Tarquin quiso relatar lo que sentía por ella. Un breve resumen de su historia. Ay, hermanito...
Lestat de Lioncourt
Cientos de jóvenes desean tener un
amor similar a la trágica historia de Romeo y Julieta. Si bien,
olvidan que ambos terminaron muertos y tan sólo duró tres días.
Siempre aspiré a encontrar a otro ser humano con el cual compartir
mis inquietudes, mi soledad y los recuerdos que se amontonaban en un
rincón de mi habitación. Nunca estuve solo. Estaba maldito por la
presencia fantasmagórica de mi hermano gemelo fallecido. Mi infancia
fue lúgubre, dificultosa y terrible. Tenía que aceptar, desde
temprana edad, que mi madre me detestaba y que prefería verme
muerto. Encajé la pérdida de seres amados con cierta entereza. Tuve
que soportar el terrible pasado familiar que arrastrábamos, el cual
se iba vislumbrando paso a paso, mientras jugaba a ser adulto.
El primer día que fui realmente feliz
fue cuando la conocí. Me impactó su belleza. Tenía el cabello
similar a las llamas de una fogata, sus labios eran carnosos y
sensuales, sus curvas eran sinuosas, aunque aún no estaban
perfectamente marcadas, y era una delicia cuando hablaba. ¿Enamorado?
Creo que quedé impactado. Nunca antes sentí algo como aquello. Mi
corazón palpitaba con fuerza y me sentía mareado. Creo que la
sensación era de haberme montado en una montaña rusa.
Los días siguientes juré y perjuré,
bramé a los cuatro vientos, y pataleé mi amor por ella. Quería
tenerla en mi lecho, regalándole caricias tan castas como meros
besos en las mejillas, para sentirme completo. Por eso su enfermedad,
el deterioro de su vida, y finalmente su próxima muerte me arrancó
cualquier esperanza. Durante su proceso estuve fuera, pero pendiente
a cualquier leve mejoría, pequeña dificultad o notificación de
parte de ella o su familia. Para mí se convirtió en un rayo de
esperanza saber que seguía viva. Pero algo trágico ocurrió.
Cuando me convertí en lo que soy, y
siempre seré, me vi arrastrado a un mundo de mentiras, tinieblas y
poderes que nunca deseé. Me convirtieron en vampiro en contra de mi
voluntad. Tuve que aceptar mi condición y saber que jamás volvería
a ser el muchacho sentimental, torpe y necesitado de afecto que
siempre había sido. Me convertí en una bestia sedienta de sangre
capaz de matar a una mujer el día de su boda.
Derramé miles de lágrimas color rubí.
Lágrimas por ella, por mi condena y por la muerte que caía
derramándose a cuenta gotas. Era incapaz de visitarla. Temía que me
odiase y revelase a todos mi verdad. Me sentía condenado. El miedo
anquilosaba mi cuerpo. La vida se escapaba de mis manos. Rápidamente
me sentí perdido. Recurrí al único vampiro que podía poner
remedio al castigo de mi hermano, que aún me perseguía, y darme
consejo sobre mi gran amor. Él logró liberarme en todos los
sentidos, para luego entregar a mi gran amor, la mujer con la cual
quería casarme, como compañera eterna.
Ella me ha dado la felicidad. Sólo
necesito notar su mano apretando la mía para saber que todo irá
bien. Ha alejado mis demonios, la terrible sensación de caer al
precipicio, la soledad, el dolor y el odio. Me ha ofrecido los besos
más candentes, pero también los más dulces.
Muchos desean tener una historia como
Romeo y Julieta. Yo me conformo con sostener a Mona entre mis brazos.
Ella es el mejor motivo para continuar el demencial recorrido entre
las sombras, la sangre y la eternidad.
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