Sybelle al final hizo acto de presencia. Armand debe estar muy agradecido por tener a un ángel como ella. Tiene suerte.
Lestat de Lioncourt
El piano es parte de su alma, es su
alma en forma de notas. Cada movimiento de sus dedos describen un
pasaje de su vida. Hunde sus sueños en la melodía desenfrenada, en
su pasión y destrucción. No hay nada más en esos momentos, como en
otros tantos. Sólo la música que la impulsa, limpia sus pecados y
ruega por sus pasos en plena lóbrega oscuridad.
Sus hermosos ojos claros han visto el
mundo desolado, cruel y déspota en las manos de un hermano. Su
propia sangre, la que fluye aún por sus venas, la hundió en el
tormento más cruel que se pueda experimentar. Brusquedad, horror,
dolor y salmos contados con los sus dedos sobre las teclas del piano.
Su piel nívea se mezclaba con una paleta de colores terrible, el
violeta de los viejos golpes y el rojizo de su sangre, la cual manaba
de sus heridas más profundas. Su corazón se agitaba, como el
corazón de un tímido y huidizo ratón, buscando el refugio en otro
mundo. La música la consolaba y sigue haciéndolo. Es música
transformada en una encantadora mujer joven, de largos cabellos de
oro y ojos claros tan profundos como su dolor.
Desde niña había amado la música.
Sintió una conexión extraña con el piano. Cada melodía la
transportaba a la fantasía. No había lágrimas, miseria o soledad.
Su reino de soledad se convertía en jardines cargados de flores,
llenos de fragancias, e iglesias donde el amor era la única
religión. Al quedar huérfana pasó a ser propiedad de su hermano,
como si fuera un simple objeto. Se convirtió en su caja musical, en
un pasaporte a un futuro mejor. Ella era oro puro. Él era terco,
despiadado y frío. La frivolidad de sus actos, los juegos con la
suerte y la muerte, así como la droga que envenenaba sus venas la
asfixiaban.
Ella sólo tenía un ángel. Un niño
que protegía con tesón. Un muchacho de apariencia celestial, como
un ángel bizantino, algo desarrollado para su joven edad y con unos
dedos hábiles, muy hábiles, para sustraer incluso el corazón de
aquel que lo conocía. Sus ojos oscuros, su piel acaramelada y su
pequeña boca en forma de sonrisa la hacían olvidar. Quería
ofrecerle lo mejor, algo más que simple música.
Entonces, él los rescató. Como si
fuera un cuento de hadas o una profecía. Otro ángel, de cabellos
rojizos como la sangre, se precipitó sobre su verdugo y acabó con
la miseria. Era un vampiro. Él era Armand. Que inexplicablemente
apareció en sus vidas para cambiarlas, del mismo modo que las
terminó de cambiar su maestro. Marius les dio el don de la vida
eterna, el Don Oscuro. Ellos fueron el ejemplo del amor, un amor puro
hacia Armand, que constaba de una lealtad y una pasión pocas veces
vista por parte de un par de mortales.
Y ahora toca el piano. Toca sin cesar.
No hay noche que no toque para ambos y para ella misma. Toca porque
la música es ella. Es lo mejor que puede ofrecer, pues es su
gratitud. Agradece a Armand haberla salvado, a Benji su amor y a sus
víctimas su sangre.
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