Sé que ella es así, fiera y dura. Ha
tenido que soportar como la encerraban en una jaula, donde la
oscuridad la transformaba y envejecía. Observaba en el espejo el
desprecio de los ojos de su esposo, el cual no se compadecía de sus
abortos y de los hijos, casi aún pequeños ángeles, que debía
enterrar a causa de enfermedades intratables. Ella lloraba en
silencio su desgracia. Mostraba un rostro apaciguado, unos modales
otorgados con sabiduría, como si fueran dones, y una tristeza
insondable en sus ojos grises. Si bien, cuando logró finalmente
desplegar sus alas, salir de su encierro, y dejar atrás la mano
huesuda de la muerte se convirtió en alguien distinto. Se convirtió
en ella misma.
Dejó atrás su género y las cadenas
que la oprimían. Quemó todo recuerdo y decidió que la libertad, el
sendero en el jardín salvaje, sería su felicidad. Ella elegiría lo
que deseaba tener. Ella lo sabía. No necesitaba nada más, salvo
encontrar la felicidad. Sigue buscándola en los bosques y selvas,
recorriendo junglas que entierran paraísos perdidos, mientras el
mundo se derrumba y se alza continuamente. Es un vampiro formidable
que no teme a nada, salvo a desconocerse así misma. Lucha como una
amazona, camina con la firmeza de un hombre y tiene la sabiduría de
una mujer.
Hoy apareció ante mí. Acabamos de
sobrevivir a algo terrible. Muchos han perecido y otros aún sienten
miedo. No sabemos si el peligro sigue ahí fuera, observándonos, o
si estamos libres de todo pecado. Tenía el rostro limpio y
despejado. Había cortado sus cabellos al igual que si fuese un
muchacho, tan cortos que ni siquiera se notaban demasiado sus rizos.
La ropa que llevaba la había robado a un joven, quizás de no más
de veinte años, y francamente le quedaba muy bien. Las botas sí
eran las suyas. Llevaba años usando el mismo calzado. Quizás era
muy cómodo o tal vez se había acostumbrado. Sea como fuese, ella
era mi madre. Estaba allí de pie con sus ojos clavados en mí.
—¿Me contarás alguna vez cuál es
ese misterio que ocultas incluso para mí?—pregunté sentado bajo
aquel árbol. Había decidido salir a pasear por Central Park.
Estoy en New York ahora mismo. No es mi
ciudad favorita, pero se está bien. Central Park es un lugar extraño
donde uno se puede perder en sus pensamientos. No es el mejor lugar
para estar de noche, pero yo soy un vampiro. Soy uno de los vampiros
más fuertes, aunque no sea un Hijo del Milenio. Louis está a pocas
manzanas escuchando, junto a Benji y Armand, como toca Sybelle el
piano.
—No—respondió tajante, guardando
sus manos en la descuidada chaqueta tejana que llevaba.
—¿Por qué no me hablas de las cosas
que te hacen feliz?—dije.
—No deseo hablar, Lestat—su voz
sonó más gruesa, como si estuviese molesta por mi pregunta. Pero no
lo estaba. Ella tenía esa profundidad cuando hablaba con la mano en
el corazón. Sacaba lo que sentía a relucir. Era una mujer muy
intensa, pero esa intensidad se la guardaba para sí—. Sólo quiero
sentir. Hablar es para necios que necesitan escuchar su propia voz
halagando sus actos heroicos, lamentándose mil veces por la condena
que cae sobre sus cabezas o que simplemente intentan creer sus
mentiras.
Desconozco si sus palabras eran una
lanza en mi contra, pero así lo sentí. Sin embargo, no sé vivir de
otra forma. Me gusta que todos conozcan la verdad. Aunque admito que
es placentero para mí que otros me escuchen y lean, ya que infla mi
ego.
—Pero yo quiero saber si eres feliz
en esas selvas y esas junglas infectadas de mosquitos, árboles
gigantescos y peligros allá donde pisas—expliqué.
—Si no fuese feliz no lo haría—tenía
razón, pero la extrañaba—. Además, soy fuerte y libre. Tú me
dijiste que puedo hacer lo que yo desee.
—Pero lo haces lejos de mí—reproché.
Sus ojos tomaron una vida que había
olvidado. Dio unos pasos hacia mí y se colocó a pocos centímetros
de mi rostro. Ella me tomó de las mejillas, acarició ligeramente
mis pómulos, y bajó sus manos hasta mis hombros. Allí las dejó,
apretándolos ligeramente, durante unos segundos. Después se apartó.
—Tú no me necesitas y yo tampoco te
necesito—aseguró firmemente.
—Madre, yo te amo. Necesito tu amor.
Muchas veces me preocupo por...
—No deberías preocuparte—negó con
la cabeza y dio un par de pasos hacia atrás—.Tú siempre lo
dices—dijo, encogiéndose de hombros—. Soy cruel con mis
víctimas, pues ellos no tienen posibilidad alguna. No me apetece
contar mi historia. Soy fuerte y libre. Te prometo, Lestat, que si
alguna vez cambio de opinión te lo haré saber. Si bien, ambos
sabemos que no voy a cambiar. Soy así.
—Y así te amo—dije.
Ella sabía que la amaba, a pesar de
nuestras diferencias, pero me sentía siempre en la necesidad de
decírselo.
—Cuídate, hijo—dijo dándose la
vuelta para echar a caminar por el sendero—. Nos volveremos a ver
si hay que luchar, pero no me busques para que te consuele o escuche
tus historias. Yo sé siempre que haces en cada momento, pues eres
Lestat—paró sus pasos, giró su rostro hacia mi dirección y
sonrió ligeramente—. De Lestat y su sombra no se escapa
fácilmente—dicho eso siguió su camino y lanzó sus dos últimas
frases al aire—. Se fuerte, eso me hace sentir orgullosa. No te
crié para ser débil.
Aún me encuentro en el parque viendo
como el viento mece las ramas. Pronto nevará, lo ha dicho el
meteorólogo, y quizás pase las siguientes fechas aquí. Louis me
necesita, quiero estar con él y con Armand. Deseo disfrutar de
compañía. No lo sé. Aún queda mucho para Navidad, pero ya puedo
escuchar los jingles navideños en cualquier lugar de esta enorme
ciudad.
Lestat de Lioncourt
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Gracias amor por estos momentos en los cuales escribimos cosas juntos o cuando doy uso de nuestras conversaciones como Lestat y Gabrielle, sean actuales o pasadas, para dar forma a esto.
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