Benji y Armand... Armand y Benji... miedo me dan los dos juntos. No se sabe que esperar de ellos.
Lestat de Lioncourt
Ya era noche cerrada. La lluvia se
precipitaba con violencia en las calles. New York estallaba en otra
velada más de diversión nocturna en medio del caos del tráfico, un
fuerte aguacero y los locales de moda repletos de jóvenes intentando
olvidar el frío que consumía todo ahí fuera. Los mendigos se
arrinconaban en los suburbios, los portales más viejos y ruinosos
eran su mejor guarida. La vida brotaba por doquier, incluso entre los
contenedores de un restaurante de comida rápida. Las ratas corrían
como si fueran pequeñas hormigas. Todo olía a nicotina, gasolina y
lluvia. Un mundo lleno de escalas de grises y pequeñas luces que
iluminaban todo. Los semáforos parecían haberse vuelto locos por
tanto tráfico. Había millones de paraguas de distintos colores por
las aceras, al igual que pasos apresurados y salpicaduras
provenientes de las ruedas de los comunes taxis neoyorquinos.
Había decidido salir de casa. Las dos
últimas noches las había pasado conversando con Louis en compañía
de Sybelle mientras escuchábamos la radio. Benji se dedicaba a
ofrecer diversas conferencias con numerosos expertos sobre la voz.
Una voz siniestra que taladraba la mente de los más antiguos. Él
quería ahondar en el tema y había llamado a vampiros de todo el
mundo, algunos mucho más antiguos que yo, para preguntarles sobre
ese ser que se comunicaba desde la oscuridad más profunda, más allá
de la noche o el día. Su emisora se había convertido en un
hervidero de llamadas de todo tipo. Muchos pedían que dejase de
hablar del tema, pues les aterraba pensar que podían morir aunque se
creían inmortales, y varios pedían más información que aún no se
poseía.
Por mi parte, como por parte de mis más
allegados, la voz no era más que un fenómeno que podía explotar.
Me recordaba demasiado a Akasha. Los días se convertirían en algo
turbio. Me preguntaba si Daniel, Benji y Sybelle estarían a salvo.
Eran jóvenes. También me preocupaba Talbot, aunque siempre fue
demasiado astuto y viejo para ser un recién nacido. Era obvio que
algo estaba ocurriendo, pero también era necesario despejar la
mente.
La voz de Benji sonaba seductora. No
era la voz de un niño, pues carecía del toque infantil. Su cuerpo
era prácticamente de mi tamaño, aunque algo más esbelto, y poseía
un acento que aún me resultaba realmente encantador. Sus pequeños y
carnosos labios parecían sonreír en cada momento. Y por eso mismo,
por sus labios y su sonrisa, viajaba en mitad de una tormenta
acompañado únicamente por el chofer.
—Intente atajar por las calles menos
concurridas. Quiero llegar esta noche—guardé silencio inclinándome
hacia delante, tomando el respaldo con mis blancas manos de mármol,
para susurrar cerca de su oído las palabras fundamentales, como si
él fuese un genio de la lámpara—. Lo antes posible.
Las diáfanas luces de las farolas
proyectaban sombras poco agradables. Los suburbios estaban atestados
de basura, indigentes ateridos de frío y viejos departamentos con
escasa iluminación. Muchos de ellos se calentaban con bidones
repletos de cartón y madera, por supuesto dentro de los viejos
edificios. La mayoría estaban enganchados ilegalmente a la luz y
muchos no tenían agua potable. Eran lugares inmundos. No solía ir
por allí. No me sentía cómodo viendo aquello. Me hacía sentir
ridículamente humillado. Puede que aparente que no me importa la
vida humana, pero hay algo en mí que se conmueve cuando ve muchachos
que a penas levantan un palmo del suelo, niños tan delgados que se
les marcan los huesos, viviendo rodeados de excrementos y agujas
usadas. Reconozco que en ocasiones hace que me pregunte si Benji
hubiese acabado de ese modo, o incluso muerto, de haber seguido Fox
vivo. No hay muchos barrios como ese, pero New York es gigantesco y
hay lugares que ni la policía desea visitar.
Saqué mi teléfono de última
generación y busqué la emisora. Pronto estaba susurrando en mis
auriculares sus descabelladas teorías, algo de música rock y otros
temas interesantes que ocurrían en el mundo mortal. La economía,
sociedad, proyectos de investigación o hallazgos arqueológicos eran
la dinámica fundamental a esas horas. Si bien, de vez en cuando
hacía un inciso para lanzar nuevas noticias sobre lo que ocurría en
todo el mundo. Japón era uno de los lugares donde se estaban dando
algunos casos, pero también la India o América. Todo era un caos.
Europa parecía sobrecogida por los recientes casos que estaba
padeciendo. Vampiros de todo el mundo estaban empezando a estallar en
llamas.
Cuando llegué a la emisora había
pasado casi una hora. Allí, en una pequeña cabina, se encontraba
Benji intentando relajar el ambiente con algo de música. En la zona
de sonido se hallaba un muchacho mortal que daba paso a las llamadas
y le ayudaba con algunos problemas técnicos que podían aparecer en
cualquier momento.
Entré sin hacer ruido y el se dispuso
a dejar unas cuantas canciones programadas. Deseaba abrazarme y yo
necesitaba sentir su cuerpo contra el mío. De inmediato, se
incorporó y extendió sus brazos. Aquella sonrisa amable, tan llena
de inteligencia, me recordaba que no era un niño. En sus ojos veía
un adulto. Eran los ojos de un treintañero que estaba viviendo un
sueño. Algo interesante, aunque peligroso, estaba ocurriendo.
—Deberías volver a casa—dije
tomándolo del rostro.
—Y tú deberías ver que hago algo
importante—respondió apartándose—. No puedes cuidar siempre de
mí. Además, esta radio comunica a todos los vampiros del mundo.
Necesito que el mensaje cale hondo. No son casos aislados ni
trifulcas. Es algo más importante y peligroso.
—Lo sé—mis labios apenas se
movieron cuando pronuncié esas palabras.
—¿Por qué no te quedas conmigo? Así
los dos tendremos lo que queremos. Tú estarás protegiéndome, como
siempre, y yo estaré haciendo algo que me parece importante—se
expresaba con esa elocuencia y seguridad que tanto me enamoró,
robándome el corazón por completo, hace veinte años.
—Ven, siéntate—me indicó un
asiento al lado del suyo, rodeado de micrófonos y aparatos que no
entendía.
Él se sentó de nuevo como si me
estuviese invitando a tomar un café en un restaurante. Parecía
maravillado con el lugar, la calidez y recogimiento que poseía. Ese
lugar no era más que un pequeño refugio. Su pequeño refugio.
Tenía el cabello revuelto, la piel
ligeramente fría, y los jeans que yo le había comprado hacía
algunas semanas. No llevaba calzado. Supuse que estaba más cómodo
con los pies desnudos caminando por aquella moqueta color borgoña.
Su camisa blanca de algodón estaba algo arrugada, pero la chaqueta
de cuero, que le quedaba algo grande, le daba un aire aún más
rebelde y desenfadado. Yo, por el contrario, llevaba un traje azul
oscuro y una camisa celeste recién planchada.
—Dybbuk—dijo como en otros tiempos,
justo antes de echarse a reír—. ¿Alguna vez pensaste que algo así
ocurriría?
Cuando me lanzó esa pregunta me quedé
hundido en mis viejos recuerdos. Ya no era mi pequeño beduino. Era
un hombre con aspecto angelical. Tenía un atractivo y una madurez
que me enloquecían. No veía a un muchacho, sino a un hombre adulto.
Un hombre adulto que no llevaría las típicas americanas de los
universitarios de éxito. No. Nunca sería así. Benji había venido
a mi vida par darme el amor y la lealtad que nunca tuve. Tanto él
como Sybelle eran mis dos grandes amores.
—¿Armand?—preguntó inclinándose
hacia delante, justo en mi dirección.
De inmediato, como si hubiese un
resorte mecánico bajo mi cuerpo, me lancé a besar sus labios. Su
tierna boca no lo era tanto. Mi beso, que fue un impulso desesperado,
se convirtió en algo firme y apasionado cuando él tomó el control.
De un momento a otro, como si no pudiera controlar mi cuerpo, quedé
sobre él sentado rozando mi bragueta contra la suya. Que nos
estuviese viendo aquel mortal no me importaba en lo más mínimo.
Sus manos se deshicieron con habilidad
de mi chaqueta. Las mías acariciaban su torso por encima de su
camisa, mientras el cierre de la chaqueta de cuero me rozaba las
muñecas. Sus ojos oscuros, igual que los míos, no paraban de
mirarme con un deseo adulto y encendido. Mis mejillas rápidamente se
ruborizaron al sentirme acorralado, muy a pesar de estar sobre sus
piernas.
—Benji, hazme tuyo. Hazlo aquí.
Hazlo ahora—dije desabotonando los primeros botones de su camisa—.
Por favor—jadeé deteniendo el roce unos segundos, para luego botar
sobre él como si me penetrara—. Amor mío, hazlo.
Él rió tomándome de la nuca con su
diestra, mientras la otra mano me agarraba de la cadera. Mis cabellos
rozaban sus delgados dedos, la presión de éstos me hizo jadear
ligeramente, y, cuando me besó el cuello perdí prácticamente el
control de mis acciones. Busqué sus labios hundiendo mi lengua en su
boca, saboreando la suya, logrando que nos enredáramos ambos con
lujuria. La música sonaba en el estudio a todo volumen. El rock de
los ochenta era perfecto para aquel encuentro. Def Leppard eran
quienes sonaban con una de sus canciones más pegajosas. Para mí la
música rock carecía del encanto que otros le encontraban, pero en
ese momento mis caderas se movían a ritmo de Pour sugar on me.
—Te amo—gimió recostándose en el
respaldo de la silla—. ¿Por qué no me demuestras cuanto me
deseas?
Aquello fue un reto. Me estaba retando.
—Sí—dije febril mientras hacía
saltar los restantes botones de su camisa—. Te deseo—susurré
hundiendo mi rostro en su pecho. De inmediato saboreé su torso con
lamidas indecentes. La punta de mi lengua se acercó a su pezón
derecho, rodeándolo, antes de morderlo. Quería saborear su piel
ligeramente más fría que la mía, pero en un cuerpo menos duro. Los
siglos no se habían cebado con él, aún poseía ese aspecto tan
humano que me enloquecía.
—Armand—dijo llevando su otra mano
a mi nuca, para pegarme más a él.
Estaba encorvado sobre él, con el
rostro hundido entre el cuero y la tela de algodón, mis labios
arrastrándose por su piel con el excitante aroma de su cuerpo,
mientras seguía moviéndome sobre su entrepierna e intentaba
aferrarme como podía a los brazos de aquella silla de corte
ejecutivo. Podía notar la presión de su miembro contra el mío,
tomando forma bajo sus pantalones, mientras los míos empezaban a
estorbarme.
—Desnúdate—me ordenó—. Nos
sobra la ropa.
Me soltó para que me incorporara. Con
rapidez me quité la ropa como si estuviese ardiendo, pero el que
ardía era yo. Al quedar desnudo me introduje entre sus piernas,
abriéndolas, para bajar su cremallera y sacar su miembro erecto. No
era de gran tamaño, como el de Marius, pero en ese momento sólo
deseaba el suyo. La sangre que había ingerido esa misma noche, antes
de decidir ir a visitarlo, bullía en mis venas. Mis mejillas se
veían aún más acaloradas y mis labios se mostraban apetecibles.
Él no dudó en atraerme mientras me
ayudaba a subirme sobre su cuerpo. Pronto estaba subido nuevamente
sobre sus piernas, acariciando su vientre mientras mi boca se abría
para emitir un profundo gemido. Las habilidosas manos de Benji
acariciaban mis glúteos, y los dedos índice y corazón de su
diestra se habían introducido entre estos. Él había encontrado mi
próstata y jugaba con ese delicioso punto de placer.
—Benji, Benji... —mi voz sonaba
temblorosa y en un tono extremadamente sensual. Mis ojos estaban
cerrados, pero no así mi corazón. Podía ver mis sentimientos. Eran
profundos y sinceros. Amaba a ese muchacho más que a mí mismo.
—Tranquilo...—murmuró
mordisqueando mis clavículas, deslizando su rostro por mi torso que
ya se perlaba de sudor, y permitiendo a sus manos que viajaran por
todo mi cuerpo.
Me dio un empellón que no esperaba,
para dejarme a sus pies. Mis rodillas quedaron clavadas en aquella
suave y gruesa moqueta, mi rostro se convirtió en un bondadoso
reflejo de un ángel que implora a Dios, y mis manos se apoyaron en
sus caderas. Rápidamente su pantalón cedió, cayendo hasta sus
tobillos y dejando que la hebilla del cinturón golpeara el suelo.
—Bebe de mí—dijo con lascivia
hundiendo su sexo entre mis labios.
Mi boca lo rodeó saboreando su glande,
dejando que llegara hasta el fondo de mi garganta, mientras mis
labios apretaban aquel trozo de carne completamente duro. Sus
embestidas eran lentas, pero dominantes. Sus manos estaban sobre mi
cabeza, tirando de mi pelo, mientras yo le miraba sin perder detalle
a sus ojos entrecerrados, casi a punto de quedar en blanco por el
placer, mientras desencajaba ligeramente su mandíbula y abría sus
labios para gemir ronco.
La música había cambiado un par de
veces, pero no me percaté en absoluto que ya no se escuchaba
siquiera una mosca. Sólo podía escucharse sus gemidos y jadeos, mi
chupeteo y el sonido de sus testículos golpeando suavemente mi
mentón.
Benji decidió sentarse y apartarme. Me
miraba con soberbia y descaro. Se sabía mi dueño. Mis manos
buscaron acariciar sus rodillas, pero él me tomó de las muñecas
levantándome. Me sentía preso y eso me excitaba todavía más. Tiró
de mí, me subió sobre él y me penetró sin compasión pegando la
silla contra la mesa. Mi espalda rozaba el filo, mis cabellos tocaban
los micrófonos y mis manos se apoyaron en sus hombros.
Las penetraciones eran lentas, pero
bruscas. Podía notar como su glande golpeaba contra mi próstata,
del mismo modo como su miembro perforaba mis entrañas dejando un
roce placentero. Apretaba mis nalgas mientras botaba. Me movía
ansioso por sentirlo aún más apasionado. Abrí mis labios
completamente y cerré los ojos con fuerza, me moví a mis caderas
aún más rápido y él se descontroló. El sonido de sus testículos
golpeándome me enloquecía, mis gemidos aumentaban y él me mordía.
Mis uñas se anclaron en su torso rasguñando.
—¡Más! ¡Amor mío!—grité sin
saber siquiera donde me encontraba. Había perdido por completo la
conciencia y el pudor. Aunque no sabía si en algún momento le
mostré pudor.
Se despojó de su chaqueta y camisa,
tirándola a un lado, mientras mis brazos rodeaban su cuello. Mis
muslos comenzaban a doler de apretar su figura contra la mía, por el
ritmo violento que estábamos llevando. Los dedos de mis pies se
encogieron, mis manos se fueron a su espalda arañándolo y
finalmente, con deseo lo besé ahogando mis gemidos.
Llegué al final. Él poco después
también lo hizo. Tenía los labios enrojecidos por los besos, además
de una sonrisa de satisfacción. Durante segundos no lo comprendí,
pero luego lo supe. Estábamos en el aire. Cientos nos habían
escuchado. No me molesté, sólo me sorprendí. Cierto pudor se
adueñó de mí encogiéndome en sus brazos, como si él pudiera
ocultarme.
—Benji...—murmuré permitiendo que
me callara al instante con un beso.
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