través de la
roja, purificadora y gloriosa, sangre que calienta mi piel y le da un
aspecto sonrosado, como el de un ángel, mientras me precipito a los
infiernos.
¡Soy un demonio! ¡Me arrancaría las
alas si tuviera! ¡Y el corazón si aún latiera!
Deseo volver a verlo. Tener frente a mi
a mi desdichado creador. Él sabía que éste páramo oscuro, con ese
ave inmortal graznando, sería terrible para mí. Un páramo baldío
lleno de voces que suenan aquí y allá. No puedo dejar de pensar. No
puedo dejar de sentir. No puedo dejar de beber. Él lo sabía. Él
sabía todo y no me detuvo. Yo quería el poder, pero el poder sin
conocimiento es nada. No puedo controlarlo. Necesito la música para
calmar mi nerviosismo y mi corazón herido. Debió ofrecerme mayor
consuelo, un abrazo inmortal mucho antes que ese engendro me tocara.
¿Ahora qué soy? Soy un enajenado que cuenta historias sobre la
muerte, bailarinas delicadas como crisálidas y pozos llenos de
oscuridad.
¡El misterio de la vida lo lleva
impreso el demonio en su torso! ¡Él me mira y me señala su
corazón!
¿Y yo? ¿Tengo corazón? ¿Ese
terrible ser se llevará mi alma? ¿O ya la tiene cautiva? Sí, la
tiene. Vendí mi alma hace mucho por un violín. La vendí. Ofrecí
todo por ser libre. Quería liberarme y terminé atado. Un demonio
mucho más terrible que un vampiro y su sed. Todos moriremos, pensé,
no me importará sentir su aliento, creí, pero ahora estoy aquí,
con él, y deseo huir. ¡Quiero la muerte! Y a la vez, como no, ansío
la vida eterna y para ello debo vestir de rojo mis labios con la
sangre de una nueva víctima.
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