Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 16 de noviembre de 2014

La magia del teatro

Ah, el viejo teatro... los viejos pensamientos de Nicolas. Ese maldito violinista...
Lestat de Lioncourt


El teatro quedó vacío, casi consumido por la amargura y oscuridad que poseía mi alma. Las notas del violín cesaron. No quedó nadie en escena. Aquella noche, casi al alba, el teatro parecía un cementerio de versos tristes y partituras hechas para un funeral. Lestat había abandonado París. Había logrado que se marchara de mi lado tal y como necesitaba. Él no me soportaba y yo no soportaba ver esos ojos claros centellear miedo, vergüenza y odio hacia mí. Por los viejos tiempos le hice un favor y me ahorré sus lágrimas, reproches y castigos.

Armand se había marchado hacía más de una hora. Tenía asuntos más importantes que escuchar a un recién nacido divagar sobre arte, música y nuestra podridas almas. El resto, los pocos vampiros que no habían decidido destruirse, habían huido a refugiarse. Mi refugio sería las tablas del teatro y su silencio. Un lugar donde se había acumulado sueños que Lestat ya no cumpliría, los mismos que yo atesoraba para convertirlos en pesadillas frente a todos.

Usaríamos el polvo del maquillaje, el carmín para los labios, las pelucas y los trajes para camuflarnos entre los parisinos. Hablaríamos la muerte del amor, la esperanza y los sueños. Conversaríamos con ataúdes vacíos donde yacerían ellos en medio de la vorágine de frases y reseñas a viejos autores. Serían las afortunadas víctimas de una función atroz, aunque maravillosa. Podía verlos llorar y gritar proclamando que somos demonios y, a la vez, aplaudir creyendo que todo es una falacia.

Apretaba el violín contra mi pecho como si fuera el regalo envenenado de un monstruo demasiado bondadoso, hermoso y perfecto. El monstruo que había huido de París, alejándose por completo de mí y de Francia, en busca de otro como él, mucho más antiguo, que podía incluso destruirlo o simplemente no existir más que en los pútridos sueños de su viejo discípulo. Sonreí complacido en medio de ese mar de oscuridad donde sólo tintineaban un par de velas encendidas. Las llamas bailoteaban iluminando parcialmente las tablas que pisaba. Podía cantar lo que quisiera, desafinando y destrozando cada palabra, pero sólo contemplé las primeras filas imaginando la vida que solía tener ese lugar. Sería la tumba de muchos, pero también ofrecería vida.

—El teatro de los vampiros—susurré jugueteando con mis huesudos sobre mi instrumento—. Demonios que se visten de ángeles y logran engañar incluso a Dios...

Me hice una promesa ese día y fue intentar que el teatro se llenara de almas. Almas impías, prepotentes y con los bolsillos llenos de banalidad. Hice realidad sus temores y los ensalcé como si fueran maravillosas proclamaciones de amor.

—En tu honor... Leilo—dije justo antes de apagar las velas, bajar del escenario y correr a refugiarme del sol.

A cada zancada que daba una carcajada histriónica sonaba del interior de mi cuerpo, como si arañara el mundo con mis garras, y el sol, tan puntual, comenzaba a salir bañando las calles aledañas.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt