Manfred nos sorprende con estas declaraciones, aunque ya sabíamos que su pasado tenía que ver con Petronia y sus trapicheos. Sin embargo, hoy habló más claro que nunca.
Lestat de Lioncourt
Si tuviera que hablar del amor creo que
no sería el indicado. No creo que sea decente que un caradura como
yo hable de algo tan puro. Sin embargo, he amado. Aunque parezca que
sólo viví para codiciar, no fue así. Amé. Amé de forma
desesperada, cómplice y abrumadora. Me sentía polvo, humo, y nada
cuando ella me miraba a los ojos con esa bondad que me seducía hasta
perder el juicio. Era tan cándida cuando la conocí, tan fuerte y
hermosa que no pude resistirme. Quise para ella todo lo que no tenía.
Sin embargo, siempre he sido un monstruo codicioso y jamás acepté
cualquier cosa entre mis manos, así que mucho menos iba a aceptar
que ella tuviese las manos vacías.
Hice mil trucos, peripecias, mentiras,
juegos imposibles, estafas, cientos de triquiñuelas rápidas en
pequeños golpes del destino. Pero un vampiro hizo que cambiara mis
cartas trucadas, mis mentiras, las estafas de licores mal destilados
y el caminar de un lado a otro complemente ansioso de poder. Quería
tener prestigio, poder, dinero y un futuro que ofrecerle a la mujer
que tanto amaba. Vendí mi alma diablo. Así de sencillo. Para mí
ese vampiro representaba al mismísimo diablo.
Unos dicen que lo han visto por la
ciudad, caminando en busca de seres concretos, otros que no existen y
varios tienen pavor a pensar que siquiera pudiera materializarse
frente a ellos. Este demonio tenía un aspecto extraño. No era ni un
hombre ni una mujer. Carece para mí de género. Aunque sé que se
siente una mujer con un poder para nada magnánimo. Sabe ofrecer lo
que deseas a cambio de tratos imposibles. Te da todo lo que tú
quieres. Si deseas dinero te llena los bolsillos, si deseas la
inmortalidad te la ofrece como si fuera un caramelo.
Virginia jamás supo la verdad. Mentí
sobre mi pasado y le ofrecí un futuro que creí perfecto. Pero no
siempre se puede comprar todo. Reconozco que rogué a Petronia que la
salvara. Quería ser eterno junto a ella. Deseaba que fuera una mujer
tan hermosa y fuerte por los siglos de los siglos. Sin embargo, la
dejó morir. Me dijo que no podía hacer nada. Comentó que ella no
soportaría la eternidad, aunque era posible que yo sí lo hiciera.
Si bien, no quería vivir sin ella.
La enfermedad se la llevó. La
marchitó. Hizo que se convierta en polvo. Lloré durante días sobre
su tumba. Acepté que mi vida había cambiado. Dejé que los juegos
volvieran, los líos de faldas, las mujeres baratas, las mentiras,
las triquiñuelas para conseguir una buena mano y me dejé ir.
Recuerdo que tenía un viejo amigo, Julien Mayfair, con el que solía
beber hasta bien entrada la mañana. Él me decía que debía dejarme
llevar, pero que nunca olvidara quien era. Le hice caso. Recordé
quien era.
Intenté amar por encima de todo a
Rebeca, pero era imposible. Cuando has amado tanto entierras tu
corazón con el cadáver de tu esposa. No había nada más que
oscuridad y ambición en mi corazón. Quería sentirme joven, pero no
atado a una mujer como ella. Empezó a tratar mal a mis hijos, a mis
esclavos que eran como parte de mi familia, a mis viejos conocidos y
a todo aquel que le recordaba que nunca sería Virginia.
Petronia hizo un nuevo trato conmigo.
Decidió que podía acabar con ella, mi gran problema, y que si
quisiera sería eterno. Me decía que no había mayor tortura para
salvar tu alma que sufrir como sufríamos todos... y más
eternamente. No quise escucharla, pero le ofrecí a Rebeca y su
dolor. Ella la destrozó, hizo que su cuerpo fuera parte de la
alimentación de sus caimanes y después me pidió que no regresara a
aquel santuario que yo le construí.
Sí, uno de sus tratos era comprar esas
tierras, hacer un santuario y dejar que se alimentara de los obreros
que allí habían trabajado. Un lugar de descanso para su alma, según
ella, y para sentirse libre. Allí murió Rebeca y parte de mi
inocencia, si es que aún tenía inocencia.
Mi historia es una historia de amor. Un
relato crudo de lo que provoca perder el amor. Creo que perdí todo
lo que era el día que supe que Virginia moriría. Nunca quise creer
que pasaría. Jamás quise aceptarlo. Me sentí dolido, perdido y
hundido. Creo que aún sigo perdido. No encuentro muchas esperanzas,
pero me fascina la noche. Aprendo cada vez más del mundo. He visto
cosas maravillosas. Estar vivo es sufrir, sufrir por recordarla y
recordarla significa provocar que viva por siempre.
Creo que sólo acepté vivir por
siempre para jamás olvidarla.
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