Es una bonita forma de decirme que me quiere... eso creo. ¿No creen que lo es? Lean ustedes mismos la carta de Armand.
Lestat de Lioncourt
Fue duro observar como todo mi mundo se
derrumbaba. Aquel cretino, ese maldito idiota, había quebrado mi fe
y destrozado aquello que me sostenía. Las columnas de mi reino se
convirtieron en cenizas y no quedó nada. Me convertí en un ser
errante, sin futuro ni nada en lo que aferrarme. Decidí trazar mi
venganza y acabar con su soberbia. Quería aplastar esa fuerza que él
poseía, pero no me percaté que yo no era enemigo alguno para la
verdad. Una verdad que te arrasa y secuestra el alma.
Me vi encadenado a su verdad. El
misterio de su voz se alzaba por encima de cualquier otra. Recordaba
cada palabra como si se hubiese escrito con fuego. Me abrasaba la
idea de conocer los infiernos en pleno paraíso parisino. Los cafés,
las mujeres con sus pelucas empolvadas, el perfume que salía de sus
escotes, el ruido de los carruajes, las risas joviales de los
borrachos, el murmullo de los poetas, el último grito de un alma
condenada al fracaso, la música que estaba en todas partes, el lento
transcurrir de unos pasos cansados y todo, absolutamente todo, lo que
era París me envenenaba el alma. Recordaba Venecia, con aquellos
canales de agua estancada y las casas casi hundidas en el mar. Las
luces, las sombras, las máscaras, el olor de la pintura al temple,
las fiestas, el sabor del vino, el placer de la carne y el bocado
apetitoso de un dulce en medio de una sobremesa. Era un sentimiento
de abandono que me arrancaba el alma a pedazos. Sólo quedaba la
silueta de aquello que fui. Una silueta emborronada que recordaba lo
que fui, y lo que nunca volvería a ser.
Siempre llevaría conmigo un hueco en
mi pecho que nadie lograría calmar. Un hueco que se convertiría en
un pozo de odio irracional. Busqué mi venganza. Luché por no arder
en el infierno inapropiado de las llamas de mi propia hoguera. Ataqué
en los puntos más débiles de su alma en cuanto pude. Su ego y su
amor. Toqué las cuerdas del arco del violín y aplasté su pasado.
Sin embargo, él era distinto. No estaba a atado a leyes o razones.
Su corazón era demasiado fuerte. Esa fortaleza provocó que lo amara
aún más. Mis deseos se volvieron turbios. Mi dolor se intensificó.
Sé que de algún modo me ama. Puedo
ver en sus ojos la diversidad de sus sentimientos. Del mismo modo que
yo me he entregado rendido al deseo de ser parte de su vida. Quizás
ese es nuestro único fin. Es eso lo que nos ata y arrastra. Un amor
que se fortalece con el paso del tiempo, que se guarda en silencio, y
se alza con una camaradería extraña. Insisto que me sigue
molestando su actitud, pero hemos llegado al acuerdo de comprendernos
con tan sólo echarnos un vistazo.
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