Julien y Lasher siempre tuvieron una relación tórrida. Un brujo y su fantasma, ¿no son encantadores?
Lestat de Lioncourt
La vida puede ser más compleja y
dolorosa que la imagen perfecta que podemos ofrecer. La frivolidad y
el poder pueden enmascarar el dolor y la desesperación. Julien se
marchaba a la cama con remordimientos tan terribles como miserables.
En la habitación contigua descansaba su hermana, con un camisón de
franela y el corazón roto. La niña que lloraba incansablemente en
la cuna era hija de ambos, fruto de un terrible incesto. Nadie
sospechaba de él. Todos pensaban que eran del difunto esposo de su
joven hermana. Sin embargo, esa niña era sólo la punta de ese
iceberg que flotaba a la deriva.
Julien tenía miedo. Siempre lo tuvo.
Un miedo terrible a su inoportuno amante. Él aparecía con palabras
gentiles, llenas de amor y vasallaje. Si bien, todo era un teatro
bien orquestado. Lasher sólo deseaba poder acaparar su cuerpo, vivir
su vida y ser él durante algunas horas. Desesperado Julien le
permitía todo. Hacía todo aquello condicionado por el placer y el
poder. Deseaba dominar al monstruo que lo asechaba allá donde
estaba, pero no era más que una trágica marioneta.
Aquella noche descansaba en su mullida
cama. Había decidido instalarse definitivamente en la mansión. La
cama de hierro era elegante y firme. Parecía ser el único lugar
donde podía mantenerse refugiado de Lasher, pero por supuesto no era
así. A él nada le impedía aparecer y robarle los pocos segundos de
calma que lograba arañar.
La ventana estaba abierta. Las noches
anteriores había sido lluviosas, pero la humedad provocaba que el
calor fuese pegajoso. Los grillos chillaban bajo la ventana. El
jardín entero parecía despertar en medio de la oscuridad. Los
diversos insectos y aves nocturnas se movían por los rincones
buscando alimento, sobrevivir o sólo disfrutar de la hora de las
brujas. Media noche marcaba el reloj. Los viejos libros bien
colocados en la estantería eran tentadores en mitad del insomnio. Él
no llegaba esa noche todavía. Sentía que algo podía estar
sucediendo. Sí, algo terrible.
Si bien, nada más pasar unos minutos
de la hora, y con total naturalidad, apareció sentado a un lado del
la cama. No tenía su forma habitual, sino una más perversa.
Reconoció aquellos labios carnosos, esos ojos azules tan profundos y
sus mejillas casi juveniles. Podía ver en sus rizos negros una vida
que carecía su habitual pelo negro. La ropa era sin duda la de un
dandy bien situado. Un hombre de negocios que solía piropear a
cualquier mujer, en cualquier circunstancia, y sin miedo alguno a ser
tachado de ser descarado. Era él. Su propio reflejo.
Julien se incorporó de inmediato
observándolo con curiosidad y terror. Sus labios se abrieron para
recobrar el aliento, pero su aliento fue arrebatado por Lasher.
Comenzó a besar su boca con pasión desenfrenada. Sus fantasmales
manos abrían el pijama que solía usar el joven brujo, deslizó sus
dedos por el interior de su ropa interior y comenzó a ofrecerle una
masturbación intensa. Sus dedos abarcaban gran parte de su, aún
dormido, miembro. La lengua de Julien se batía en un terrible duelo.
Pronto sus mejillas estaban rojas dándole un aspecto a su piel más
níveo, más lechoso.
Pronto se sintió confuso y lleno de
deseos. Parecía que su corazón palpitaba con cada una de sus
caricias. La piel invisible, creada por millones de partículas de
energía, parecía fundirse con la suya. Las sábanas quedaron
abandonadas en los pies de la cama. Sus largas piernas se vieron
desnudas, la barrera de su ropa interior cayó también, y terminaron
por abrir se mostrándose en una pose sumisa. Él no podía contener
el deseo. Ya no existía pensamiento coherente. No había miedo. Nada
podía evitar ese delicioso instante de saberse suyo. Sus pezones se
endurecían bajo una lengua invisible y su cuerpo se perlaba de
sudor. En un momento aún más terrible, lleno de confusión, acabó
siendo penetrado.
—¡Lasher!—invocó su nombre
agitado.
El demonio, aquella alma ruin, lo
contempló con su propio reflejo y caldeó aún más sus deseos. Era
como si Narciso hubiese podido al fin cumplir su fantasía sexual.
Dos seres idénticos enfrentándose en abrazos interminables, besos
pecaminosos y movimientos contrarios de sus pelvis. El miembro de
Julien estaba completamente duro, apuntando sutilmente hacia la
izquierda y esperando que las manos de Lasher obraran un milagro aún
más cruel. Podía sentir aún sus dedos aprisionando cada milímetro,
estrangulando su glande y permitiendo que sus venas aparecieran
mientras el pellejo se retiraba. Había crecido hinchándose,
mostrando su tamaño vigoroso. La corona de cabellos negros, rizados
y espesos de Julien brillaban por el sudor que se acumulaba más allá
de su vientre. Tenía el flequillo pegado a la frente. Olía a sexo,
se oían sus jadeos y gemidos, la habitación se caldeaba aún más y
el sonido de los hierros de la cama eran constantes.
—Lasher... Lasher... Lasher...—decía,
con los labios abiertos, como un pez que se ahoga fuera del mar.
—Que risa—llegó a escuchar—. Te
oyes como las mujeres que disfrutamos.
Aquel comentario no le molestó, sino
que obligó a Julien a gemir aún más alto. La casa entera podía
escuchar sus gemidos desorbitados. La niña en la cuna se despertaba.
Su hermana se echaba a llorar enloqueciendo. El servicio hacía oídos
sordos a todo lo que ocurría allí arriba. Los otros dos hijos,
ambos varones, de su hermana yacían en sus camas sin poder siquiera
comprender lo que sucedía. Él llegaba al orgasmo manchando su
vientre con la cálida leche de su simiente.
Lasher se esfumaba quedando él
agitado, empapado en sudor y con signos evidentes de haber gozado.
Siempre sucedía de ese modo. Él se dejaba usar como si fuera una
cualquiera. Disfrutaba porque sabía que era pecaminoso, algo fuera
de lo común, además de peligroso. Todo su cuerpo quedaba sensible,
sus pezones parecían haber sido torturados y sus nalgas parecían
necesitar nuevamente ese miembro invisible. Deseaba a Lasher sólo
para él, pero a la vez lo odiaba. Era una relación imposible con un
fantasma exigente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario