Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 12 de noviembre de 2014

The Fallen Queen

Hay cosas que no se pueden olvidar, sobre todo cuando te marcan como si clavaran en tu pecho un hierro encendido. Te dejan el corazón consumido en lágrimas y dolor, con la visión última de un apocalipsis derramándose frente a ti. Sentí su derrota como la muerte de un sueño que duró mucho tiempo, el cual parecía derrumbarse como un castillo de naipes construido en una nebulosa. Ahora, echando la vista atrás, puedo comprender mejor su ansias de amor, poder y comprensión. Era sólo un muchacho cuando ella me retuvo entre sus brazos, sintiendo por primera vez su frialdad.

Ella me eligió. Fui el hombre que la despertó. El muchacho carismático que embelesaba en el teatro, que caminaba descarado por los confines del mundo, y que no tuvo miedo. Creo que me eligió porque me veía capaz de ser fuerte, de mirar atrás sin miedo, y afrontar así un nuevo comiendo. Me contempló con el alma desnuda, llena de cicatrices curadas con otras nuevas, esperando ser amado del mismo modo que ella deseaba serlo. Por eso nos comunicamos como otros no lo habían hecho.

La contemplé con una ligera sonrisa, con el violín de mi viejo amante entre mis manos, mientras rogaba su amor y verdad. La llamaba. Me convertí en un flautista sin roedores, pero con la misma magia. Era un músico cautivador, con un cabello que parecía haber sido bordado con el oro del borde de su túnica, que se movía ligeramente mientras la llamaba. Porque yo la llamaba a gritos sin mover siquiera los labios. Por eso se despertó.

Sin embargo, fue un suspiro. Un pequeño chispazo. Quizás ahí comenzó todo. Ella empezó a soñar de nuevo, a desear y necesitar, ambicionando algo que no podría retener. Quería ser la diosa de todos, amada y respetada al igual que temida. Pero el temor no es amor, ni comprensión y ni mucho menos respeto. Se confundía.

Ambos vivimos distanciados. Ella en su trono y yo con una familia de inmortales que me dio la felicidad que buscaba. Sin embargo, la felicidad es una fracción de segundo en toda la eternidad. Una gota sin más. Cuando eres mortal la vives plenamente, la disfrutas y gozas cada día, pero como inmortal pasa tan rápido que te quita el aliento por unos segundos nada más.

Al quedar solo, enterrado bajo mis propios recuerdos, se estableció una última comunicación. Ella, junto a su consorte, sentados en su trono mientras Marius los custodiaba. Ambos como estatuas, con sus ojos silenciados de cualquier llama de vida, mirando hacia el frente. Cuando desperté, con aquella música rock, decidí que debía contar la historia que no debía siquiera susurrar a otro inmortal. Pero yo, Lestat de Lioncourt, decidí gritar lo que sentía porque creía que debía hacerlo. Akasha despertó gracias a mi voz, mis palabras y la emoción que había derrochado en mis numerosos vídeos de música.

Ella vino a mí. Lo hizo destruyendo a los que querían destruirme. Demostró su poder. Contempló el mundo como un campo que sembrar para recolectar. Quería imponerse ante los humanos, como una Diosa, y que le rindieran tributo. Si bien, nosotros no somos más que monstruos. Somos alimañas. Nos alimentamos de la carroña que expulsa la sociedad. Nadie la amaría. Todos la temerían. Quisimos que viera realmente el mundo, pero fracasamos. La culpa pesa en mi pecho, sobre todo ahora. Después de escuchar esa voz, de tener conversaciones con ella, sabía que había algo más en su historia y que su derrota fue tan sólo una burla hacia ella, su dolor y necesidad.

¿Odiar a la Reina? Jamás.


No se puede odiar lo que aún se ama.

Lestat de Lioncourt   

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt