Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 16 de noviembre de 2014

Mientras tanto en Chicago.

Louis no comprende que lo quiero pese a todo. Además, quien huyó primero de mí fue él. No puede juzgarme por olvidar cosas. Y también diré, en mi defensa, que Antoine no significó mucho porque ni me acordaba que lo había creado. 

Lestat de Lioncourt

Lo veía allí en el escenario impulsándose sobre el piano. Sus largos y rápidos dedos tocaban un jazz desesperado y desbordante de sensualidad. Tenía el cabello largo, ondulado y negro completamente revuelto y cayendo sobre su fina espalda. Su rostro era el de un ángel en plena oración a Dios. Esos labios carnosos, sus largas pestañas, lo marcado que eran sus pómulos y ese mentón perfecto que encajaba con toda la fisionomía de su cara me aterraba. Era realmente hermoso. Después de tantos siglos lo había vuelto a ver en medio de aquella vorágine. No supe que decir al respecto, tan sólo me dejé llevar por el momento y acepté que él estaba ahí. Lestat lo hizo pese a todo. Cumplió su terrible promesa. Creó a otro después de aquella discusión. Le creó a él.

Estoy seguro que podía pasar por mi hermano. Tal vez incluso por el hermano de su primer amante. Él los elegía iguales como si fuera un deseo insistente de encontrar a ese dichoso violinista en nuevos ojos. Ojos que le miran cautivados por su belleza y malicia. Debería detestarlo, pero no puedo.

Me quedé quieto viendo y escuchando toda la actuación. Estaba a un lado de la barra, donde la luz era tenue y podía pasar desapercibido. Pero Lestat no. Lestat no pasaba desapercibido. Él aplaudía encarecidamente. Estaba satisfecho y eufórico por volver a escuchar su majestuosidad en el piano. Y yo moría de celos. Me envenenaba. Sobre todo cuando lo vi acercarse al escenario para robarle un beso. Antoine no lo rechazó, aunque quedó sorprendido y una tímida sonrisa iluminó su rostro.

No podía aguantarlo. Tantos siglos pensando que ya sabía todo de Lestat y me salía con otro amante, uno que incluso podía ser mejor reemplazo a mí y mis tormentos. Aquello era insufrible y por lo tanto me marché.

Salí precipitadamente del local sin siquiera acomodarme el abrigo que colgaba de mi brazo derecho, pedir el paraguas que había dejado en la taquilla o buscar un refugio antes que la tormenta descargara del todo. Llovía. Llovía del mismo modo que yo lloraba. Por eso no esperé buscar refugio, ni quería ocultar mis lagrimas. La lluvia despejaría las gotitas carmesí que brotaban sin cesar de mis ojos, bañando mis mejillas y perdiéndose en mi cuello.

Mis pisadas eran pausadas, dadas con una elegancia quebrada, porque arrastraba las suelas de los zapatos. Estaba decaído, pero también furioso. Era una mezcla de sentimientos horrible. Quería acercarme a Lestat y tirarle de nuevo una lámpara de queroseno, pero a la vez deseaba arrodillarme ante él para implorar un poco de amor.

La gente corría de un lado a otro para no empaparse, excepto yo. Me abrazaba a mí mismo, permitía que mis cabellos se pegaran a mi rostro y mi cabeza se inclinara hacia mis pies. Cada charco era un espejo nítido de mi figura. Podía ver mejor en la oscuridad que cualquier gato pardo, al igual que cualquier vampiro, y, además, me fascinaba. Quería olvidar concentrándome en la belleza de la noche, su esplendor y el aroma de la lluvia. Si bien, era imposible. Además, él vino a mí. Pude reconocer su colonia a pocos metros, así como su poder.

—Louis... —dijo.

—Aléjate de mí—respondí sin girarme.

—¿Me has seguido?—preguntó en un tono cantarín. Parecía divertirle que yo le hubiese seguido completamente enfermo de celos.

—¿Te divierte?—susurré girándome suavemente para verlo a la cara—. Maldito bastardo... ¡Te divierte que yo sufra!—grité dándole un empellón, pero él ni se inmutó.

—Me divierte saber que aún me quieres lo suficiente para hacer eso—dijo estirando sus brazos para tomarme del rostro, si bien yo le aparté las manos de un manotazo—. Tan fiero...

—Deja de molestarme, Lestat, pues bien sabemos que sé tomarme la venganza de formas muy prácticas—le aseguré.

—Ojos verdes, mirada torva, y lágrimas brotando. ¿Te has dado cuenta lo seductor que eso es para mí?—preguntó con una sonrisa canalla que me dieron ganas de borrar.

Levanté mi brazo derecho para darle una bofetada, sin embargo él me agarró de la muñeca y tiró de mí. Milésimas de segundo más tarde él me estaba besando, rodeándome con su brazo derecho y aferrándose bien a mi muñeca con su zurda. Mi lengua se enredó rápidamente en la suya y jadeé como una colegiala cuando me sentí acorralado contra el muro de uno de los grises edificios que nos rodeaba. Allí en Chicago, donde aún no habíamos siquiera estado una vez, sentí el mismo hormigueo en mi vientre que cuando me besó hacía siglos, cuando me rescató de mi camino casi triunfal hacia la muerte.

No sé porque lo hice, pero no me resistí. Me aferré a él rodeándolo del cuello con mis brazos, permitiendo que colara una de sus piernas entre las mías y que la lluvia nos calase. Mi abrigo cayó al suelo, dentro de un charco, y mi chaleco, así como mi camisa, se pegaba a mi torso tanto como el cuerpo de mi amante. Era voraz con su boca. Podía notar su alma uniéndose descaradamente en ese instante.

—A ti, te amo a ti—dijo despegándose sutilmente de mis labios. Su voz se escuchó más ronca que hacía unos segundos. Su aliento frío parecía cálido. El aroma de su colonia era una bendición—. ¿Con quién he regresado? ¿A quién he seguido por estas desconocidas calles? ¿Quién fue el elegido para ser mi gran amor durante tantos años? Tú. A él lo dejé por buscarte a ti—apoyó su frente en la mía aprovechándose de la diferencia de estaturas y me miró calentándome el alma con un fuego propio de los infiernos—. Por ti iría al fin del mundo, Louis. Por salvarte a ti haría cualquier cosa. Por tu amor soy capaz de condenarme de mil maneras. ¿Por qué esos celos? ¿No te he demostrado que soy capaz de bajarte la luna aunque sea imposible? Porque para mí no existe lo imposible.

—Yo sólo quiero fidelidad—respondí frunciendo el ceño.

—¿Y eso no es fidelidad? Muchas veces nos hemos dejado, arrastrándonos por las discusiones, y hemos encontrado en otros brazos el vacío que no queríamos hallar. Entonces, tanto tú como yo, hemos regresado deseando ver los del otro abiertos. Igual que si fueran alas, Louis—me sonrió de forma tierna y entregada. Podía ver en sus labios la confirmación de todo lo que decían sus ojos, sin necesidad de ese magnífico discurso.

—Venderías fuego en el infierno—susurré.

—Y arena en el desierto si hiciese falta—sentenció.

Sabía que había grandes amores en su corazón. Un corazón que había amado mucho más que yo. Quizás yo he amado a cientos de personajes en libros que posiblemente él también leyó, aunque yo lo desconozca. Me he dejado arrastrar por mi soledad y he besado los labios de Armand, David y otros tantos. Él ha amado. Sé que ha amado. He visto y leído demasiado. Rowan fue su amor más puro, Marius uno de sus imposibles y su madre siempre está presente. Incluso ama a Armand a pesar de todo el pasado que tienen juntos. ¿Cómo no tener celos? ¿Cómo no pensar en todos los que han pasado por sus brazos? Si bien, no los detesto. Sé que ellos lo han amado del mismo modo, e incluso aún lo aman, y eso me hace sentirme extrañamente vinculado a ellos. Antoine lo admira y desea, lo sé porque lo he podido sentir. Y yo, yo me muero de celos. Me muero porque quiero que sea mío.

—Quiero que seas tan mío que no puedas amar a nadie más—dije con la voz quebrada.

—Egoísta—soltó tras una gran risotada—. No pienso hacer eso, pero puedo asegurarte que tú eres el único que enciende mi pasión. Louis, no temas. No, no temas. Nunca voy a dejar de torturarte porque es mi gran pasión.

Ruego a Dios y al Diablo que sus aventuras sean menos peligrosas, que sus labios me digan más verdades y se digne a contarme todo. Si bien, los milagros no existen. Yo sólo espero, ahora que me encuentro a su lado recostado en la cama revuelta de un hotel, que todos esos besos que ha derrochado conmigo, esas caricias y sonrisas cómplices que me ha ofrecido mientras lo hacíamos, se repitan mil veces con la misma sinceridad y pasión que esta noche.

—Te amo tanto que por ti, Louis, haría locuras aún peores a las que he hecho—acaba de susurrar hace apenas unos minutos—. A veces sólo lo hago para ser el héroe frente a tus ojos. Incluso escribí mi biografía para que supieras que estaba vivo y cual era la razón de todo. Aunque no fue sólo ese motivo. También reconozco que me encanta escucharme a mí mismo.

—Eres incorregible. Eres el demonio.


—¡Ja! Si supieras que aún me excita que me digas eso...  

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Lestat de Lioncourt