Armand llamando desesperadamente la atención... ¡IMPOSIBLE! ¡ESO NUNCA SUCEDE!
Lestat de Lioncourt
Me has roto tantas veces el corazón
que debería estar acostumbrado a tus silencios, la necedad de tus
palabras y el dolor que insuflas en mí cuando te apartas. He rogado
mil veces un abrazo, pero sólo he tenido el hueco de mi cama. Quedé
hechizado por tu presencia, el aroma masculino que desprendes y las
suaves caricias que una vez dejaste en mis mejillas. Decías querer
secar mis lágrimas, pero lo único que hiciste fue ahondar en la
herida.
Te has marchado de mi lado. Me has
apartado como si fuera un objeto inservible. He acabado
convirtiéndome en un ángel desconsolado. Soy idéntico a las
hermosas figuras que habitan el cementerio. Tengo el rostro alzado
hacia ti, los brazos implorando una solución para mi herida alma y
mis alas se desprenden dejando terribles yagas. Estoy muriendo. Muero
mientras mi corazón sigue llenándose de la oscuridad de la cual me
alimento. La cálida sangre que se derrama en mi garganta sacia mi
sed asesina, calma la amarga sensación de vacío, pero no me
satisface. Sólo quiero que me ames como en mis sueños. Necesito que
regreses a por mí.
Detesto sentirme en pleno invierno.
Puedo notar la nieve cayendo nuevamente sobre mi cuerpo, el crujir de
esta bajo mis pies, y un pesado retablo entre mis brazos. Es como si
regresara a ese trágico momento. Un momento crucial en mi vida. Y lo
hiciera sabiendo que esta vez no me encontrarías, que no tendría la
oportunidad de ser libre gracias a tus besos, tu trato y el murmullo
de tu voz. Me siento en una terrible esfera de nieve que agitan para
ver mi dolor, sacando a flote mis malos recuerdos y hundiéndome en
el fondo de un abismo. Nada queda del cálido sol de Venecia que
calentaba mis mejillas, ni de tus promesas y ni mucho menos de los
terribles años a oscuras en las catacumbas. Sólo queda ese
sentimiento de estar indefenso siendo sólo un vulgar muchacho, un
niño, que intenta sobrevivir al más crudo de los inviernos.
Estoy en New York esperándote. Sentado
en un sofá de cuero negro, con el cuerpo recostado como si fuera la
ofrenda a un Dios bondadoso, y con el rostro lleno de lágrimas. Sé
que tú no estás demasiado lejos, que puedes venir a por mí.
Detesto saber que ya no soy el amor que tanto buscabas, pero deseo
creer que vendrás a por mí. La nieve cae lentamente, acumulándose
por doquier, mientras siento que ya no tengo esperanzas. Por favor,
maestro, rescátame de este infierno helado. Dame el amor que me
niegas.
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