Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 18 de octubre de 2014

Ven a mí diablo.

Julien y Lasher siempre tuvieron una relación tórrida. Un brujo y su fantasma, ¿no son encantadores? 

Lestat de Lioncourt


La vida puede ser más compleja y dolorosa que la imagen perfecta que podemos ofrecer. La frivolidad y el poder pueden enmascarar el dolor y la desesperación. Julien se marchaba a la cama con remordimientos tan terribles como miserables. En la habitación contigua descansaba su hermana, con un camisón de franela y el corazón roto. La niña que lloraba incansablemente en la cuna era hija de ambos, fruto de un terrible incesto. Nadie sospechaba de él. Todos pensaban que eran del difunto esposo de su joven hermana. Sin embargo, esa niña era sólo la punta de ese iceberg que flotaba a la deriva.

Julien tenía miedo. Siempre lo tuvo. Un miedo terrible a su inoportuno amante. Él aparecía con palabras gentiles, llenas de amor y vasallaje. Si bien, todo era un teatro bien orquestado. Lasher sólo deseaba poder acaparar su cuerpo, vivir su vida y ser él durante algunas horas. Desesperado Julien le permitía todo. Hacía todo aquello condicionado por el placer y el poder. Deseaba dominar al monstruo que lo asechaba allá donde estaba, pero no era más que una trágica marioneta.

Aquella noche descansaba en su mullida cama. Había decidido instalarse definitivamente en la mansión. La cama de hierro era elegante y firme. Parecía ser el único lugar donde podía mantenerse refugiado de Lasher, pero por supuesto no era así. A él nada le impedía aparecer y robarle los pocos segundos de calma que lograba arañar.

La ventana estaba abierta. Las noches anteriores había sido lluviosas, pero la humedad provocaba que el calor fuese pegajoso. Los grillos chillaban bajo la ventana. El jardín entero parecía despertar en medio de la oscuridad. Los diversos insectos y aves nocturnas se movían por los rincones buscando alimento, sobrevivir o sólo disfrutar de la hora de las brujas. Media noche marcaba el reloj. Los viejos libros bien colocados en la estantería eran tentadores en mitad del insomnio. Él no llegaba esa noche todavía. Sentía que algo podía estar sucediendo. Sí, algo terrible.

Si bien, nada más pasar unos minutos de la hora, y con total naturalidad, apareció sentado a un lado del la cama. No tenía su forma habitual, sino una más perversa. Reconoció aquellos labios carnosos, esos ojos azules tan profundos y sus mejillas casi juveniles. Podía ver en sus rizos negros una vida que carecía su habitual pelo negro. La ropa era sin duda la de un dandy bien situado. Un hombre de negocios que solía piropear a cualquier mujer, en cualquier circunstancia, y sin miedo alguno a ser tachado de ser descarado. Era él. Su propio reflejo.

Julien se incorporó de inmediato observándolo con curiosidad y terror. Sus labios se abrieron para recobrar el aliento, pero su aliento fue arrebatado por Lasher. Comenzó a besar su boca con pasión desenfrenada. Sus fantasmales manos abrían el pijama que solía usar el joven brujo, deslizó sus dedos por el interior de su ropa interior y comenzó a ofrecerle una masturbación intensa. Sus dedos abarcaban gran parte de su, aún dormido, miembro. La lengua de Julien se batía en un terrible duelo. Pronto sus mejillas estaban rojas dándole un aspecto a su piel más níveo, más lechoso.

Pronto se sintió confuso y lleno de deseos. Parecía que su corazón palpitaba con cada una de sus caricias. La piel invisible, creada por millones de partículas de energía, parecía fundirse con la suya. Las sábanas quedaron abandonadas en los pies de la cama. Sus largas piernas se vieron desnudas, la barrera de su ropa interior cayó también, y terminaron por abrir se mostrándose en una pose sumisa. Él no podía contener el deseo. Ya no existía pensamiento coherente. No había miedo. Nada podía evitar ese delicioso instante de saberse suyo. Sus pezones se endurecían bajo una lengua invisible y su cuerpo se perlaba de sudor. En un momento aún más terrible, lleno de confusión, acabó siendo penetrado.

—¡Lasher!—invocó su nombre agitado.

El demonio, aquella alma ruin, lo contempló con su propio reflejo y caldeó aún más sus deseos. Era como si Narciso hubiese podido al fin cumplir su fantasía sexual. Dos seres idénticos enfrentándose en abrazos interminables, besos pecaminosos y movimientos contrarios de sus pelvis. El miembro de Julien estaba completamente duro, apuntando sutilmente hacia la izquierda y esperando que las manos de Lasher obraran un milagro aún más cruel. Podía sentir aún sus dedos aprisionando cada milímetro, estrangulando su glande y permitiendo que sus venas aparecieran mientras el pellejo se retiraba. Había crecido hinchándose, mostrando su tamaño vigoroso. La corona de cabellos negros, rizados y espesos de Julien brillaban por el sudor que se acumulaba más allá de su vientre. Tenía el flequillo pegado a la frente. Olía a sexo, se oían sus jadeos y gemidos, la habitación se caldeaba aún más y el sonido de los hierros de la cama eran constantes.

—Lasher... Lasher... Lasher...—decía, con los labios abiertos, como un pez que se ahoga fuera del mar.

—Que risa—llegó a escuchar—. Te oyes como las mujeres que disfrutamos.

Aquel comentario no le molestó, sino que obligó a Julien a gemir aún más alto. La casa entera podía escuchar sus gemidos desorbitados. La niña en la cuna se despertaba. Su hermana se echaba a llorar enloqueciendo. El servicio hacía oídos sordos a todo lo que ocurría allí arriba. Los otros dos hijos, ambos varones, de su hermana yacían en sus camas sin poder siquiera comprender lo que sucedía. Él llegaba al orgasmo manchando su vientre con la cálida leche de su simiente.


Lasher se esfumaba quedando él agitado, empapado en sudor y con signos evidentes de haber gozado. Siempre sucedía de ese modo. Él se dejaba usar como si fuera una cualquiera. Disfrutaba porque sabía que era pecaminoso, algo fuera de lo común, además de peligroso. Todo su cuerpo quedaba sensible, sus pezones parecían haber sido torturados y sus nalgas parecían necesitar nuevamente ese miembro invisible. Deseaba a Lasher sólo para él, pero a la vez lo odiaba. Era una relación imposible con un fantasma exigente.

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Lestat de Lioncourt