Maharet ha vuelto a aparecer. Hacía meses que no sabíamos de ella, pero ahora ha regresado para no marcharse.
Lestat de Lioncourt
Las distintas vidas mortales son como
el entramado de una tela. Son parte de los hilos que se manejan
entrelazándose, atándose uno con otros, hasta el fin de los
tiempos. La rueca gira como la vida, se mueve lentamente, para luego
pasar al telar y permitir que este hilo, tan fuerte y largo, se
doblegue contra sí mismo. Los hilos que yo uso son mis propios
cabellos, arrancados de raíz y colocados en la rueca para
convertirlos en una madeja. No hay nada más resistente en el mundo
que ese hilo. Un hilo rojo, como la sangre, que encadenaría a
cualquiera para arrastrarlo a la locura.
Ahí fuera hay una terrible tormenta
tropical. Los grandes árboles se quejan agitándose como si fueran
gigantes. El río se ensancha y pronto se inundará. Los gruesos
muros de este lugar, un templo perdido para el hombre, son lo
suficientemente resistente para no permitir que se escuche algo más
que un ligero canto de la lluvia golpeando las paredes. El camino
será una lengua de barro y los alrededores tendrán arbustos caídos,
árboles podridos y cientos de animales que buscan sobrevivir, igual
que haría cualquier explorador perdido en esta selva.
Mi hermana está sentada. Sus ojos se
encuentran clavados en la puerta que da al pasillo. Sus manos se
encuentran sobre sus piernas, completamente cerradas, y su espalda
está encorvada como la de un animal. Está esperando que él entre,
sonría a ambas y nos hable con la cuidadosa atención de siempre. No
suele tolerar otra presencia salvo la nuestra y la de Jesse. Sigue
sin querer comunicarse con alguien más. Es como si supiera que es un
peligro para el mundo y para ella misma. Es la fuente, el manantial,
y el motivo por el cual todos estamos vivos.
—Está a muchos kilómetros—le he
dicho hace un buen rato—. Ha decidido manejar parte de nuestro
legado. Sabes que invertimos en investigación, desarrollo médico y
científico, para conseguir que nuestra Familia Humana
perdure—expliqué sin apartar la vista del hilo rojo.
Ella sólo me miró con una leve
sonrisa, como una niña que no entiende, y después siguió mirando
la puerta. En ella estaba la esperanza de no encontrarse únicamente
sola conmigo. Aún no nos hemos acostumbrado a nuestra mutua
presencia. Khayman es el nexo que nos une. Él nos creó. Él nos dio
la posibilidad de imponer la razón a la locura de Akasha. Supongo
que siempre tendremos una deuda que saldar.
Seth, el hijo de la mujer que me
condenó, me ha regresado la vista junto a otros vampiros puramente
científicos. Colaboraron entre ellos con esperanza y cuidado. He
recobrado la vista. Puedo ver mis delicados tejidos. Ya no sólo
puedo sentirlos entre mis dedos como si fuera una enorme araña.
Quizás eso soy para muchos... una araña inmortal que teje para
mantener la cordura. Pero a él no le importa, pues sólo quiere
complacerme. La mejor forma de complacerme es invertir en esos
pequeños milagros. La Gran Familia Humana nos necesita.
La fuerza que yace en mi alma la
impongo para dominar mis tejidos. Él la impone para dominar el
volante mientras sonríe eufórico. Somos dos islas distintas, dos
náufragos en mitad de un mar de sangre que jamás nos sacia del
todo, que se han encontrado tras un terrible terremoto. Estamos
hechos de la misma arena de Kemet, de su suelo oscuro y húmedo, y
del mismo hilo. Su amabilidad es mi perdición, mi fuerza es mi
atractivo y dominio sobre él. La hechicera y el leal sirviente, eso
somos.
—Sí, la araña sigue tejiendo.
Mekare, no temas. La araña tejerá y tú podrás caminar bajo la
tormenta en plena oscuridad.
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