Louis no comprende que lo quiero pese a todo. Además, quien huyó primero de mí fue él. No puede juzgarme por olvidar cosas. Y también diré, en mi defensa, que Antoine no significó mucho porque ni me acordaba que lo había creado.
Lestat de Lioncourt
Lo veía allí en el escenario
impulsándose sobre el piano. Sus largos y rápidos dedos tocaban un
jazz desesperado y desbordante de sensualidad. Tenía el cabello
largo, ondulado y negro completamente revuelto y cayendo sobre su
fina espalda. Su rostro era el de un ángel en plena oración a Dios.
Esos labios carnosos, sus largas pestañas, lo marcado que eran sus
pómulos y ese mentón perfecto que encajaba con toda la fisionomía
de su cara me aterraba. Era realmente hermoso. Después de tantos
siglos lo había vuelto a ver en medio de aquella vorágine. No supe
que decir al respecto, tan sólo me dejé llevar por el momento y
acepté que él estaba ahí. Lestat lo hizo pese a todo. Cumplió su
terrible promesa. Creó a otro después de aquella discusión. Le
creó a él.
Estoy seguro que podía pasar por mi
hermano. Tal vez incluso por el hermano de su primer amante. Él los
elegía iguales como si fuera un deseo insistente de encontrar a ese
dichoso violinista en nuevos ojos. Ojos que le miran cautivados por
su belleza y malicia. Debería detestarlo, pero no puedo.
Me quedé quieto viendo y escuchando
toda la actuación. Estaba a un lado de la barra, donde la luz era
tenue y podía pasar desapercibido. Pero Lestat no. Lestat no pasaba
desapercibido. Él aplaudía encarecidamente. Estaba satisfecho y
eufórico por volver a escuchar su majestuosidad en el piano. Y yo
moría de celos. Me envenenaba. Sobre todo cuando lo vi acercarse al
escenario para robarle un beso. Antoine no lo rechazó, aunque quedó
sorprendido y una tímida sonrisa iluminó su rostro.
No podía aguantarlo. Tantos siglos
pensando que ya sabía todo de Lestat y me salía con otro amante,
uno que incluso podía ser mejor reemplazo a mí y mis tormentos.
Aquello era insufrible y por lo tanto me marché.
Salí precipitadamente del local sin
siquiera acomodarme el abrigo que colgaba de mi brazo derecho, pedir
el paraguas que había dejado en la taquilla o buscar un refugio
antes que la tormenta descargara del todo. Llovía. Llovía del mismo
modo que yo lloraba. Por eso no esperé buscar refugio, ni quería
ocultar mis lagrimas. La lluvia despejaría las gotitas carmesí que
brotaban sin cesar de mis ojos, bañando mis mejillas y perdiéndose
en mi cuello.
Mis pisadas eran pausadas, dadas con
una elegancia quebrada, porque arrastraba las suelas de los zapatos.
Estaba decaído, pero también furioso. Era una mezcla de
sentimientos horrible. Quería acercarme a Lestat y tirarle de nuevo
una lámpara de queroseno, pero a la vez deseaba arrodillarme ante él
para implorar un poco de amor.
La gente corría de un lado a otro para
no empaparse, excepto yo. Me abrazaba a mí mismo, permitía que mis
cabellos se pegaran a mi rostro y mi cabeza se inclinara hacia mis
pies. Cada charco era un espejo nítido de mi figura. Podía ver
mejor en la oscuridad que cualquier gato pardo, al igual que
cualquier vampiro, y, además, me fascinaba. Quería olvidar
concentrándome en la belleza de la noche, su esplendor y el aroma de
la lluvia. Si bien, era imposible. Además, él vino a mí. Pude
reconocer su colonia a pocos metros, así como su poder.
—Louis... —dijo.
—Aléjate de mí—respondí sin
girarme.
—¿Me has seguido?—preguntó en un
tono cantarín. Parecía divertirle que yo le hubiese seguido
completamente enfermo de celos.
—¿Te divierte?—susurré girándome
suavemente para verlo a la cara—. Maldito bastardo... ¡Te divierte
que yo sufra!—grité dándole un empellón, pero él ni se inmutó.
—Me divierte saber que aún me
quieres lo suficiente para hacer eso—dijo estirando sus brazos para
tomarme del rostro, si bien yo le aparté las manos de un manotazo—.
Tan fiero...
—Deja de molestarme, Lestat, pues
bien sabemos que sé tomarme la venganza de formas muy prácticas—le
aseguré.
—Ojos verdes, mirada torva, y
lágrimas brotando. ¿Te has dado cuenta lo seductor que eso es para
mí?—preguntó con una sonrisa canalla que me dieron ganas de
borrar.
Levanté mi brazo derecho para darle
una bofetada, sin embargo él me agarró de la muñeca y tiró de mí.
Milésimas de segundo más tarde él me estaba besando, rodeándome
con su brazo derecho y aferrándose bien a mi muñeca con su zurda.
Mi lengua se enredó rápidamente en la suya y jadeé como una
colegiala cuando me sentí acorralado contra el muro de uno de los
grises edificios que nos rodeaba. Allí en Chicago, donde aún no
habíamos siquiera estado una vez, sentí el mismo hormigueo en mi
vientre que cuando me besó hacía siglos, cuando me rescató de mi
camino casi triunfal hacia la muerte.
No sé porque lo hice, pero no me
resistí. Me aferré a él rodeándolo del cuello con mis brazos,
permitiendo que colara una de sus piernas entre las mías y que la
lluvia nos calase. Mi abrigo cayó al suelo, dentro de un charco, y
mi chaleco, así como mi camisa, se pegaba a mi torso tanto como el
cuerpo de mi amante. Era voraz con su boca. Podía notar su alma
uniéndose descaradamente en ese instante.
—A ti, te amo a ti—dijo
despegándose sutilmente de mis labios. Su voz se escuchó más ronca
que hacía unos segundos. Su aliento frío parecía cálido. El aroma
de su colonia era una bendición—. ¿Con quién he regresado? ¿A
quién he seguido por estas desconocidas calles? ¿Quién fue el
elegido para ser mi gran amor durante tantos años? Tú. A él lo
dejé por buscarte a ti—apoyó su frente en la mía aprovechándose
de la diferencia de estaturas y me miró calentándome el alma con un
fuego propio de los infiernos—. Por ti iría al fin del mundo,
Louis. Por salvarte a ti haría cualquier cosa. Por tu amor soy capaz
de condenarme de mil maneras. ¿Por qué esos celos? ¿No te he
demostrado que soy capaz de bajarte la luna aunque sea imposible?
Porque para mí no existe lo imposible.
—Yo sólo quiero fidelidad—respondí
frunciendo el ceño.
—¿Y eso no es fidelidad? Muchas
veces nos hemos dejado, arrastrándonos por las discusiones, y hemos
encontrado en otros brazos el vacío que no queríamos hallar.
Entonces, tanto tú como yo, hemos regresado deseando ver los del
otro abiertos. Igual que si fueran alas, Louis—me sonrió de forma
tierna y entregada. Podía ver en sus labios la confirmación de todo
lo que decían sus ojos, sin necesidad de ese magnífico discurso.
—Venderías fuego en el
infierno—susurré.
—Y arena en el desierto si hiciese
falta—sentenció.
Sabía que había grandes amores en su
corazón. Un corazón que había amado mucho más que yo. Quizás yo
he amado a cientos de personajes en libros que posiblemente él
también leyó, aunque yo lo desconozca. Me he dejado arrastrar por
mi soledad y he besado los labios de Armand, David y otros tantos. Él
ha amado. Sé que ha amado. He visto y leído demasiado. Rowan fue su
amor más puro, Marius uno de sus imposibles y su madre siempre está
presente. Incluso ama a Armand a pesar de todo el pasado que tienen
juntos. ¿Cómo no tener celos? ¿Cómo no pensar en todos los que
han pasado por sus brazos? Si bien, no los detesto. Sé que ellos lo
han amado del mismo modo, e incluso aún lo aman, y eso me hace
sentirme extrañamente vinculado a ellos. Antoine lo admira y desea,
lo sé porque lo he podido sentir. Y yo, yo me muero de celos. Me
muero porque quiero que sea mío.
—Quiero que seas tan mío que no
puedas amar a nadie más—dije con la voz quebrada.
—Egoísta—soltó tras una gran
risotada—. No pienso hacer eso, pero puedo asegurarte que tú eres
el único que enciende mi pasión. Louis, no temas. No, no temas.
Nunca voy a dejar de torturarte porque es mi gran pasión.
Ruego a Dios y al Diablo que sus
aventuras sean menos peligrosas, que sus labios me digan más
verdades y se digne a contarme todo. Si bien, los milagros no
existen. Yo sólo espero, ahora que me encuentro a su lado recostado
en la cama revuelta de un hotel, que todos esos besos que ha
derrochado conmigo, esas caricias y sonrisas cómplices que me ha
ofrecido mientras lo hacíamos, se repitan mil veces con la misma
sinceridad y pasión que esta noche.
—Te amo tanto que por ti, Louis,
haría locuras aún peores a las que he hecho—acaba de susurrar
hace apenas unos minutos—. A veces sólo lo hago para ser el héroe
frente a tus ojos. Incluso escribí mi biografía para que supieras
que estaba vivo y cual era la razón de todo. Aunque no fue sólo ese
motivo. También reconozco que me encanta escucharme a mí mismo.
—Eres incorregible. Eres el demonio.
—¡Ja! Si supieras que aún me excita
que me digas eso...
No hay comentarios:
Publicar un comentario