Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 29 de noviembre de 2014

Las almas

Marius y Pandora, Pandora y Marius... cuando se pelean el mundo tiembla. 

Lestat de Lioncourt 


Las almas

Dios nos dividió. Cuando creó nuestras almas nos dividió. Eso dice el mito. Mito que nos bañó y castigó desde el inicio de nuestra cultura. Recuerdo las viejas leyendas que mi padre contaba mientras el vino se regaba en su copa de oro, alzándola con su mano enjoyada de senador romano. Mi hermano parecía interesado sólo en las batallas, las leyendas más belicosas y sangrientas eran para él una dicha asombrosa, pero para mí eran las historias más insulsas. Me dedicaba a escuchar con atención las palabras sobre poesía, filosofía y leyendas que involucraban al hombre, la envidia infinita de los dioses y la naturaleza. Quizás porque los genes de mi madre, pese a los arduos esfuerzos de mi padre, flotaban en cada célula de mi cuerpo.

Era joven cuando escuché por primera vez el mito de los hombres divididos, condenados a buscar su otra mitad por este mundo lleno de oscuridad, miseria, depravación y dolor. A tientas, como los ciegos, buscamos en cada calle el camino que nos lleve al hogar que perdimos. Igual que un mendigo rogamos por unas caricias sinceras, un abrazo sin culpa y un amor que perdure. No comprendí del todo lo que me contaba mi padre, con la boca llena de asado. Sus ojos pequeños y oscuros me hacían un leve guiño. Él quería que fuese un joven romano, no el celta que destacaba entre los jóvenes de la villa.

Me aferré a la cultura como un lactante al pecho de su madre. No quería ser el celta, sino el romano. Temía ser señalado por todos, pero a la vez quería que sintieran fascinación por mis rasgos. Mi cabello color trigo, tan grueso como espeso, cayendo sobre la túnica blanca y mi capa roja. Mis robustos brazos que tan sólo servían para redactar hechos y costumbres, escritos sobre Roma y su poder, no podían ocultarse del mismo modo que jamás pude dejar de mirar a todos con cierta sospecha. Tenía unos formidables ojos azules, los cuales eran para todos gemas de otras tierras, que miraban con suspicacia y no con parda estupidez sin criterio como el perro servil de Roma que era mi hermano. Me sentía orgulloso que él fuese un legionario, pero a la vez me avergonzaba lo simple que podía ser su cerebro.

Cuando la conocí a ella supe que era distinta. Caí enamorado de su inteligencia y suspicacia. Era tan sólo una niña, pero en esos tiempos era habitual desposarse con una mujer mucho más joven. Tenía la edad apropiada para comprometerme y el nivel adecuada para pedir su mano. Pero su padre, protector y testarudo, vio en mí un culpable y un engendro de otras tierras. No era semilla romana, así que no era lo suficientemente bueno para su hija. Rogué en varias ocasiones su mano. Una de ellas cuando tenía quince años, la edad apropiada para mujer. La deseaba y ella parecía desearme.

Comprendí entonces el amor, el dolor de éste en tu pecho y el saber que ella es tu gemela. A su lado me sentía dichoso. Mi hermosa Lydia era para mí el castigo divino que nunca creí tener. No creía en dioses, mitos y leyendas, pero comprendí que sí se podía sentir una unión fuerte entre dos seres. El tiempo me dio la razón. Siendo un ser inmortal, un monstruo, me aproximé a ella cuando aún era joven. Su hermano la había humillado, como sus anteriores esposos, al no poder concebir un hijo. Yo no necesitaba un hijo para amarla. Su vientre estéril era para mí campo sagrado; sus labios duros, cuando hablaba del mundo, parecían delicados; y su piel, su hermosa piel, estaba hecha para ser adorada como si fuese una diosa. La amaba. Sabía que la amaba.

Me uní a ella. Juntamos nuestras almas. Sin embargo, como si fuese una profecía de un viejo dios, implacable y cruel, nos vimos divididos caminando en direcciones opuestas. Pero ella, mi Lydia, sigue rondando el mundo y yo buscando el acogedor lugar que hallo tan sólo en sus brazos.


No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt