Avicus nos brinda un encantador relato de Zenobia. Hacía mucho que no hablaba de ella, de su perdida. Aquí tenemos un texto que habla de dolor, pero también de esperanza.
Lestat de Lioncourt
Recuerdo tus ojos clavados en mí.
Parecía que no tenías que pudiera aplastarte con mis gigantescas
manos. No podía imaginar lo que discurría por tu mente, ni siquiera
si me amarías como yo estaba comenzando a hacerlo. Eras pequeña,
frágil y parecías una muñeca. Tu cuerpo había cedido a los
encantos de la sangre, su fortaleza endiablada y oscura, que trepaba
por cada milímetro de piel convirtiéndote en una figurita
inanimada. El traje de gasa blanco no disimulaba tus escasas formas
femeninas. Eras casi una niña cuando ella te creó. Un monstruo
voraz de pequeños y puntiagudos colmillos en una boca generosa, ojos
profundos, piel clara como la leche recién ordeñada y manos suaves
que buscaban tomar contacto con las mías.
Caí rendido. Me enamoré de tu dulzura
aparente, de la bondad susurrante de tus ojos, y olvidé por completo
que era un guerrero con grandes flaquezas. Entregué mi corazón sin
esperar que tú lo recogieras. Tus manos eran tan cálidas y
acogedoras que fueron la urna perfecta. Dejé atrás a Mael, los
caminos y andanzas sobre los otros demonios como nosotros, y el miedo
a volver a un árbol. Tenía mi dulce tesoro frente a mí. Al fin la
bondad se presentaba ante mí.
Pero el amor duró poco. Siglos más
tarde me vi abandonado, decepcionado y con los brazos tan vacíos
como mi pecho. Jamás creí que me dejarías. Siempre pensé que
caminaríamos por los largos senderos de lo eterno. No estoy molesto,
pues no sé lo que es molestarse, pero mi mente pregunta
constantemente porqué lo hiciste. Sé que me amaste, pero no sé
hasta que punto.
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