Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 21 de octubre de 2014

Desesperación

Daniel Molloy, ese periodista, aparece de nuevo para reportar su locura. No es locura, según vemos, es más bien una desesperación abrumadora. Pobre Daniel. 

Lestat de Lioncourt


Contemplaba los tejados de las pequeñas viviendas. Muchas de ellas parecían estar con la luz encendida desde el principio de los tiempos. Los árboles parecían no sucumbir al viento. Las calles parecían abandonadas, pero estaban pulcras. No se escuchaba ni un insecto en aquella ciudad. Nada cambiaba. De vez en cuando, con una habilidad pasmosa, se adhería una nueva vivienda. Las casas eran demasiado perfectas, el césped recién cortado y no muy lejos se derramaba la silueta oscura de la ciudad. Cada detalle, como los pequeños comercios, era algo siniestro. Todo estaba en su lugar, pero no había ruido. Tal vez, no había ruido porque aquella ciudad era una maqueta minúscula, con miles de detalles que se habían elaborado con paciencia y esfuerzo.

Daniel ni siquiera pestañeaba. Pintaba con cuidado una de las últimas farolas que pronto iluminarían, ligeramente, una de las zonas más transitadas. El semáforo que había logrado terminar hacia unas horas ya funcionaba con un pequeño cableado. No sólo hacía maquetas exactas, sino que además lograba añadirle cierto encanto con luces y pequeños sonidos. Por supuesto, aún quedaban semanas para decir que aquel gigantesco trabajo, tan reducido en unos cuantos metros cuadrados, estaba finalizado.

Hacía más de dos décadas perdía el hígado en los bares, con los labios húmedos por el whisky más barato, y sus dedos se movían inquietos sobre el papel. Mucho más de dos décadas. Ya eran más de tres. Y, sin embargo, nadie le había extrañado su desaparición. La escasa familia que tenía le daba por muerto, y, por supuesto, estaban celebrando desde hace tiempo el descanso de su alma. Los policías corruptos que perseguía con sus elocuentes preguntas, esas que le llevaron más de una vez a calabozo o a un callejón oscuro, estuvieron a punto de acabar con él, pero sobrevivió. Tenía que toparse con ese vampiro, dejarse cautivar por sus ojos verdes y aceptar todo lo que le decía como cierto. Fue un iluso. Pero, sin duda alguna, más de uno querría vérselas en esa emocionante aventura.

Ya se había olvidado del peso de su fina montura de pasta, del chaleco oscuro que tenía un bolsillo oculto para los cigarrillos, de sus zapatos desgastados de imitación a los mocasines italianos y del reloj de pulsera que había heredado de su padre. Todo lo había olvidado. No quedaba nada de esa silueta de joven de espíritu soñador, aquejado por la bebida y la mala suerte. Una pequeña rata escurridiza que se movía por la ciudad como si fuera un asesino. Olfateaba el aire, buscaba la noticia, pero sólo tenía desengaños. En esos momentos, frente a la maqueta, todo le parecía lejano y falso.

Barrios residenciales en miniatura, gigantescos colosos del hormigón reducido a unos centímetros, hermosos parques abarrotados de árboles y columpios, una licorería, varios pequeños supermercados, un centro juvenil, pistas de baloncesto, una boca de metro y más detalles cotidianos como paradas de autobús, aparcamientos o un taxi cruzando una avenida cerca de una iglesia. Una de tantas ciudades que había visto. Después de haber escrito el libro hizo su propio peregrinaje. Deseó ir a New Orleans desde San Francisco y tardó semanas. A veces no podía conducir. En ocasiones, no podía siquiera levantarse de la cama. Todo lo que había sucedido lo torturaba. Y luego estaba él, el vampiro que había aparecido en su camino surgiendo de la nada. Armand.

El ruido de una puerta abriéndose, la del ascensor, lo sacó de su ensimismamiento. Sus ojos violetas recorrieron las baldosas que daban a la entrada. Cuando el pomo se giró, tras un pequeño sonido de llaves, la puerta cedió y vio entrar a su mayor verdugo. Él estaba allí, como una encantadora camisa de algodón blanco, y unos pantalones jeans negros. Llevaba las típicas converses que cualquier muchacho llevaría hoy en día. Su cabello estaba recién cortado, pero su aspecto era el de siempre. Parecía un ángel. Ese maldito demonio era un ángel.


Cuando ambos cruzaron la mirada sintió un escalofrío. Decidió regresar a su labor y él tomó la decisión de sentarse a observar. No había cambios en su actitud. No quería hablar con él. Realmente, Daniel, hacía mucho tiempo que no deseaba saber nada de ningún otro inmortal. Sólo quería olvidar. Deseaba desterrar sus pesadillas y el griterío que aún existía en su cabeza.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt